La violencia ha dejado en Chilapa más de 150 niños sin padres. Son niños, son indígenas, y son pobres. Muchos de ellos tienen enfermedades que requieren atención especializada. Los gobiernos son incapaces de atenderlos, mientras llenan las calles del pueblo de policías y militares armados en una guerra en nombre de la “seguridad”
Texto y foto: José Ignacio De Alba
CHILAPA, GUERRERO.- Una decena de niños juega a aventarse de una resbaladilla cubierta de lonas con fotos de desaparecidos, que son también fotos de sus padres.
Los niños corretean, gritan y ríen, mientras del otro lado del salón, sus madres escuchan un relato espeluznante de lo que lo que probablemente fue la suerte de sus esposos e hijos: “este sicario declaró que pusieron en fila y los fueron cortando en pedazos, los echaban al fuego y lo que quedó, lo echaron al Río Verde”.
El que habla es el profesor José Díaz Navarro, quien para venir a la reunión del Colectivo Siempre Vivos tiene que ser escotado por 15 policías federales.
Las mujeres que escuchan están reunidas en un salón de fiestas, donde se improvisa el informe de los avances de las investigaciones de la familia Díaz Navarro sobre varios casos de desaparecidos vinculados a la operación de una banda criminal. La mayoría son esposas o madres de los hombres que fueron desaparecidos en mayo de 2015, cuando civiles armados sitiaron el pueblo y se los llevaron.
Los niños siguen jugando. Pero decir que no se dan cuenta de lo que les pudo haber pasado a sus papás es una mentira.
Entre las lonas colgadas con las fotos de los desaparecidos está la imagen de Daniel Velázquez. Laura Flores, su esposa, cuenta la historia del 12 de mayo del 2015 cuando se lo llevaron:
“Íbamos en la moto, le íbamos a echar gas allí en la gasera Sonigas, allí había dos urban con hombres armados, nosotros nos estacionamos frente a ellos para llenar el tanque. Y cuando ellos nos vieron llegar se hicieron señas entre ellos. Llegaron alrededor de 10 personas armadas allí donde estábamos, y se lo llevaron. Él me dijo: ‘me esperas’ y yo no sabía qué hacer, me quedé en shock”.
Desde entonces no lo ha vuelto a ver. Laura tiene ahora 27 años y se hace cargo de sus dos hijas: Vanesa, de 5 años, y Jimena, de 7. Hace unos meses, Vanesa empezó con un problema de salud.
“Empecé a ver que su cuellito se veía muy gordito, muy inflamado. Vi que hasta caminaba de lado y vi que tenía unas bolas. Lo primero que hice fue recurrir a las farmacias similares, y allí me dijeron que era una infección de ganglios. Pero con los medicamentos las bolitas no se le quitaron, la llevé con otro médico y le mandó a hacer estudios. Pero con el tiempo otra vez se le empezó a inflamar el cuello y la llevé al hospital general de aquí, pero aquí no hay pediatra. Entonces un cirujano dijo que no era su especialidad, que él no podía hacer mucho, que lo único que podía decir es que era un tumor”.
La mujer pone la cabeza de Vanesa entre sus piernas y le levanta el pelo, en el cuello aparecen un par de bolas como huesos de duraznos. Al tacto se sienten duras, como un cartílago. La niña se deja mostrar, en silencio. Sus ojos achinados son inexpresivos. “También tiene manchas en la cara”, dice la madre.
Laura lleva dos años en el Registro Nacional de Victimas (RENAVI), un organismo que depende del gobierno federal y que se encarga de garantizar que las víctimas tengan un acceso oportuno y efectivo a las medidas de asistencia, atención y acceso a la justicia. Pero cuando se le pregunta a qué le ha ayudado el RENAVI, ella piensa y levanta los hombros. En voz baja dice: “Nada”.
A raíz de la desaparición de Daniel, ella decidió terminar la preparatoria y estudiar derecho. Ahora, divide su tiempo entre buscar a su esposo y buscar un especialista para su hija. Pero deberá ir a la capital del estado porque el sistema de salud de Chilapa no incluye un pediatra.
“Yo me encuentro así, como que, qué hago. Siento que lo que está en mis manos y en mis posibilidades pues ya está hecho. Y no me encuentro en la posibilidad de buscar un pediatra particular. El cirujano me estaba diciendo que cada tomografía me va a salir en 2 mil 500, y la niña necesita dos”, dice.
— ¿Crees que la violencia es lo que está afectando a tu hija? — le pregunto.
—Sí, muchísimo. Además si esto no estuviera así, su papá estaría con nosotras y me ayudaría para que la niña se componga. Pero yo ya no sé qué hacer para que componga.
El Colectivo de Siempre Vivos tiene un patrón de unos 150 niños que han quedado sin padre en los últimos años, por la violencia azota la región y que sólo en 2017 ha dejado casi 250 ejecuciones. De la noche a la mañana, sus madres se vieron obligadas a hacerse cargo de sus casas. Entre los muertos no sólo hay adultos, en noviembre de este año fue asesinada una niña de 13 años, Diana Paulina, y su cuerpo fue abandonado en un camino de terracería.
Desde el 2005, en este pequeño municipio de la Montaña Baja no han parado ni las muertes ni las desapariciones. María Esther Uruchi busca a su esposo, Lázaro Nava, desaparecido desde el 21 de septiembre de 2014, cuando manejaba su camioneta de pasajeros. Su hija, Stefany Joselyn, tiene seis años, también ha tenido problemas de salud.
“Le salieron unos granitos en toda la boca y le sangran, la llevé con unos doctores y me dijeron que ya los tenía hasta sus gargantita. Me dijeron que es una enfermedad cómo se dice… No me acuerdo. Ella bajó mucho de peso, las tortillas ya no se las puede tragar. Ella bajó mucho de peso, porque no podía comer.”
Ella cree que la enfermedad de la niña está relacionada con la ausencia de su papá.
“Ella es la más chiquita y él siempre la traía con él. Donde quiera que él andaba ella. Lo esperábamos a las cinco a comer. Ya son tres años, es para que se le hubiera olvidado, pero no. Lo sigue buscando, y no puede subir de peso y no puede subir de estatura por lo mismo.
— ¿Qué le dices sobre la desaparición?-
— Le digo que está trabajando. Ella me dice que le ponga recarga al celular de su papá para que le pueda hablar con nosotros. Ella, a pesar de que está chiquita me pide que sea honesta con ella. Ella dice que le dijeron que su papá está muerto y cuando le pregunto: ‘¿Quién te dijo eso?´’. ‘por ahí unos pajaritos’. Eso es lo que me dice, pero la verdad es que yo no tengo valor de decirle la verdad. Entonces le digo que se lo llevó una señora y que igual y lo va a traer luego. Ella entonces me dice que si me pelíé con él, ella quiere una explicación. Yo hasta ahorita no tengo el valor de decirle la vedad, porque siento que no puedo. Si le digo siento que se va a aponer más triste, y va a dejar de comer. Ya la llevé con un doctor particular y me dijeron que me la llevara a pediatría, pero aquí no hay pediatría-.
María Esther trabaja haciendo la limpieza en casas. Gana “al mes como 800 pesos”. Su hijo mayor también trabaja, pero no vive en Chilapa, se tuvo que desplazar a otro pueblo después de la desaparición de su papá. Las medicinas que le recetaron a su hija costaban 400 pesos. Las consiguió en las farmacias similares a 30 pesos, “pero yo creo que esos medicamentos son más bajos porque casi no le sirven. En la gargantita le empezaron a salir más granitos. Ya me está preocupando porque cada vez los tiene más adentro. Me dijeron que eso puede provocar cáncer, eso es lo que más me preocupa. Ahorita creo que pesa 14 y medio. Para su estatura y para su edad no debe pesar eso. Los doctores me dicen que la tengo muy baja de peso, ¿pero qué quieren que yo haga?”
— ¿Y cómo le va en la escuela?
— Bien, bueno ahorita no ha habido clases por lo mismo. Ya tiene dos meses que no tienen clases.
Desde septiembre de este año se cancelaron clases para más de 60 mil niños que toman clases en los municipios de Chilapa, Atlixtac, José Joaquín Herrera, Zitlala y Ahuacuotzingo. En un principio las autoridades escolares argumentaron que la suspensión se debió al sismo del 19 de septiembre. Pero con el paso de los días, se supo que fue porque grupos delictivos estaban extorsionando a los maestros.
Regina Cervantes es una campesina que durante más de dos años buscó a su esposo, Roberto Zapoteco, un taxista de Zitlatla que desapareció en marzo de 2015. En 2016, cuando salió con el Colectivo Siempre Vivos a hacer búsquedas de fosas, llevaba a Samuel, su único hijo, de 7 años, porque no tenía quien se lo cuidara.
Samuel es un chico inquieto y listo. En el colectivo le apodan “tigre”, en referencia a la celebración tradicional de Zitlala, donde los hombres usan máscaras de tigre para atraer las lluvias.
Esta semana, a Regina y a Samuel las autoridades les entregaron por fin el cuerpo de Roberto Zapoteco, con la única explicación de que fue asesinado de tres balazos, pero quién sabe quién lo mató. Tampoco está claro por qué se tardaron casi tres años en encontrarlo.
Regina cuenta lo que para su hijo fueron esos meses de espera:
“Al principio lloraba mucho, no quería comer. Él siempre me anduvo acompañando que si al ministerio público y así, entonces él siempre supo lo que le había pasado a su papá desparecido. Él me preguntaba: ‘¿mamá para qué vamos para allá?’. Es que vamos a poner una denuncia, porque tu papá está desparecido, no aparece’. Le decía. De hecho me acompañó hasta las fosas”.
“Él me decía: ‘¿quién se llevó a mi papá?’. Le digo: ‘en este pueblo hay unas gentes que son malas, que se los llevan aunque no hagan nada’. Él lo que me decía, cuando estaba más chico, que cuando él fuera grande él iba a matarlos a los que le hicieron eso a su papá. Yo le dije: ‘no papi, eso no está bien. Tú estás chiquito no debes pensar en eso’. De hecho cuando nos trajeron las fotos del ministerio público con las fotos de su papá muerto yo se las enseñé. Entonces, él me dijo que si no iba a regresar, yo le dije: ‘no, hijo tu papi no va a regresar, pero él te va a estar cuidando desde donde esté. Y yo aquí estoy contigo y ya podemos ir a visitarlo, le podemos llevar flores’”.
Samuel quiso ver el cuerpo de su padre antes de que lo enterraran, pero la psicóloga que lo atiende recomendó que no, que mejor se quedara con la imagen de él vivo. Regina dice que seguirá en las búsquedas del colectivo, ayudando a otros familiares. Confía en que su hijo entenderá. “Cuando le dijeron que no podía verlo, por poquito luego llora. Pero está bien, está chiquito y se le va a pasar”.
Consulta más sobre nuestra cobertura de Chilapa en:
Guerrero, Los otros desaparecidos
Buscadores. José Díaz Navarro
Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente.
“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona