Un nuevo riesgo acecha al de por sí convulso México de estos días: la realidad de un diálogo inexistente, una visión de ciegos atizada por la decisión de montar trincheras y cerrar el escenario a amigos o enemigos del presidente
Twitter: @anajarnajar
Cada vez que mi compañera reportera de Pie de Página Reyna Haideé Ramírez pregunta en las conferencias de prensa matutinas del presidente Andrés Manuel López Obrador, se activan contra ella una serie de ataques en redes sociales, especialmente Twitter.
Son mensajes ofensivos, cargados muchos de ellos de discriminación y misoginia.
La campaña empezó cuando, hace varios meses, cuestionó al mandatario su papel en el conflicto laboral de Notimex.
Muchas de las críticas provenían de cuentas claramente afines al proyecto político presidencial, la llamada 4T. Pronto, sin embargo, se involucraron otras anónimas, de las llamadas bots.
Con frecuencia los ataques se trasladan a las cuentas de Pie de Página, y no han sido pocas las veces en que se involucra a nuestra directora, Daniela Pastrana.
La oleada más reciente ocurrió esta semana, cuando Reyna abordó de nuevo el tema de Notimex en una conferencia mañanera.
López Obrador defendió a la directora de la agencia, Sanjuana Martínez, quien fue señalada en uno de los informes anuales del Departamento de Estado de Estados Unidos sobre derechos humanos.
La cancillería estadounidense acusó a la controvertida periodista de fomentar ataques a periodistas a través de campañas sucias en Twitter.
Algo que había documentado la organización Artículo 19 y Signa Lab, el espacio académico del ITESO que analiza el comportamiento de las redes sociales.
El presidente acusó a Artículo 19 de propiciar la inclusión de Sanjuana en el informe del Departamento de Estado.
No había concluido la conferencia presidencial cuando inició una oleada de linchamiento contra la organización defensora de periodistas.
Las críticas alcanzaron por momentos a Reyna y Pie de Página, acusados por ejemplo de formar parte de una especie de conspiración contra el proyecto de AMLO.
Una mentira absoluta, por supuesto. Algunos mensajes que recibimos eran de cuentas que parecían honestamente sorprendidas por los señalamientos de otros personajes.
Pero otros, muchos, tenían el claro propósito de pretender una narrativa de descalificación a nuestro trabajo, un intento de llevar al medio y el equipo a los terrenos de otros comunicadores con posiciones cuestionables.
El objetivo, como en otras ocasiones, era claramente intimidar, un ejercicio del nuevo método de censura desde internet: criticar al exceso para que las víctimas decidan abandonar el terreno, cerrar sus cuentas en redes o en el caso de los periodistas, suspender las publicaciones.
En nuestro caso no lo van a conseguir, claro. No deberíamos normalizar tales despropósitos, pero ahora es importante detenerse en un elemento nuevo en la actual estrategia de linchamiento.
Me refiero a los ataques contra Artículo 19. A diferencia de otras oleadas de ataques al linchamiento se unieron algunos medios tradicionales.
Es el caso de La Jornada. Este jueves 1 de abril publicó una portada que es un ejemplo clásico de los peores días del Excélsior de Regino Díaz Redondo.
Es otro año, es otro presidente y el momento político es muy distinto al de los años 70 y 80. Pero el espíritu que parece haber motivado la decisión editorial de publicar el titular principal es el mismo:
Alabar al poderoso. Quedar bien con la cuenta bancaria a donde se deposita el dinero por la publicidad oficial. En fin. Cada quien con sus pantanos.
Más allá de los desfiguros periodísticos, lo cierto es que la cuestionable portada de ese diario es apenas el episodio más reciente de un fenómeno que, se supone, desapareció con la 4T:
Las cargadas en favor del presidente. La pretensión de unanimidades con linchamiento incluido a los críticos.
Es verdad que desde 2018 existe una intensa ofensiva contra el presidente López Obrador por parte de la mayoría de los medios tradicionales, a la que se sumaron intelectuales, académicos, consejeros electorales, empresarios, partidos políticos y periodistas en lo personal.
Los insultos, mentiras, notas falsificadas o con manipulaciones son cotidianas. El año pasado la ofensiva se concentró en la estrategia oficial para contener la emergencia sanitaria por la pandemia de covid-19.
No fueron pocos los que festejaron el incremento de fallecimientos por el SARS-CoV-2 e inclusive por momentos algunos se empeñaron en profundizar el miedo y desinformación con la vana esperanza de que murieran muchas más personas y con ello, ganar votos en las elecciones intermedias de este año.
A esa andanada el presidente suele responder casi a diario desde la conferencia de prensa mañanera, un espacio que se ha convertido en el centro de la agenda política del país.
Nadie disputa el derecho de López Obrador a defenderse, lo que él llama derecho de réplica. Mal haría si se quedara callado ante la cascada de odio y lodo.
Pero en las últimas semanas, al parejo del calentamiento por la contienda electoral, el tono de sus respuestas ha subido de tono.
Lo peor es que no hace diferencias. El presidente ve, por ejemplo, una especie de confabulación de los medios para detener su proyecto.
Y tiene razón, en parte. Nadie puede negar la desesperación de algunos medios por derribar la popularidad de López Obrador. En el camino de odio que han emprendido son capaces de todo, hasta de inundar de lodo y afanes de muerte el debate público.
Pero no son todos los medios, ni tampoco todos los periodistas. Como tampoco son todas las organizaciones civiles de las que el presidente siempre, desde que era candidato, ha desconfiado.
López Obrador es una persona con una sensibilidad política privilegiada. Conoce como pocos el alma de este país, lo ha recorrido varias veces y de cada uno de los pueblos y ciudades que ha visitado conserva las circunstancias particulares de cada uno.
Tiene muy claro que hay distintas realidades. Que no se puede comparar un asunto con otro. Y seguramente sabe que existen medios, periodistas, organizaciones distintas.
Pero quizá porque la ofensiva en contra de su proyecto es cada vez más grosera; tal vez porque le afecta el natural cansancio y desgaste de remar río arriba en un cauce de lodo o porque simplemente su paciencia empieza a agotarse, sus posiciones en las conferencias de prensa mañanera son cada vez más duras.
López Obrador es el presidente con el mayor respaldo popular desde Lázaro Cárdenas. Sus palabras pesan, y mucho.
Llegan al nivel de entenderse como órdenes o, en el mejor de los casos, consejos o sugerencias de acción.
Y ahí está el riesgo. El presidente entiende quién es quién en el escenario político y social. Pero millones de personas que le siguen no.
Para muchos, cualquier crítica, aunque tenga fundamentos o cuente con datos duros para comprobar equivocaciones, excesos o errores, equivale a un ataque directo al presidente de la República.
En tal escenario surgen los ataques contra medios, periodistas y organizaciones civiles. Eso no es nuevo: ocurre desde hace dos años.
Lo novedoso es la decisión de organizar una especie de cargada en favor del presidente, a la que se sumaron abiertamente algunos medios.
Sus argumentos son muy similares, en el tono y forma, a los de los adversarios al presidente.
El resultado es un vocerío donde nadie escucha pero que varios, no pocos, aprovechan. De todos lados:
Los derrotados por el proyecto político del presidente que aprovechan el río revuelto para verter sus dosis de lodo, odio y suciedades.
Y los seguidores de la 4T que confunden el periodismo libre y crítico -del que siempre se beneficiaron- con enemigos de López Obrador.
Al final del día pierden todos. Los adversarios del presidente porque, según casi todas las encuestas (incluidas las que ellos mismos ordenaron elaborar), en las elecciones de junio el partido en el gobierno, Morena, tiene amplias posibilidades de repetir la victoria de 2018.
Los seguidores de la 4T porque extravían la posibilidad de corregir el rumbo en temas fundamentales para la salud democrática del país.
Y sobre todo los periodistas y algunas organizaciones civiles que desde hace décadas hacen las tareas que el Estado mexicano abandonó.
En la época dorada del PRI en el gobierno las cargadas cercaban todos los espacios, congelaban las posibilidades de escucha y democracia.
Es una lección que no parece haberse aprendido. Con agravantes. Porque las cargadas de ahora se montan en un país herido por la violencia, a la que muchos han naturalizado.
La esperanza era reconocernos diferentes, con modos de pensamiento y vida distintos sin que represente ofensa o peligro para los otros.
El riesgo de perderla aumenta cada día. Y hasta ahora no parecen entenderse las consecuencias.
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