Son cruces muy utilizados por las personas migrantes que intentan llegar a Estados Unidos desde las fronteras de California, Texas y Nuevo México. Pero son puertas falsas. Este es un recorrido por esos puntos nodales, realizado a unos días de que en Estados Unidos entrara a debate una nueva ley antimigrante
Texto y Fotos: Duilio Rodríguez
SAN DIEGO, CALIFORNIA.- Dos enormes vallas metálicas de tres pisos de altura, construidas con postes de acero, separan una tercera parte de los 3 mil 152 kilómetros terrestres entre México y Estados Unidos.
Los relatos de agentes fronterizos, activistas y de los propios migrantes dan cuenta de la odisea migratoria, que no acaba al cruzar la frontera e internarse en el territorio estadounidense. Jóvenes, niños y adultos mayores trepan los postes de la primera valla, con cuerdas, cobijas o escaleras improvisadas. Algunos resbalan desde las alturas y se lesionan gravemente al caer. Otros son detenidos.
De octubre de 2023 a marzo de 2024, al menos un millón 151 mil 448 personas han sido detenidas a lo largo de toda la frontera entre México y Estados Unidos.
Mientras en Estados Unidos se debate una nueva ley antimigrante, en Pie de Página hicimos un recorrido transfronterizo -por invitación de la organización periodística Inquire First- en puntos de esta larga, frontera por los que suelen intentar cruzar personas migrantes de diversas nacionalidades: San Diego, California, El Paso, Texas, y Sunland Park, Nuevo México.
Los que logran brincar al territorio norteamericano se topan del otro lado con la segunda valla y una puerta cerrada, la número ocho, conocida por los agentes de la patrulla fronteriza (BP, por sus siglas en inglés) como Whisky Eight.
Entre las murallas que separan San Diego de Tijuana, en un espacio desolado y frío que huele a basura, familias de distintas nacionalidades quedan atrapadas, aquí pueden esperar hasta dos semanas a la intemperie, sin agua ni comida.
Estas personas migrantes no buscan escabullirse y huir, sino entregarse a los agentes de la patrulla fronteriza.
Una vez que la policía los detiene, se los llevan a las oficinas de aduanas y protección fronteriza, en donde los oficiales los interrogan, toman sus datos biométricos y verifican su identidad.
La doble construcción metálica y la mucha tecnología forman parte de la enorme infraestructura con la que el gobierno estadounidense pretende frenar el flujo irregular de personas migrantes.
Ni los drones, helicópteros, radares, cámaras de visión nocturna, detectores de movimiento y otras novedades tecnológicas parecen disuadir a las personas de brincar el muro.
Adriana Jasso y Pedro Ríos miembros de la organización humanitaria American Friends Service Committee, montaron un puesto de ayuda en la Puerta 8, donde ofrecen a los migrantes información, agua y un poco de comida que ayude a mitigar la pesada espera.
Pedro, director de la organización, comenta que en febrero del año pasado, la patrulla fronteriza estaba obligando a las personas migrantes a que esperaran aquí para ser procesadas, “en esa fecha llegamos a tener más de 700”.
“Actualmente entre 100 y 150 personas llegan cada día, pero hay tres puertas más cerca de aquí a donde llegan otros tantos, algunos vienen con fracturas en la cadera, lesiones en la cabeza, porque cayeron del muro, otros se cortan con las púas, aquí les brindamos atención. La mayoría de ellos llegan en la noche o la madrugada, cuando hace más frío”, dice Pedro a un grupo de periodistas.
Adriana Jasso ha visto de todo.
“Hemos recibido mujeres embarazadas o con bebés de tres días de nacidos. Desgraciadamente cuando se los llevan los agentes, no pueden llevar consigo más de una sola prenda, también les quitan las agujetas de sus zapatos y los cinturones”.
A través de los barrotes de la valla, se observa un frágil refugio hecho con una bolsa de plástico, un tenis y algo de ropa que dejan los migrantes antes de pasar por la puerta ocho.
En la frontera con Texas existe otra puerta falsa para los migrantes: la número 36. Este es un marcador internacional donde las personas se entregan. Aquí, las personas primero atraviesan el Río Grande y llegan desde Ciudad Juárez hasta toparse con el muro.
Para cruzar el Río tuvieron que escapar de los soldados de la Guardia Nacional y los policías militares de Texas, quienes por órdenes del Gobernador Greg Abbot han asumido funciones federales que habitualmente ejecuta la patrulla fronteriza.
Atrás de unos alambres de púas, una larga fila de personas espera su paso por este portón, pero cuando esta puerta se abre, es porque van a ser interrogadas y procesadas en las oficinas de aduanas y protección fronteriza de El Paso.
El gobierno de los Estados Unidos establece que la petición de asilo debe hacerse desde fuera de su territorio, desde un tercer país seguro, que en este caso es México, por medio de una aplicación digital, la CBP One. De lo contrario están incurriendo en un acto ilegal.
Cuando el presidente Joe Biden canceló en mayo del año pasado el título 42 que cerró la frontera a más de 60 Mil personas, se implementaron nuevas restricciones que se conocen como Biden´s Asylum Ban.
Estas restricciones contemplan que las personas que cruzan sin papeles, de forma irregular, no pueden obtener asilo.
“Las personas que llegan aquí lo están haciendo mal, están desinformadas, están cruzando ilegalmente, tienen que entrar por el puente con su documento digital”, explica con dificultad el agente Corrales, un policía de origen mexicano, con un acento de quien después de mucho tiempo ha olvidado con fluidez el español
Para obtener una cita con un juez, antes de intentar cruzar la frontera, todas las personas que buscan asilo en los Estados Unidos deben llenar un formulario en línea, con la aplicación CBP One.
Este documento digital es parecido al que se llena cuando se solicita una visa, pero solo se puede acceder a él desde los estados del centro y norte de México, lo que dificulta a muchos migrantes aplicar al programa.
Otras complicaciones son, que requiere de un teléfono móvil con buena conexión a internet y que en un principio estuvo disponible sólo en Inglés, Español y Francés, lo que complicó a muchos usuarios de otras lenguas su utilización, ahora se amplió al Ruso, Portugués y Creole (la lengua criolla de Haití). Para el resto de las lenguas resulta incomprensible su llenado.
Quienes lo logran, están expuestos a bandas criminales en México que de alguna manera logran hackear u obtener sus datos y los secuestran cuando se dirigen a la frontera norte. Puedes leer más sobre este tema aquí:
Claudio Herrera, otro agente y vocero de la patrulla fronteriza del sector El Paso, asegura que las bandas de traficantes operan en ambos lados de la frontera.
“De este lado también hay casas de seguridad», dice el agente.
“No vale la pena exponer la vida de tu familia, que vendas todas tus pertenencias, tus propiedades, para pagarle a un contrabandista, cuando estás buscando un sueño americano y este sueño se convierte en una pesadilla», insiste.
Hay otras amenazas. Hace unos días la ley SB4 fue aprobada por un tribunal del estado, que da facultades a cualquier policía local para detener a personas indocumentadas y fincarles cargos penales.
Esta ley que se conoce como “ley anti inmigrante” fue suspendida horas más tarde por un tribunal federal, lo que mantiene en vilo su aplicación definitiva.
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En Iris Avenue, San Diego, California, personas migrantes de distintas nacionalidades, intentan desesperadamente cargar la batería de sus teléfonos móviles, otros se acercan a cualquier persona que les permita hacer una llamada para comunicarse con algún familiar.
El encuentro de colombianos, guatemaltecos, venezolanos, chinos o rusos, que apenas traen consigo una pequeña mochila en la espalda no es fortuito. Todos ellos brincaron la valla transfronteriza y se entregaron hace cinco días a la policía en las puertas de Estados Unidos.
Desde entonces no saben nada de sus familiares o amigos, los bajaron de los autobuses en un lugar desconocido para ellos, después de haber sido separados para ser interrogados e investigados por oficiales de migración.
A la Avenida Iris, llega un nuevo autobús cada 15 minutos lleno de migrantes. Los policías son los primeros en descender, detrás de ellos siempre bajan hombres y mujeres de distintos continentes. El 5 de marzo, en un solo día las autoridades estadounidenses soltaron a 740 personas.
Todas las que bajaron de los autobuses en Iris están bajo la tutela de un responsable privado (sponsor) como le llaman en Estados Unidos, lo que obliga a las personas a acudir con un juez que determinará si su causa amerita el asilo. Si no es así de lo contrario tendrán que salir del país.
Frente al juez tendrán que probar que su solicitud de asilo es por haber sufrido algún daño físico, o por temor a sufrirlo, por su opinión política, por su identidad o por cualquier tipo de persecución que impida su deportación. Todas estas son causas justificadas conocidas como “miedo creíble”, aunque éstas a veces sean muy difíciles de comprobar.
Al bajar de los autobuses, recogen de la cajuela sus mochilas, sacan algo de ropa para cambiarse, se amarran las agujetas de los zapatos y se colocan el cinturón del pantalón que les quitaron mientras estuvieron retenidos en las oficinas migratorias.
“Me aventé desde arriba de la valla metálica, mi hijo bajó a mi nieto amarrado con unas cobijas y ahí nos entregamos. Nos brincamos el muro porque tenemos sueños, ganas de tener una vida mejor en los Estados Unidos”, narra la señora Yoleidy quien acaba de bajarse de uno de los autobuses.
Yoleidy viajó desde Colombia, su país natal, con su nuera, sus dos hijos y su nieto de siete años de edad. Vino con la firme intención de cruzar la frontera, lo logró pero sin saber a qué costo. Hace cinco días que Yoleydi y su familia fueron detenidos por agentes de la patrulla fronteriza y los separaron para ser llevados con los oficiales de migración, no sabe nada de ellos.
A su nieto lo llevaron a un albergue donde permanecerá sin sus padres hasta que su mamá vaya a reclamarlo.
En los últimos seis meses han detenido a más de 57 mil 298 menores de edad en toda la frontera sur de Estados Unidos.
Las personas de nacionalidad Colombiana no necesitan visa para entrar a México, esto les permite llegar en vuelos comerciales como turistas hasta la frontera y así evitar los peligros de atravesar por tierra.
Cuando los traficantes de personas en Tijuana los ubican, les ofrecen pasarlos a Estados Unidos por cantidades que alcanzan los 5 mil dólares. La mayoría de las veces solo los llevan a saltar la valla para después abandonarlos.
De otro autobús, baja una señora corriendo para abrazar a su esposo. “Estábamos desaparecidos, no sabíamos nada” asegura con angustia mientras abraza a su pareja.
“Es duro, es duro, tenemos 20 años sin ver a nuestros hijos” se le escucha decir entre sollozos a la mujer junto a su esposo después de pasar 4 días detenidos, separados e incomunicados en las celdas para migrantes a las que llaman “hieleras”
“Tenemos a unos”, se escucha en un radio. “Parece que uno de los helicópteros detectó a unas personas cerca de aquí” comenta un agente de la patrulla fronteriza del sector Texas.
Maltrechos, polvorientos, visiblemente cansados, pues quién sabe cuántos días llevan escondiéndose, los detenidos son revisados e interrogados por los agentes de migración para después ser transportados en un camión a la estación migratoria de El Paso Texas.
En la montaña Cristo Rey, una zona desolada y árida, atractiva para quienes hacen senderismo no hay valla metálica o muro que complique el paso a los Estados Unidos, pero hay torres que detectan el movimiento, radares, helicópteros, y presencia policiaca las 24 horas del día los siete días de la semana.
Otra llamada al radio de comunicación alerta al agente Herrera de una nueva detención, en esta ocasión un par de personas fue ubicada a escasos metros en una zona poco poblada del desierto.
En una camioneta tienen detenidos a dos hombres, Alan Miranda y su tío Germán, ambos oriundos del Estado de México. Hace 15 días salieron de Atlacomulco y llevan 8 días intentando cruzar infructuosamente.
Sin comer durante dos días, escondidos entre arbustos espinosos, los migrantes mexicanos fueron descubiertos por los agentes de la patrulla fronteriza en las faldas de la Montaña Cristo Rey, en Nuevo México.
“En Juárez estuvimos en una casa de seguridad, al coyote le pagamos 4 mil dólares y nos falta pagarle otros 6 mil. Nos llevó a la línea (fronteriza) y de ahí solo nos dió un croquis con algunas indicaciones” comenta Alan.
“Lo voy a intentar las veces que sean necesarias, hasta donde tope, hasta que la migra nos diga que ya no”. Este es su tercer intento.
Para personas como Alan o Germán no hay muchas alternativas, regresar a su comunidad representa un gran riesgo, deben mas de 100 mil pesos a los traficantes.
De octubre a la fecha se han registrado mas de 24 mil 707 detenciones de mexicanos en el sector de El Paso.
Del lado mexicano de la frontera, en la colonia Anapra, de Ciudad Juárez, también hay albergues para migrantes que los acogen mientras obtienen una cita con un juez en los Estados Unidos.
La espera para la audiencia judicial a veces demora hasta 6 meses, por lo que muchos en un intento desesperado prefieren pagar a traficantes para cruzar la frontera de Nuevo México.
Las personas migrantes que cruzan la frontera, bajo los fulminantes rayos del sol, con temperaturas de hasta 45 grados o el insoportable frío de la noche, pueden pasar más de una semana sin agua suficiente o alimentos en el terreno desértico.
A su paso, mientras se ocultan de la policía dejan lo poco que les queda, el viento que sopla con fuerza va enterrando, ropa, zapatos, gorras.
Al extremo Oeste de San Diego en la última playa que conecta con México, una de las vallas metálicas del muro transfronterizo, sobresale y se extiende hasta perderse en el mar.
El sonido relajante de las olas se mezcla con el ruido de dos máquinas de construcción que remueven la arena.
Para frenar la entrada de personas y drogas a los Estados Unidos, agentes de Operaciones Aéreas y Marítimas (AMO, por sus siglas en inglés), vigilan este espacio que de no ser por la belleza del mar, entre las vallas resulta inhóspito.
Del primero de octubre a la fecha 120 mil personas han cruzado por esta frontera, de la cuáles 600 lo han intentado por el mar.
Paradójicamente a unos metros de los muros transfronterizos, del lado mexicano en Playas de Tijuana, turistas acuden al mirador de la Plaza de la Amistad a contemplar el trastocado paisaje.
La enorme valla metálica que entra al mar desde la tierra y divide las playa se ha convertido en un atractivo turístico más.
A simple vista, desde la arena, la doble muralla parece infranqueable, pero bandas de traficantes cruzan por el mar drogas o migrantes a San Diego.
Las autoridades migratorias explican que la mayoría de los intentos para cruzar ilícitamente suceden de noche, los traficantes se adentran con tablas de surf, en pequeñas barcas improvisadas, con llantas de automóviles y motos acuáticas.
Una barca con una docena de personas es detectada con cámaras de visión nocturna intentando cruzar por el océano, los agentes de Operaciones Aéreas y Marítimas (AMO por sus siglas en inglés ) los alcanzan en una lancha rápida y disparan bengalas para advertirles que deben detenerse.
Las advertencias no logran disuadirlos, el siguiente disparo es con un arma especial. Impacta el motor por lo que impide su avance. La escena forma parte de una de las grabaciones hechas por las cámaras de visión nocturna con las que vigilan desde el aire.
“Los traficantes al intentar escapar de la detención, abandonan a los migrantes o los avientan a las turbulentas aguas del mar, sin salvavidas, el agua fría y las fuertes corrientes marítimas del Océano Pacifico se vuelven letales, hemos encontrado embarcaciones a 100 kilómetros de la costa” asegura uno de los agentes de la AMO.
En poco más de un año el personal marino y aéreo ha encontrado a 42 personas muertas que intentaron cruzar de esta forma a San Diego.
Desde la playa hasta las faldas de las montañas de Otay, 23 kilómetros al oeste sobre la línea fronteriza, una falla geológica interrumpe las enormes vallas de acero, que amurallan San Diego. En este breve espacio libre de cercas metálicas, en el que solo existe una frontera imaginaria, se observan desde lo alto unas pocas casas.
A lo lejos el canto de los gallos rompe con el viento frío de la mañana, es esta la última zona urbana de Tijuana, conocida como el Nido de las Águilas.
A diferencia de la playa, aquí ningún turista o visitante se atreve a venir. Los grupos criminales vigilan este paso para extorsionar a las personas migrantes que intentan cruzarlo por su cuenta. En la parte alta de un pequeño montículo, aún quedan las cenizas de fogatas y huellas de quienes entran a los Estados Unidos, sin permiso.
“Los contrabandistas ven a estas personas como mercancía, sólo quieren que les paguen, o también están los famosos Baja pollos, criminales que no buscan pasar a los migrantes, simplemente los secuestran o los asaltan” comenta el agente de la patrulla fronteriza, Gerardo Gutiérrez.
Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.
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