Las 35 heridas abiertas de Veracruz

20 septiembre, 2021

Hace una década, los cuerpos de 35 personas -11 eran mujeres y 5 menores de edad- fueron arrojados en Boca del Río, Veracruz. La investigación ministerial está perdida, y a pesar de que ya han gobernado dos partidos diferentes y Javier Duarte de Ochoa está en la cárcel, ninguna autoridad ha querido aclarar qué fue lo que realmente pasó ese día

Texto: Juan Eduardo Flores Mateos

Foto: Cortesía

VERACRUZ.- A mi hijo se lo llevaron el 15 (de septiembre) de una fiesta ahí en Icazo. No andaba robando ni narcomenudeando. Estuvimos buscándolo un par de días hasta que nos dijeron que se lo llevaron los policías. Y pues uno confía, ¿no? Si se lo llevaron los policías pos estaba detenido. Entonces mi hija y yo fuimos a Playa Linda, al siguiente día, donde llegan los detenidos. Y me dicen ahí que no llegó nadie con el nombre de mi hijo. Me angustié y regresé a casa. No dormí toda la noche. Fue un calvario para mí hasta que en los días siguientes me hablaron y me dijeron: señora, aquí esta su hijo. Y pues me alegré, ¿no? y le pregunté a la persona al otro lado de la línea que dónde, que dónde estaba mi hijo, ya que estaba yo muy preocupada. Aquí, en el forense, dijeron. En ese momento quise controlarme, tragué saliva, no pude, lloré y lloré y lloré. Me repuse y fui por él. Me pedían 300 pesos para sacarlo. Al principio no me lo querían dar…pero me puse cabrona. Entré a reconocer a mi hijo. Había más cuerpos. Tenían golpes, perforaciones, balazos en las piernas, vi un cuerpo molido a golpes hasta que le sacaron los ojos. Sé que la dueña de la casa de donde se lo llevaron murió estrangulada, mordida del pecho. Que su muchachita de 15 años fue violada, que su mamá también y estaba abierta del vientre. Había otro cuerpo más degollado…

El testimonio es de Leticia Mendoza Olguín, madre de Ricardo Pacheco Mendoza, quien apareció asesinado junto a otras 34 personas el 20 de septiembre de 2011 bajo la estatua de Los Voladores de Papantla ubicada en un desnivel del bulevar Adolfo Ruiz Cortines. 

Leticia está fuera de una tienda del fraccionamiento Colinas de Santa Fe, es el año 2013. Cuenta la historia de su hijo con bastante rabia. Afirma que Ricardo, su niño, es inocente y no andaba secuestrando gente como afirmaron el gobernador Javier Duarte de Ochoa y su secretario de gobierno, Reynaldo Escobar Pérez, en el momento del hallazgo. Ricardo Pacheco, su hijo, tendría ese 2013 21 años. Cuando murió en 2011, tenía 19: a esa edad vives intensamente, tomas, te enamoras, viajas o trabajas, no mueres molido a golpes por desconocidos para luego ser aventado como basura a una calle. 

A los 9 días del sepelio, yo empecé a tomar. Quería ver a mi hijo, aunque fuera borracha, ya ves que cuando uno está borracho ve visiones. Todavía me acuerdo de su último cumpleaños, me fue a ver al trabajo y me dijo “¿Qué me vas a dar?” y yo le dije “una bola de madrazos” y me decía “no, ya en serio, ¿qué me vas a dar, jefa?” y todavía le dije “¿no es suficiente con que te haya dado la vida?” y nos reímos los dos. Cotorreábamos mucho…perdí con esa gente, con el procurador, con el gobernador, ese pendejo que se llenó la boca de decir que eran secuestradores. Si ellos supieran el daño que me hicieron, pero ahí voy, ahí voy saliendo, no te digo que ya ni me dan ganas de matar a los que le hicieron esto a mi hijo. Yo sé quién fue mi hijo, cómo murió y quién lo mató. Con eso me quedo. Dice Leticia, resignada.

Días después dos reporteros fuimos a buscarla para poder ampliar su testimonio, se fue de Colinas de Santa Fe tal como lo había predicho. No dejó ningún número de contacto, los vecinos tampoco supieron mucho, ella y su otra hija eran nuevos en el vecindario. Su plan era irse a la capital para siempre. El dolor y el estigma que dejó la muerte de su hijo fue demasiado para ella.

***

Mira te cuento que había pasado la hora de la comida cuando estaba yo ahí en el WTC con el Lacho. Estábamos en un evento y pues Lacho revisaba su cámara, de las fotos que había sacado ese día. Y me mandaron una alerta, era una fuente.

Oye, acaban de aventar 35 catorces en el desnivel de los Voladores de Papantla, me dijo el vato. Chinga tu madre, wey. Esa ya me la sé, le dije. La vez pasada me dijiste lo mismo y era pura mamada. Pero insistió. Es que te cuento, esta fuente ya me había jugado una broma. Meses antes me había dicho que había cuatro colgados en el Puente de la Amistad que está ahí mismo, casi encima del desnivel donde están los Voladores de Papantla. Y pues al chile me fui en chinga para allá. Y cuando llegué le mandé un directo diciéndole que no veía ni verga y el vato se empezó a reír. ¿A poco no los ves? me dijo todavía el culero. Y pues ya me dijo que eran cuatro del Cártel de los Voladores de Papantla pues ya ves que están cuatro vatos como disecados amarrados al poste ese culero y le dije que fuera a chingar a su madre. Pero bueno, el caso es que le dije a Lacho que me acompañara y no quiso. Yo no me voy a acercar. Ya me tienen hasta la madre esos con tanto muerto. Si quieres te presto mi cámara, pero ve tú, me dijo Lacho. No seas puto, vamos, le dije. No, ni madres, me repitió Lacho y se alejó apresurado. No era para menos, Lacho venía cubriendo en los últimos meses personas desmembradas, encobijadas, ensabanadas. Entonces fui solo con una camarita de esas cuadraditas que se usan para las fiestas. Avancé y sí, ahí taban: un montón de cuerpos tirados alrededor de dos camionetas de redilas en la que estaba atada una enorme lona pintada con sangre.

Primero, con cautela, me paré en un punto estratégico e hice las tomas. Luego me acerqué lo más que pude. Me encontré con policías de la Policía Intermunicipal Veracruz -Boca del Río (PIVB), todos nerviosos, estaban moviendo algunos cadáveres hacia las bateas de sus patrullas. Me vieron contar los pies de los muertos que sobresalían del vehículo y me dijeron que me abriera a la verga, que dejara de estar de chismoso. No era el comportamiento habitual de los policías: a pesar de tanto muerto, los intermunicipales nunca se habían comportado así de hostiles. Siempre soltaban prenda. Intenté negociar con los policías cuando llegaron militares. Primero del Ejército Mexicano y luego de la Marina Armada de México. Ordenaron a los policías que dejaran los cuerpos donde estaban. Cercaron la zona. Tampoco dieron acceso a los pocos reporteros que llegaron después. Si fueron dos, fueron muchos. Tuvieron miedo de ir a cubrir ese día. Ah, pues ese día estaba el fotorreportero de Notiver Joel Soriano y su sobrino, Guevara, quien estaba nervioso porque nunca había cubierto nada. Recuerdo que tomó la cámara de su tío y apuntó, pero se quedó paralizado. Entonces me le acerqué y le expliqué cómo debía tomar la cámara. Y ya luego hizo varias tomas. Una de esas tomas, bastante cerrada, aparecería al siguiente día en el Notiver. Los de El Dictamen, el Decano de la Prensa Nacional, no publicarían ni madres, pero bueno, esos vatos eran unos vendidos; Guevara se estrenó ese día como reportero. Creo que esto que te cuento es importante por una cosa: mientras la mayoría de los fotógrafos de la muerte, Félix, Yahir, que venían documentando todos esos hechos, estaban escondidos, debajo de la cama, debajo de sus escritorios porque les dio miedo cubrir lo que pasó ese día, entre un novato que no sabía agarrar la cámara y yo con una camarita fuimos los únicos que tomamos las fotos. Ese fue el miedo que se vivió con ese hallazgo. Los policías estaban nerviosos, subiendo y bajando cuerpos porque, después sabríamos, de esos 35, como seis eran policías. 

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Dos días después de que tiraron los cuerpos, un enviado de la Procuraduría General de Justicia del Estado de Veracruz filtraría una lista al periódico Notiver. La lista identificaba a 28 personas que correspondían a esas personas asesinadas. Los nombres en la lista eran: Fernando Betancourt Vázquez, 14 años; Abbi Lizbeth Poucholen Barrios, 15 años; Diana Teresa López Luna, 16 años; Pablo González López, 23 años; Juan Martín Pérez Arías, 21 años; Yuset Alejandro Reyes Iglesias, 28 años; Iván Cuesta Sánchez, alias “Briggite”, 22 años; Miguel García Lozano, 50 años; Ricardo Pacheco Mendoza, 22 años; Mario Hernández Quevedo, 41 años; Luis García Atzín, 29 años; Luis Alfredo Gamboa Librero, 22 años; Irving Abiud Reyes Cruz, 20 años; Arturo Morales Córdoba, 46 años; Víctor Hugo Álvarez Guillón, 37 años; Joaquín Olivares Gómez y Luis Manuel Quiroz Arjona, de 38 años, ambos identificados como policías; Alán Michel Jiménez Velázquez, 15 años; Pedro López Pérez, 37 años; Gerardo Trujillo Méndez, 16 años; Luis Alberto Zavala Flores, 25 años; Jenny Valerio Tomba, 31 años; Felisa Concepción Ortiz Ortiz, 53 años; Aida Socorro Luna, 40 años; Karen Lobos Guevara, 24 años; Susana Sosa Colorado, 18 años, y Jorge Luis Martínez Collins, 23 años.

La vocera María Georgina “Gina” Domínguez Colío negaría que alguno de esos nombres perteneciera a alguno de esos cuerpos. 

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Casi un mes antes de la masacre, por ahí de agosto, ante la comandancia de la PIVB llegó un convoy de camionetas. Eran hombres armados con un armamento poderoso, nunca visto. Entraron al cuartel, desarmaron a los policías e incluso sometieron al encargado de la Marina que se encontraba operando en el lugar de forma encubierta. 

Sacaron a todo el personal al patio. Los encueraron, los obligaron a ponerse de rodillas. 

El que iba al mando se presentó como parte del Grupo Nuevo, que meses después sabríamos su nombre: el Cártel de Jalisco Nueva Generación. El hombre dijo que venían a tomar el mando en Veracruz, que nadie debía decir nada, que todo iba a seguir como siempre: todo aquello, según ese hombre misterioso, estaba ya pactado con las autoridades. Ordenaron a los policías que siguieran cobrando como si nada para esos mugrosos —Los Zetas—; que siguieran haciendo lo mismo que hacían, pero que a partir de ese momento tenían que informarles y rendirles cuentas a ellos, al nuevo grupo. Y que ay de aquel que fuera de soplón: al que lo hiciera le darían piso. Como muchos eran zetas volteados, es decir, personal zeta que decidió formar parte del nuevo grupo, ellos sabían bien dónde vivía cada uno de la tropa policiaca: dónde comían, a qué escuela asistían sus hijos y la rutina de sus familiares más queridos.

Desde entonces dicho personal, sin saberlo, comenzó a operar para el Cártel de Jalisco Nueva Generación, quienes se presentarían públicamente, después de la masacre, con el nombre de Los Matazetas.

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Te cuento cómo estuvieron los iris. Mira. A los polis les dieron una orden, de montar un operativo policiaco la noche del 15 de septiembre, utilizando las festividades del día del grito de independencia como fachada. 

Montados en sus patrullas los polis detuvieron a un verguero de flota, sobre todo jóvenes «halcones» y «punteros» con los que ya trataban y de los que sabían sus movimientos y ubicaciones, se los llevaron a casas de seguridad, a unos los mataron y a otros los obligaron a trabajar para el nuevo cártel. Es decir, usaron una estructura que ya estaba usada. También se llevaron a gente que operaba tables dance y puteros como a Pollo Tecate, ándale, el dueño de La Polla Charín: el table dance famosillo ese de mala muerte. Pero eso no fue todo. Los polis le prestaron atención a una casa de la colonia Formando Hogar, que ya sabes nosotros conocemos como el barrio de Icazo: en la callejuela de Tecolutla que hace esquina con la avenida Netzahuatcoyótl para ser exactos, es una casa como de dos pisos que tiene en su interior unas cuarterías. 

Era la casa de “Pelón Pastor”, un vato conocido en el barrio de Icazo por operar puntos de droga y «cuadrillas» de robos de carros. Pelón Pastor iba a tener una fiesta mexicana para celebrar un campeonato de fútbol conseguido en una cancha llanera. Los policías debían ir por él y toda su gente que estaría celebrando en esa fiesta.

Con decirte que hubo un mariguanillo del barrio que se salvó ese día. Salió corriendo hacia atrás y se tropezó al saltar como una barda. Se hizo el muerto y escuchó cómo los policías se empezaron a llevar a todos. Aquí todo mundo sabe que la mayoría de los que aparecieron ese día debajo de los Voladores de Papantla eran o estaban cotorreando aquí, en Icazo, como Jenny [Valerio Tomba] La Machorra que ni tenía nada que ver. Pelón Pastor trabajaba con Aquellos, pero a él curiosamente, nunca le pasó nada. Él se salvó por un pelito y luego se entregó a la PGR. Desde entonces nunca más lo vimos. Pero su esposa y su hija [Diana Teresa López Luna y Aída del Socorro] sí aparecieron ese día con los 35, tuvieron la mala suerte de que llegara la policía cuando estaban afuera aparcadas en una de las camionetas. En la camioneta también tenían a un niño pequeño, el hijo de Aída, como de 3 años, a quien dejaron allá por El Campa y luego lo retuvo el DIF como ocho meses. El niño le fue entregado a su abuela y hasta ahora dicen que el niño no habla de la impresión.

De los que salen ahí y son del barrio de Icazo, ¿era verdad que trabajaban con los Zetas?, pregunto a este chico del barrio Icazo, de quien omitiré su nombre por seguridad.

No, el que trabajaba para ellos era Pelón Pastor. De los demás no recuerdo sus nombres, pero sí era gente que había llegado a cotorrear sin deberla ni temerla. Aunque Atzin era malandrillo, era conocido en el barrio porque es de esa flota que ha pasado más tiempo en la cárcel que afuera. Él bailaba breakdance y era muy bueno para eso. La última vez él cayó dos años por haberse robado unos discman… Ah, también se llevaron a “Perro Seco”, Ricardo se llamaba. Él nunca había caído al bote. Era un tipo muy pobre, en el barrio siempre le regalábamos comida porque él y su familia son muy humildes.

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Mira, un expolicía que participó en la entrega de los cuerpos me dijo que la orden de ese día fue llevar a los muchachos a La Ganadera. Ahí habría gente de ese nuevo cártel esperando por ellos. No me contó más, sólo que los operativos se hicieron por toda la ciudad, desde La Carranza, en el sur, hasta Río Medio en el norte de la ciudad. Incluso te cuento algo chistoso que me dijo, que cuando dejaron a los muchachos en la Ganadera, al salir de ahí, se encontraron al Comandante de los Zetas que en ese entonces operaba por la zona. Qué hacen aquí, les preguntó. No, nada, jefe, aquí haciendo inspección de rutina, le respondieron los elementos. Ese jefe después sabría que los policías lo habían traicionado. 

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Hay quien cuenta que a la mayoría de los secuestrados esos días por policías los llevaron a casas de seguridad repartidas en la ciudad para sacarles información y asesinarlos. Hay quien cuenta también que los que aparecieron ese día, el 20 de septiembre, los llevaron a un rancho cerca del poblado de Villarín, en la periferia de la ciudad. 

Allí los golpearon hasta la muerte con tubos, palos. Los que resistieron fueron encerrados en un contenedor para que murieran asfixiados. Sólo uno que resistió toda esa tortura fue asesinado al final con el tiro de gracia. Todos los cuerpos fueron marcados como ganado con un “por Z” y amarrados con cinchos industriales que suelen usar integrantes del Ejército Mexicano y la Marina Armada de México.

Pero quién sabe.

La investigación ministerial está perdida, y a pesar de que ya han gobernado dos partidos diferentes y Javier Duarte de Ochoa está en la cárcel, ninguna autoridad ha querido aclarar qué fue lo que realmente pasó ese día.

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El 4 de noviembre de 2014 fui al Panteón municipal. Trabajaba en el Diario El Puerto y decidí que era buena idea, para completar la cuota de notas del día, averiguar las ventas del día de las personas que venden flores. No me encontré con nada extraordinario: otro año más en que las ventas iban en declive porque se está perdiendo desde hace mucho la tradición de visitar a los muertos.

Sin embargo, pensé que era buena idea hablar con los cuidadores de tumbas para ver si podía sacar alguna otra información relevante. Uno de ellos, veterano, habló conmigo y entre las cosas que me dijo que le preocupaba que estuviera muriendo mucho joven.  Ya en confianza, me informó que ahí, entre los cuarteles 6 y 7 centro del panteón estaban sepultados mucho joven por problemas de violencia y de drogas.

Fui a ver.

Lo primero que encontré fue una lona con el rostro de Víctor Hugo Álvarez Guillón, cuyo nombre había aparecido en la lista filtrada al periódico local Notiver como una de las personas tiradas ese 20 de septiembre de 2011.

Al lado se encontraba una tumba roja con una casita en la que se asomaba un rostro joven. Era la tumba de Juan Martín Pérez Arias, de 21 años, quien también estaba en la lista. Y al lado se encontraban las tumbas de madre e hija: Aída del Socorro Luna, de 40 años, y Diana Teresa López Luna, de 15. También se encontraba apenas visible la cruz que señalaba la tumba de Felisa Concepción Ortíz, de 53 años.

Cuando regresé al periódico con fotos y con una enorme crónica sobre el descubrimiento, se lo mandé a Nacho, mi jefe, quien al leer todo me espetó que estaba loco si pensaba que me publicaría eso: lo mejor, dijo, es dejarlo en la gaveta, que se enfríe, que ya habría tiempo de publicar la historia cuando las cosas se calmaran.

Dos años después, gané una beca de periodismo en una universidad privada y para pasar una materia debía entregar un ensayo, decidí hacerlo sobre violaciones graves a derechos humanos sobre dicha masacre por lo que decidí seguir investigando. Encontré que las tumbas de Alan Michel Jiménez Velázquez e Iván Cuesta Sánchez —persona transgénero que cambió su nombre a Brigitte— estaban en otro camposanto: el Panteón Jardín.

Es decir: lo que logré averiguar es que siete de las 28 personas mencionadas en la lista fueron enterradas el 20 de septiembre, salvo Alan Michel cuyo cuerpo fue enterrado con fecha del 23 de ese mes.

De los demás no pude comprobar si se encontraban sepultados en la fosa común del panteón municipal, ya que descubrí que era administrada por la Fiscalía General del Estado con excesivo recelo pues los registros de ello, ya no lo llevaba el Ayuntamiento.

Un funcionario de la Fiscalía General del Estado que participó en el reconocimiento de los cuerpos me confió bajo secrecía que ese día Reynaldo Escobar estaba borracho para haber dicho semejante burrada: que el 95 por ciento de las víctimas eran delincuentes. A lo mucho siete personas tenían antecedentes penales, aclaró.

***

Hasta el 2017, el mes de septiembre de 2011 había sido el más violento para el Puerto de Veracruz. Ocurrieron 101 asesinatos dolosos. De esos, 46, casi la mitad, ocurrieron en sólo dos días: el 20 y el 22 de septiembre: las mismas fechas que se llevaba a cabo en el Encuentro Anual de Procuradores en el WTC, a 100 metros de donde fueron arrojados los cuerpos.

Los sucesos del jueves 22 ocurrieron de manera diferente. Todo comenzó a la una de la tarde, cuando sujetos desconocidos le dispararon a un franelero en el centro, en la calle Serdán. Las notas de ese día consignaron que su cuerpo permaneció cerca de una hora en el sitio sin que ningún policía o perito se acercara a él. Dos horas después fueron asesinadas dos personas más al lado de la Escuela Secundaria Técnica 69 en el Coyol. Una hora y media más tarde arrojaron cuatro cuerpos más en la calle Altamirano casi esquina con Venustiano Carranza, en la colonia Flores Magón. Al otro lado de la ciudad tiraron otros cuatro cuerpos en la calle Pedro I. Mata de la colonia Adolfo López Mateos. Medios nacionales como Reforma, reportaron que ese día fueron 14 los asesinados, no 11. 

De esas víctimas tampoco sabemos sus nombres. Once vidas truncadas que para las autoridades solo iniciaron 5 investigaciones ministeriales.

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El día en el que se centra esta crónica, el 20 de septiembre, murieron asesinadas 35 personas. 11 eran mujeres y 5 eran menores de edad. A pesar de ello, sólo se inició una investigación ministerial. Lo más duro del caso es que si esta masacre no hubiera ocurrido, nadie más hubiera muerto ese día. 

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A pesar de ser una de las más grandes masacres en la historia del Puerto de Veracruz, tanto la Procuraduría de Justicia del Estado y la Procuraduría General de la República —ahora Fiscalías— negaron la existencia de la investigación en sus archivos, a pesar de que la Ley de Transparencia dicta que deben guardar por lo menos dos copias antes de entregarlas a alguna otra dependencia.

La Fiscalía local se escudó en el pretexto de que el asunto no era de su competencia, por la que la turnó a la Agencia del Ministerio Público de la Federación. La Fiscalía federal se escudó en el hecho que no la tenía porque se había turnado, el 25 de abril del 2013, a un juzgado de Matamoros, y meses después, el 5 de noviembre de 2013, al Juzgado Quinto de Primera Instancia de la ciudad de Veracruz. 

…el 25 de abril de 2013, el agente del Ministerio Público de la Federación dentro de la indagatoria, ejerció acción penal en contra de ocho personas ante el Juzgado Segundo de Distrito en Matamoros, Tamaulipas, quien el 5 de noviembre de 2013 declinó competencia de la causa penal a favor del Juez Quinto de Primera Instancia en Veracruz, Veracruz, siendo éste quien libró el mandamiento de captura, el 15 de noviembre de 2013, por los delitos de homicidio calificado y homicidio en grado de tentativa, dice el documento que solicité mediante el portal de transparencia

Desde entonces no se sabe nada de la investigación. Se le dio carpetazo al asunto. Lo gracioso del caso es que, para las autoridades, hasta la fecha, ocho personas tuvieron la capacidad y el poderío de orquestar una masacre de esa magnitud en una de las zonas más transitadas de la ciudad y fuertemente custodiada debido al Encuentro Anual de Procuradores. 

Esta crónica fue escrita con ayuda de Itzel Loranca e Ignacio Carvajal y ¨forma parte del libro Reguero de Cadáveres. La reproducimos con autorización del autor.

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