12 septiembre, 2020
En Cuajiniculapa, Guerrero,un grupo de mujeres ha encontrado en la sustentabilidad alimentaria una forma de enfrentar la pandemia de covid, el racismo y la dependencia económica de los hombres
Texto: Vania Pigeonutt / Amapola
Fotos: Franyeli García / Amapola
CUAJINICUILAPA, GUERRERO.– Desde el faro de Punta Maldonado se observan las aguas revueltas que dejó la tormenta. Partes de techos de enramadas elaborados de palmeras de coco yacen sobre la orilla del mar. La playa en forma de alberca está repleta de ojos de venado, unos frutos de bejucos tropicales: las lluvias trajeron suerte con estos amuletos. Eso creen los hijos de pescadores que los juntan en cubetas chicas mientras Mijane juega en la arena con su hermana y su hija.
Ella es una afromexicana nacida en este municipio de la Costa Chica característico por su guiso de puerco en chileajo, el tabaco y ajonjolí, su fiesta patronal de San Nicolás Tolentino; su danza de los diablos, cuyas máscaras tienen el pelo de cola de caballo; por su negritud. Mientras Lía Zulaika, su hija de un año, y su hermana Abril de 17, juegan sobre las aguas revueltas, Mijane aprecia la devastación. Le preocupan las dueñas de los restaurantes afectados.
Casi termina agosto, el día está nublado, aunque el cielo es azul y despejado. El municipio conocido como la Perla Negra del Pacífico está a tres horas y media de Acapulco y a sólo media de Pinotepa Nacional, Oaxaca. La tormenta tropical Hernán trajo un buen presagio, el agua hace florecer la tierra y con esto las cosechas de hortalizas que hay en los patios de integrantes de la organización que dirige: Mano Amiga de la Costa Chica. La sensación de Mijane es agridulce.
“La mayoría de estas enramadas son de mujeres. Lo que tendrán ellas que hacer es reconstruir el patrimonio de donde recién estaban tomando unos recursos, porque el covid (19) las dejó en la nada. Sí me lastima que esto no se visibilice”,
Cuenta y hace un avión en el piso en el que brincará junto a Lía y Abril.
A Mijane le dicen Miyei de cariño, tiene 31 años, es una mujer de sonrisa brillante, habla con claridad y anda todo terreno en su Chevy. Es aguerrida, comprometida y necia, hermana de en medio de tres, abogada, activista por la participación política de las mujeres negras–fue candidata a diputada federal en 2015–. Después de la muerte de su papá, el profesor Silvio Jiménez en 2016, tomó las riendas de la asociación civil fundada en 2006.
Mano Amiga busca el reconocimiento, el desarrollo social, económico y cultural de los afromexicanos. Su más reciente participación fue para que en el censo del INEGI se incluyera la pregunta de las raíces afros, esto permitirá tener espacios reales de participación política. “Nunca hemos sido votados”, dice.
Mijane es una activista que principalmente apoya a mujeres, participa en la iniciativa Spotlight de ONU- Mujeres contra el feminicidio. No siempre se asume como feminista, porque el feminismo hegemónico no siempre la representa, en todo caso su feminismo es comunitario. A ella le interesa apoyar a sus vecinas.
Junto a su hermana Silvia, que es doctora, pensó en cómo ayudar desde su organización durante la pandemia. Cuaji, como le dice a su terruño, es un municipio sostenido del comercio y los habitantes de su playa, Punta Maldonado, viven del turismo. Mantener un hogar en estos días es una tarea mucho más difícil.
Ella y su hermana le dieron al clavo: la gente debe comer mejor, ahora durante la pandemia y después para resistir las enfermedades del futuro. Los cuijleños no han sufrido numerosas pérdidas por covid–19, es un municipio con 70 casos confirmados de los más de 15 mil que hay en el estado, en parte, lo atribuye Mijane, a que la gente aún come productos del campo, de lo que su tierra da.
Mijane buscó la ayuda de Carlos Reyes, un médico veterinario especialista en cultivos y animales, con quien puso en marcha una estrategia: hacer un kit alimentario
“Empezamos a hacer paquetes de pollas con vacunas, ya con el kit de sostenibilidad alimentaria. A cada mujer cabeza de familia les dimos 10 pollas ponedoras, cinco kilos de alimento, la vacuna para cada pollita, cuatro paquetes de semillas de hortalizas; la despensa de productos no perecederos: arroz, galletas, café, frijol, aceite; jabón, detergente, papel de baño. El plus era la asesoría técnica para la siembra de hortalizas y la crianza de pollos”, cuenta.
El recorrido por los corrales y patios sembrados en Cuaji comienza un martes en la casa de Miyei y termina un jueves en la playa. El día uno hizo unos chilaquiles de chile guajillo con epazote de su jardín. Su aspiración es llenarlo de plantas curativas: tiene gobernadora, muy buena para la infección en vías urinarias y vaporrú, para las respiratorias. En el desayuno impregnado por el olor del café, platica que: “imaginaba que iba a haber hambruna, que habrá, que la gente debe comer bien y no estar preocupada por no saber que se llevará a la boca”.
Dice que muchas empresas afromexicanas están casi en quiebra. Ha tenido reuniones con otras organizaciones como Obuntu, las integrantes comparten que sus ventas bajaron a un 50 por ciento.
“Las mujeres que antes producían 30 kilos de queso ahora producen 15, aparte los venden con mucho trabajo y ya están malbaratados. Es cuando digo: ¡Híjole, si hay estragos en el covid!”.
Su comida, como la música y su alegría es también parte de su identidad, recuerda Mijane, sus ancestros trajeron el arroz, el cacao, la jamaica. Esta es la herencia que quiere dejarle a Lía.
Cuando cultivó cilantro, Encelmini Rodríguez de 60 años, una maestra jubilada quien dice con picardía que todo tiene bueno, hizo macetas y les puso un moñito rojo, como cuando hace galletas y las regaló. Su jardín tiene varias frutas: guayabas, guayas, hace un año cosechó una piña dulce; hay moringa, un antioxidante natural, florecitas rojas y árboles con enrredaderas. En el fondo del partido se ven cajones de madera listos para ser rellenados con tierra y sembrar.
Esta tarde siembra más cilantro. Encel, como le gusta que le llamen en diminutivo de su nombre italiano, es sobreviviente de lupus, vivió 13 años con la enfermedad autoimmune. Sus hábitos cambiaron por completo, desde hace 14 años no come carne roja. Todo para ella debe ser natural, de preferencia cultivado en su patio. Además, sembrar y ver crecer sus pollos le es terapéutico.
“Me ayuda mucho para no estar en depresión, no estar estresada. Hace un rato estuve sembrando los girasoles”, cuenta mientras se mete a su jardín con sus zapatillas de tacón cuadrado, color vino. Ella así siembra, bien arreglada con la bisutería que ella misma hace y vende, se pinta los labios todos los días aunque no se le vean porque trae su cubrebocas rosa con la imagen de una china poblana.
–¡Échale humus, mami. Tierra de la que le sacó!– le pide Carlos a Encel.
Explica que su tierra lleva una preparación especial y cero fertilizantes químicos. Lleva excremento de borrego, vaca, hoja de tamarindo. Utilizan el humus de lombriz para fertilizar la tierra. Carlos muestra sus semillas de los tomates cherrys y recalca que él las prepara y su mamá siembra, “tiene buena mano”.
Carlos cuenta que su idea al futuro es que crezca la idea de los huertos en casas. “Ir a los jardines de niños, tener contacto con todas las primarias, yo estuve en la Casa de Cultura y me llevo con todos. Traer a los niños, a que aprendan a sembrar. Que este huerto genere réplica”, completa la idea su mamá.
Ambos coinciden que la autosuficiencia alimentaria es muy importante y esperan que la gente así lo dimensione.
“Este proceso no es tan sencillo. Desde escarbar la tierra, porque se escarban como 40 centímetros, encima se echa tierra de río, hojas, semillas, cáscaras de huevo y otras cosas, todo ese proceso lleva tiempo, lleva desgaste, la gente dice: prefiero comprar mis 10 pesos de cilantro”.
En su huerto ya cosecharon rábanos y calabazas, pero imaginan sus cajones sin usar, repletos de sus alimentos y poderlos compartir. La salud es lo más importante, coinciden. Encel celebra que no se ha enfermado de covid–19, gracias a sus defensas: a diario toma un ajo como tableta, su té de calimán en la noche y mucha cebolla. El 7 de noviembre hará una comida por sus 61 años.
“¡Tierra de prados y fragantes flores, de fértil suelo y murmurantes ríos, tierra donde descansan mis mayores. Tierra feliz de los ensueños míos!”, recita Cirenia Cisneros, una señora de 64 años vestida de verde pistache y rosa mexicano afuera del mercado de Cuaji, donde junto con su hermana Hortensia atienden la fonda “Yaneli”.
Sentadas en la mesa de su negocio, desde donde se huelen los frijoles de olla, la carne de marrano, caldo de pata con panza y el mole rojo con pollo, piensan en la fiesta de San Nicolás, que será el 10 de septiembre. Nunca se había suspendido el festejo hasta ahora por la pandemia. Platican de su infancia haciendo tortillas.
Tanto ella como su hermana de 66 años han vendido comida durante varias décadas. Trabajaron como integrantes del ayuntamiento, vendieron oro, ropa, de todo hasta independizarse. Vienen de una tradición oral de versos que le transmitieron a la poeta afromexicana Aleida Violeta Vázquez Cisneros, cuya poesía ha recorrido el mundo reivindicando a sus ancestras.
[A ti que me dices negra,
con intención de ofender
ponle frenos a tu lengua
no te vaya a hacer caer;
pues Dios a mí me hizo negra
y de hermoso parecer
pa’ que el mundo se alegrara
contemplándome a placer]
Esta tarde, a pesar de los días lluviosos, priva un ambiente de alegría en el mercado donde hay todo tipo de semillas, verduras, frutas y se escuchan algunas chilenas representativas de la Costa, reggaeton y a vendedores anunciando cosas: plátanos horneados, tostadas, pan.
Doña Hortensia, Tenchita, comparte que no vinieron dos meses a vender, pero tenían que regresar, aunque a veces sólo venden 100 pesos. Recuerda su infancia en labores del campo. Algunas veces iban a sacudir el ajonjolí que su papá sembraba, también tenían que llevar comida a los peones, después de ir a la escuela. Desde niñas supieron hacer el nixtamal y las tortillas.
“Se nos dificultó con las lluvias lo de las pollas, les da gripa, les da algo y se mueren. Si se están cuidando, se procura sus vacunas a tiempo, para evitar que se enfermen. Estamos empezando y se supone que el próximo mes, ya se supone que tendrían que estar empezando a poner”, cuenta Cirenia sobre sus 10 pollas de las que piensan producir huevos y carne.
Aleida, está segura a sus 40 años que la independencia la traen en las raíces y su proyecto germinará. Han luchado desde siempre.
“Esta parte de ser autónomas, de no depender sobre todo de un hombre, me quedó muy clavada desde muy niña”.
Cuando ella estudiaba en Guanajuato en un internado le preguntaban sobre su color de piel. Ella decía que era de Cuaji. Les explicaba: “llegas a Acapulco, tienes que llegar y el colectivo, rumbo a Pinotepa Nacional. Antes de llegar al primer pueblo de Oaxaca, allí está Cuaji. Les decía: mi mami es más negra que yo y mi abuela es más negra que mi mami. Lo hacía como en un acto inconsciente de rebeldía”.
Esther Yadira Cruz García es directora de la primaria Silvino Añorve y tiene 49 años con Mano Amiga ha podido ayudar a otras mujeres a valorarse y buscar un negocio, conocer sus derechos. Cuenta, previo a que muestre el corral más grande del recorrido, que en la organización hay psicólogas, comerciantes, poetas, maestras, unas chicas que tienen una panadería.
Todas coinciden que si se preocupan por la alimentación ahora, cuidarán de sus niños cuando sean adultos. “Hay mucha gente que migra a Estados Unidos. De por si no tenemos desarrollado ese sentido de pertenencia, al desplazarse un lugar tan lejano, se pierde totalmente eso: si trabajamos en la identidad de nuestros niños, van a desarrollar ese amor a su tierra, en beneficio de la misma”.
Yadira hace el repaso de su región y que hay una falta de identidad, porque tampoco están reconocidos como pueblo afromexicano en su totalidad y los jóvenes van por ahí buscando mejores condiciones de vida. Por eso está convencido que entre mujeres pueden lograr más cosas. Así ha sido la experiencia con los paquetes de pollas, se ayudan entre unas, se orientan, se explican coas.
“A mí me agradó mucho porque con el cultivo de los rábanos, calabacitas, traté de involucrar a todos, a mi hija, que es una jovencita y con qué ilusión lo hacían, porque aunque vivamos en un territorio rural, ya en la cabecera municipal, los niños están alejados de las comunidades. No saben cómo se siembra, no conocen la semilla. Acá se involucraron todos: las calabacitas, los pollos”, cuenta.
Su corral de pollos alberga al a más de 20, porque ella ha invertido para tener más. Algunas gallinas son grises, otras son anaranjadas. Uno de sus sobrinos hizo un rol, así que a cada integrante de su familia le toca un día alimentar a las aves. Incluso, las salvaron de contagiarse de gripe, porque aislaron a una gallina enferma.
“Hemos platicado de un centro de acopio para reciclar y poder darle una utilidad más a todo lo que se desecha, pero no hemos aterrizado en esa situación”, cuenta de los planes futuros con Mano Amiga.
Mijane tiene muchos mandados, está en reuniones virtuales de Spotlight, también en lo referente a la reforma de ley De los Derechos de los Pueblos Indígenas y Afromexicanos, dice que todavía hay un largo tramo para que sean visibles y tengan cuotas para acceder a una maestría, para tener mejores oportunidades.
Deja a Lía con Yadira encargada, mientras hará el recorrido de otras casas con huertos, para ver cómo van. Su hija la inspira, le parece la más valiente, por nacer en este contexto de dificultades, por eso le puso Zulaika, en honor a una adolescente sudafricana activista contra el racismo, que en 2016 protestó contra alisarse el pelo.
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