El gobierno y la sociedad en México han carecido de imaginación y acción para garantizar los derechos de la infancia, vulnerados por la pandemia. Mientras restauranteros presionan y abren las puertas a los comensales, las escuelas permanecen cerradas y la infancia aislada. Los daños sociales y emocionales aún son imprevisibles
Por: Daniela Jiménez
Soy mamá y trabajo de tiempo completo desde hace años desde casa. Esto que llevamos haciendo desde marzo, no tiene nada que ver con mi experiencia previa. He vivido la multiplicación de las labores de cuidado incluso en mi contexto de privilegio. Mi hija y mi hijo van a una escuela privada lo cual ha significado que tienen escuela por internet, con varias clases especiales lo cual les permite un poco de diversidad de actividades; pero para mí ha significado una gran dificultad para trabajar. No logro concentrarme por lapsos de más de 15 minutos. Siempre hay algo: se cayó la conexión, no encuentro el libro, necesito tijeras.
Veo a mis hijos cada vez más aislados. Mi pequeño de 6 años inició la primaria en pandemia y me dice que no tiene amigos y es verdad. No tiene ninguna interacción significativa con nadie de su edad. Lo que nunca había pasado, que odie la escuela, ahora es el reclamo cada tercer día. Mi hija de 10 años a veces platica por teléfono con sus amigas pero cada vez la veo más sola. Su pubertad frente a una pantalla: reafirmando su identidad, que si tal político es peor que otro, que si cree o no en Dios, frente a su salón sin oportunidad de después reírse correteando una pelota con quienes acaba de discutir.
No soy experta epidemióloga, ni en derechos de la infancia, tampoco soy funcionaria pública, pero de ser mamá y de trabajar tiempo completo sí sé. Sé que en otras sociedades donde el papel de las mujeres trabajadoras es más valorado y la infancia es prioridad se han hecho multitud de esfuerzos por reabrir escuelas. Sé que con todo y la situación crítica que se está viviendo hoy en Reino Unido, el compromiso es que las escuelas sean lo primero en volver cuando las condiciones lo permitan (además de que las escuelas abrieron los meses previos). Sin embargo, en Ciudad de México, vale más la presión de los restauranteros y los dueños de cines que la formación y seguridad afectiva y social de las y los niños.
Una de las cosas que más indignación me ha generado es que esta situación sea tan invisible. Niños y niñas encerrados en las casas 10 meses no son materia de escándalos en redes, programas de televisión o columnas de opinión. Son contadas las personas que hablan de este tema.
Paridad de género en el Congreso y en el Gabinete han servido de nada para denunciar lo profundamente patriarcal que es esta estrategia de abrir todo antes que las escuelas. No importa que se vaya multiplicando la evidencia de que las escuelas son espacios con escasos contagios o que UNICEF haga llamados urgentes por reabrir por el bienestar de la infancia particularmente la más vulnerable. Al patriarcado le da lo mismo, nunca ha sido un problema suyo la crianza.
Nos va a salir caro irnos por “lo fácil”. Esta generación nos la va a cobrar. No me cabe duda. Les hemos fallado en lo más básico que es permitirles disfrutar, aprender, hacer amigos y amigas, correr porque sí y reírse por nada en estos escasos años que tienen para hacerlo.
Para como vamos, fácilmente puede irse todo el ciclo escolar en esta situación. Cada día fuera de la escuela es un día menos de aprendizaje de habilidades y de interacción social que tendrán. El kínder y la primaria duran un suspiro. No permitamos que sigan siendo invisibles nuestros hijos e hijas, ni tampoco nosotras sus mamás.
Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona