Un joven con discapacidad intelectual tenía en su rostro, no el susto, el pavor, el horror. Me percaté de él porque estaba arrinconado con sus manos sujetando sus piernas y con la mirada al vacío. Me acerqué para tranquilizarlo, para cobijarlo con palabras en ese lugar tan frío. Estaba golpeado de la cara.
Su nombre era Jesús, tendría entre diecinueve y veintitrés años, un joven con discapacidad intelectual —poco notoria, me fui dando cuenta en el transcurso de nuestra plática— se encontraba en el área de Procesados, en el Centro de Prevención y Readaptación Social de Santiaguito, en Almoloya, Estado de México. Tenía en su rostro no el susto; el pavor, el horror. Me percaté de él porque estaba arrinconado con sus manos sujetando sus piernas y con la mirada al vacío. Me acerqué para tranquilizarlo, para cobijarlo con palabras en ese lugar tan frío. Estaba golpeado de la cara.
El centro se dividía entre Procesados y Sentenciados; el primero es el espacio a donde recién llegan quienes han cometido o han sido acusados de cometer, o las autoridades quieren acusar de haber cometido ciertos delitos y su situación está por ser determinada por un juez, lo cual puede variar de días a semanas y hasta meses; por otro lado, los segundos ya han sido clasificados como sentenciados, la acusación que se les impugnó fue merecedora de una sentencia de cárcel.
Jesús, esa misma mañana, me relató lo sucedido. Se encontraba platicando con amigos de su colonia afuera de una tienda, llegaron otros más, uno de ellos le preguntó a Jesús si le guardaba su celular para luego regresárselo. Jesús accedió y lo guardó en la bolsa de su pantalón. Se dispersaron y, a los pocos minutos, una patrulla comenzó a catearlos porque recién habían robado el celular de una joven, cuadras atrás. Los policías encontraron el celular de la joven en el pantalón de Jesús, “¡es ése mi celular, fue él el que me lo robó!”, dijo la muchacha llorando.
Jesús me contó que enseguida los policías se abalanzaron sobre él, lo golpearon y subieron a la patrulla.
Así es como había llegado la noche anterior.
Frecuentemente escucho que a la población encarcelada desde los medios de comunicación se les dice “reos”, “reas”. La etimología del latín reus está relacionada con la acusación de una causa e incluso se asume el valor de culpable; pero en definiciones de “reo” propiamente, hay otras que enfatizan el haber sido tanto acusadas como condenadas por un delito.
Coloquialmente en México se conoce al reo como la persona ya condenada, dentro de la cárcel.
Al interior de las cárceles, o al menos en Almoloya, no se suele mencionar esa palabra, es una especie de regla no escrita ni dicha pero sí de alguna manera consensuada. Se les llama internos/internas.
Ni Psicología, ni Medicina, ni Trabajo Social, mencionan “reo” ni sus derivados, claro que hay excepciones. Tal vez hay una mayor empatía por parte de los trabajadores que, en su día a día, conviven muy de cerca y con les internes.
Volviendo a la definición actual, en la que se cataloga como reo a quien es acusado de haber cometido delitos, creo que deberíamos empezar a considerar reos, a pesar de que no estén (¿aún?) en la cárcel, a expresidentes y demás funcionarios públicos que han cometido delitos severos, que han tenido pactos con el crimen organizado, que han encabezado asesinatos masivos e infames a periodistas, a estudiantes, que han orquestado y organizado compra y venta de terrenos en todo el mundo, como Enrique Peña Nieto, por bondadosas y misteriosas “donaciones” de casas, joyas y obras de arte, y que lo han hecho por intereses políticos que persiguen la oligarquía y la sed de dinero en cantidades exorbitantes. En fin, guiados por el temor a perder sus privilegios y comodidades.
Pero también deberíamos llamar reos a quienes esparcen estas versiones falsas de los oligarcas desde los medios de comunicación. Ellos, que han tenido acceso a documentos que han decidido ocultar y, en cambio, han decidido manipular y omitir información para difundir una versión manoseada de los hechos, como Carlos Loret de Mola, que más que periodista parece ser un muy buen director de escena y hasta héroe de películas hollywoodenses. Esa es manipulación de la información, omisión de los hechos.
A esos expresidentes, exfuncionarios, difusores de información, y quienes están coludidos con el hundimiento del país, a esos agentes probadamente culpables, es a quienes deberíamos referirnos como reos, no a —muy probablemente— inocentes, como Jesús y como muches más, quienes están en la cárcel, en pocas palabras, por falta de recursos económicos, quienes más que reos han sido víctimas de la economía nacional, consecuencia del irresponsable manejo del poder ejecutado, precisamente, por los reos de la ambición oligárquica.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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