Las víctimas del equipo Los Avispones de Chilpancingo, atacadas también la Noche de Iguala, no están incluidas en la comisión de la verdad para esclarecer el caso. «A cinco años pedimos justicia, pedimos que sepamos la verdad de lo que pasó», dice Roberta Evangelista, madre de uno de los muchahos asesinados
Texto: Vania Pigeonutt
Fotos: Rashide Frías / Cuartoscuro
CIUDAD DE MÉXICO.- Roberta Evangelista recuerda el 26 de septiembre como cada año desde 2014. Ese día su hijo David Josué García Evangelista Zurdito, fue asesinado por supuestos sicarios y policías municipales, junto al chofer del equipo de Los Avispones, Miguel Lugo, en un ataque donde también murió Blanca Montiel, la pasajera de un taxi, que recibió un balazo de los cientos detonados.
A cinco años de distancia, la mamá del Zurdito no sabe por qué a las víctimas del equipo Los Avispones de tercera división, que también fue atacado la misma noche que los normalistas de Ayotzinapa –43 fueron desaparecidos y tres, asesinados–, no las incluyeron en la Comisión de la Verdad para resolver el caso.
“A mi hijo ya lo enterré, a diferencia de los padres de los 43 que no saben dónde están. Es más la desesperación, menos esperanzas de encontrarlos en vida. El gobierno debe de tomarnos en cuenta a todos. ¡Nos tienen aislados! No nos consideraron. No hemos tenido ningún llamado. No ha habido ningún acercamiento por parte del gobierno federal”, reclama.
Esa noche el equipo de tercera división había derrotado 3 a 1 al equipo de tercera división, Iguala. Todo había sido euforia. David, quien tendría 20 años, le avisó a su mamá que en su partido debut habían resultado campeones. Y que se retrasaron, que llegaría un poco tarde a Chilpancingo. La última comunicación vía Whatsaap fue alrededor de las 22:30.
La fortaleza de Roberta Evangelista durante estos cinco años han sido sus otros dos hijos y su familia. Dice que hay momentos en los que le gana la tristeza, pero sigue. “Ha sido difícil. A cinco años pedimos justicia, pedimos que sepamos la verdad de lo que pasó. Nos tienen con la incógnita. Desconocemos por qué pasaron las cosas así”.
Dice que de su hijo siempre seguirá sintiendo lo mismo, y que aún no pierde contacto con el equipo de Los Avispones. El 26 le hicieron un homenaje en la cancha de futbol del equipo que sigue en tercera división. Fue invitada de honor para presenciar la presentación de la nueva alineación. “Para mí, mi hijo siempre será mi avispón”.
De este equipo fueron 31 víctimas directas, según sabe Roberta, todas con el derecho a conocer la verdad de lo ocurrido, dice. Las familias han tenido repercusiones en su salud. Ella sufre de ansiedad. “Desde ese momento con mi peque aunque yo quisiera ser la misma, ya no es igual, trato siempre de estar con mi familia, no estar sola, me llega la tristeza, y me pongo a recordar a mi niño y nuevamente siento que caigo en el hoyo, acá seguimos”.
Recuerda que al principio cuando ocurrió la noche de Iguala, la Comisión de Atención a Víctimas se acercó a ellos para darles apoyos, becas, cuando se dictó la resolución del caso también, pero en diciembre que se dio la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) no ha habido más.
Lamentó que no han salido ni las resoluciones de violación a derechos humanos, y los procesados están saliendo de la cárcel. Roberta Evangelista pide justicia por su hijo y que estos hechos jamás se vuelvan a repetir. Dice que esta vez fue su familia, pero hay miles de familias más enlutadas por la delincuencia y las autoridades.
Othokari González, era delantero del equipo de Los Avispones en septiembre de 2014. De la tragedia que dejó seis asesinados y 43 desaparecidos han pasado cinco años. En ese entonces tenía 17, ahora 22 años. La tragedia marcó su vida, pero siente que ha sanado con la ayuda de terapia psicológica y su familia.
Othokari cambió el futbol por la Economía. Tiene tres años estudiando Ciencias Económicas en la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro). De esos días de avispón recuerda con cariño a su mejor amigo Zurdito, pero ahora confiesa que está enfocado en terminar su carrera, y seguir los pasos de su mamá, quien trabaja en el área de criminalística de la Procuraduría General de la República (PGR).
Othokari fue al homenaje del Zurdito que el pasado 26 de septiembre. Allí estaba el gobernador, Héctor Astudillo Flores, el ex presidente municipal, Mario Moreno, en cuya gestión ocurrieron las balaceras de Iguala. Othokari espera que haya apoyos a su equipo de infancia, pero él ya no se ve jugando de manera profesional.
Después de dejar Los Avispones se fue al equipo de Segunda división, Valle Verde, en Chiapas, pero regresó a Chilpancingo de vacaciones y decidió quedarse a estudiar. Desde entonces, Otho decidió que sólo jugaría futbol de manera profesional. Sabe que habría tenido mucho futuro en el deporte, porque fue de los delanteros más goleadores, pero prefiere una vida lejos de la cancha.
“Es algo que nunca se podrá olvidar. Cada año, cada mes de septiembre, es recordarlo con mucho dolor. Mi vida cambió un poco. Yo sigo dándole gracias a dios que no me pasó nada”, dice sobre la noche de Iguala.
En estas fechas él y su amigo Luis Romero, otro sobreviviente del equipo de Los Avispones, era el portero, se acuerdan mucho de sus compañeros y de lo que sintieron al quedarse atrapados en las balas. Casi nadie habla del tema. Para Luis Romero y él ahora lo más importante es terminar su carrera de Ciencias Económicas. Es una gran coincidencia haber coincidido en el mismo salón.
Del Zurdito recuerda que siempre iba su mamá a acompañarlo a los partidos.
Los Avispones derrotaron 3 a 1 al equipo de tercera división de futbol de Iguala. Los 29 que abordaron el camión de regreso a Chilpancingo, entre jugadores y equipo técnico se echaban porras, se abrazaban. “Valió la pena jugar tan noche”, valoraban.
Minutos después de las 12:30 de la noche, los rostros de felicidad se desfiguraron. El pánico se apoderó de los semblantes y el angosto pasillo del autobús de pasajeros se convirtió en su único refugio.
El estruendo de los balazos taladraba los tímpanos. Los gritos de la gente fuera del camión y de los jugadores, muchachos de entre 15 y 17 años, erizaban la piel. Nadie sabía lo que pasaba. Transcurrieron segundos para que todos, después de que se escucharan las ráfagas, a excepción de unos cinco, se tiraran al suelo. Alguno de los cinco que no se tiraron, entre ellos el director del Deporte de Chilpancingo, Facundo Serrano, gritaba: “¡No disparen, no disparen, somos jugadores, somos el equipo de los Avispones!”. Pero a los pistoleros eso no les importó.
Afuera del camión, en el crucero de Santa Teresa, casi a la salida de Iguala, había otros siete vehículos baleados. Algunos corrieron con menos suerte. Una mujer del Estado de México murió en el interior del taxi en el que viajaba, mientras que Aureliano, el chofer, sigue con una fractura difícil en el tobillo izquierdo.
“Las estrellas se veían brillantes en el firmamento”, recordó otro sobreviviente al otro día de la tragedia; quizás era lo único que daba un poco de paz. Los siete vehículos balaceados quedaron en fila, casi a ras de carretera. La gente pedía ayuda, otros trataban de revivir a sus muertos. Los integrantes de los Avispones vieron morir a David Josué García Evangelista de 15 años, quien recibió las balas en el pecho y falleció casi al instante. “¡Era imposible ayudarlo!”.
Fue un milagro, definió Facundo.
El autobús se salió de la carretera (Iguala- Chilpancingo), porque al primero que hirieron las balas de grueso calibre fue al Barcel, como apodaban a Miguel Lugo, el chofer del camión. Cuando los pistoleros en ese que fue el tercer ataque de tres ya habían disparado, esperaron unos segundos y remataron el camión, que casi se voltea.
Fueron minutos de mucha angustia y desesperación, según narraron los sobrevivientes. Todo pasó por la mente de quienes iban como responsables del equipo, entre ellos Facundo. Atrás de ellos venían unos padres de familia que constataron lo ocurrido. Pensaban en qué pudo haber pasado, quiénes pudieron disparar contra jóvenes deportistas.
Las llamadas al 066 no cesaron. Llamaban, llamaban, llamaban, y el servicio no funcionaba. Fue hasta que se pudo comunicar Facundo con personas del ayuntamiento de Chilpancingo, cuando les relató lo ocurrido y casi dos horas después llegó la ayuda. Demasiado tarde, reclama, llegó una ambulancia de la Cruz Roja a auxiliarlos a ellos y a los heridos de los vehículos baleados. Pero lo peor ya lo habían vivido. Recuperarse a esta experiencia, aseguró, no sería nada sencillo.
El 26 y 27 de septiembre, al parecer, en una confusión, esos mismos policías abrieron fuego contra el camión de jugadores, que por la edad y su sexo, bien pudieron pasar por normalistas. Sólo son hipótesis. Murieron ahí tres personas. En total esa noche seis, 43 desaparecidos y hubo 25 heridos. De éstos, 12 eran del equipo de futbol.
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