Juan Rulfo logró con un par de libros ganar reputación universal y llevar los paisajes rurales de Jalisco a todo el mundo. Su literatura forma parte de la identidad de los mexicanos. Pero este escritor mexicano tuvo una vida también lejos de Sayula, en Guadalajara y Ciudad de México donde vivió enigmático y huraño
@ignaciodealba
“Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos como si fuera el vástago de un racimo de plátanos y aunque siento preferencia por el verbo arracimar me hubiera gustado un nombre más sencillo. En la familia Pérez Rulfo nunca hubo mucha paz, todos morían muy temprano, a la edad de 33 años y todos eran asesinados por la espalda” relató en alguna ocasión Juan Rulfo.
Nació el 16 de mayo de 1917, en Sayula, un pequeño pueblo marcado por el paso de revolucionarios y cristeros. Su propia familia lo perdió todo en las conflagraciones que agitaron al país. De hecho, su literatura se enmarca cercana a estos episodios, donde los hombres quedaron a la deriva de su propia violencia.
Vivimos en una tierra en que todo se da, gracias a la Providencia; pero todo se da con acidez. Estamos condenados a eso.
En Sayula se conserva aún la casa donde vivió el escritor. También se conserva en San Gabriel el Colegio de las Josefinas, donde estudió.
Cuando Juan Rulfo tenía 5 años, su padre fue asesinado. Algunos años después su madre también murió. Sus abuelos murieron al poco tiempo y él quedó en una pronta orfandad.
Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.
Rulfo fue ingresado a un orfanato en Guadalajara, llamado ahora Instituto Luis Silva.
El escritor relató a un periodista que esos fueron los años más duros de su vida: “lo único que aprendí fue a deprimirme, fue una de las épocas en que me encontré más solo, donde conseguí un estado depresivo que aún no me logro curar”.
Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
Rulfo estudió contabilidad en la Ciudad de México. En la UNAM también asistió a distintas conferencias en el Colegio de San Ildefonso.
El escritor trabajó en la Secretaría de Gobernación, fue agente de migración, recaudador de rentas, publicista y agente de ventas de la llantera Goodrich-Euzkadi.
“De los ranchos bajaba la gente a los pueblos; la gente de los pueblos se iba a las ciudades. En las ciudades la gente se perdía; se disolvía entre la gente”.
En 1940 tomó la pluma y se dedicó a escribir una novela sobre la Ciudad de México, pero cuando la acabó la destruyó “porque era muy mala”. Se sabe que aquel texto era sobre un campesino que migró a la ciudad. En esos años hizo sus primeras colaboraciones para las revistas “Pan” y “América”. Aquellos cuentos darían forma a su primer libro «El Llano en Llamas” (1953).
Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros.
En 1947 Juan Rulfo le escribió un par de cartas a su novia Clara Aparicio, donde le relata que está elaborando un texto llamado “Una estrella junto a la Luna”, que en realidad es “Pedro Páramo” (1955).
Dos libros, como un universo. Rulfo retrató el lenguaje coloquial del campesino de Jalisco. Su prosa es poderosamente poética, la utilización del silencio y la impresión del paisaje son dos rasgos distintivos del escritor. No existe otro mexicano que haya logrado con tanta claridad el realismo mágico. Sus obras siguen siendo un retrato del México profundo. Es el escritor mexicano más leído. Pero a pesar de su fama mundial siempre fue reacio a encontrarse con el público. Tremendamente introvertido, el escritor cultivó una celosa soledad.
Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento.
Rulfo y Clara Aparicio se casaron en 1948 y vivieron en el departamento 1 del edificio Tigris #84, en la colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México. Una faceta poco conocida de Rulfo es la de la fotografía. La recopilación sobre su trabajo gráfico es un documento valioso sobre la vida rural del país.
Su último trabajo fue en el Instituto Nacional Indigenista, donde se encargó de editar algunas de las ediciones sobre antropología en México.
Rulfo fue diagnosticado con cáncer en 1985. Un año después falleció en la Ciudad de México, en la calle Felipe Villanueva, en la colonia Guadalupe Inn. Su amigo Juan José Arreola dijo: “Rulfo consagró la voz de la tierra. Nadie puede continuar su obra, ni él mismo se atrevió a hacerlo”.
Esa noche volvieron a sucederse los sueños. ¿Por qué ese recordar intenso de tantas cosas? ¿Por qué no simplemente la muerte y no esa música tierna del pasado?
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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