En estos días se repite que los comicios de 2021 son los más violentos de la historia. Las cifras desmienten la consigna, pero a los propagadores de odio no les importan los datos duros. Su objetivo es otro: parar, como sea, al presidente López Obrador
La historia se publicó al mediodía del 1 de junio en la página del diario Reforma en internet.
“Asesinan a esposo de candidata del PT en Michoacán”, decía el titular que se refería al ataque contra Rosa Elia Milán Pintor, quien aspira al gobierno municipal de Cuitzeo.
Bajo el encabezado una foto de la candidata, blusa roja y pantalón de mezclilla, en algún evento de su campaña.
La nota era falsa.
Ese martes se anunció el fallecimiento de José Marcelino Pérez Aguilar, esposo de la postulada por la coalición Juntos Haremos Historia, conformada por el Partido del Trabajo (PT) y Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
La candidata sufrió un ataque el domingo 30 de mayo donde su pareja resultó herida.
Era mentira, pues, que hubiera sido asesinado dos días después como afirmó la nota del Reforma.
Horas después el titular fue corregido pero la historia había cumplido su propósito: abonar a la narrativa de que la campaña electoral de 2021 fue trágica, insegura.
No fue el único caso. En ese diario y otros editados en Ciudad de México, así como en noticieros de radio y televisión la consigna más frecuente es que la elección intermedia de este año es la más violenta de la historia.
En las últimas semanas los espacios principales de los medios tradicionales han estado copados de notas sobre agresiones a políticos en campaña.
La cobertura suele ser plena en detalles, el conteo de los ataques en la mayoría de los casos.
No faltan los artículos de analistas y politólogos, y en redes sociales de internet las historias se convierten pronto en las más leídas.
En la mayoría de los casos el señalamiento es el mismo: los electores están en riesgo porque existe un creciente clima de inseguridad.
La delincuencia organizada mantiene en jaque los comicios, amenaza con profundizar la violencia y, por si fuera poco, convertirse en el Gran Elector.
Y todo, juran, porque el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido incapaz de contener la inseguridad.
Por eso la frase se repite una y otra vez. Las elecciones del 6 de junio son las más violentas de la historia. ¿De veras?
Es claro que la estrategia oficial no ha logrado atajar a la criminalidad, que en entidades como Guanajuato o Tamaulipas se han convertido en los gobernantes verdaderos.
La incidencia delictiva registra ligeros descensos, insuficientes para devolver la tranquilidad de los ciudadanos.
Es parte del legado que empezó a formar el impresentable sujeto llamado Felipe Calderón, con su insensata declaración de guerra contra el narcotráfico.
Un regalo que terminó de envenenar la frivolidad y desdén de Enrique Peña Nieto, ajeno por completo a la vida real del país.
Esto lo saben los editores de medios, columnistas, académicos, intelectuales, empresarios y los propagadores del miedo en redes sociales.
A ellos los matices no importan porque el objetivo es repetir que la violencia en la actual contienda política es inédita. Pero en su cuestionado mantra se olvidan de algunos detalles.
Datos de la consultora Etellekt señalan que en el proceso electoral 2017-2018 se registraron 774 agresiones diversas contra militantes de todos los partidos.
Los ataques provocaron la muerte de 152 políticos.
Este año la contabilidad de la consultora dice que han ocurrido, hasta el pasado 31 de mayo, 565 agresiones.
El registro de políticos asesinados es de 88: el 57% de los que ocurrieron en la contienda de hace tres años.
Es decir, las votaciones de 2021 no son las más violentas de la historia según los datos de la consultora que es una de las pocas que hace estas mediciones en contiendas electorales.
Por eso Etellekt es una de las fuentes más utilizadas por los medios tradicionales, y el argumento de quienes insisten en que la delincuencia se apropió de los comicios.
En el fondo la estrategia de estos días es la misma que se sigue desde hace tres años, cuando la victoria de López Obrador era inevitable.
El objetivo es esparcir la idea de que en México hay ingobernabilidad, que el presidente encamina al país hacia el caos y que, por supuesto, la única forma de parar el desastre es votar contra su proyecto político.
Quedó claro en las últimas semanas, con desplegados que firmaron decenas de intelectuales, algunos muy cercano a los gobiernos anteriores.
Hasta ahora sus mensajes son poco útiles. La mayoría de las encuestas indican que el partido en el gobierno tiene amplias posibilidades de obtener la mayoría en la Cámara de Diputados.
También puede conquistar entre 8 y 10 de las 15 gubernaturas en disputa, y la popularidad de López Obrador se mantiene en un promedio de 58%.
Es decir, casi los mismos números registrados al inicio de este año, y similares a las proyecciones de 2020.
La explicación es sencilla: los mensajes de odio cambiaron poco la intención de voto.
Los opositores a la 4T reforzaron sus convicciones. Y quienes creen en el presidente mantienen su idea.
El escenario se verá más claro al anochecer del 6 de junio, pero más allá de las estadísticas lo más importante no sucederá en ese momento.
Porque gane quien gane los comicios, el país y su polarizado debate político será el mismo.
Difícilmente los propagadores de odio se quedarán de brazos cruzados y, peor aún, la tentación de convertirse en extremistas se alimentará con una eventual derrota.
¿Qué son capaces de hacer en su desesperación? ¿Hasta dónde pueden llegar para saciar su apetito de poder?
Habrá que verlo. Mientras, lo único cierto es que el odio embrutece. Y es capaz de empujar las peores decisiones.
Ojalá me equivoque.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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