En 1996, cuando habitantes de San Agustín de los Tordos comenzaron con el proyecto de cuidar los mezquites, el monte, como le llaman a las áreas de agostadero, estaba pelón, es decir, sin árboles, con puro matorral y algunos cactus. Al par de años, el monte pelón comenzó a tener retoño de mezquites, pequeñitos, decenas, cientos
Texto y fotos: Daniela Rea
GUANAJUATO. -El mezquite es un árbol de zonas áridas y desérticas que llegan a vivir hasta 200 o 250 años, que suelen tener entre 4 y 5 metros de altura en promedio (algunos llegan a crecer hasta los 14), mientras sus raíces radiculares penetran hasta 45 metros de profundidad para buscar agua y sostenerse, lo que les permite sobrevivir en climas áridos, soportar las rachas de viento y evitar la erosión. El mezquite también es un filtro, el aire entra por sus ramas y se purifica.
Suelen ser árboles vapuleados por su corteza rugosa y áspera, sus hojas diminutas, y sus ramas que se extienden por todos lados, sin mucho orden, pero los mezquites son la representación de la vida en los desiertos.
De sus vainas se alimentan animales como las liebres, los ratones y pájaros como la matraca del desierto, el cardenal, la calandria y la paloma de ala blanca. De sus vainas también se alimentan los humanos, desde épocas antiguas. Cuentan que los nómadas del centro y norte de México, comían sus vainas dulces y frescas durante el verano, y guardaban otras para secar y moler y convertirla en harina. Con esa harina se puede hacer atole o panes.
Cuentan que su capacidad de dar vida es tal, que en un pequeño pueblo llamado San Agustín de los Tordos, en el Bajío existe la leyenda de tres hermanos que quedaron huérfanos y sin hogar, que el mayor de ellos se alimentó -y alimentó a sus hermanos- de la chúcuta, la goma que segrega la corteza del árbol y que se utiliza para preparar bebidas, como producto medicinal o como alimento.
“Aquí en el tejamanil había un señor y sus hermanos que se criaron huérfanos, dice él que se iba al monte y hacía bolas de goma del mezquite, comían mucha goma, esa goma es como la resina, pero es una resina comestibles y ese señor es muy fuerte, se metia debajo de una burra cargada, y la aguantaba. También podía cargar un costal de papas y lo cargaba con una sola mano. Él le echa la culpa a la goma del mezquite, decía que era así de fuerte por comerla”, dice don Salvador Mosqueda, vecino de San Agustín de los Tordos, en el municipio de Irapuato.
Don Salvador, junto con don Gabriel Ávila y Rogelio Juárez, son tres habitantes de este poblado que desde 1996 decidieron proteger los mezquites que crecen de manera natural en este ejido al reconocer el valor ambiental de estos árboles nativos y al reconocer también el valor social y de identidad de esta comunidad.
El terreno que protegen tiene alrededor de 40 hectáreas.
La historia de los guardianes de los mezquites comenzó en 1996 con una casualidad. Ese año el grupo ecologista de Irapuato Planeta Cuatro, dirigido por Leticia Ochoa, mandó a imprimir mil folletos para invitar a la conservación ambiental. Por alguna razón, uno de esos folletos llegó a manos de don Salvador, que decidió hacer caso y contactar a Planeta Cuatro, así la señora Leticia Ochoa llegó a San Agustín de los Tordos y comenzaron a planear una estrategia para la conservación de los mezquites.
Los compañeros del ejido decidieron entonces resguardar las áreas de agostadero —terrenos donde se práctica la ganadería extensiva, constituidos por zacates o pastos, hierbas, arbustos y árboles— y convertirlas en una reserva.
“Era 1996 y entonces el monte estaba pelón y cooperamos para contratar a un montero”, dice don Gabriel, un montero es una especie de guardabosques que cuidaba las hectáreas de tierra común para evitar que llegaran personas a talar mezquites para hacerse de su preciada madera.
Luego involucraron al gobierno municipal, el Instituto de Ecología les ayudaba a quitar el muérdago, una especie de tumor que le sale a los árboles; se involucró también al Centro de Bachillerato Agropecuario, cuyos estudiantes acudían a hacer prácticas profesionales como guardabosques, quitando el muérdago. Este apoyo duró poco. El municipio lo canceló.
En abril de 1998, a dos años de organizarse, los guardianes metieron una denuncia popular ambiental en contra de quien resultara responsable por el desmonte de entre 6 y 8 hectáreas de mezquites en San Agustín de los Tordos.
“… Había anomalías dentro de sus tierras, ya que estaban desmontando sin ningún permiso, dejando la tierra limpia y lo que más les preocupaba era que estaban cuidando un área como reserva, pagando a una persona porque cuide y no quieren que vayan a desmontar, perdiendo el trabajo de muchachos del CBTA y propios respecto de la poda de mezquites y cuidado de la vegetación”, dice la denuncia. El caso se resolvió señalando a un ejidatario de la tala y cobrándole una multa de 521 pesos. Pero en realidad no se resolvió porque desde entonces la tala ha sido reincidente.
El 5 de marzo del 2024 los guardianes del mezquite acudieron a la presidencia municipal y entregaron una carta escrita a mano en la que solicitaban la presencia de la autoridad “para que vengan a nuestra comunidad, para que vean las necesidades que tenemos y más que nada vean los desastres de la tala de árboles y el tiradero de basura”. No tuvieron respuesta.
“Lo que piden los compañeros de la comunidad es que las autoridades federales, estatales y municipales les respalden en el cuidado de la reserva de mezquites”, dice Leticia Ochoa.
Los campesinos piden que las autoridades de los tres niveles de gobierno acudan a la comunidad, midan las hectáreas de todas las áreas de agostadero, que las cerquen y den recursos para cuidarlas de talamontes y evitar el cambio de uso de suelo.
“Es una hermosura de tierra, lo queremos recuperar, hay nopales, tunas, verdolagas, queremos que no se mochen ninguna área verde. Queremos que la tierra se mantenga en terreno común, porque si se divide ‘dirán aquí es mío o aquí me dieron, puedo hacer lo que me dé la gana’ y no, porque no es nuestro, es de la tierra”, dice don Rogelio.
En medio de la lucha de la comunidad por rescatar los mezquites, los habitantes viven la carencia de agua y para acceder a ella tienen que comprarla. Por eso, la reserva ayudaría a la larga a la captación de agua.
En 1996, cuando comenzaron con el proyecto de cuidar los mezquites de San Agustín de los Tordos, el monte, como le llaman a las áreas de agostadero, estaba pelón, es decir, sin árboles, con puro matorral y algunos cactus. Al par de años, el monte pelón comenzó a tener retoño de mezquites, pequeñitos, decenas, cientos.
“El árbol crece, tira su semilla, la semilla se cae y la lluvia mete la semilla a la tierra, y no sale de inmediato porque tiene la cáscara dura y se tiene que ablandar, con el tiempo, con la lluvia, hasta que se abre, germina y sale hacia la superficie”, explica don Salvador.
El trabajo de los guardianes es cuidar el espacio de los depredadores humanos y no humanos: personas que acuden a talar mezquites para llevarse su leña o que prenden fuegos para “limpiar” el terreno y en su descuido prenden también mezquites o los talan para sembrar en su lugar agave o sorgo o cualquier otro producto que puedan vender. Y depredadores no humanos como las vacas o los conejos que se comen los retoños apenas salen a la superficie.
“El trabajo que hacemos nosotros para cuidar es que si están destruyendo los mezquites les decidimos que no está bien, que piensen en su familia porque los atacamos por ese lado, que estamos destruyendo el medio ambiente. Ya no les decimos que los vamos a demandar porque no hay autoridades. Lo que les decimos es que no está bien que destruyamos el medio ambiente, estamos cambiando el clima, donde no llovía llueve y donde llueve deja de llover, así viene sucediendo y les decimos eso”, dice don Salvador.
Los mezquites son árboles que crecen lento, eso, sumado al uso indiscriminado de su leña, hace que esté en peligro de extinción en varias regiones del país. “Si ahorita nace un niño y nace un mezquite, el niño cuando crezca no lo llega a ver hasta la vejez del mezquite, porque el mezquite es muy lento para ir creciendo, crece más lento que nosotros, por eso es muy fuerte, pero es lento para crecer”.
“Bajo la tierra hay una reserva inmensa de semillas, sólo tenemos que permitir que nazcan”, dice don Gabriel.
Para recuperar la reserva, dice Leticia Ochoa, “No se sembró un solo mezquite, no se gastó una sola gota de agua. Nomás respetando la tierra, ella se recupera sola, esa es la lección que nos dan al mundo estos señores, la lección que debemos tomar todos los seres humanos, la tierra se recuperó sola”.
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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