El asesinato del joven Brando Arellano por pare de policías municipales fue la gota que derramó el vaso en un pequeño pueblo de Veracruz, donde los pobladores se alzaron contra los abusos policiales
Texto; Iván Sánchez
Fotos: Félix Márquez
LERDO DE TEJADA, VERACRUZ,.- La gente de Lerdo de Tejada vive con miedo. Saben que en cualquier momento el terror vestido de uniforme oficial puede arrancarles la tranquilidad, el dinero o hasta la vida. En Lerdo de Tejada la policía mata inocentes.
La tarde del 19 de enero, Brando Arellano Cruz manejaba por las calles del pueblo que lo vio crecer y regresaba de hacer ejercicio; su padre, Delfino Arellano, cuenta que lo último que escuchó de su hijo fue que los uniformados lo venían persiguiendo.
Posiblemente, por el miedo de ser extorsionado por los municipales, Brando ignoró la instrucción de detenerse y manejó hasta la casa de su abuela, donde puso el carro en neutral y frenó; ahí fue donde la bala lo alcanzó y le quitó la vida.
Delfino estaba cerca y escuchó dos disparos; intentó acercarse al carro, pero con amenazas y armas largas, los policías municipales se lo impidieron.
Erika, madre de Brando, sí logró llegar hasta el vehículo; golpeaba las ventanas tratando de llamar la atención de su hijo, cuyo cuerpo se inclinaba sobre el volante. Ella pensaba que se había desmayado.
Finalmente, Delfino consiguió acercarse al auto; el sonido de los balazos aún retumbaba en sus oídos, sabía que ese ruido era sinónimo de muerte. Al llegar al vehículo, confirmó su temor: el muchacho de 27 años al cual crió ya no respiraba.
La imagen de un padre sosteniendo la cabeza ensangrentada de su hijo caló en lo más hondo del pueblo; la conmoción hizo que muchos se arremolinaran alrededor del lugar de los hechos, donde los policías negaban ser los responsables del asesinato.
La gente no soportó más; Lerdo ardió en llamas.
La agresión contra Brando no fue el primer abuso por parte de los policías municipales. En el pueblo se cuentan a montones historias de cómo las fuerzas de seguridad locales cometen atropellos contra la población.
“A mi hijo lo encueraron, lo golpearon dentro de la cárcel, le robaron todo lo de la caja de bolear, lo dejaron sin nada”, cuenta Florinda Zárate y añade que lo que perdieron había sido comprado a base de mucho esfuerzo, pues son personas de escasos recursos.
Rosalino Zárate es otra de las víctimas de la brutalidad policial; una noche llegaron a su casa y lo golpearon, dejándole marcas en el cuerpo que duraron varias semanas.
Denunció ante las autoridades, las cuales no han hecho nada al respecto e incluso ha recibido llamadas de amenazas para que deje sus reclamos contra los policías.
“Llegaron, uno me estaba ahorcando del pescuezo y otro me estaba golpeando por las costillas”, cuenta con lujo de detalles y mímicas que dramatizan las agresiones.
Muchos andan con miedo por las calles; temen que en cualquier momento una patrulla los alcance e intente extorsionarlos. Es por ello, según cuentan, que Brando no se detuvo inmediatamente.
Aun con la vinculación a proceso de 4 de los involucrados en el caso, la gente no se siente segura; el temor les corroe y la muerte de Brando fue solo la sangre que derramó el vaso.
Saben que aún hay un policía prófugo; nadie sabe dónde está y por qué las autoridades no hablan de ese elemento. El gobernador Cuitláhuac García Jiménez dijo que debido a las investigaciones no se puede dar más información.
El mandatario también anunció que la Guardia Nacional y la Secretaría de Seguridad Pública tomarán control de la seguridad en el municipio, pero ello no termina de traer calma al pueblo.
No es la primera vez que Lerdo de Tejada conoce el miedo a quienes, en teoría, deberían protegerlos. Los abusos de la policía forman parte de la historia del pueblo y también la respuesta con digna rabia de la gente.
En 1983, un par de jóvenes caminaba durante la noche por alguna calle de Lerdo; habían tomado un par de tragos y se dirigían a su hogar cuando fueron increpados por uniformados. Los golpearon y uno de ellos amaneció al día siguiente muerto en las celdas del ayuntamiento.
La primera versión oficial fue que se había cometido suicidio, pero ello no convenció a los pobladores, que enardecidos y cansados de abusos decidieron tomar el palacio municipal y prenderle fuego.
“Los policías se pasaron de lanza y nos golpearon a mi hermano y a mí, pero con él se les pasó la mano porque lo mataron y amaneció muerto en la cárcel. Esto no es nuevo, todo el tiempo han sido una cochinada los policías”, relata Carlos Antonio Avendaño.
Las personas de mayor edad en el pueblo conocen bien la historia; con esos ojos que se cansan con el paso del tiempo ven cómo ahora todo se repite. Cuando se les cuestiona su opinión, niegan con la cabeza como contrariados y señalan enfáticamente que Lerdo de Tejada es un pueblo tranquilo, pero que no soporta las injusticias.
Un hombre de tez morena y bigote difuminado muestra un periódico raído y amarillento en el que 13 personas fueron acusadas de terroristas por incendiar el palacio municipal en protesta por la muerte de ese joven en 1983.
Dice que uno de los fotografiados es su padre, al que le decían «el muerte», y que harto de los malos tratos y abusos de los policías, se sumó a las protestas, dando como consecuencia terminar varios días en la cárcel.
Hoy ese hombre de tez morena sigue, de alguna manera, los pasos de su padre, pues decidió sumarse a la manifestación para exigir justicia por la muerte de Brando.
No solo él participa en la marcha, son miles los que, vestidos de blanco y con velas en las manos, acompañan a Delfino y Erika caminando por las calles de Lerdo. Son miles los que exigen justicia.
En pocos días, la pareja de adultos mayores ha vivido un alud de emociones; el viernes en la noche abrazaban el cuerpo de su hijo muerto a balazos por la policía, el sábado le velaron y recibieron el pésame de amigos y familiares.
Al llegar el domingo, Erika vio cómo Brando era enterrado. Su memoria se atiborraba de imágenes de su hijo haciendo ejercicio o llevando a su pequeña hija de dos años al doctor para que le revisaran el soplo en el corazón. Lo recuerda como un excelente padre, un hombre alegre y trabajador.
“Vine a dejar parte de mi corazón, parte de mi alma, parte de mi cuerpo (…) desde que a mi hijo me lo mataron no puedo dormir (…) yo lo único que quiero es justicia”, expresó frente al ataúd.
Delfino y Erika son el rostro de un pueblo indignado, que se quitó el miedo a punta de golpes y fuego. Delfino y Erika se saben acompañados y quieren justicia; piden que las autoridades respondan y den con los responsables. Delfino y Erika piden que los apoyen, pues Brando dejó a 2 pequeños huérfanos y una mujer viuda.
Algunas personas en el pueblo señalan que en Lerdo reina el caos porque no hay verdaderas autoridades; recuerdan que María Esther Arróniz, sindica municipal, asumió la administración el 1 de enero de 2022 tras la detención de quienes fueran alcalde electo y suplente, ambos acusados de secuestro.
Otras aseguran que el reclamo no se trata de un asunto partidista, sino que de verdad vuelva la calma al pueblo, sin importar cuál sea la solución.
Ya existen varias propuestas, como, por ejemplo, que el gobierno estatal brinde la seguridad o que la síndica deje el cargo y se nombre un consejo municipal; sin embargo, nada concreto aún.
Pero el dolor no espera, no puede funcionar burocráticamente; el dolor quiere justicia.
Erika abraza la foto de Brando, miles la acompañan.
“Hay una frase, ‘abrazos y no balazos’, y mataron de un balazo a mi hijo”.
Fotógrafo independiente, enfocado en la cobertura de la violencia en México, los conflictos sociales, la infancia y los derechos humanos en Latinoamérica. Colaborador de diversos medios y plataformas nacionales e internacionales.
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