Leticia, la misionera

31 marzo, 2015

Tenía 25 años, una licenciatura en Comercio Internacional por la Universidad de Guadalajara, un trabajo bien pagado en una empresa aduanera, ocho hermanos —dos de ellos, migrantes–, el recuerdo de un padre que murió cuando ella era niña y el ejemplo de una madre que, al quedar viuda, tomó las riendas de la casa.

Texto: Thelma Gómez Durán.

Fotografía: Prometeo Lucero

CIUDAD DE MÉXICO.– Leticia Gutiérrez Valderrama decidió dar un giro a su destino.

Leticia se armó de valor y habló con su madre:

—Me voy a ir de religiosa. Te guste o no, quiero ser monja.

El anuncio sorprendió a Gregoria Valderrama, pero no le disgustó.

Los hermanos de Leticia tomaron la noticia con incredulidad.

—Como era muy creída, decíamos que no iba a aguantar —recuerda Reina, la menor de los Gutiérrez Valderrama—, pero mira, sí aguantó.

Durante mucho tiempo, Reina no conoció detalles sobre la vida religiosa de su hermana. Sabía que se dedicaba a la atención de migrantes, pero no más. El día que encontró la fotografía de Leticia en una revista, se sorprendió; se enteró que en México secuestran y matan a migrantes centroamericanos que desean llegar a Estados Unidos. En esa publicación supo que la misionera Leticia reclamaba al gobierno por su indiferencia y complicidad en esos secuestros. Miró varias veces la fotografía y no podía creer que su hermana, aquella que recordaba “frágil y creída”, tuviera esa fuerza para defender a los migrantes.

—Cambió mucho mi percepción sobre ella —dice Reina vía telefónica desde Guadalajara—. No la veo como una monja, la veo como una guerrera.


México es un país marcado por la migración.

Desde los años 20 del siglo pasado, los mexicanos comenzaron a migrar a Estados Unidos. La Organización Internacional para las Migraciones (IOM, por sus siglas en inglés) calcula que, al año, más de un millón —con documentos y sin ellos— se van al país del norte.

Organizaciones no gubernamentales estiman que cada año entre 150 mil y 400 mil personas, sobre todo centroamericanos, ingresan en forma irregular a México para cruzar su territorio y llegar a Estados Unidos.

Desde 2009, sacerdotes que atienden albergues para migrantes denuncian las extorsiones, violaciones sexuales y secuestros masivos contra esta población. Su voz de no se ha escuchado.


—Para liberar a un migrante secuestrado, a las familias les piden 6 mil dólares —cuenta la misionera Leticia, en las oficinas de Scalabrinianas: Misión para Migrantes y Refugiados (SMR), organización civil que formó después de que la jerarquía de la Iglesia Católica de México intentó sacarla del terreno de la defensoría de migrantes.

Su deseo de ser religiosa no ocurrió de un día para otro.

Cuando Leticia estudiaba en la Universidad fue voluntaria en el albergue para drogadictos de Barrios Unidos en Cristo, movimiento de jóvenes católicos, y colaboró con religiosas franciscanas dedicadas a la atención de enfermos.

La idea de ser monja comenzó a rondar sus pensamientos cuando acudió a un retiro religioso con las misioneras Scalabrinianas, congregación formada en Italia en el siglo XIX y dedicada a la atención de los migrantes en todo el mundo.

Las Scalabrinianas le hablaron de los albergues para migrantes que atienden en varias partes del mundo. Le contaron que en Tijuana había uno dedicado a la atención de migrantes mexicanos. La invitaron a ser voluntaria; Leticia hizo maletas y se fue para el norte.

En esa ciudad fronteriza, donde la migración se respira, la idea de ser monja la dominó.


Alberto y Chuy, sus hermanos mayores, fueron los primeros migrantes que Leticia conoció. Como muchos mexicanos, ellos se fueron de “mojados”, como se le dice en México a quienes buscan entrar a Estados Unidos sin tener una visa.

—Cuando ellos se fueron —recuerda Leticia—, yo no tenía idea de lo que viven los migrantes. Así que nunca les pregunté cómo fue que cruzaron la frontera, cómo fue el camino o cómo era su vida allá. En casa nunca se los preguntamos, sólo recibíamos el dinero que nos mandaban, pero no preguntábamos.

Leticia conoció cómo es la vida de los migrantes en el Centro Madre Assunta, albergue de las misioneras Scalabrinianas en Tijuana. Ahí fue asistente de enfermería y aprendió a curar pies lastimados por tanto andar. También conducía las pláticas con las mujeres en las que ellas hablaban del por qué migraban.

—¿Ustedes creen que las mujeres somos importantes? —preguntó Leticia en una de esas pláticas.

Una mujer comenzó a llorar. Cuando la sesión terminó, Leticia escuchó su historia: Ella dejó el Distrito Federal después de que su esposo la abandonó cuando su hijo, recién nacido, murió.


—Me impactó escucharla. Ahí supe que muchas mujeres migran no sólo para encontrar condiciones económicas mejores, sino porque quieren encontrar una vida distinta a la que dejan.

Leticia dejó Tijuana para viajar a Roma y estudiar en la Universidad Pontificia Urbaniana. Ahí se encontró con polacas, rumanas, filipinas, peruanas y ecuatorianas que le confirmaron que la migración también tiene un rostro femenino.

—Las mujeres migrantes —confiesa Leticia— me han enseñado lo que es la fortaleza, me han enseñado que no somos las débiles o incapaces.


En Roma, Leticia dudó. Terminó sus estudios en filosofía y regresó a México, para decirles a las misioneras Scalabrinianas que no estaba convencida de que su destino era ser monja.Leticia regresó a la vida laica, rentó un departamento y consiguió trabajo en Tijuana; intentó retomar su camino lejos de la vida religiosa.

—Pero no pude. Mi vida se convirtió en trabajo, casa, trabajo. Un día, después de haber llorado y de reconocer que no era feliz, que no estaba en mi lugar, pedí a las hermanas que me dejaran regresar a la congregación. Me dijeron que no. Insistí. Me dijeron que llevara mi petición por escrito a la madre general. Cuando ya estaba a punto de irme a San Diego (Estados Unidos) a trabajar, me avisaron que sí me aceptaban.

En 2006 Leticia regresó a la vida religiosa y a caminar con los migrantes en un albergue de Ensenada, Baja California.

A principios del 2007, su congregación le informa que ella deberá sustituir a la religiosa brasileña que, en ese entonces, era la secretaria ejecutiva de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana, de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

—Yo no quería asumir ese cargo. Desde que me dieron la noticia, me iba al sagrario y le decía a Jesús: ‘no soy la persona indicada. Tu estás equivocado…’ Nunca dejé de negociar con Dios que yo no era la persona indicada.

Su negociación no funcionó.

—Tenía dos o tres días en el cargo y la primera llamada que recibí fue del padre Alejandro Solalinde. Me llamó para decirme: “me metieron a la cárcel”.

El sacerdote Alejandro Solalinde Guerra dirige “Hermanos en el Camino”, albergue para migrantes en Ixtepec, Oaxaca, comunidad que forma parte de la ruta de los centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos montados en el lomo del tren.

Por denunciar los secuestros de migrantes y la colusión de autoridades en estos delitos, Solalinde —como varios defensores de migrantes— ha recibido varias amenazas. En 2008, intentaron quemar el albergue que dirige:

—Le avisé a la hermana Lety. Ella llegó y estuvo encerrada ahí con nosotros cinco horas, en una reunión terrible que fue un verdadero tormento por parte de la autoridad municipal y todos los que estaban aliados para que quitáramos el albergue… Ninguno de mis pastores, ninguno, me acompañó como la hermana Lety.


Desde el 26 de marzo de 2007 hasta enero de 2013, la misionera Leticia fue la secretaria ejecutiva de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana, entonces dirigida por Rafael Romo, arzobispo de Tijuana.

Ahí, la hermana Leticia integró un equipo de abogados y defensores, entre ellos el ex sacerdote Carlos Aarón Rodríguez y Leonila Romero, nieta de la fundadora de “Las Patronas”, mujeres que desde hace 20 años reparten comida y agua a los centroamericanos que viajan en el lomo del tren de carga para acercarse a Estados Unidos.

Desde la trinchera de la Pastoral, la misionera libró varias batallas. Una fue ganarse el respeto de los sacerdotes que dirigían los albergues para migrantes.

—Algunos obispos y padres decían: “Ella sólo es una simple secretaria” —recuerda Solalinde— Pero ella fue creciendo, fue desarrollando su liderazgo, se portó como alguien con autoridad en la Iglesia. Se hizo respetar por su trabajo. A mi me sorprendió, porque supo lidiar conmigo, porque soy una persona muy difícil… me ayudó en acabar de limar esos prejuicios que uno trae del machismo.

—Somos parte de una institución totalmente machista, patriarcal. La hermana ha sido víctima de este machismo, de esta estructura jerárquica tan escandalosa. —señala Fray Tomás González, a cargo del albergue La 72, en Tenosique, Tabasco.

En Tijuana, durante una reunión convocada por la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana, la misionera mostró que podía ser una líder.

—Había muchas diferencias entre la Dimensión Pastoral y las casas de migrantes —recuerda Solalinde—. En esa reunión, ella ayudó a que comenzarán a limarse esas diferencias. Quienes nos criticábamos o nos teníamos desconfianza, acabamos integrando una comunidad de defensores.

—Ella logró lo que nadie antes había conseguido: juntar a todas las casas del migrante y a otros defensores, sentarlos en una mesa y decirles que tenían que ponerse de acuerdo para hacer un trabajo que tuviera peso e incidencia para la defensoría de los migrantes. Creó una especie de liga de la justicia dentro de la pastoral de la movilidad —cuenta Javier García, fotógrafo que ha dedicado varios años a documentar la migración centroamericana en México.

El fotógrafo repite lo que otros defensores dicen: “La hermana Leticia ha obligado a las instituciones a que hagan su trabajo”.

Para ilustrarlo, Solalinde recuerda que a principios de 2009, cuando el secuestro de migrantes se incrementó, la hermana Leticia se presentó en la oficina del quinto visitador de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Mauricio Farah.

—Se plantó a fuera de la oficina del visitador y logró que la Comisión tomara el tema y presentara el primer informe donde documentó 9 mil 758 secuestros de migrantes. Detrás de ese informe estuvo la hermana Lety.


En 2010, el fotógrafo Javier García conoció a la hermana Leticia en una conferencia sobre migración en la Universidad Iberoamericana: “Se vestía con faldotas hasta los tobillos, era muy seria. Muy inexpresiva. Hablaba muy poco… Cuando la vi, dije: ‘esa señora, quién es. ¿Cómo va a hablar de migración?’ Ahora esa imagen quedó muy lejos”.

En esa conferencia también estaba Concepción Moreno, mujer que daba de comer a los migrantes que pasaban por Querétaro. En 2005 fue detenida por agentes de la entonces Agencia Federal de Investigación (AFI), acusada de tráfico de migrantes. Fue sentenciada a seis años de prisión. El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez tomó su caso y consiguió liberarla. No la libraron de los tres años que ya había pasado en la cárcel.

Cuando Leticia conoció la historia de Concepción, se dio cuenta de que “la pastoral no sólo se conformaba por gente de la Iglesia, sino por laicos, creyentes y religiosos comprometidos con una misma causa: ayudar a los migrantes”, cuenta Javier.

Es tal la amistad que ahora tienen Javier y la misionera que ella le llama Flaco. Él, un férreo ateo, a veces le dice “Lety”.

—¿Han hablado de tu ateísmo? —pregunto a Javier.

—Alguna vez. No recuerdo bien por qué surgió. Lo que recuerdo es que le dije que yo no creía en dios, que yo creía en Las Patronas y en la santa hermana Leticia de los mitotes. Ella se rió y fue lo único que hablamos acerca de dios.


A finales de 2012, se dan cambios al interior de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Guillermo Ortiz Mondragón —obispo de Cuautitlán, Estado de México, y cercano del presidente Enrique Peña Nieto— llega a dirigir la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana. En enero del 2013, Ortiz pide a la misionera Leticia que deje el cargo de secretaria ejecutiva. Ni siquiera le permiten que haga una entrega formal a quien ocuparía su cargo.

—Al Episcopado Mexicano le dio miedo cómo se llevaba el tema de la migración, de cómo se denuncia lo que pasa en México con los migrantes. No les gustaba que se criticara al gobierno, porque muchos obispos son amigos de los priístas. Por eso ponen un freno y sacan de la jugada a Lety. Y con ella, tratan de sacar a todos los que estábamos con ella. A mí, el obispo Ortiz me dijo que lo que nosotros hacemos no es trabajo de Iglesia, porque la Iglesia son ellos —asegura el padre Solinde.

—A partir de que se va la hermana Lety de la Dimensión, y al ver que no hay acompañamiento para los defensores, se decidió formar un colectivo —explica desde Ixtepec, Oaxaca, Alberto Donis Rodríguez, guatemalteco que también decidió dar un giro a su destino y quedarse en México para ser defensor de migrantes.

De lo que habla Alberto es del Colectivo de Defensores de Migrantes y Refugiados (Codemire), formado por 27 albergues y organizaciones que trabajan en la defensa de los migrantes.

—Se decide hacer este colectivo —comenta Fray Tomás González—para ser otra voz. La Iglesia no son solamente quienes integran la jerarquía católica. Hay otros que somos Iglesia. Y aunque no tenemos el poder, tenemos la capacidad para organizarnos.

—En la Pastoral —comenta el ex sacerdote Carlos Aaron— nos dimos cuenta que el trabajo en conjunto, formar redes, mostrar y entender que no estamos solos como defensores, logra salvar vidas.

Los representantes de las 27 organizaciones que forman Codemire nombraron como secretaria técnica a la hermana Leticia. La presentación pública de este colectivo, que ya lleva dos años trabajando, será en abril próximo.

—Otra mujer sin su temple, otra religiosa (porque la presionaron mucho eclesiásticamente y a su congregación también), hubiera dicho hasta aquí pude. Pero ella, no. Se quedó. —destaca Solalinde.


A esta monja, que nació el 4 de julio de 1968, le gusta bailar. Siempre lleva el cabello muy corto. Es común que vista pantalones y blusas bordadas por manos indígenas. Cuando participa en marchas, lleva un sombrero de paja tejida. Y, en alguna ocasión, no tuvo empacho en llevar un kepí con una estrella roja. Es una usuaria intensa de Facebook. Su página en esta red social está colmada por fotografías de marchas y talleres con defensores de migrantes. También publica frases como estás: 6 de octubre del 2014: “En qué país vivimos… hacia el exterior dicen los mentirosos políticos, empezando por el Presidente Enrique Peña Nieto para abajo, que aquí se vive y se gobierna con un compromiso a los derechos humanos… lo que realmente vivimos son asesinatos, desapariciones, aniquilaciones y exterminio a una población que le cuestiona, que interroga, que no se conforma con lo que en este gobierno hace porque ni gobierna, ni protege…”.


Leticia Gutiérrez eligió 15 de octubre del 2009 para realizar los votos perpetuos. Escogió ese día porque en el calendario religioso se celebra a una de las santas que más admira: Teresa de Ávila, fundadora de la congregación de las carmelitas descalzas, mujer que —según cuentan— tenía un carácter fuerte. Y debió haber sido así, porque ella fue una de las protagonistas de la reforma de la Iglesia de 1500.

Ese día, Leticia estuvo acompañada de su familia, amigos y de varios sacerdotes que dirigen casas de migrantes. La celebración fue con tequila y mariachi.

Leticia recibió el anillo y el crucifijo que distinguen a las misioneras Scalabrinianas. El crucifijo lo guardó en un cajón cuando Solalinde le regaló una cruz de madera oscura y atada con un cordón de cuero negro.

—Cuando no llevo esa cruz, siento que me falta algo. —confiesa Leticia mientras envuelve con su mano derecha la pequeña cruz.

Si se le pregunta a Solalinde el significado de esa cruz, él dirá que representa a ese Dios que se anticipa. “Un Dios que nos eligió primero, no lo elegimos nosotros. Él nos eligió”. Esa cruz, dice, también es un símbolo de apertura.


En Coatzacoalcos, Veracruz, la hermana Leticia conoció a los migrantes que viajan en el tren de carga. En esa ciudad, los laicos le enseñaron a identificar a los “coyotes”, como en México se les llama a quienes cobran a los migrantes para guiarlos en su camino.

—Ahí miré por primera vez cómo los migrantes hacen la fiesta cuando llega el tren; cómo ellos van midiendo el movimiento del tren para saber en qué momento lanzarse y colgarse. Ahí fue que decidí dedicarme a la migración, ahí fue que comencé realmente a aprender.

Cuando Leticia conoció Coatzacoalcos, el lugar comenzaba a ser identificado como uno de los puntos críticos en la ruta de los migrantes. Hoy Coatzacoalcos, y todo el trayecto por Veracruz, está marcado como una de las zonas donde secuestros y extorsiones son recurrentes.

—Los migrantes en tránsito —remarca la hermana Leticia— siguen siendo un botín para muchos. El mismo gobierno simula los operativos, simula la preocupación por los migrantes. Son simulaciones para cuidar otros intereses, al final, intereses económicos.


Durante el segundo semestre de 2014, cuando comenzó a operar el Plan de la Frontera Sur —impulsado por Estados Unidos y ejecutado por el gobierno de México—, se reforzaron los controles migratorios en la ruta, sobre todo en el sureste del país.

—Este programa es una cacería de migrantes. En noviembre tuvimos el caso de cuatro salvadoreños que fueron perseguidos por migración. Ellos se metieron al monte, a un potrero, llegó la migra y prendió fuego al potrero para que salieran —asegura Alberto Donis.

Alberto, 29 años, nació en Santa Rosa, al sur-oriente de Guatemala. Como muchos de su tierra, tomó una mochila y viajó para el norte. Cuando llegó a Chiapas, policías federales le robaron el dinero que llevaba para hacer su viaje en autobús. Montado en el tren llegó hasta Oaxaca, donde echó raíces. Hoy es defensor de migrantes.

El Plan de la Frontera Sur provocó que las rutas de los migrantes cambiaran. Ahora ellos viajan por zonas más peligrosas. En Oaxaca, por ejemplo, los defensores abrieron un comedor en el poblado de Chahuites.

—Ahí se están dando muchos asaltos y violaciones —explica Alberto Donis—

—Desde la implementación del Programa de la Frontera Sur —dice Fray Tomás González— se dispararon los delitos en contra de los migrantes… Nosotros llevamos más de 50 denuncias ante las procuradurías federales y estatales… Tenemos denuncias por robo, violación, secuestros masivos; tenemos varias en contra de funcionarios del Instituto Nacional de Migración y de la Policía Federal. Estamos acompañando tres donde los agentes les cobraban de 5 a 7 mil pesos por pasar a una persona en un retén de migración.


Leticia no perdió tiempo después de que fue obligada a dejar la Dimensión Pastoral. Decidió no abandonar los terrenos de la defensa de los migrantes. Habló con su equipo y juntos formaron una nueva trinchera: Scalabrinianas: Misión para Migrantes y Refugiados (SMR), organización dedicada, sobre todo, a la atención de migrantes víctimas de delito y al acompañamiento de los defensores.

—Nos reuníamos todos los días para platicar cómo tenía que ser la organización. Lety me contaba que su sueño era lograr un centro de atención integral, seguir acompañando a los defensores de migrantes y dar formación —cuenta el ex sacerdote salesiano Carlos Aarón Rodríguez.

SMR se fundó el 2 de febrero de 2013, en un pequeño departamento cercano a la Basílica. A finales del 2014 consiguieron un donativo que les permitió remodelar un nuevo espacio, también en el norte de la ciudad.

La organización se rige por un consejo, en el que participan defensores y abogados.

—Es la primera religiosa con la que trabajo que permite un consejo donde todos tenemos el mismo voto. —reconoce Carlos Aarón.
A dos años de su creación, son 15 personas las que trabajan en SMR dando acompañamiento jurídico y psicológico a migrantes víctimas de delito y a defensores.
Sólo en 2014, SMR documentó 37 incidentes “graves” en contra de defensores —dos fueron asesinados— y más de 20 secuestros masivos de migrantes que transitaban por Veracruz y Tamaulipas.

En sus dos años de existencia, SMR también ha logrado llevar a la cárcel 25 personas que han cometido delitos como secuestro, extorsión y robo en contra de migrantes.

—Lety es una persona muy apasionada con su misión, con su gente, con los defensores y defensoras… A veces, cuando algo está sucediendo, me manda mensajes a las cinco de la mañana. Yo le digo: no te voy a contestar hasta las ocho de la mañana, a menos que sea muy urgente… Controlar a una monja así está de la fregada —dice Carlos Aarón.

Semanas antes de escuchar a Carlos, visité las oficinas de SMR. Ese día la hermana Leticia no sonreía. Horas antes se había enterado del asesinato de dos migrantes que viajaban en el tren. Sus cuerpos se encontraron a un lado de las vías en Coatzacoalcos. Leticia se resiste. Intenta contener las lágrimas. Las limpia con cierto enojo, respira profundo:

—Uno se pregunta: ¿hasta cuándo? Yo sueño con que algún día ya no va a ser necesario mi trabajo, que ya no vamos a tener que recoger cuerpos sin vida, cuerpos mutilados, porque los migrantes podrán transitar sin ningún problema.


Son poco más de las seis de la tarde y en SMR se preparan para realizar el “área verde”. Así llaman al momento del día que dedican para hacer algunos ejercicios de relajación y reflexionar sobre un pasaje bíblico. Quien dirige la sesión es Pedro, hondureño que fue víctima de extorsión; lleva unas semanas en el Distrito Federal, recibiendo ayuda jurídica de SMR.

—Coloquen sus manos en la cintura y vamos a mover la cadera en círculo —explica Pedro, mientras hace el movimiento que imitan las siete personas que forman un círculo en el área de recepción de SMR.

La hermana Leticia, el ex sacerdote Carlos; Óscar, un migrante salvadoreño; Maribel, migrante hondureña; Leonila Romero, su hermana Sonia y su prima Daniela siguen las indicaciones de Pedro.

Ahora mueven los brazos, después las piernas. Carlos no deja de hacer bromas. Leonila y su hermana Sonia lanzan sonoras carcajadas. Y la hermana Leticia sólo dibuja una sonrisa.

Daniela se encarga hoy de la lectura de la Carta de los hebreos, capítulo 13. Al final todos dan sus comentarios sobre lo que significan palabras como “fraternidad” y “hospitalidad”.

—Este es un momento para relajarnos un poco —cuenta Leonila. Ella, su hermana Sonia y su prima Daniela conocieron la realidad migrante en las vías del tren que cruzan la comunidad de Amatlán, Veracruz, al lado de su abuela y sus tías, fundadoras de Las Patronas.

Leonila conoció a la hermana Leticia gracias al fotógrafo Javier García.

Durante los dos años que trabajó en la Pastoral de Movilidad Humana, Leonila aprendió sobre derechos de migrantes y leyes migratorias. Hoy es una experta en acompañamiento de víctimas, así como en solicitudes de refugio y asilo político.

Cuando la hermana Leticia terminó su ciclo en la Pastoral y formó la organización SMR, Leonila —26 años y madre de dos niños— no dudo en seguirla.

—Me gusta su liderazgo —cuenta Leonila apresurada. En SMR están en alerta, tramitando la solicitud de refugio para una mujer hondureña y su hijo, que salieron de su país por amenazas del crimen organizado que controla la vida en su comunidad.

En sólo tres meses, la SMR ha tramitado 16 solicitudes de refugio y asilo para centroamericanos que fueron víctimas de delitos en México o sufrieron algún tipo de persecución en su país.

Antes de comenzar con el “área verde”, Leonila me cuenta que durante año y medio, su salario en SMR lo pagó Javier Velázquez Moctezuma, entonces rector de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Donaciones como la de Velázquez, así como de fundaciones religiosas y laicas, son las que han permitido sobrevivir a SMR. Una buena parte de esas donaciones llegan del extranjero. Hace unos meses, por ejemplo, una mujer italiana que conoció el trabajo de la hermana Leticia, pidió como regalo de bodas que sus invitados realizaran un donativo a SRM.

—Nosotros queremos que esta organización sea una casa para los migrantes. Mi sueño es que la migración ya no se dé en condiciones forzadas. Mientras eso llega, me gustaría que esta organización siga fortaleciendo el acompañamiento integral. Los migrantes buscan un espacio para reconstruir su vida y me gustaría que esta organización pueda ser un puente para ayudarles a encontrar ese nuevo espacio. —cuenta la hermana Leticia.

—¿Qué piensa ahora de que desde la Pastoral de Movilidad Humana no se les reconozca como parte de la Iglesia?

—Yo soy Iglesia y voy a ser siempre Iglesia. Que no nos reconozcan es problema de ellos. Yo soy una mujer consagrada, una mujer convencida de que este mundo hay que cambiarlo y que a mi me toca hacer algo y lo estoy tratando de hacer.


—¿Cómo la ve usted? ¿Es una buena monja? —me pregunta Gregoria Valderrama, de 80 años, cuando hablo por teléfono con ella sobre su hija Leticia.

—Mejor usted dígame qué piensa de ella. ¿Cómo la mira usted?

—Nunca pensé que iba a ser una monjita re buena.

Reina Gutiérrez lamenta no poder estar más cerca de su hermana Leticia.

—La vemos muy poco, por lo regular sólo en diciembre. La extraño mucho. A mi me ha hecho mucha falta.

Reina anhela sentarse con su hermana y hablar. Quisiera que le platique todo lo que hace para defender a los migrantes y que le diga de dónde saca su coraje y fuerza, porque a ella le gustaría ser así. Durante esa plática, Reina le haría una pregunta a su hermana.

—Me gustaría preguntarle si es feliz con lo que hace.


*Este trabajo se realizó con el apoyo de la Red de Periodistas de a Pie, en colaboración con la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos A.C. (CMDPDH), como parte del proyecto de protección de los defensores de derechos humanos financiado por la Comisión Europea. El contenido no refleja la posición de la UE *

Reportaje publicado en Sin Embargo

Periodista de investigación especializada en temas sociales, ambientales y científicos.
Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en 2008 obtuvo menciones honoríficas en el Premio de Reportaje sobre Biodiversidad 2008, por sus reportajes “Todos verdes ¡ya!” y “Volar lejos de la extinción”. Editora en México de Mongabay Latam.

Fotoperiodista freelance enfocado en temas de derechos humanos, migración y medio ambiente.

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