La Romita, el recoveco de la colonia Roma

24 abril, 2020

Este rincón de la Ciudad de México fue parte de la escenografía de dos hitos del arte mexicano del siglo XX: Las batallas en el desierto y Los olvidados. El sitio se encuentra en uno de los lugares más céntricos de la capital, pero pocos lo conocen. Y en su olvido, sobrevive a los rampantes proyectos inmobiliarios

@ignaciodealba

Aztacalco (la casa de las garzas) fue uno de los islotes que rodearon a Tenochtitlán; el sitio comerció sus productos con la metrópoli. Ubicado en la periferia, también sirvió de refugio para los mexicas durante las guerras de conquista.

Tenochitlán era descrita por los conquistadores europeos como “Venecia”, debido a que la metrópoli estaba comunicada por canales. El cronista guerrero Bernal Díaz Del Castillo relata que un día cualquiera podían transitar por las aguas de la laguna hasta 50 mil canoas. 

Después de que cayó el imperio mexica, en 1521, se construyó en el islote de Aztacalco la Iglesia de Santa María de la Natividad Aztacalco, luego tomaría el nombre de San Cristóbal, pero ahora se conoce con el nombre de San Francisco Xavier.

El templo se dedicó a evangelizar nativos durante la Colonia. Existen diversos relatos en los que se narra que los indígenas acusados de robo o asesinato eran enviados a este sitio para que fueran confensados, luego los colgaban de los lo ahuehuetes que estaban frente al templo.

La pena era cumplida frente a los habitantes del lugar, quienes hacían un gran borlote. Hay gente, como el investigador Lauro E. Rosell, que aseguran que aquello se convertía en un jolgorio popular, en su libro Igleisas y Conventos Coloniales de México (1946), describe:

“Entre el griterío de la multitud, y los sones de los destemplados instrumentos, izábanse los mallugados cuerpos de las infelices víctimas en el palo de la horca, presos de angustiosa agonía, para momentos después permanecer inmóviles, mientras llegaban las viudas para reclamar los cuerpos de los conyugues”. 

En los árboles del sitio quedaban ahorcados los cuerpos de los indios. Al templo del sitio también se le conoció  como la Igleisa del Señor del Buen Ahorcado.

El nombre de Romita se debe a que un señor adinerado aseguró que los caminos que conectaban a Aztacalco con Chapultepec se parecían al camino que había entre Tívoli y Roma. Desde el siglo XVII se le empezó a llamar a este lugar “La Romita”. No busque usted fotos de Tívoli porque no le va hallar el parecido.  

Pero, con en correr de los años, La Romita más bien se convirtió en un barrio bravo. Sus callejones y pasos peatonales se convirtieron en escondrijo de malandrines, el margen de la ciudad se volvió el sitio de Los olvidados (1950).

La película de Luis Buñuel es un descarnado retrato de la pobreza urbana de la Ciudad de México en los años cincuenta. La dureza de la realidad expuesta en el filme provocó que la cinta fuera vetada de algunas salas y hubo quien propuso expulsar al cineasta de México.

En las calles de la Romita se rodaron varias escenas de Los olvidados, frente a la iglesia es el sitio donde Ojitos es abandonado por su padre. Parte de la marginalidad del lugar se debe a que sus habitantes se opusieron al ordenamiento de calles que se hizo durante el porfiriato para la construcción de la colonia Roma. 

Otro retrato del lugar lo ofrece Las batallas en el desierto (1981), del escritor José Emilio Pacheco. El enamoradizo Carlos narra su visión sobre Romita:

“Romita era un pueblo aparte. Allí acecha el Hombre del Costal, el gran Roba Chicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el Hombre del Costal se queda con todo. De día es un mendigo; de noche un millonario elegantísimo gracias a la explotación de sus víctimas. El miedo de estar cerca de Romita. El miedo de pasar en tranvía por el puente de avenida Coyoacán: sólo rieles y durmientes; abajo el río sucio de La Piedad que a veces con las lluvias se desborda”.

La Romita, ahora, está integrada a la colonia Roma Norte. Esta a unas cuadras de avenida Cuauhtémoc y rodeado por las calles Puebla, Morelia y Durango. Gracias a su marginalidad sobrevivió a los desarrollos inmobiliarios de la zona. El sitio se conserva, como la plaza de un pueblito, la vida en ese sitio es barrial. La señora Cuca se dedica a limpiar la fuente de su colonia. Con una escoba y unos zacates le quita la lama a los azulejos y a la piedra. 

La mujer relata que llegó a vivir a la colonia después de 1985. Varias construcciones que rodean la zona quedaron destruidas o dañados con el terremoto. El gobierno de la capital ocupó esos terrenos para construir edificios y le entregó departamentos a la gente que se quedó sin vivienda. Así llegó la señora Cuca que limpia la fuete, la mujer dice que no le gusta Los olvidados porque “es una película muy triste y se miran cosas feas que pasaban antes”. 

-¿Qué leyendas hay en este lugar?

-Aquí vive el señor del costal, el señor que se lleva a los niños.

Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).