12 julio, 2022
Desde que salió de Veracruz, vía WhatsApp, Pablo tuvo comunicación con su familia durante el viaje en el que estuvo en manos de una red de tráfico de personas hasta poco antes de entrar al tráiler donde murió asfixiado con más de 50 migrantes
Texto y fotos: Iván Sánchez/ @ivan_sah / La Marea
VERACRUZ.- Al Triste le respiraba la muerte en la nuca. Antes de fallecer en un tráiler en San Antonio, Texas, vio cómo otro migrante que viajaba con él se ahogó en el Río Bravo.
Antes de morir, la vida del Triste pasó de mano en mano, de coyote en coyote, que lo llevaron a distintos lugares en los que esconderse -en México y en Estados Unidos- para evitar ser detenidos por agentes migratorios y así llegar a Florida.
Así le decía de cariño Rosy, su hermana, a Pablo Ortega: El Triste
Y así lo tiene registrado en el teléfono que revisa una y otra vez para ver los mensajes y videos que su hermano le mandó poco antes de ser abandonado por los traficantes y morir asfixiado en un tráiler junto a más de 50 migrantes.
Son seis los veracruzanos fallecidos que hasta el momento han sido confirmados en esta tragedia, tres de Naolinco, uno de Santiago Sochiapan y dos de la familia que hoy vive un duelo en Tlapacoyan: Pablo y su tío Jesús.
La conversación entre Pablo y Rosy en WhatsApp revela una línea de tiempo entre su salida de Tlapacoyan, Veracruz, hasta San Antonio, Texas. Es un pequeño relato de los hechos que lo fueron conduciendo a su muerte.
Pablo, con 20 años por cumplir, salió apresurado de Tlapacoyan, su pueblo natal, en los primeros días de mayo. Su madre había contactado con un coyote que lo ayudaría a llegar a Estados Unidos, supuestamente de manera segura.
Así les vendieron el viaje, por el cual pagaron tres mil dólares. Así les engañaron.
Rosy y Eli, la adolescente que lleva en su vientre a un hijo de Pablo, vieron cómo preparó apresuradamente sus cosas para irse. Debía tomar un camión hasta Monterrey y después uno a Reynosa para ahí reunirse con quien lo llevaría “al otro lado” y lo dejaría sano y salvo en Houston.
Hace más de seis años la madre de Pablo y Rosy viajó de una manera similar: contrató un coyote y viajó a Estados Unidos con la intención de procurarle una mejor vida a su familia.
Ella sí lo logró y hasta hoy sigue viviendo allá.
En ese tiempo no era tan difícil ni peligroso, cuenta su hija, que hoy está de luto por la muerte de Pablo.
Tres mil dólares es el precio por arriesgarse a morir dentro de la caja de un tráiler en Estados Unidos. Tres mil dólares es lo que consiguió prestado para buscar un sueño. Tres mil dólares fue lo que pagó Pablo para que la falta de aire y el calor le quitaran la vida.
Tan sólo en el 2019 el tráfico de personas dejó ganancias aproximadas de 615 millones de dólares, señaló la Secretaría de Gobernación en un comunicado. Sin embargo, los dólares que los coyotes se embolsan diariamente han ido a la alza en lo últimos años.
Según el Informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes correspondiente a 2021 los cárteles mexicanos son de los más ricos del mundo y el tráfico de personas es una de las principales fuentes de ingresos.
En el celular de Rosy aún se guardan los videos que Pablo grabó en la lancha que cruzaron el Río Bravo. Junto a otros migrantes pasaron de México a EUA en una pequeña balsa flotante, luchando contra la corriente.
Días antes habían intentado cruzar la frontera caminando a través del Río Bravo. De hecho, trataron varias veces antes de lograr su objetivo, pero el nivel del agua y la fuerza del río hacían imposible la empresa.
Ahí fue donde Pablo vio ahogarse a otro migrante a quien no conocía. Tampoco sabía su nombre ni supo si alguien recogió el cuerpo, así se lo contó a su hermana Rosy quien solo alcanzó a recomendarle que se cuidara mucho y que se encomendara a la virgen.
Pablo también envió un video tomado dentro de una casa de seguridad.
El lugar es diferente al de lugares comunes nos cuentan. No es un lugar funesto de cuatro paredes. En esta casa de seguridad Pablo no estaba escondido. De hecho, podía ver un gran patio y carros todoterreno pasar por las calles. Podía estirar las piernas y presumirle la vista a su hermana.
En los diversos escondites que Pablo recorrió en México conoció personas de Honduras, Guatemala y otros países. Eran personas enganchadas por la misma red de tráfico de personas que lo abandonó a él.
Los migrantes iban y venían en diferentes grupos y al cambiar de refugio no coincidían y encontraban nuevos compañeros de viaje, según los testimonios que fue dejando durante su viaje.
“Cuando llegó estaba una muchacha de Guatemala y uno de Chiapas, eran cuatro, pero los cruzaban diferentes, no cruzaban todos juntos, llegaban a una casa y ahí había varios y ya ellos se iban con quien habían contactado”, relata Rosy
Para Alberto, padre de Pablo, lo que mató a su hijo fue la delincuencia, los grupos criminales que controlan la migración y que al mismo tiempo arrebatan las oportunidades de trabajo honesto y progreso de los jóvenes en sus lugares de origen.
Considera que los peligros se han ido incrementando, no se atreve a dar un veredicto de los motivos, desde su desgracia solo sabe que Pablo no logró llegar con vida hasta donde su madre estaba.
“Tengan cuidado de los coyotes que busquen, porque no todos son parejos, tengan mucho cuidado para que no les vaya a pasar esto, que es algo inesperado”, aconseja a quienes busquen pasar la frontera.
En las casas de seguridad cada grupo era manejado por distintos coyotes y cada coyote tenía sus formas y estilos para pasar la frontera.
Unos lo hacen por el desierto, opción que pasó en algún momento por la mente de Pablo, pero el temor a los riesgos y la intención de llegar a salvo le hicieron elegir el viaje “por la línea”. Es decir, por la frontera.
Era la vía más cara pero supuestamente también la más segura de llegar a buen puerto. Al final cruzó por el río.
Después del cruce en lancha, las imágenes registran a un Pablo escondido en la parte trasera de una camioneta recorriendo las carreteras de EUA. Estaba relajado, incluso hay una escena en la que se ve el chofer y nunca le impide que registre los hechos.
Llegó en esa camioneta a una bodega, donde, ahora sí, le quitaron el teléfono y le dijeron que abordaría un tráiler para seguir su camino.
“Ya bamos (sic) Para Laredo TX y de ahí para Hiuston (sic) en el trailer”, fueron casi las últimas palabras que Pablo le envió a su hermana por WhatsApp.
Es el último rastro de su vida. Sus momentos finales quedaron encerrados en ese autobús y en la memoria de los pocos sobrevivientes.
En la misma plática de WhatsApp Rosy le mando a Pablo una fotografía del ultrasonido más reciente que se hizo Eli, en él se observa el feto, la razón para que un chico de 19 años decidiera viajar a EUA pese a cientos de miedos y peligros.
Un último contacto entre el papá que va morir y el hijo que va a nacer.
Eli con la impresión del último ultrasonido del bebé que viene en camino.
Cada vez son más las personas que intentan llegar a EUA ante la pobreza, violencia y falta de oportunidades que imperan en sus países de origen. La mayoría usa coyotes o traficantes para alcanzar su sueño.
En 2018, menos del 50 por ciento de los mexicanos que buscaban pasar sin documentos a Estados Unidos usaba coyotes, en 2020 son más del 58 por ciento quienes buscan a los traficantes de personas, según la Encuesta sobre Migración en la Frontera Norte de México octubre-diciembre 2020.
El sueño de Pablo es uno que se repite en las historias de las personas migrantes casi hasta el cansancio; se ha escrito tanto de ellas que podría sonar trillado y perderse en un mar de malas noticias. Quería construir una casa para Eli, él y el hijo que esperan.
Eli, la adolescente embarazada sentada en la sala de la casa de la abuela de Pablo y Rosy, trata de esconderse en un rincón del sillón, como si los cojines verdes pudieran tragársela y así no hablar de su tristeza y preocupación por el futuro.
Le angustia el saber que no tiene dinero para su parto, que su embarazo es de alto riesgo y requiere atención médica constante. Ante el porvenir que enfrenta solo espera que las autoridades le den algún tipo de apoyo para ella y en un futuro para su hijo.
Durante el trayecto de Pablo pudo hablar poco con Eli porque los coyotes limitaban las llamadas y por mensaje escrito era más difícil la comunicación pues ella le cuesta trabajo leer y escribir.
Coyote: Persona que se encarga oficiosamente de hacer trámites, especialmente para los emigrantes que no tienen los papeles en regla, mediante una remuneración: Real Academia Española.
El embarazo de Eli fue lo que finalmente hizo a Pablo decidirse a cruzar la frontera norte a escondidas, viajar y trabajar en Estados Unidos era una idea constante en su cabeza, allá está su madre quien podría apoyarlo y a quien hace años no veía.
Los primeros intentos de Pablo de irse allá costaron 15 mil pesos. Se los pagó a un “tramitador” para agilizar el papeleo de obtener una visa de trabajo, pero el proceso para ello nunca se dio.
Cada vez que llamaban a la persona que se le había dado el dinero para preguntar por su cita en la embajada norteamericana, a Pablo le hacían promesas vacías o poco certeras, recuerda Rosy.
Otra posibilidad era viajar con una oferta de trabajo ya segura en una feria ambulante en Estados Unidos, pero esos lugares son sumamente peleados y realmente nunca llegó la oportunidad. Otros de la zona han viajado de esa manera, van y regresan cada tantos meses de una manera más o menos segura.
Pero las opciones parecieron acabársele a Pablo, el dinero que ganaba como albañil o como vendedor de algodón de azúcar no era suficiente para mantener una familia y el color verde del dólar hacía de canto de sirena para llevarlo hasta la muerte.
Al Triste le respiraba la muerte en la nuca. Parecía conocer su destino y dejó instrucciones para su funeral.
“Unas semanas de que el se llegara a ir, me dijo `mira está canción, se llama la Última Caravana, el día que yo me muera me la pones y haces todo lo que dice la canción´, (…) la canción dice que cuando se muera quiere que lo paseen por las calles de su pueblo”, cuenta Rosy.
Ahora su familia prepara todo: el ataúd recorrerá Tlapacoyan y lo acompañarán sus amigos en motocicletas, tal como lo dice la canción “Mi Última Caravana” de Gerardo Díaz, esa que tanto le gustaba.
Por mientras, hay velas junto a su fotografía en una mesa en la estancia principal de su casa, han quitado sillas y comedor para que el féretro entre en la casa y puedan realizar el velorio con amistades y familiares.
Las paredes verdes de la casa lo esperan, para abrazarlo. Esa casa que contrasta en estatus social con la de su vecino, el presidente municipal. Mientras afuera del hogar de Rosy y Pablo hay un pequeño carrito de hot-dogs, en la del alcalde hay camionetas y escoltas.
Hasta el momento las autoridades se han indignado y dicho que apoyarán a los familiares. Han condenado los hechos y pedido justicia. Pero las personas migrantes siguen llegando por miles a la frontera norte de México. Siguen muriendo en manos de coyotes que los abandonan o cruzan por sitios de alta peligrosidad. Ahora a la familia de Pablo solo queda esperar el traslado del cuerpo desde Estados Unidos. Los trámites son lentos y la burocracia angustia… no hay coyotes que crucen muertos.
*Esta nota fue realizada por LA MAREA, integrante de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.
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