Los mundos invisibles

15 febrero, 2023

La capacidad expresiva de los estudiantes es una tarea central que debemos fortalecer en las escuelas. Herramientas como el procesamiento de lenguaje natural, pueden ser clave para que los niños y niñas tengan la oportunidad de hacer un mejor uso del lenguaje, y darle vida a su mundo interior en comunidad con otros.

Por: Daniela Pérez Michel / MUxED*

Estas letras que reconoces y organizas en tu mente, generan palabras con sentido. Tal vez resuenan como una voz para ti, y se van cargando de significado poco a poco conforme lees. Estas palabras, son piedra angular para construir una visión única sobre la imagen que tienes del mundo que te rodea, la sociedad en la que vives, o el futuro que imaginas. “Los límites de mi lenguaje, son los límites de mi mundo” decía Wittgenstein[i], y varias corrientes filosóficas, psicológicas y neurocientíficas después. La concepción del lenguaje sigue siendo un campo por explorar para desentrañar la manera en la que somos capaces de descifrarnos. 

Lenguaje son gestos, expresiones, movimiento, sonidos, y también palabras. Y aunque todas esas formas del lenguaje nos permiten comunicar lo que pasa en nuestro interior, ponerlo en común con otras personas de manera certera o precisa, la comunicación depende en buena medida de las palabras.

Particularmente en la escuela, no solo aprendemos a leer y escribir (proceso bastante complejo, por cierto), sino que dependemos enormemente de las palabras para dar visibilidad a los aprendizajes que adquieren los estudiantes. Pedimos elaborar textos de diferentes características y complejidades, realizamos exámenes escritos y orales, leemos ensayos, presentaciones, resúmenes, listados, y generamos una dinámica en la cual numerosas actividades recaen en las palabras. Palabras que se articulan en frases cortas y largas, complejas, subordinadas, hipotéticas. Palabras que unidas generan argumentos, imágenes, metáforas, analogías, comparaciones, o historias; palabras que diseñan un mundo en el que los estudiantes se hacen preguntas, se imaginan nuevos escenarios, o fantasean sobre su futuro. Palabras que resuenan en nosotros porque junto con el resto del lenguaje, nos abren la puerta al mundo interior de cada una de las personas que convivimos en la escuela.

Cuando leemos las estadísticas sobre las dificultades de niñas y niños en nuestro país para comprender lo que leen, o para escribir textos cada vez más complejos, nos quedamos con el sopor causado por el dato. Todo cambia cuando nos damos cuenta de que, esas estadísticas en el fondo lo que nos dicen es que hay un universo infinito de significados posibles que se nos escapan en las palabras ignoradas, en las frases mal escritas, o en la incapacidad de articular una idea clara, con palabras.

Ana María Maza señala con determinación “sin profundidad lingüística es imposible desarrollar pensamiento abstracto. Con lenguaje limitado no es posible crear conocimiento complejo (…) de tal modo que, si la educación no resuelve la condición lingüística precaria de todos los estudiantes, se reducirán de manera evidente las posibilidades de entender el mundo (extra e intrapersonal) y de mejorarlo”[ii].

Hace unos meses trabajé con textos de estudiantes de bachillerato para entender si existía una relación entre la diversidad lingüística (número de palabras diferentes que utilizan en un mismo texto), y la nota que reciben de sus tareas. La idea de fondo era saber si utilizando herramientas de procesamiento de lenguaje natural, podríamos reconocer algo específico de la expresión de los estudiantes con fines de evaluación y fortalecimiento en su desarrollo. Una línea de investigación que requiere muchos años más de trabajo, pero que sacó a la luz hallazgos interesantes sobre la problemática de la expresión escrita en los estudiantes.

Por un lado, las redacciones contaban con carencias que incluso dificultaban el procesamiento automatizado del texto. La ausencia de signos de puntuación, acentuación y el seguimiento básico de reglas sintácticas y gramaticales, convertía en artesanal un análisis que podría haber sido automatizado, porque era necesario revisar los textos y editarlos para procesarlos. Lo más interesante en todo caso, es que clarificó uno de los puntos de quiebre sobre el rol docente en la evaluación de estos textos: era la lectura humana -cargada de voluntad para entender- la que permitía a través de dos o tres lecturas, descifrar el significado de lo escrito y las intenciones de sus autores.

Cuando los estudiantes usaban muchas palabras diferentes para expresarse, pero sus textos eran difíciles de comprender por la calidad de la redacción, entonces recibían una calificación más baja. De manera que el procesamiento automático reflejaba una parte de la realidad, pero existía otra dimensión que era visible a los ojos de la evaluadora: había una idea incomprensible y exigente de atención. Una atención que en la cotidianidad se pierde en el trabajo administrativo y el número de textos a leer para dar calificaciones.

También estaba el otro lado de la moneda: textos con muchas palabras diferentes y bien escritos, pero que usaban conceptos que llamaban la atención por ser conceptos cargados de significado, y cuyo uso requiere conocimiento más profundo al respecto del tema (digamos, por ejemplo, “patrística” o “escolástica”). En estos casos, la voluntad de entender de la evaluadora se convertía, sobre todo, en sospecha de plagio. Lo cual también tiene su contraparte técnica: algunas instituciones, sobre todo de educación media superior, utilizan software especializado para identificar el porcentaje de texto copiado de otras fuentes sin la debida referenciación. 

Ambas situaciones apuntan a una discusión vigente en el mundo académico respecto a cómo facilitar mecanismos que permitan hacer más eficiente la evaluación de estudiantes, incluyendo el análisis de textos y ensayos. 

Técnicamente, existen condiciones para transformar de distintas maneras la evaluación que facilita el trabajo docente y fortalece el desarrollo de los estudiantes, pero resulta clave entender cuáles son las aristas de lograrlo. Existe una gran diferencia entre evaluar un texto descriptivo y un ensayo o un texto literario. Las formas del lenguaje que se ponen en práctica en cada una de esas redacciones son distintas en complejidad, y dan cuenta de la capacidad de sus autores, para usar las palabras creando nuevos espacios de significado. 

Algunas de esas formas de lenguaje son visibles para las máquinas y otras para las y los  docentes. Ambas pueden fortalecerse si trabajan juntas por el mismo objetivo: dar a los estudiantes la capacidad de expresarse con la profundidad que sus ideas requieren. 

Foto: Ben White / Unsplash

Hace unos meses, Valentina Uribe escribía en este blog un artículo maravilloso sobre la importancia del vocabulario para el aprendizaje, señalando la relevancia de la escuela como catalizador para que los estudiantes incrementen y profundicen su vocabulario. La escuela en este sentido, es un espacio dónde tienen lugar buena parte de las experiencias del lenguaje de los estudiantes, y se convierte en tierra de cultivo de lo posible. 

Todo aquello que nuestros estudiantes no sean capaces de expresar de forma inteligible, está condenado a no ser parte de nuestro universo común, y en esa pérdida, perdemos todas.  El esfuerzo por transformar la estadística de lectura y escritura, es en el fondo un trabajo por visibilizar la riqueza del mundo interior de las niñas y niños que habitan nuestras comunidades, y romper las barreras del mundo que habitamos todos. 

*Daniela Pérez Michel.* Integrante de MUxED. Maestra en Humanidades Digitales y Estudios Latinoamericanos. Colaboradora en Mind The Gap y consultora en diversos proyectos nacionales e internacionales sobre la integración estratégica de tecnología educativa, estrategias de educación a distancia y formación en línea.

Tw: @elpezflaco Linkedin: Daniela Pérez Michel

Referencias

Marina, José Antonio. 1998. La selva del lenguaje. Introducción a un diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama 

Maza, Ana María. 2016. “El lenguaje: llave y clave del pensamiento complejo”. Revista de Gestión de la Innovación en Educación Superior REGIES, 1, 141-160. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7306665

Poce, Antonella, Francesca Amenduni, Maria Rosaria Re, Carlo De Medio, and Alessandra Norgini. 2020b. «Correlations among Natural Language Processing Indicators and Critical Thinking Sub-Dimensions in HiEd Students.» Form@re 20 (3): 43.                                                   

Poce, Antonella, Francesca Amenduni, Carlo De Medio, and Maria Rosaria Re. 2019. «Road to Critical Thinking Automatic Assessment: A Pilot Study.» Form@re 19 (3): 60.              

Searle, John. 2001. Mente, lenguaje y sociedad. La filosofía en el mundo real. Madrid: Alianza 

Wittgenstein, Ludwig. 1999. Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza 


[i] Wittgenstein, Ludwig. 1999.

[ii] Maza, Ana María. (2016), p. 43.

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