Estas seis historias de mujeres que resisten en cinco municipios de Jalisco, desde la Sierra de Amula hasta el Sur, son sólo una muestra de la esperanza, la convicción y la urgencia de pensar en alternativas de producción libres de agroquímicos y de que alimentarse sanamente es posible (Segunda parte).
Investigación y texto: Mayra Vargas
Edición de texto: Carmen Aggi Cabrera y Mely Arellano
Fotos: Mayra Vargas, Vianney Martínez y Jhoseline Ramírez
Intervención gráfica: Jengibre Audiovisual.
StoryMapJS: Mayra Vargas
Desde los 11 años de edad, Lidia Araiza Guerrero supo que tendría que enfrentar la vida sin su mamá ni su papá. Fallecieron justo en su niñez. A partir de ese momento una pareja decidió hacerse cargo de ella, la criaron y le enseñaron lo básico del campo, a sembrar jitomate, chile y maíz. Hoy, doña Lidia, como le dicen las personas, tiene 67 años y recuerda con cariño a quien llama “mamá Chana” y su esposo, que también dejaron este plano hace 25 años.
Doña Lidia se define como ama de casa y una mujer dedicada a la siembra. Ella dejó su rancho cerca de Apulco en el municipio de Tuxcacuesco para irse a El Limón, declarado como el primer municipio en transición agroecológica de México. Ahí vive desde hace casi 18 años y produce -desde hace al menos cinco años- jamaica orgánica, la más buscada en los municipios cercanos.
Ella vive con su esposo y dos de sus hijos, además de un nieto que está con ella desde pequeño y que ahora tiene 22 años. En su niñez, su mamá Chana le dio un consejo. Le dijo que era importante que ella cuando cumpliera 15 años aprendiera a trabajar la tierra “a echar algo en el llano”, para que no tuviera que depender del hombre con quien se casara.
Mamá Chana le dio a Lidia el mensaje más valioso que aplicaría durante toda su vida: trabajar y ser independiente: “Ahí me enseñé yo, con el señor y la señora… una escarbando y la otra echando la semilla de maíz o de jitomate, de lo que sea, y después pensé: Eso que me dice mi mamá Chana es bueno y ahí fue donde me enseñé y empecé a sembrar jitomate, chile, maíz y al último jamaica”.
Además de sembrar, doña Lidia sabe hacer queso, requesón y panelas para autoconsumo. Cuenta que su mamá Chana tenía muchas chivas y que esa curiosidad que tenía cuando era niña le permitió aprender a elaborar esos productos lácteos.
Doña Lidia es una experta en la siembra y cosecha de la jamaica, por eso la mayor parte de su producción se va para una de las empresas más fortalecidas de la región: La Cooperativa de El Grullo, un supermercado que abastece a cientos de familias de municipios aledaños. Ahí la jamaica de Lidia se ha colocado como uno de los productos favoritos de los consumidores, es la más buscada y pronto se termina.
La jamaica de doña Lidia es tan buena que la buscan para llevarla a los Estados Unidos. “Jamaica me hace falta cuando la cosecho…vienen de una parte, vienen de otro lado, y sí se vende. Antes yo salía a vender en bolsitas, rancheando, pero ahora ya no necesito ranchear, ya se me vende sola”, cuenta emocionada.
Ella le apuesta a la jamaica porque dice que le da mayor producción que el maíz, pues hasta 800 kilos ha cosechado en una muy buena temporada.
Además de la producción en el campo también tiene animales, al menos 80 gallinas y ocho chivas dependen de ella. Si le llega un apuro económico no duda en vender alguno de sus animales. Los huevos que producen sus gallinas son principalmente para autoconsumo, los demás los vende, pues hay personas de El Grullo y El Limón que le piden porque saben que las gallinas son alimentadas con puro maíz, que también produce doña Lidia, pero en menor escala.
“Yo lanzo la semilla, hago unos pocitos con una coa y le voy echando. Voy poniendo de 2 semillitas, de 5 semillitas y hay veces que me nace una o si llueve fuerte el agua se la lleva y tengo que volver a sembrar. El maíz es más fácil, va más honda la semilla y la jamaica no tanto, va encimita”, cuenta doña Lidia.
Para la siembra se apoya de uno de sus hijos, pero para la cosecha de la jamaica tiene que contratar a al menos ocho o diez personas, pues el proceso es muy minucioso y se necesitan varias manos.
La cosecha es todo un arte. Cada proceso es minuciosamente supervisado por doña Lidia para que la jamaica salga perfecta. Cuida desde el corte, que éste sea correcto; vigila surco por surco la recuperación de la semilla y cada aspecto necesario para tener una buena cosecha.
“Los hombres están mochando la bellotita de la planta, y las mujeres sacan la semilla de la jamaica con un tubito. A mi me toca revisar que la mochen bien, que se vayan surco por surco. Hay otros que no saben y dicen que al cabo doña Lidia no ve, pero sí me doy cuenta”.
Además de la siembra y cosecha, hay algo que ella realiza antes de estos procesos, pide y confía en el buen temporal. Para ello realiza un ritual que le ha dado resultados: “Yo cuando voy a empezar me llevo mi palma bendita y la pongo, y luego me llevo una imagen que tengo allá de la virgen de Guadalupe y le rezo diario que llego, para que nos llegue la lluvia y que no nos falte el agua”, revela.
Aparte de esta fe, que permite a doña Lidia no desistir en cada nuevo temporal de siembra, cuando ella está en la parcela, lista para tirar semillas de jamaica surco por surco, recuerda a su mamá Chana y al hombre que la crío junto a ella. “Me acuerdo mucho de ellos, hasta se me revelan… se me viene a la mente cuando me estaban enseñando y lo que me decía la señora: Hay que enseñarte a todo, a echar unos jitomatitos, que se te vayan dando y ya tú vendes o te lo comes. Así que a ellos nunca los olvido”.
Doña Lidia siguió el ejemplo de sus padres adoptivos: ella también llevó a sus hijos desde pequeños al campo, para que en su adultez pudieran tener esa autonomía y saber trabajar la tierra.
Durante 34 años, Maricela vivió el intenso ritmo de habitar y trabajar en una ciudad tan acelerada como Guadalajara. El estrés y la presión hicieron que renunciara a su trabajo en el que llevaba 15 años, pues quería también dedicarle tiempo de calidad a sus hijos.
La suma de tantas cosas que vivía en ese momento la llevaron a una profunda depresión, de la que salió gracias a un curso de huertos orgánicos que tomó en esa ciudad. Esto le regresó las ganas de aprender, crear vida y salud a través de la producción de alimentos sanos.
Hoy, Maricela Rosales Velazco originaria de Copala, municipio de Tolimán y conocida desde hace 20 años como Maricela del Edén, a sus 56 años de edad divide sus días entre su huerto familiar, bosque comestible Mardi y su casa. Ella junto con su esposo, no conciben su vida sin este espacio, que ocupa un rincón en el Rancho Los García, en San Gabriel, al Sur de Jalisco.
En este huerto familiar de al menos una hectárea, producen principalmente manzana y durazno, también ciruela española, granadas, entre otras frutas y verduras. Todos son alimentos libres de químicos, que la familia de Maricela prioriza para el autoconsumo, mientras que el resto lo venden.
El mote de “Maricela del Edén”, la acompaña porque desde hace 18 años también trabaja en el Edén Orgánico, un grupo de mujeres que se consolidó a partir de aquel curso en agricultura orgánica urbana que tomó en el 2005 en Guadalajara:
“Éramos como 84 mujeres y de las 84 las que quisieron el invernadero fuimos como 30 y de las 30 quedamos 5 y somos familia, somos hermanas. Yo me vine, pero quedaron 4 allá y ellas siguen capacitando como Edén y cuando a mi me invitan yo voy como Edén”, comparte.
Desde aquella capacitación de huertos orgánicos que derivó en el grupo de mujeres Edén Orgánico, la vida cambió para Maricela. “Yo decía, cultivar en la ciudad ¿cómo? ni escalera tenía para subir a la azotea, entonces lo hacía en una barda de la cochera, ahí tenía como cien plantas de lechuga. De un paquetito que me dieron lo sembré todo en botellas de refresco y bajaba cada 8 días para echarles composta. Las lechugas se las tenía que repartir a todos los vecinos porque eran demasiadas”, recuerda.
Esa experiencia motivó a Maricela, a que sí se podía cultivar en una ciudad, en un pequeño espacio. Después compraron una escalera y lo hicieron en la azotea y ahí lograron producir jitomates, cebollas… “teníamos todo lo de la ensalada. Mis hijos llegaban con sus amigos: mamá vamos a hacer ensalada, entonces iban y cosechaban, no cultivaban, pero les encantaba cosechar”.
Con ese antecedente como experiencia y la vena campesina de su papá que acompaña a Maricela desde los seis años de edad, es lo que ha hecho que ahora su proyecto familiar en San Gabriel se mantenga de forma cotidiana desde hace al menos tres años.
El huerto, antes de convertirse en bosque comestible Mardi, era un terreno del suegro de Maricela. Ese espacio lo heredó un hermano de su esposo y posteriormente lo compraron. “Queríamos un espacio. No teníamos tiempo pero teníamos ya el terreno. Estaba la idea de querer trabajarlo hasta que pudimos y aquí está”.
Al principio, el plan era producir durazno, pero al final apostaron por las manzanas. Lamentablemente las vacas entraban al terreno y la producción no se daba, por lo que Maricela y su esposo se desanimaron. “No nos paramos como en tres años hasta que nos hablaron unas personas y nos dijeron que teníamos manzanas. Subimos, llegamos al terreno y estaban llenos los árboles y eso ya fue una motivación de empezar a meter más fruta”.
Maricela ve una oportunidad de mercado con la producción agroecológica de fruta, pues comenta que en la mayoría de los espacios ecológicos lo que más venden es verdura. “Las frutas son muy contadas, entonces nuestro propósito, si aquí se da muy bien la fruta, ¿por qué no hacer eso? Aquí la fruta se da sin que le metas nada, ahora, si le metemos lixiviado de lombriz, y composta se da más”, explica.
El excedente se lo dan a una mujer que vive en Ciudad Guzmán, municipio ubicado a 40 minutos de San Gabriel. Esta joven va los domingos a la Feria de Productores en Guadalajara, por lo que se lleva cajas de manzanas que se venden como “pan caliente”, además de ciruelas, limones, guayabas y duraznos que le entrega Maricela. Todo se vende.
Las tareas del bosque comestible Mardi se las reparten entre Maricela y su esposo. Sus hijos viven en Guadalajara y Ciudad Guzmán y principalmente en vacaciones van a visitarlos para integrarse en las actividades del huerto familiar. “Todos cuando pueden me apoyan”.
Para ella, este espacio se ha convertido en su vida. Cada mañana despierta pensando en qué actividades realizará en el huerto, pues es su prioridad. Su motivación es que exista fruta libre de químicos para más gente, “yo sé que es mucho trabajo y que voy a tener una remuneración económica, pero lo que más quiero es que la gente tenga fruta limpia en sus mesas, eso es lo que me motiva”, expresa.
Aunque todos los días está motivada y con entusiasmo trabaja el huerto, es consciente del uso desmedido de agroquímicos en la región. “Eso es un crimen. Entiendo que hay mucha gente y que llegan plagas, y que tienes qué… pero a pequeña escala también se puede producir”, señala.
Ella asegura que hay alternativas que se pueden usar, como la composta que es un buen aliado, pero también los bioles (abonos de tipo foliar orgánico, resultado de un proceso de digestión anaeróbica de restos orgánicos de animales y vegetales), que suelen estar listos en diez días y son considerados fertilizantes eficaces.
Para Maricela es importante producir alimentos sanos para reducir la cantidad de enfermedades y de personas que están afectando su vida por lo que comen. “Yo veo a mi alrededor y la gente se está muriendo y ¿por qué se está muriendo?, pues por lo que come”.
La agroindustria quiere ganancia económica, mientras que en su caso los objetivos de bosque comestible Mardi son cultivar alimentos, no ganancia. “Una vez escuché que decían que los campesinos de ahorita no cultivan alimentos, cultivan dinero”, dice.
Maricela también ha tenido que enfrentarse a un problema que afecta a las distintas regiones de Jalisco: la falta de agua.
Cuando tienen agua y llueve en diciembre, captan esa lluvia y les alcanza para regar hasta febrero. Pero si no llueve en diciembre, como ocurrió en 2022, entonces tienen que racionar el riego, por ejemplo, en enero regaron una vez, en febrero 2 veces, en marzo tres veces, pero en mayo se les acabó el agua.
“En junio ya esperábamos las lluvias y se nos fue todo junio. La falta de agua aquí es un tema. Nosotros cosechamos agua de donde podemos. Cada año con lo que juntamos de manzana, compramos contenedores, uno que otro tinaco, para tener un poco más de agua para el siguiente año, pero este año lo que captamos no nos alcanzó”, señala.
Otra situación que suele desconcertar a Maricela es la apatía de la comunidad del Rancho Los García. Dice que ha ido a misa (que es cuando la mayoría de las personas están reunidas) y les ofrece semillas, para que siembren en sus patios, sin embargo, se ha enfrentado al poco interés. Incluso ha recibido críticas. “Una señora me dice que si no tengo qué hacer en mi casa y pues sí hago quehacer en mi casa en mis posibilidades, pero mi prioridad es esto”.
Esta apatía, Maricela cree que se debe a que las personas no se sienten capaces de producir sus propios alimentos o no les interesa y prefieren comprar sus verduras en la tienda, que suele ser lo más fácil. Sin embargo, no se rinde, piensa ir a la escuela primaria de la comunidad para hablar con los padres y madres de familia y mostrarles que es posible producir alimentos en cualquier espacio.
En Los García hay mucha gente mayor, de 80 años o más, Maricela dice que al menos en cada casa vive un par de adultos mayores, pero que también hay personas de 50, 40 y 30 años de edad. Incluso hay madres jóvenes a las que quisiera acercarse: “Quiero un grupo más joven, con más ganas, pero las jóvenes están con sus niños chiquitos, van y vienen a la escuela, la primaria, les llevan desayuno… pero aun así yo siento que hay tiempo para un huerto, porque si yo trabajé en Guadalajara, con mi casa, mis hijos, las escuelas, y huertos, ¡y podía! Querer es poder”.
Ella tiene un sueño, quisiera que más mujeres se interesaran en producir. “Que unas mujeres sembraran lechugas, otras acelgas, otras cebollas e irnos a la entrada y ahí poner un mercadito, porque pasa mucha gente por la carretera. Entonces yo le digo a mi marido ese es mi sueño, que las mujeres vayan y ofrezcan. Aparte de que coman sano, que tengan un ingreso”, expresa.
Dice Maricela que si el campo lo cultivaran las mujeres sería otra cosa, porque ellas además de ser responsables y comprometidas, son más minuciosas.
Ella desea que las personas se animen a cultivar sus alimentos en el espacio que tengan. Así sea un balcón, una azotea, porque es posible sembrar jitomates, lechugas y cebollas en la pared de una cochera, Maricela es un ejemplo vivo de que eso es posible.
Al lado de una autopista y rodeado de cultivos de agave, hay un pedazo de tierra que resiste. Es el terreno de Modesta Guerra Rodríguez y su esposo, ubicado en la localidad de San Nicolás, en Gómez Farías, en el Sur de Jalisco. Mode, como le dicen, siembra maíz y hortalizas, libres de químicos, por lo que su terreno se considera un oasis en medio de las hectáreas de monocultivo.
Mode tiene 53 años de edad. Nació en Veracruz, pero desde sus dos años su familia se mudó a Gómez Farías. Ella recuerda que su padre tenía huertas y cree que de ahí surgió su amor por las plantas, por el campo. Ahora, pero ya sin sus padres, Mode vive en San Andrés Ixtlán, una localidad de dicho municipio.
Ella es estilista de profesión. Todos los días tiene mucho trabajo porque es muy buena en lo que hace, sin embargo, siempre supo que su misión en Gómez Farías o en la vida iba más allá. Siempre quiso hacer algo más, algo distinto, algo que reivindicara y mejorara la calidad de vida de su familia y de las demás personas.
Modesta encontró eso que buscaba y su mayor impulso en la vida al trabajar la tierra. “Empecé en casa a sembrar lo que más podía, en tambos, en cubetas en lo que fuera. A cultivar mis primeras hortalizas en casa y siempre tuve el deseo de tener un espacio más grande, a tal grado que vendimos una propiedad, para hacernos de este terreno”.
El espacio que compraron está al borde de la autopista Guadalajara-Colima. Darle vida a esa hectárea ha sido un reto, pues la tierra estaba muerta. “No había vegetación, no había nada y me he dedicado junto con mi esposo a darle vida, tanto en árboles como en cuidado del suelo”, cuenta.
Antes de adquirir el espacio, éste era usado para producir silo. Lo único que les importaba a los anteriores dueños era sacar la hoja, la pastura para el ganado. “Lo tenían lleno de químicos, lo tenían muerto prácticamente porque levantaban toda la pastura, entonces estaba seco, duro”, explica Mode.
Desde que lo compraron, ella y su esposo se propusieron a no levantar nada de rastrojo, gracias a ello, a sus cuidados y mantenimiento, es fecha que han logrado dos cosechas de maíz.
Además del maíz, tienen diferentes tipos de calabaza, variedades de frijol, limones, manzanas, guayabas, granadas, peras, naranjas, limas, incluso hay pinos. “Lo que aquí tratamos es que haya una variedad de plantas, desde las más pequeñitas como son los rábanos, hasta lo más grande que son los cedros. Es importante no tener un monocultivo”.
Mode y su esposo trabajan todos los días en su predio desde hace más de dos años y aunque ha sido cansado y pesado, les entusiasma ver cómo le han dado vida a algo que estaba estéril. Además, cuenta que su familia participa en las actividades de siembra y cosecha. Han incluido a sus nietos, sobrinos, sus hijos y a sus nueras, por lo que también se ha vuelto un espacio de convivencia familiar.
Mode no ha estado sola en este proceso, en realidad, el aprendizaje y el horizonte se abrió para ella cuando conoció a un grupo de mujeres de El Grullo, quienes le enseñaron que sí es posible hacer sus propios huertos y a sembrar para el autoconsumo.
Este encuentro se dio gracias a la curiosidad de Mode, que la llevó a preguntar a la presidencia municipal de Gómez Farías si existía algún programa o apoyo sobre huertos para San Andrés Ixtlán. La respuesta fue que no, pero que en El Grullo sí, que habría un encuentro entre mujeres campesinas. “Me dijeron, ¿le gustaría ir allá? y pues no importa que estuviera lejos, hasta allá me fui y la verdad no me arrepiento…cada que voy regreso con más energías, con más semillas, con nuevas ideas y a contarle a mi esposo”.
Convivir con las mujeres de El Grullo fue algo especial para Mode. Ver los huertos en sus casas la motivó más a enfocarse en producir, tanto en su casa como en el terreno, por lo que su trabajo en la estética pasó a ser una actividad secundaria de medio turno.
“No me arrepiento, al contrario me emociono más. Cada día estoy más cerca de dejar la estética porque hay otro tipo de belleza, todo eso también es químicos, entonces también lo que yo hago ahí (en la estética) me perjudica, tanto a mí, como a las que se los hago, entonces he aprendido también que sí quiero tener una vida un poquito más saludable o ayudar a los demás a tener vidas saludables”.
Todas las ideas y técnicas para combatir plagas y fertilizar de forma natural se las trajo Mode desde El Grullo. Le han aconsejado que ponga desde ortiga, estiércol, ceniza, higuerilla, etc., todo lo ha aplicado en sus espacios y le ha dado buenos resultados.
“Ahora que yo veo mis plantas, que veo tan bonitos mis árboles y que no les pongo ningún químico y que me están produciendo, esa es la mayor satisfacción. A lo mejor no es una satisfacción económica pero es una satisfacción personal, el llevar a la mesa de mi familia y decirles: este es un aguacate del potrero, cero químicos, este es un jitomatito del potrero, el que sembró mi nieto, mi nieta”, explica.
Mode dice que todo funciona, desde el estiércol o los desechos que antes se consideraban basura, ahora en su familia todo se utiliza. Desde la rama del árbol que cae, hasta las cáscaras de las frutas o verduras que se comen. Todo sirve para algo.
Hace un tiempo Mode se enfermó de encefalitis. El diagnóstico fue que ella dejaría de caminar al menos tres meses. Esta noticia la entristeció, pues pensó que no iba a poder desarrollar sus actividades en el campo, sin embargo, una compañera campesina de El Grullo, le aconsejó que caminara descalza en la tierra de su terreno. “Yo venía desde temprano, me quitaba mis zapatos, empezaba a caminar lento y cuando menos pensé yo ya estaba caminando perfectamente bien”, comparte.
Otra situación de salud que afecta a Mode es en uno de sus senos, en el que ha tenido varios problemas que la han llevado a visitar diversos ginecólogos y oncólogos. Aunque afortunadamente hasta ahora todo ha salido bien para ella, el común de la gente con la que ha platicado coinciden en “que lo que comemos ahora, todo el sistema de producción que tienen ahora, llenos de pesticidas es lo que nos está enfermando. No es tanto el corre y corre de la vida, el ajetreo, el estrés, no, yo creo que es más bien lo que estamos metiéndole a nuestro cuerpo… lo que nos están vendiendo para alimentarnos, eso es lo que en realidad nos está enfermando”.
Por eso, para Mode, el saber que todos sus esfuerzos son para producir alimentos sanos la emociona, porque es una esperanza para ella y su familia. “El campo es nuestra vida, nuestro alimento”.
Para ella es satisfactorio estar en el campo, la oportunidad de ver crecer a sus hijos, enseñarles a amar la naturaleza y el respeto por los animales. Además, tienen mucho tiempo para platicar entre ellos, dice que se les van las horas, pues se han quedado hasta las 10 de la noche.
A Mode la motiva seguir en este camino cuando llega a su terreno y ve una ave diferente. Cuando ve que una plantita ya comenzó a dar fruto, que ya está más grande el jitomate. Llegar cada mañana y ver algo nuevo, todo eso la llena de energía para seguir produciendo.
Aunque su prioridad es la alimentación de ella y su familia, también ha compartido algunas cosas con la demás personas. Ha vendido jamaica, acelgas y calabazas, después de una muy buena cosecha obtenida el año pasado.
“Tuvimos una cosecha buenísima el año pasado y vendí mucha calabaza. A una señora que se dedica a hacer atole con calabaza me dice, yo quiero tus calabazas. Las personas se dan cuenta cómo estamos sembrando y aquí todos son bienvenidos”.
Dice que la idea es que la gente vea y conozca que es posible lograr buenas cosechas sin usar agroquímicos. Incluso comenta que más personas están interesadas en unirse al proyecto de producción y eso le entusiasma.
Aunque hay motivación y esperanza en Modesta, no puede evitar ver lo que la rodea: hectáreas de agave, aguacate y berries. “Cada 28 días vienen y fumigan el agave de al lado y los berries no se diga, son todos los días que tienen cosas en su riego, en sus foliares, entonces todo eso, el químico no se queda en la planta, lo tenemos en el aire. Entonces para mi ese es el reto y hacer frente, a que no porque los demás siembran voy a quitarme”, señala.
Su deseo es seguir sembrando orgánico y hacer frente a la agroindustria junto con su esposo. Algo que también le preocupa, es que cada vez más terrenos son usados para la construcción, por lo que teme que en un futuro esa zona en la que está su terreno, se llene de casas y no haya dónde sembrar, “porque ahorita en todos lados quieren hacer casas porque hay una necesidad muy alta de viviendas, pero y ¿qué van a comer? y ¿dónde estarán los alimentos?”.
Mode dice que la agroindustria enferma a las personas. Que cada día se usan más químicos y cada vez hay más enfermedades. Las infancias son las más vulnerables a esta situación. “Yo platico mucho con gente de diferentes situaciones económicas y padecemos ya las mismas enfermedades, los mismos males, las mismas preocupaciones. Todos nos preocupamos por lo que estamos comiendo, entonces para mí sí es muy necesario trabajar en producir sin químicos, porque es una urgencia, ya no es una necesidad, esto es una urgencia”.
Comparte que su padre, como campesino que fue, nunca se colgó una bomba en la espalda para fumigar algo, tampoco usó pesticidas. Mode creció en el campo y araban con animales, sin embargo, ahora es todo diferente.
Modesta Guerra sueña con inspirar a más personas del municipio de Gómez Farías. Dice que hay muchas mujeres con interés de impulsar la producción de alimentos orgánicos. “Hemos compartido pláticas con muchas mujeres y dicen sí Mode vamos haciéndolo y sí, me invita cuando lo haga, entonces el ir y visitar allá (en El Grullo) sus predios, sus casas, sus huertos me motiva a un día llegar aquí en San Andrés o Gómez Farías ver que mi vecina, mi cuñada, mis amigas o mis conocidas tienen sus huertos, creo que eso es lo que yo quiero”.
Afortunadamente Mode ha tocado algunas puertas y la novedad es que le prestaron una escuela que está en desuso. Ahí van a iniciar con el proyecto de huertos familiares para adultos, niños y niñas. Esto la emociona y llena de esperanza, el poder compartir su tiempo para algo tan importante como es la producción de alimentos saludables, libres de químicos.
“Cuando una mujer está en el campo se merece respeto. Tiene mucho valor una mujer que trabaja con sus manos, con su sudor, que junto con su esposo llevan comida a su casa. La siento como una mujer libre, siento que es más sencilla, que lleva en su corazón mucha humildad y mucho amor”, describe Mode a las mujeres que se dedican al campo.
Ella espera que cada día haya más mujeres así, porque se necesitan. Mode es una de esas mujeres, que encontró el sentido de su vida en trabajar la tierra y hacerla producir. Comparte que cuando está en el campo recuerda con mucho cariño a su papá y a su mamá. “Mis padres ya no viven, entonces haciendo esto empiezo a pensar en ellos. No sé si algún día les dije gracias, que lo más probable es que no, por lo que hicieron por mí, pero ahora que estoy con las manos en el campo, los recuerdo tanto y digo: con cuánto cariño nos cuidaron, porque ellos sí nos alimentaron con los productos del campo”, reflexiona.
Mode espera que pronto haya una revolución en San Andrés Ixtlán, la localidad donde vive o en San Nicolás, donde tiene su terreno e incluso en el municipio de Gómez Farías. Ella busca que surjan más personas con la inquietud y las ganas de apoyar alternativas de producción en el Sur de Jalisco.
“No quiero sentirme sola en esta batalla de los alrededores. Quiero que haya más personas que digan yo quiero hacer eso, por lo que se viene, por lo que vamos a batallar más adelante. Somos cada vez más personas, todos comemos y necesitamos dónde apoyarnos. No quiero ser nada más yo, quiero que haya muchas más”, expresa Modesta.
Estas seis historias de mujeres que resisten en cinco municipios de Jalisco, desde la Sierra de Amula hasta el Sur, son sólo una muestra de la esperanza, la convicción y la urgencia de pensar en alternativas de producción libres de agroquímicos y de que alimentarse sanamente es posible.
Herlen, Karla, Julieta, Laura, Yolanda, Maritza, Olivia, Lidia, Maricela y Modesta son las protagonistas de estas iniciativas familiares, individuales o colectivas que buscan revolucionar el campo e inspirar a través de sus historias.
*Esta publicación forma parte del proyecto #NoSomosVíctimas, de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, financiado por la Embajada Suiza en México.
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