Ellas, igual que un número aún indeterminado de estudiantes y disidentes políticos, fueron víctimas de un sistema que las criminalizó y las torturó sólo por ser quien eran durante, quizás, la época más oscura de México. Esas mujeres trans que un día fueron víctimas, hoy levantan la voz para exigir memoria, justicia y reparación del daño
Texto: Kau Sirenio
Fotos: Alexis Rojas
CIUDAD DE MÉXICO.- Durante el periodo de la Guerra Sucia, que duró al menos cuatro décadas (1960-1990), el Estado mexicano desató una persecución en contra de todas las expresiones de la disidencia: guerrilleros, universitarios, sindicalistas, profesores y mujeres trans, a manos de militares y la entonces Policía Judicial, que actuaron con total impunidad, dejando heridas que no han podido sanar.
Todas las personas que eran llevadas al centro de detención de Tlaxcoaque, sede de la extinta Dirección de Policía y Tránsito del entonces Distrito Federal, fueron torturadas por el temible Miguel Nazar Haro, quien dirigió la Dirección Federal de Seguridad (DFS) de la Secretaría de Gobernación entre 1978 y 1982.
Conocida como la policía política del país, sus integrantes recorrían las calles de la Ciudad de México en busca de quienes consideraban disidentes, cuando no lograban encontrar algún estudiante con propaganda, recurrían a la detención de mujeres trans, a pesar de que no estaban inmiscuidas en ese tipo de actividades.
Así lo cuenta Ema Yessica Duvali, de 62 años, activista sobreviviente del sistema de represiones del Estado mexicano: “La policía tenían una cuota humana, los jefes les exigían a los subjefes que tenía que detener un número de personas, yo por ser un chico de cabello largo podía ser alguien que estuviera fumando mota o disidente; solo por eso me detuvieron”.
En la calle de Puente de Alvarado y calzada México-Tacuba esas redadas eran recurrentes: “Pudiera ser alguien que caminara en la calle, pero definitivamente a las mujeres trans nos pusieron el dedo, el dedo porque éramos muy visibles y porque salíamos de trabajar a la 1 o 2 de la mañana”, explica Duvali.
“El sistema, a mí me cuartó la posibilidad de crecimiento personal, la posibilidad de poder ser una mujer trans sin vivir tanta violencia, de haber tenido una vida productiva como persona”, sostiene en entrevista y agrega: “el sistema me reprimió, en lugar de una escuela, un trabajo y servicios médicos me mandó las a fuerzas policiacas y militares porque el trabajo sexual, vestirse de mujer, era un delito, a nosotras nos dijeron que éramos criminales y no tuvimos mayor oportunidad de un crecimiento personal humano y como mujeres”.
En estas detenciones arbitrarias, la policía política de la DFS arrasaba con quien se encontrara en las calles, a las mujeres trans las llevaban a cárceles clandestinas donde les cortaban el cabello, luego las llevaban para servicio sexual; primero pasaba el jefe de la policía, seguían los custodios y los judiciales; a veces eran 10 o hasta 20 los que abusaban de ellas; cuando no cedían las pateaban y violaban.
“Trabajábamos ejerciendo el trabajo sexual, como éramos muy notorias fuimos la carne de cañón, ellos detenían de a 75 personas, una noche se llevaban 50 mujeres, era la cuota; después venían los verdaderos criminales: eran verdaderos violadores, sí, eso eran”, narra con un nudo en la garganta Duvali.
Las mujeres que se oponían a la humillación de los policías, eran desnudadas y ahogadas en tambos con agua: “Me tocó ver esas torturas en contra de mujeres trans, gay y mujeres genéricas; había estudiantes que no soportaban las golpizas. Lo peor de todo, si no estabas políticamente ideologizado y ser de una comunidad no binaria, la tortura era más cruel”.
Entre la plática sale la madeja que lleva a otro paisaje de la historia de la represión política: “Viví con trauma, cada que salía a la calle volteaba de un lado a otro y cuando topaba con un coche que traía vidrios ahumados, sin placa y con dos o tripulantes era traumático; recibí terapia psicológico para quitarme la idea que ellos me metieron a la cabeza; que yo era una criminal por eso viví con culpa creyendo que en mi casa había un criminal que se vestía de mujer, eso me lo provocaron a mis 17 años”.
Duvali pone la mirada hacia el reportero y agrega: “Tenían permiso para cometer esas atrocidades en contras de mujeres trans, fue muy doloroso, porque muchas de nuestras compañeras estaban solas, sin familiares ni amigos que las hicieran fuerte, tuvieron que levantarse de las mazmorras para decir aquí estamos”.
De acuerdo con los testimonios que víctimas de la Guerra Sucia narraron en los distintos Diálogos por la Verdad, que organizó el Mecanismo para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico de las violaciones graves a los Derechos Humanos cometidas de 1965 a 1990, se supo que las agresiones vinieron de Fuerzas Armadas, corporaciones policiacas y otras instituciones de seguridad.
Verónica, otra de las víctimas, así narra su experiencia: “Llegué muy chica a la Ciudad de México tuve que vivir en las calles porque no tuve oportunidad por ser trans; se me abrieron las puertas, pero para ir a la calle a trabajar en el trabajo sexual o a la prostitución, en ese entonces el régimen del Negro Durazo –Arturo Durazo Moreno o “El Negro Durazo”, jefe del Departamento de Policía y Tránsito del entonces Distrito Federal, durante el sexenio del presidente José López Portillo– tenía una policía equiparada con la Gestapo”.
“Era una policía muy dura y violenta que nos hizo mucho daño a nosotras las mujeres trans, fuimos humilladas, discriminadas, violentadas física y moralmente, muchos compañeros quedaron muertos en manos de esos despiadados agentes; vi cómo tantos compañeros cayeron muertos en las calles por esos hombres.
“Fue mucha violencia, nos llevaban a las carreteras para violarnos y dejarnos tiradas, nos llevaban a la Diana cazadora –un conocido monumento en la CDMX–, ahí nos tenían desnudas en horas, a pesar del frío que hacía en diciembre; nos dejaban desnudas en las calles de las colonias Morelos, Guerrero y Peralvillo.
“Nos quitaban todo, en ese entonces no podíamos tener una casa o departamento digno, porque ellos llegaban a nuestras casas y se llevaban todo y no podíamos levantar la voz, si uno protestaba era uno golpeada; por tantos golpes perdí el oído, de verdad era un horror lo que vivimos. Quedé mal de mis oídos dónde me golpearon, quedé mal de mis piernas por tantas patadas que recibí, perdí la dentadura por tantos golpes; tenía 15 años cuando ellos me tiraron mis dientes.
“Yo trabajaba en la calle, ellos llegaban y te subían, era parejo, nos llevaron a los sótanos de Tlaxcoaque, era sótanos muy fríos, cuando entrabas al estacionamiento e ibas bajando las escaleras te daba mucho escalofrío, porque era un frío tremendo que se sentía en medio de la oscuridad.
“No sabía si era de día o de noche, ahí estuve semanas, muchas compañeras salieron muertas, otras salieron enfermas o las sacaban para morir, nunca volvimos a saber de ellas”, narra Verónica.
Una vez las mujeres trans recuperaron su libertad, muchas de ellas se refugiaron en el alcohol para sobrevivir al trauma que llevaban a cuestas por la forma en que las querían desaparecer; sin embargo, varias de ellas recuperaron fuerzas para continuar con su lucha y por la defensa de los derechos humanos.
“Primero buscamos terapias psicológicas para restablecer nuestro estado de ánimo, porque salimos golpeadas, era mucho el dolor que sentíamos en contra del Estado mexicano porque nos trataron como criminales por el solo hecho de ser mujeres trans”, reclama Verónica.
Agrega: “Tenemos colectivos de mujeres trans, son defensoras de los derechos humanos de nosotras las mujeres trans; ahora estamos organizadas, hay muchas compañeras activistas que levantan la voz en contra de esa violencia que vivimos en los años de López Portillo, de Durazo Moreno, de la policía del DF, bueno levantamos la voz y nos escuchan”.
Con voz pausada, Verónica reconstruye cada pedazo de su pasado, de cuando no había organizaciones de derechos humanos o colectivos de derechos humanos que las escucharan: “Los colectivos nacen hace como 15 años, antes no teníamos quien levantara la voz por nosotras, no teníamos quien nos escuchara”.
Entre las nuevas luchas de las mujeres trans víctimas de la guerra sucia en la Ciudad de México es demandar la reparación del daño, el cual incluye vivienda digna, una pensión que les permita vivir en los últimos años de vida porque la tortura que fueron sometidas les dejó secuelas y no pueden trabajar.
“Qué padre que no va a volver a suceder, que nunca más vuelva a suceder, pero nosotras sí demandamos una reparación del daño y que esto sea económico”, dice Duvali pero añade tajante que: “Los daños que nos causaron son irreparables, después de las detenciones y liberación, lo único que podíamos hacer era el trabajo sexual; pudimos sobrevivir de muchas otras maneras, pero el estigma era muy fuerte, es por eso que la reparación del daño sea económica, porque no pude tener la posibilidad de una pensión”.
La violencia política en contra de los movimientos sociales y víctimas de la guerra sucia es investigada por la la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las Violaciones Graves a los Derechos Humanos cometidas de 1965 a 1990, sin embargo, sus integrantes han denunciados que los militares no han entregado todos los archivos que permitan conocer quiénes son los perpetradores y cuáles fueron las razones para cometer los agravios en contra de la población civil.
*Este trabajo forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.
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