Nos duele mucho ver que un niño o adolescente empuñe las armas, pero nos olvidamos de la situación paupérrima donde nacieron. Hasta ahora el territorio indígena es aún una zona inhóspita sin acceso a derechos básicos como: salud, educación, cultura, deporte y trabajo digno
Twitter: @kausirenio
En los albergues para migrantes en Tijuana, Baja California, el rostro de niñas y niños se ven marchitos por el tiempo que pasan hacinados. El espacio de convivencia de los chiquitines es de 4 metros cuadrados. Muy atrás quedaron los extensos cerros donde jugaban con la naturaleza antes de que abandonaran la Sierra y Montaña de Guerrero porque la violencia les despojó de su infancia. Ahora esperan que el gobierno de Estados Unidos les otorgue asilo político, para vivir lo que les queda de infancia.
Estos niños llegaron a la ciudad fronteriza desde hace más de un año, viven de la caridad de las organizaciones humanitarias que les llevan regalos y comida. En días festivos le regalan juguetes y pasteles. Sin embargo, los pequeñines de la comunidad nahua Ayahualtempa, municipio de José Joaquín de Herrera, no corrieron con la misma suerte de llegar a la frontera para ponerse a salvo, debido a su cultura y su condición de indígenas.
Para defenderse tuvieron que integrarse a la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias de Pueblos Fundadores (CRAC-PF). Porque ahí no llega la Guardia Nacional y cuando se asoma no lo hace para cuidar a los niños y a las comunidades indígenas, sino para amedrentar y causar terror en la región.
Lo que sucede en Guerrero repercute de inmediato en la capital del país. Los intelectuales de la derecha acusan al gobierno de omisión y quitan de tajo la responsabilidad al gobernador de ese estado y a grupos de civiles armados que atemorizan a las comunidades nahuas de los municipios de Chilapa de Álvarez y José Joaquín de Herrera.
Mientras, los defensores de la Cuarta Transformación (4T) acusan a los padres de los niños de irresponsables al exponer a sus hijos. Lo cierto es que ni uno de estos sectores de la sapiencia han visitado a las comunidades indígenas de la Montaña de Guerrero en los últimos meses. Se desgarran las vestiduras al ver que los niños se defienden como pueden, pero poco no hacen para transformar esta realidad.
No es la primera vez que las comunidades nahuas de la montaña baja de Guerrero presentan a niños armados ante los medios de comunicación. El año pasado lo hicieron después de llorar a sus muertos. Por cierto, ni el gobierno federal ni estatal han aclarado el crimen cometido en contra de 10 músicos nahuas que fueron emboscados cuando regresaban de una fiesta comunitaria en enero de 2020.
Los académicos e intelectuales de ambos bandos condenaron que se les haya entregado armas a los niños, pero nadie ha preguntado si en Ayahualtempa hay internet, y si los niños tienen acceso a la tecnología para recibir clases en línea, todo esto ha pasado desapercibido.
Nos duele mucho ver que un niño o adolescente empuñe las armas -ojo, no es apología a la violencia-, pero nos olvidamos de la situación paupérrima donde nacieron estos niños. Hasta ahora el territorio indígena es aún una zona inhóspita sin acceso a derechos básicos como: salud, educación, cultura, deporte y trabajo digno.
Cuando el coordinador de la Casa de Justicia de Rincón de Chautla, Bernardino Sánchez Luna, dijo que los niños fueron capacitados para usar armas de fuego, lo hizo en una situación difícil para esta región: “Es una acción desesperada y en respuesta a la agresión constante que hemos sido objetos integrantes del grupo delincuencial ‘Los Ardillos’”.
La indiferencia cultural que existe en este país ha orillado a los niños de Ayahualtempa a tomar acción por su propia cuenta porque el Estado mexicano no garantiza estabilidad social y económica para esta población. Mientras esto no ocurra, pronto veremos otras comunidades indígenas y rurales en la misma acción.
Así las cosas, los treinta y un niños de seis a 11 años que ahora forman parte de la policía comunitaria de la CRAC-PF, en Ayahualtempa, en vez de clases y jugar entre los árboles de la comunidad tendrán que cuidar su pueblo, porque los responsables de garantizar la seguridad a estas comunidades evaden su responsabilidad.
El 30 de abril será como cualquier día para los niños desplazados por violencia y miles de niños indígenas que son despojados de su cultura y estabilidad emocional.
Periodista ñuu savi originario de la Costa Chica de Guerrero. Fue reportero del periódico El Sur de Acapulco y La Jornada Guerrero, locutor de programa bilingüe Tatyi Savi (voz de la lluvia) en Radio y Televisión de Guerrero y Radio Universidad Autónoma de Guerrero XEUAG en lengua tu’un savi. Actualmente es reportero del semanario Trinchera.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona