Maricel Torres recuerda cómo inició su camino en búsqueda de su hijo, Iván Eduardo Castillo Torres, desde la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas que realizan en Veracruz. Su vivencia de cómo las madres son capaces de pisar cualquier espacio con tal de encontrarles
Texto: Miguel Ángel León Carmona
Fotos: Heriberto Paredes
TIHUATLÁN, VERACRUZ.- “Y sin darme cuenta fuimos creciendo”, dice Maricel Torres. Primero se remonta a 2011, cuando por las tardes salía de su trabajo para tomar un taxi al azar que la llevara por todo Poza Rica y, quizá, dar con alguna pista que le devolviera a su hijo desaparecido. Su lucha era sola.
Ahora, nueve años después, Maricel mira con entusiasmo cómo familiares y activistas de 22 estados buscan a Iván Eduardo Castillo Torres y a otras 130 víctimas a lo largo de las calles, en penales y fosas clandestinas. Hoy, ella es anfitriona de la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
El caminar de esta mujer que también coordina el colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera Poza Rica —con presencia en el norte de Veracruz— inició un 25 de mayo de 2011. El menor de sus dos hijos y otros tres jóvenes fueron privados de la libertad después de cenar en un puesto de tacos, presuntamente en manos de policías intermunicipales.
El último paradero de Iván Eduardo Castillo (17 años), Esmeralda Jaqueline Jiménez Estrella (22 años), Jenny Isabel Jiménez Vázquez (24 años) y Pedro Alberto Gayoso Martínez (25 años) fue sobre la avenida 20 de Noviembre, en las inmediaciones de un Sams Club.
Antes de este episodio, la vida de Maricel era similar a la de otras mujeres: manualidades por las mañanas, prácticas de zumba en las tardes y rutinas en el gimnasio de noche.
“Mi vida era feliz porque tenía a mis hijos. Los sábados desayunábamos con mi mamá y luego comíamos en la calle; les compraba a mis hijos lo que necesitaban para la escuela. Los domingos tratábamos de estar en la casa”, cuenta.
Es la mañana del 20 de febrero. Maricel escribe un mensaje de WhatsApp a un reportero y le pide registrar cada detalle de una diligencia que está por comenzar. Es la búsqueda en un rancho señalado por un anónimo como lugar de exterminio. El predio se ubica a 3 kilómetros de donde Iván y sus tres acompañantes fueron plagiados. Ello pone impaciente a la activista.
Los brigadistas hacen pozos de sondeo alrededor de dos árboles frondosos como sugirió la persona de identidad resguardada. Maricel no pierde tiempo —lleva tres años esperando este momento— y comienza a excavar la tierra durante 35 minutos sin interrupción.
En un primer descanso de la jornada, los buscadores aprovechan para hidratarse con suero o tomar un poco de sombra. Maricel se acomoda sobre un tronco de bambú y comienza a relatar lo ocurrido aquella noche que inició con un extraño presentimiento. Ella cree que las madres desarrollan un sexto sentido para detectar futuras desgracias.
El miércoles 25 de mayo de 2011, Iván pidió permiso a sus padres de acudir a la feria de la Cámara Nacional de Comercio (CANACO), que se celebra año con año en Poza Rica.
“Esa vez él fue a pedir permiso a su papá y él le dijo que lo viera conmigo. Yo le dije que era mitad de semana, que al otro día tocaba escuela. Pero convenció a su papá y le dijo “pues ya vete”, recuerda Maricel.
El joven de 17 años salió a bordo de una camioneta Ford color blanco de media cabina. A media noche, avisó a su hermano mayor por radio (Nextel) que estaba cenando con Esmeralda, Jenny Isabel y Pedro sobre la avenida 20 de Noviembre, que al terminar volvería a casa. Pero eso no sucedió.
“Aquella vez dije, pensando así abiertamente, quizá se habrá ido a un hotel, porque iban muchachas, pero pues las horas pasaron y nada. Lo buscamos en la Agencia de Investigaciones de Veracruz (AVI), en hospitales y no».
«Ahí empezó mi caminar”, dice Maricel.
Días más tarde, un comensal del puesto de tacos donde cenaron los cuatro jóvenes contactó a Maricel por redes sociales. “No me quiero involucrar, porque me da miedo, pero fue la policía intermunicipal que llegó con otra camioneta negra atrás de ellos y se los llevaron”.
Maricel conoció a la madre de Esmeralda, quien se negó a interponer una denuncia por la desaparición de la joven. Un familiar además contó que Iván y Esmeralda se conocieron en abril de 2011.
“Me dijo que al salir de un antro, un taxi se le atravesó al carro donde iba mi hijo, Esmeralda descendió del taxi y le pidió su número de teléfono”.
“Yo vivía en mi mundo. No sabía qué era el crimen organizado, ni una desaparición. A raíz de lo de mi hijo empecé a investigar. Visité al presunto jefe de plaza de Los Zetas en prisión, busqué a otro de ellos que mataron en 2016, pero a esas personas no les gusta hablar”.
La lideresa del colectivo retoma sus actividades en campo y pregunta a sus compañeros si hay algún hallazgo. Ellos solo muestran algunas prendas maltratadas que desenterraron. Su impaciencia no disminuye.
Maricel poco acostumbra a hablar de su caso. Sin embargo comparte que es tiempo de hablar. Ella da pormenores de cuando Carlos Alberto “N”, un trabajador de Petróleos Mexicanos (PEMEX) jugó con su angustia para arrebatarle al menos un millón de pesos. Este sujeto fue detenido el 29 de julio de 2019 e imputado por extorsión. Actualmente está preso.
“Ese Carlos nos dijo en persona que había forma de recuperar a los jóvenes pero era pagando. Nos decía que se había involucrado en la delincuencia y que nos ayudaría a cuidarlos, pero que eso iba a costar mucho dinero”, comparte Maricel.
“Primero fue un pago en efectivo de 150 mil pesos. Luego depósitos, en comprobantes tengo casi 600 mil pesos, pero puedo decirte que le dimos más de 1 millón de pesos”, agrega.
Para pagar por esa esperanza de encontrar con vida a Iván, Maricel tuvo que vender una propiedad que había heredado. Ella y el padre de Pedro Alberto pagaron a lo largo de 1 año y medio. “No le seguimos dando dinero porque ya no teníamos”.
El presunto extorsionador -cuando los pagos dejaban de fluir- aseguraba que recién lo había visto en un lugar donde estaba privado de su libertad y que le había dado de comer. Una de las últimas ocasiones les dijo que no preguntaran más por Esmeralda, porque no iba a regresar. Para deslindarse de responsabilidades, avisó que a Iván lo sacaron del estado para ponerlo a trabajar con la delincuencia, y que había perdido contacto con él.
“Lo de Carlos no fue lo único, hubo más gente que jugó con nuestro sufrimiento. Algunos me decían que lo tenían en Tampico Alto, Tamaulipas trabajando en un bar y a ellas prostituyéndose. Otra persona incluso me pidió ropa de mi hijo para que, según, supiera que su familia lo esperaba”, todo era mentira.
Al término de año y medio, Maricel cayó en estado de depresión. Dejó de retocar su cabello color rojizo, de arreglar su casa y de poner atención en su apariencia física. El padre de Pedro Alberto, que recién se había jubilado, también hipotecó su casa, hoy su estado de salud es grave.
“Perdí la ilusión, a mí no me dan ganas de arreglar mi casa. Llegó el grado en que ya no me pintaba el cabello, me ponía la misma ropa que lavaba. Hasta que una ocasión salí a la calle y el pantalón se me abrió de tanto lavarlo. Dije que a Iván no le gustaría verme así y retomé mi búsqueda en 2015”, cuenta.
Desesperada, Maricel compró un teléfono, abrió cuentas en redes sociales y comenzó a difundir la ficha de Iván. Sus mensajes poco eran replicados debido a que en la zona las desapariciones y asesinatos eran considerados hechos exclusivos de una pelea entre grupos criminales.
“Me daba cuenta que en Poza Rica pasaban muchas cosas pero nadie hacía nada. Poco a poco vi más desapariciones en redes, me enteraba de marchas en la Ciudad de México de madres como yo y solita me iba. Así conocí a las primeras compañeras de lucha”, dice Maricel.
Un día, cuenta, la invitaron a un grupo de WhatsApp denominado Familias Unidas. Ella preguntó cómo se conformaba un colectivo, porque necesitaba seguir buscando a su hijo. En un chat privada alguien le aconsejó buscar a más familias en la región con el mismo padecimiento, unirse y salir a buscar a sus hijos sin miedo. Él era Juan Carlos Trujillo Herrera. Así nacía una amistad entre Maricel, Juan Carlos, su hermano Miguel Ángel y su madre, María Herrera Magdaleno.
“Y sin darme cuenta fuimos creciendo. La familia Herrera me abrió las puertas. Desde entonces me apoyan y me abrazan. Hoy somos 130 familias y hemos decidido regionalizarnos en Papantla, Tihuatlán, Coatzintla y Martínez de la Torre”, dice con orgullo.
“Para mí la Brigada es un sueño hecho realidad” contó Maricel a un reportero, una semana antes de iniciar las labores de búsqueda al norte de la entidad. Algo que Maricel había planeado y esperado desde hace 3 años.
Respaldada por su colectivo, Maricel visitó al obispo de Papantla a quien le pidió alojar a más de 100 personas en la Casa de la Iglesia. A la par montaron centros de acopio en la región, campañas de concientización, todo “menos recaudar dinero en efectivo”, asegura.
“Gracias a Dios hasta ahora estamos bien con la comida y suficiente agua. Llegaron desde gatorades, sueros y hasta costales de arroz y frijol”, dice con una discreta sonrisa.
De regreso al rancho donde han buscado pistas de desaparecidos por ocho horas, Maricel es enterada de algo que ha sido una constante en esta Brigada. Los indicios son mínimos, la mayoría de las víctimas fueron incineradas o desintegradas en tambos de acero.
“Los descubrimientos son muy duros, pura cocina. Pero todo esto a mí me da mucha fuerza. Confío en que encontraré a Ivancito, y si no lo logro por ayudaré a encontrar a algún hijo de mis compañeras, que se han convertido en mi nueva familia”.
“A veces digo, ya voy a dejar esto, pero al día siguiente me levanto y digo no, mi hijo merece ser buscado y nadie lo va a hacer más que yo”, cuenta Maricel Torres, una mujer que poco hablar y apenas sonríe. Una líder discreta que sostiene la esperanza de 130 familias.
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