Las palabras crean universos, validan prácticas, incitan a la violencia, promueven odios. Va más allá de lo “políticamente correcto”. Estamos viviendo una ruptura generacional, un cambio de paradigma en el que hay otras formas de expresión del feminismo
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“¡Perra!”, “puta”, “feminazi”, “tortillera”, “mamflora”, “que las violen a todas”, “¡mátenlas!”, “¡descuartícenlas!”, “pinches viejas revoltosas”, “campaña: viola a una feminazi!”, hemos leído recientemente en espacios virtuales y físicos luego de la manifestación del 16 de agosto en la Ciudad de México.
A ello sumemos una enorme gama de violencias: miradas de descalificación, burlas, gritos, insultos, golpes y, por supuesto, la expresión más contundente del odio que es el feminicidio.
Hay quienes piensan que a las palabras se las lleva el viento, que no pesan, no duelen, que se diluyen, se borran. No es así. Las palabras crean universos, validan prácticas, incitan a la violencia, promueven odios.
Con ellas se crean realidades paralelas, relatos insólitos, biografías inesperadas: ¿qué sería de nuestra existencia sin la literatura, sin la indescriptible presencia de la poesía? Las palabras también son el relato de lo intangible y lo indescrifrable.
Hay palabras que intentan aproximarse a lo que no tiene nombre: lo inenarrable.
Las palabras también regulan la convivencia: las sociedades modernas han generado un enorme discurso sobre lo jurídico y el papel del Estado en la reglamentación de las relaciones sociales, económicas, políticas, entre otras.
Con palabras también se crea el universo de la voz en clave de canto. Con palabras se preserva la cultura oral, se cuentan historias. Pensemos en el extenso legado de la narración oral de las culturas originarias, no textuales, donde la narración oral preserva la memoria y es, al mismo tiempo, voz viva.
En la religión, la judeo-cristiana, por ejemplo, la palabra ocupa un lugar central en la construcción de su narrativa: el verbo encarnado.
¡Quién puede negar que las palabras importan cuando la Real Academia Española rechaza el lenguaje inclusivo! Me dirán: “¡qué importa, podemos hablar o escribir como nos dé la gana!”.
No es así. En la academia y en las redacciones de muchos periódicos el lenguaje inclusivo aún no es aceptado y, con él, un universo antes innombrable se pierde: el de las narrativas que incluyen, las palabras que expresan otras realidades, los conceptos que describen, documentan, cuestionan, confrontan, proponen.
Se trata del universo de las palabras generadoras de nuevas narrativas, el de las voces de las niñas, las jóvenes, las mujeres afrodescendientes e indígenas por mencionar algunos de los más destacados.
No es “crimen pasional”: es crimen de odio por homo/lesbo/trans fobia. Es feminicidio.
No es “ilegal”: es una persona migrante.
No es “sidoso”: es una persona que vive con VIH.
No es una “gata”, “sirvienta” o “chacha”: es una trabajadora del hogar.
Aquí, un breve recuento de algunas expresiones suscitadas en los días posteriores a la manifestación del 16 de agosto:
Según una nota publicada por el medio de periodismo independiente Raíchali el 21 de agosto de 2019, el Instituto Chihuahuense de las Mujeres (Ichmujeres) llamó a las autoridades de todos los niveles de gobierno, a los medios de comunicación y a la sociedad en general, a frenar los discursos de odio hacia la lucha feminista.
El Observatorio Ciudadano de la Ciudad de México nombró lo que es acudir al Ministerio Público para las víctimas de agresión sexual: “un infierno”.
La organización Luchadoras ha vivido amenazas, ataques y violencia verbal en línea por defender la causa de las jóvenes que se manifestaron el viernes 16 de agosto.
La agencia Infobae incorporó la figura de editora de género y capacita a su redacción en el tema. Por su parte, Cimac, Violeta Radio, Pie de Página y otros medios analógicos y digitales; públicos y privados, hacen una importante contribución al lenguaje periodístico con enfoque de género y derechos humanos.
Es algo que va más allá de lo “políticamente correcto”. Hablamos de hacer visibles realidades, condiciones sociales, económicas, geográficas, corporales.
Los lenguajes escrito y hablado también expresan un corpus, universos emergentes, palabras hegemónicas, imposiciones gramaticales, tonos, acentos, libertades.
Pensemos en la extensa narrativa de la narco-cultura: su discurso visual, los mensajes escritos en mantas, el terror en clave de cuerpos y palabras. Narrativas misóginas, necrófilas, estridentes, extenuantemente aterradoras.
Las palabras, las imágenes, los discursos importan. Y el discurso de odio hacia las mujeres es una realidad que traza un puente entre las palabras y las acciones.
En el ensayo Odium dicta, Libertad de expresión y protección de grupos discriminados en internet, de Gustavo Ariel Kaufman, se describe con gran claridad: “La noción de expresión de odio o discurso de odio resulta de una traducción del inglés hate speech, que a su vez deriva de una expresión previa hate crime. Esta última indica crímenes motivados por la pertenencia de la víctima a un cierto grupo social, por ejemplo, comunidades indígenas o gays y lesbianas”.
Existen criterios para saber si un mensaje es discurso de odio:
Desde el viernes 16 de agosto, quizá antes, pero ahora con mayor intensidad, vemos discursos de odio en redes sociales, en paredes (como las de la Facultad de Ingeniería de la UNAM), en medios electrónicos y digitales.
Discursos que descalifican, criminalizan, estigmatizan, marcan, invitan a violar y matar mujeres, discursos de odios que dejan huella en el imaginario social.
No, no nos confundamos, el discurso de odio no es libertad de expresión. Se trata de una estrategia que atenta contra la integridad de un grupo en específico, en este caso las mujeres. No se trata de censura.
Aquel viernes en algunos medios nacionales se reporteaba en tiempo real lo sucedido con una constante: disturbios, vandalización, caos, violencia, atentado contra el patrimonio. Una y otra y otra y otra vez. Nuevamente imágenes de mujeres incendiándolo todo, provocadoras, violentas.
Nada de las miles de niñas, mujeres jóvenes y mujeres mayores violadas, destruidas. Nada de la violencia estructural que revictimiza a las mujeres en el Ministerio Público. Nada de la ausencia de espacios privados y públicos seguros.
Muy poco acerca del origen de la manifestación #NoMeCuidanMeViolan.
En contraste, a nivel internacional colectivas feministas comenzaron a publicar discursos de apoyo a las manifestaciones en México con el hashtag #AmamosLaFuriaMexicana.
Estamos viviendo una ruptura generacional, un cambio de paradigma en el que hay otras formas de expresión del feminismo.
El feminismo interseccional (el que destaca las diferencias entre los distintos pensamientos y posturas político-filosóficas) nos ha mostrado que admitir las diversidades y las distintas expresiones de las luchas feministas ha permitido hacerlas visibles y válidas
Sería interesante que pudiéramos concentrarnos en aportar a este cambio de paradigma que estamos presenciando, y también apoyar la causa de estas jóvenes que salieron valientemente a las calles a luchar por la vida de todas.
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Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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