14 septiembre, 2022
Urge retomar la conciencia de clase para construir un mundo más justo y amigable con los derechos humanos. En este mes patrio es buen momento para volver la mirada hacia los campesinos, los pueblos y comunidades indígenas
Twitter: @kausirenio
La explotación de campesinos sin tierra en los campos agrícolas empezó hace más de 40 años en el Valle de San Quintín. La condición de pobreza extrema en las comunidades de origen los llevó a migrar a los estados del Norte del país para ser explotados de manera inhumana.
Las migraciones de jornaleros en su mayoría provienen de los estados del sur: Guerrero, Oaxaca, Veracruz y Chiapas. Llegaron a Baja California con la esperanza de mejorar las condiciones laborales y salario justo; sin embargo, esto no sucedió porque en los campos agrícolas de San Quintín no hay servicio básico como el agua y vivienda.
El movimiento del 17 de marzo de 2015 movilizó a más 40 mil trabajadores agrícolas; sin embargo las demandas que presentaron en ese año aún no han sido resueltas. La precarización salarial y viajes extenuantes llevaron a los jornaleros a convertirse en colonos del nuevo municipio de San Quintín.
La huelga de marzo de 2015 fue el movimiento más importante en la historia de lucha de los jornaleros en Baja California, que sirvió para visibilizar la explotación en los campos agrícolas del país. La protesta empezó en la carretera transpeninsular, ahí los trabajadores agrícolas gritaron: “Salario justo para los jornaleros”.
Así es la vida en los surcos para que las verduras y frutas llegan a las ciudades.
Las jornaleras se levantarse generalmente a las tres de la mañana, para cocinar el almuerzo y comida para los hijos que se quedan en la casa, además, de itacate que el marido, hermano o primo lleva al trabajo -la mayoría de las familias jornaleras, preparan tacos, envueltos en papel aluminio-, después toma su mochila y corre hacia los camiones que las llevan a los surcos. La rutina de una madre jornalera es más pesada y difícil.
Camino a los surcos: los jornaleros salen de sus casas a las cinco de la mañana a esperar los camiones que los llevan a los campos agrícolas. A veces tienen que caminar hasta media hora a la carretera transpeninsular para abordar los camiones, en ese tramo se enfrentan a los asaltos, mientras que las mujeres están expuestas a violaciones sexuales por transitar por las calles oscuras.
A veces el traslado tarda hasta dos horas. En temporada de los frutos o verduras los camones llegan a carga a más de 70 jornaleros, todos van parados por falta de asientos. Cuando entran a los surcos, las empresas les exigen lavarse las manos antes de empezar la jornada, pero los empleadores no proveen agua suficiente ni desinfectantes.
La jornada laboral empieza a las seis de la mañana, la tarea diaria varía: plantación de fresa, chilar, tomate, calabaza o podas de arándano, zarzamora y frambuesa. Pizca de tomate, chile y ejote. En algunas empresas la jornada termina a las cuatro de la tarde, mientras que otros rancho cierran los viveros a las seis de la tarde.
Regreso a casa sin dinero: una vez que el obrero agrícola entregó las herramientas de trabajo se encamina a los camiones para regresar a casa ahí unos hombres uniformados de seguridad privada revisaran las bolsas o mochilas de cada trabajador, si le encuentran una fruta de lo que cortó, es despedido sin justificación.
Al llegar a la casa, las madres jornaleras se bañan rápido y después se ponen a preparar la cena, luego se asea la casa y lava los uniformes de los niños si es que estos van a la escuela. Ni siquiera pueden convivir con los hijos porque estos están dormidos.
En los últimos años, en los campos agrícolas se ha convertido en un problema para los padres Jornaleros porque no pueden cuidar a los niños y niñas y como consecuencia se incrementado el número de padres y madres adolescentes.
El salario: Después de trabajar los seis días de la semana, reciben el pago ya sea en cheques o efectivo, alrededor de 1200 pesos. Antes de llegar a la casa se van a una tienda a cambiar sus cheques, si tienen deuda lo finiquitan y lo que le sobra compran la despensa para la semana.
Así es la vida de las jornaleras y jornaleros en los campos agrícolas donde trabajan todo el día y parte de la noche para obtener un salario de hambre. Las mujeres y hombres que se entregan en cuerpo y alma para cosechar: fresas, moras, arándanos, zarzamoras. Verduras: lechugas, brócoli, ejotes, tomates, pepinos, jitomates, cebollas, llegando todas estas llegan a las mesas de políticos, sacerdotes, académicos, periodistas, intelectuales y restauranteros.
Sin embargo, los consumidores rapaces no son nada amigables con las demandas de las jornaleras y jornaleros, ni siquiera ha habido empatía con las dignas causas de los obreros agrícolas. Al contrario, se volvieron consumidores cautivos de las empresas trasnacionales.
Urge retomar la conciencia de clase para construir un mundo más justo y amigable con los derechos humanos. En este mes patrio es buen momento para volver la mirada hacia los campesinos, los pueblos y comunidades indígenas.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
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