Sistemáticamente se piensa que las artes no se pagan o se pagan con muy poco.
Twitter: @aceves_ever
Recientemente circuló la falsa noticia de que la necesidad económica orilló al cineasta Gregorio Rocha a buscar la fuente de ingreso que la precariedad cultural en México no le brindó, y por lo cuál, supuestamente, trabajaba como repartidor de Rappi. Pues bien, Rocha falleció el pasado jueves, tras ser víctima letal de un accidente automovilístico, mientras conducía en motocicleta —no por ser conductor de Rappi, sino simplemente era aficionado a las motocicletas, según aclaraciones de su familia.
(Aprovecho para mencionar que Rocha egresó de la UNAM, del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), fue un director de cinemultipremiado, nacional e internacionalmente, con exposiciones en diferentes museos prestigiosos a nivel global.)
Sin embargo, me parece importante resaltar que, si bien, afortunadamente Rocha no se encontraba en el escenario de la precariedad —de muchos— de los repartidores de comida, una buena cantidad de artistas mexicanos sí. Innegablemente hay una falta de políticas públicas que favorezcan y dignifiquen a los artistas o profesionales de la cultura, sobre lo cual ahondaré hoy.
Las artes se pagan. Llámese cine, escritura, fotografía, pintura, escultura, danza, teatro, música, etc., las artes se pagan. Es inadmisible que se vulnere a los artistas con excusas como: “es un privilegio que estés colaborando con nosotros, confórmate con eso”, “la retribución es el prestigio que te damos”, “no tienes experiencia, no te podemos ofrecer un pago”, “sólo aceptamos colaboraciones con artistas famosos, prestigiosos”. No. Las artes no son gratuitas, las artes se pagan porque hay una inversión de tiempo en realizar la obra y en tiempo de estudio y preparación, académica y/o práctica, para poder efectuarla, una inversión económica de diversos gastos realizados durante la jornada laboral (electricidad, transporte, alimento), así como en la materia prima utilizada para realizar la obra final, hay un esfuerzo humano, hay un servicio que se está brindando, principalmente me refiero a las ocasiones en que los efectos de la obra del artista se reflejarán en ingresos que van a los bolsillos del contratante.
El SAT, por otro lado, parece ser un aliado del hundimiento económico de los artistas, dificultando, año con año, sus posibilidades de crecimiento mediante un cobro muchas veces injusto. El SAT, haciéndose de la vista gorda, mientras hace concesiones tributarias de más de cinco ceros a los multimillonarios, cobra impuestos a los artistas, de por sí, con pagos inmerecidos por ínfimos, y además, proyectos poco numerosos, que salen de vez en cuando —naturalmente, por tiempo determinado. Así de irracional e injusta llega a ser la Secretaría de Administración Tributaria.
Es indignante la precarización a la que los artistas mexicanos están expuestos: como primer factor, el desempleo, o bien, sueldos o becas insuficientes para la vida diaria, lo cual conlleva al segundo factor: la búsqueda de un ingreso que resulte, al menos, suficiente para pagar los gastos básicos cotidianos. Afortunadamente se esclareció que no fue el caso de Rocha, no obstante, muchos artistas trabajan en empleos que poco o nada tienen que ver con su profesión artística, laborando en jornadas de trabajo en las que ni siquiera tendrían que estar, de contar con un empleo bien remunerado y relacionado con su profesión, que sufrague sus gastos.
¿Cuál es el futuro de nuestros cineastas, de nuestros artistas? ¿Qué podemos esperar de los artistas que no estudiaron en la UNAM y que no viven en CDMX, supuesto terreno de oportunidades?, y más triste aún, ¿cuántos artistas más optarán por elegir una carrera alejada de las artes, para evitar morir en un país que no les da las herramientas económicas para vivir de su profesión?
En la actualidad, no solamente los artistas sino muchas personas de diversas profesiones, buscan una segunda —¿primera?— fuente de ingresos porque a una gran parte de la población mexicana un empleo no le alcanza para terminar la quincena y porque los costos de salud, renta, alimento, entre otros gastos, lo dificultan, y más aún si es una familia en la que sólo una persona obtiene ingresos para el sostén familiar.
En el caso de los artistas, este problema se enfatiza aún más, pues, aunque no se diga públicamente, en la práctica se evidencia un desdén hacia el pago de las artes: “las artes no merecen un pago digno, sus honorarios no merecen compararse con el sueldo de un ingeniero o de cualquier empleo administrativo”.
“Las artes son gratis, las artes no se pagan”. Este pensamiento pulula en el imaginario colectivo, se repite y se refuerza en el sector público y privado. Los artistas viven, muchos de ellos, de becas, mismas que son un verdadero triunfo conseguir, puesto que el sistema antepone cada vez más trabas para imposibilitar o hacer lo más difícil posible el que un artista sea acreedor a estas becas. Incluso se han implementado cursos desde la Secretaría de Cultura para el llenado de trámites, porque reconocen que son un laberinto lleno de trampas, basta mencionar el EFIARTES.
Como si fuera poco, esos afortunados que logran obtener una beca tienen que apegarse rigurosamente al proyecto que los hizo ganadores —como si las artes fueran igual de previsibles que un cálculo matemático. Y así como la beca arriba mencionada, podría seguir enumerando becas, como CONACYT, que año con año aumenta alguna regla nimia para complejizar el trámite burocrático un poco más, y pareciera reducir cada vez más el tiempo de apertura de la convocatoria —por cierto, el peor escenario, el área menos beneficiada del CONACYT en cuanto a número de becas, es precisamente la del rubro de las artes. O bien, Jóvenes Creadores, en la que esperan que el postulante viva de comer aire o de la beneficencia de sus padres mientras cumple cabalmente con los requisitos hormiga de dicha convocatoria, y, además, la beca de monto apenas suficiente para la subsistencia tiene una duración, por lo regular, de un año. Luego de ese año, nuevamente, a seguir buscando becas o caridad de grandes empresarios mediante convocatorias gubernamentales (sí, EFIARTES).
Los artistas no tendrían que vivir de beca tras beca tras beca. No tendrían por qué estar, por necesidad económica, en empleos que no corresponden a su profesión, ni mucho menos tendrían que morir en un accidente, a consecuencia de esa misma necesidad.
Algo nos dejó el falso rumor en torno a la muerte del cineasta, algo que ya se sabían pero es importante resaltar: hacen falta empleos dignos, un sistema de salud público, un seguro de desempleo, obligaciones fiscales justas, espacios propicios para el posicionamiento, oportunidades de crecimiento, una vida digna para nuestros artistas mexicanos.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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