En el afán de oponerse al gobierno actual hay algunos en México que tras la masacre en El Paso, Texas, acusaron a Andrés Manuel López Obrador de alentar un ataque similar en el país. Pretender sacar raja política de una tragedia tiene un nombre: mezquindad
Patrick Crusius viajó mil 600 kilómetros hasta el centro comercial El Cielito de El Paso, Texas, con una sola intención: asesinar a todos los mexicanos que encontrara.
Mató a 22 personas, de ellas ocho originarios de México. Los sobrevivientes cuentan que el sujeto disparó a todos, sin importar que el blanco fueran niños.
Horas después del ataque, una de las peores masacres en la historia reciente de Estados Unidos, en Twitter empezaron a publicarse decenas de comentarios que comparaban el discurso racista de Donald Trump con el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El discurso de odio, decían muchos, es parecido, y en cualquier momento puede desatar una tragedia en nuestro país.
Felipe Calderón, impuesto por el Tribunal Electoral como ocupante de Los Pinos, fue de los primeros. Pero también otros personajes, como Gustavo Madero o Marko Cortés, el presidente del Partido Acción Nacional (PAN).
La comparación está completamente fuera de lugar. Un discurso de odio pretende motivar violencia hacia un grupo específico de personas, por la sola condición de ser diferentes.
Funciona casi como si los promotores tuvieran un manual: primero menosprecian a quienes pretenden agredir con comparaciones humillantes, como si fueran insectos o animales.
El objetivo es claro: crear en el imaginario la idea de que no son seres humanos, y de esa manera es más sencillo dar el siguiente paso, la agresión directa.
Así ocurrió en la Segunda Guerra Mundial con los judíos, en el genocidio en Guatemala con la etnia Ixil, la guerra en Los Balcanes contra Bosnia-Herzegovina o el pueblo Hutu en Ruanda.
Evidentemente que no es el caso de México. López Obrador no pregona un discurso de odio como gritan sus adversarios y no pocos periodistas.
Criticar los excesos y delitos de gobiernos anteriores, modificar la estrategia presupuestal para atender a quienes cree lo necesitan más, cancelar proyectos y obras públicas o cuestionar a medios y periodistas no se parece, en absoluto, a un llamado al exterminio.
Pero quienes perdieron las elecciones en julio de 2018 no se cansan de repetir, en entrevistas o redes sociales, que el presidente mantiene un discurso de odio.
Algunos de los promotores de la especie saben que mienten, pero les parece más útil mantener la estrategia que ser creativos en su oposición.
Tal vez viene de su propia historia. Algunos de los políticos y empresarios que más promueven la estrategia provienen de círculos donde el clasismo es norma de convivencia.
Una actitud que parece acompañar su ADN. Las esposas de ricos empresarios que en una cena con diplomáticos antes de las elecciones presidenciales preguntaban airadas cuándo iban a asesinar al candidato López Obrador es una muestra.
Es cuestionable que se acuse de promover el odio como parte de una herramienta política. Es grave que se haga en medio de una tragedia como la de El Paso.
Pero es peor cuando en el caso del periodismo es peor cuando se lleva a las primeras planas, como hizo un diario capitalino que publicó una nota donde se entrevista a senadores del PAN que “advierten”, a su manera, que los mensajes del presidente pueden provocar tiroteos en México.
Los legisladores están en la chamba de olvidar escrúpulos, el dogma de que el fin justifica los medios como norma de conducta. Ese diario, supongo, adoptó la estrategia. El coraje, la revancha, la sequía del dinero gubernamental de otros tiempos justifica extraviar la ética.
No importa quitarse las máscaras como demanda López Obrador cuando critica a algunos medios. Y vaya paradoja: asumirse como oposición y obedecer las órdenes presidenciales.
Hay un adjetivo para quienes pretenden sacar provecho político de las tragedias. Se les llama mezquinos.
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Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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