Desde hace quince años los pueblos indígenas del sur del Istmo de Tehuantepec se han organizado para defender su territorio, contra la invasión de campos eólicos, proyectos mineros y hoy el Corredor Interoceánico. Al centro de la resistencia, están las mujeres, que tejen nuevas redes de organización
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: María Fernanda Ruiz
JUCHITÁN, OAXACA.- En Puente Madera las casas aún conservan la milpa detrás de la cocina, un cuarto-edificio separado de las alcobas por el patio central. El aire se siente limpio. Aquí, las mujeres mantienen a sus familias preparando totopos en hornos de leña que sacan del Pitayal, un llano lleno de espinales y arbustos, o monte, como le llaman los lugareños. Esta vida de campo, digna pero empobrecida, está en riesgo ante un megaproyecto, el canal seco que busca el desarrollo del sur de México: el Corredor Interoceánico.
“Sabemos que quieren poner una fábrica, una muy grande, pero no sabemos qué va a ser”, dice Antonia Salazar Patiño, originaria del municipio Oaxaqueño de San Blas Atempa, donde está la ranchería de Puente Madera.
Aquí vivimos con el aire puro, lejos de fábricas, pero si ponen esa fábrica, nos va a destruir”.
En el Pitayal de San Blas se planea construir un parque industrial de más de 400 hectáreas, pero las personas que viven frente a él no están de acuerdo. “La tierra y el monte es nuestro, ahí vamos a sacar la leña los campesinos, de ahí sacamos y hacemos totopos. Una semana hacemos dos o tres cajas de totopos, las llevamos al mercado y ya traemos dinero para la familia. Ahora, si ponen ese parque, van a destruir ese monte y ¿cómo vamos a vivir? Nos vamos a morir de hambre, ya no va a ser esa comida que vamos a traer del mercado”, teme Antonia Salazar, que a sus 65 años se preocupa más por sus hijos y sus nietas que por ella.
La amenaza de los llamados megaproyectos de desarrollo, como el del Corredor Interoceánico, no es nueva en la región istmeña, famosa por la tenacidad de su gente, celosa de su cultura. Los parques eólicos y las incursiones mineras encuentran resistencia en bloqueos carreteros y asambleas ciudadanas que se articulan desde las mujeres. Ellas difuminan información entre la población y sostienen la resistencia.
Una de las organizaciones que se dedican a informar a los habitantes de esta región es la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de la Tierra y el Territorio. La APIIDTT encontró un terreno fértil para la articulación de la gente que está dispuesta a defender el territorio y, de paso, el medio ambiente.
Así describe la articulación de las Asamblea Aline Zárate Santiago, de Liberación Ixtepecana, otro colectivo de la región que está adscrito a la Asamblea. “Me parece que la forma organizativa acá en la región, de alguna manera, aunque nunca se ha tomado esa frase de justicia ambiental, es lo que se ha estado haciendo, lo que hace la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo. Es eso, reivindicar la justicia ambiental en contra del mal llamado capitalismo verde, del que se habla con los parques eólicos. Quizá en alguna otra región del mundo traen beneficio, o pueden contribuir al medio ambiente, pero en la región del Istmo no es así, de entrada porque los pueblos en los que están instalados no fueron consultados.
“Entonces desde ese punto de vista ya estamos mal, ya no hablamos de justicia, y menos de justicia ambiental”, continúa Aline Zárate.
O sea, yo creo que para hablar de justicia ambiental, tenemos que pensar un poco en justicia social y es una cuestión que no hay aquí, en México digamos, pero en la región del Istmo, con este tema de los megaproyectos, menos existe, porque son una cosa que viene impuesta. Los parques eólicos, la minería, el Corredor Interoceánico”.
El Corredor Interoceánico es la consolidación de un proyecto que ha rondado la mente de los gobiernos desde hace al menos 100 años; en 1903 ya existía el plan de un Canal Interoceánico. El sueño de crear una especie de canal de Panamá, seco, que transportara mercancías de un lado a otro de las Américas.
Actualmente, el proyecto político del presidente López Obrador pretende rehabilitar el ferrocarril que ya existe y conectar los puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz a través de 309 kilómetros de vía férrea que servirá para mandar mercancías del Pacífico al Atlántico en cuatro horas.
La idea del proyecto, según ha dicho su responsable Rafael Marín Mollinedo, es repartir el desarrollo en el país a las zonas más olvidadas. Pero los habitantes de la zona istmeña de Oaxaca tienen otra opinión. Saben que el proyecto pretende reordenar el sureste, crear una nueva aduana en el sur además de terminar la infraestructura energética con un gasoducto y el tendido eléctrico necesario y 10 parques industriales en una zona de facilidades fiscales que espera incentivar la inversión industrial. De esos 10 parques, seis se construirán en el estado de Oaxaca; uno, en San Blas Atempa, sobre los predios de El Pitayal.
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Todas las obras, según las autoridades, vienen en nombre de los pueblos indígenas, que integran un plan para mejorar su vida, sin embargo, Antonia Salazar no opina lo mismo:
Dicen que va a haber mucho trabajo ¡Mentira! Va a haber trabajo, pero para otras personas, porque aquí puro campesino hay. No hay de que salieron adelante, porque somos campesinos no nos alcanza para mandar a nuestro hijo a que sea ingeniero y esté listo para un trabajo. Yo por eso digo que vamos a luchar para que no se ponga el parque”.
Lejos del desarrollo, la llegada del parque industrial dista mucho del desarrollo prometido. “¿Qué va a hacer esa fábrica? El agua la va a contaminar y la tierra, ya no va a haber siembra también, no va a haber lo que coman los campesinos, sus hijos que vienen. No va a haber nada. Nosotros vamos a unir el pueblo ahí, a ver cómo salimos. Vamos a quemar las máquinas y las vamos a enfrentar. Viene lo duro que dicen ellos, vamos a pelear, vamos a luchar”, promete Antonia, aunque las muestras de la resistencia ya se manifiestan.
El 14 de marzo, los pobladores de Puente Madera bloquearon la carretera Transístmica por un día. El cierre, o la barricada como le llaman ellos, obedecía a una razón: las consultas y votaciones ejidales e indígenas habían sido amañadas.
Un día después de que el alcalde Antonino Morales informó a los ejidatarios que en los terrenos de Pitayal se quería instalar un parque industrial, acudieron al municipio a una asamblea. Para su sorpresa, el auditorio municipal estaba repleto. La mayoría eran personas cercanas a la presidencia municipal, acarreados, sentencia el agente municipal, David Hernández. Cuando los ejidatarios intentaron tomar la palabra, la muchedumbre se los impidió y los corrieron del auditorio.
Meses después, David Hernández solicitó el acta de votación y, para su sorpresa, las firmas de los ejidatarios habían sido falsificadas, incluso, se incluían algunas de ejidatarios fallecidos. Actualmente hay una impugnación de ese proceso en curso.
Entre las cosas que más preocupan a Antonia Salazar es la gente que va a llegar y los cambios que va a ver en su comunidad.
“Va a llegar gente de otro lado, de otros pueblos. Nosotros aquí ya conocemos a la gente, de Puente Madera, de Rancho Llano, de Loma Bonita. Conocemos a las personas y son gente buena, pero si viene gente de otro lado, hay mucho miedo, ya no vamos a poder vivir como estamos. Vamos a buscar la manera de poner una barda —cuando lo dice, mira a la carretera y la milpa de su vecino que se asoman a la distancia, sin muros ni cercas de por medio—. No sabemos qué persona va a ser, si son buenas, si son malos. El miedo de no andar como andamos ahorita que somos libres, pero si llegan no va a ser igual, no sabemos quién viene. Vamos a vivir como están sufriendo los otros en las ciudades, encerrados”.
Antonia Salazar.
Cerca de Puente Madera está Álvaro Obregón, una de las localidades del municipio de Juchitán de Zaragoza. Éste fue uno de los núcleos ejidales que hicieron frente a la llegada de los campos eólicos. Aquí instalaron una barricada a mitad del pueblo para impedir, literalmente, el paso de los intereses eólicos.
La estrategia de la barricada no se puede entender sin el trabajo de las mujeres, pues son ellas las que preparan alimentos y así se preocupan de mantener el ánimo en las luchas. Así lo cuenta Virginia Santiago, o Na Vir (el prefijo Na es una muestra de cariño y respeto).
Na Vir es una de las pocas ejidatarias titulares en Álvaro Obregón; en la mayoría de los ejidos del país, los titulares son hombres. Ella estuvo presente en los esfuerzos que acotaron la instalación de campos eólicos en esta región. Ahora, se dedica a cuidarla parcela en la que pasta su ganado. Este año ya no sembró maíz ni semillas.
“Es que vienen y se lo llevan, porque yo, como ya estoy sola, no tengo quien venga a cuidar la parcela en la noche, los otros ejidatarios sí, porque tienen varios hombres”, dice en un español acotado por el zapoteco. “Aquí la gente eran pescadores, y nos vinieron a comprar las tierras, a los que resistieron, los mandaron a la cárcel. Muchos firmaron contratos para ceder la tierra por 30 años, pero nosotras no. Nosotras, defender a punta de pedradas y con palos”.
A Na Vir la convenció Bettina Cruz de defender el territorio, a través de una campaña en la que informó, casa por casa, los efectos de la entrada de las empresas eólicas y el despojo que les venía encima. Hoy, la Asamblea busca reactivar esas redes de información, afianzadas en las mujeres del istmo, para hacer frente a la amenaza que el Corredor Interoceánico implica para ellas.
A unos 40 kilómetros de ahí, la lucha se llevó a cabo igual, pero en La Ventosa, una de las regiones donde más sopla el viento en el mundo, la entrada de los campos eólicos no se pudo mantener a raya. Una de las pocas personas que viven en el lugar, y que aún se atreve a resistir como puede este tipo de proyectos como otros mineros, comparte su sentir al respecto:
La verdad, tanto el eólico como la mina, ¿a quién le está haciendo bien, quién se está engrandeciendo? Nosotros no. El que se está engrandeciendo son los que están cobrando para que entre gente extranjera a destruir nuestra tierra. La Ventosa está como estaba antes, la bolsa de los agentes municipales son las que están llenas, pero la de la gente común están jodidos”.
“Nosotros nos metimos en dos líos, tanto el de defender la tierra por los eólicos que se vinieron a meter, a adueñarse de nuestras tierras, y después de se nos vienen a poner otro explosivo que es la mina. Tanto el eólico como la mina, nosotros no estuvimos de acuerdo, nosotros estuvimos por defender nuestras tierras y el bienestar para todos, no nada más para mí”, cuenta, bajo el anonimato, pues esta persona y su familia han sido amenazadas de muerte.
Un día, mi esposo me dijo, si me van a matar, que me maten por algo, y le respondí: ¡No tú, cómo que te maten! Y yo qué, estoy pintada acá o qué, terminan contigo, vienen con tus hijos, terminan con tus hijos y vienen conmigo”, recuerda.
Sin embargo, la amenaza no logró terminar con su compromiso social de defender la tierra, pues aún se involucran en actividades de estas, pero en menor medida.
Ella considera que en tierras istmeñas, y en general, las mujeres se pueden organizar más fácilmente, porque, como dice, aquí los hombres son más menos para hablar, más tranquilos, mientras que las mujeres son más atrabancadas, con más ímpetu de participación. Y tal vez ése sea el secreto de las mujeres que impulsan la Asamblea de los Pueblos Indígenas.
“Hablar de la mujer istmeña como una mujer aguerrida es algo que se tiene que tratar con mucha cautela. Sí hay voceras, Bettina es consejera indígena, eso no es mínimo, es algo muy importante pero quedarnos en eso, con el asunto de que las mujeres son muy aguerridas es ocultar la violencia, y no se trata de eso, sino de también visibilizarla, porque es parte de esta injusticia social y parte de la estructura del capitalismo, del patriarcado, pero para la lucha son importantes las mujeres porque son esa vía en la que uno puede encontrar un camino fértil a la organización. ”, dice al respecto Aline Zárate Santiago, de Liberación Ixtepecana.
A Ixtepec, al norte de Juchitán y por donde pasa el trazo del Corredor Interocéanico, en 2013 llegó una empresa minera llamada Plata Real con un permiso de exploración. Al momento, Aline, que tenía 23 años en ese entonces, empezó a difundir información entre la gente del pueblo y a organizar a sus vecinos.
“Empezamos con campesinos y después fuimos a casas particulares con mujeres, nos abrieron sus casas y nos permitieron darle la información a las vecinas”, cuenta.
“Fue un trabajo, como dicen por ahí, de picar piedra, estar casa por casa, difundiendo el tema. Nos encontramos con que las mujeres eran las que más participaban en los talleres que nosotros implementamos sobre defensa del territorio y sobre identidad. Eran las niñas y las mujeres las que más”.
La alta participación de las mujeres es porque el espacio que se creo en estos talleres estaba libre de la pesadez masculina de los espacios patriarcales.
A los talleres llegaban más mujeres, eso era raro, porque en lo general a las mujeres los maridos no les dejan ir a ese tipo de espacios, aquí llegaban y tenían una voz que no tenían en el comisariado, porque ahí había un espacio muy pesado, cuando abrimos esos espacios fue cuando las escuchamos a ellas y las participaciones que más recuerdo son de mujeres, señoras jóvenes y algunas mayores, todas muy enojadas, porque no es posible que nosotras que somos de aquí permitamos que venga gente de otros lados a destruir nuestro territorio. En cambio, los varones llegaban y, si hablaban, no era en favor de la organización (comunitaria), sino en favor de ‘ir con fulanito que es un político para que nos ayude’, más bien buscando ese tipo de canales”, explica Aline.
Por si fuera poco, el reto que presenta el Corredor Interoceánico es más complejo. Antes, enfrentar la desgastada estructura política del Partido Revolucionario Institucional, el PRI, era fácil, pero luchar contra Morena, el partido del presidente Obrador, es más complejo, pues cuenta con una altísima aprobación popular que dificulta la organización social.
Así como la señora Antonia, de Puente Madera, Aline sabe que con la llegada del tren y de los parques industriales la situación de seguridad para las mujeres de esta región se agudiza.
“Cuando pensamos en el corredor Interoceánico es pensar en la cuestión de la industria y qué significa. Para mí significa muerte. Yo pienso en el norte de la Ciudad de México, cómo es y cómo vive la gente ahí y yo me imagino cómo va a cambiar el paisaje de la región del Istmo, no en cinco años, pero quizá en unos quince o veinte. No va a ser igual si uno permite la instalación de estos proyectos. Entonces ahí estaríamos hablando tanto de una injusticia social como una injusticia ambiental, porque a nosotros los pueblos nos estaría cambiando nuestra forma de vida totalmente, sobre todo la de los que se dedican al campo. Estarían abandonando su tierra por iniciar un trabajo de tipo obrero. De campesinos a obreros, proletarios a fuerza”.
Para muestra, Aline habla de la drogadicción y prostitución que se crea en grandes zonas industriales como las del norte del país, en las que la desaparición de mujeres ha ido en aumento desde la década de los noventa.
Yo creo que si este proyecto en caso de que se venga a establecer, pues estamos en riesgo las mujeres. De inmediato se va a replicar, y no es porque yo sea negativa, ¡no! Es porque en el país hay una historia de eso”, asegura. “En el peor de los casos la gente de aquí va a terminar limpiando baños o siendo recamareras, sin ningún tipo de seguridad social, de beneficio para sus hijos que implique que van a ir a la universidad. Si quisiéramos hablar de justicia social, pues pensáramos en universidades que implementan licenciaturas o programas que favorezcan al conocimiento de la región o al desarrollo de la región y no programas que vengan a explotar la riqueza o el territorio de la región, pero eso no está en el plan del gobierno, y mucho menos en el de las empresas”.
Actualmente la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo en defensa de la Tierra y el Territorio está conformada por unas mil familias, de las que la mitad están muy activas en la organización colectiva, que no solo se articulan para la defensa del territorio, sino que también cuando hay alguna emergencia. Como en los terremotos de 2017 que dejaron toda esta zona de Oaxaca muy afectada.
Con las posibilidades limitadas que tenían, desde la Asamblea se dedicaron a reconstruir las cocinas que se habían derribado durante los terremotos. En esas épocas, cuando nadie tenía, fueron las mujeres las que se dedicaron a cuidar a todos los afectados preparando alimento.
Una de ellas fue Na Silvia Regalado, que desde hace años cuida a sus compañeros y familiares desde la cocina. Durante otros bloqueos carreteros, como los de Álvaro Obregón, su casa y su comedor fueron un espacio siempre abierto para hacer una pausa y recobrar energías, como recuerdan sus compañeras de asamblea.
Actualmente, desde su cocina, ya no prepara alimentos para los damnificados; preprara comida para subsistir. “Es que por los eólicos esos, en las lagunas ya no hay nada, no hay camarón, no hay pescado, nosotros sentimos de que ya no hay dinero, ya no hay nada. Nosotros agarramos estas cosas para vender, pero las estamos sacando a crédito. La señora que mata res nos da carne y así, lo vendemos y lo pagamos. Lo que nos queda de ganancia es para comprar nuestra comida, porque ya no tenemos nada”, admite con tristeza.
Na Silvia nunca se imaginó que el banco del que dependía su familia y todos sus vecinos fuera a terminar así, desierto ante una invasión de molinos blancos, que ahora no es más que un recuerdo en su mente: “Dios le dio ese mar para todos los pobres que vivimos aquí. Es como un banco, cuando uno no tenía dinerito, pues su esposo agarraba su atarrayita, su chinchorrito y se van, pescan y ya trae para vender, para que salga dinerito. Pero ahora estamos viendo con los ventiladores esos que el pescado se va para abajo, no hay producto, no hay venta. Por eso estamos así, sin dinero, sin nada”.
El desarrollo le quitó a Silvia el banco de peces del que dependía, y el riesgo en el Pitayal, donde se planea instalar el parque industrial, es el mismo, pero traducido a otros animales de caza, como la iguana, el armadillo o incluso los venados que de vez en vez se asoman por ese paraje.
Entender los procesos de resistencia ante megaproyectos en el Istmo sin Bettina Cruz es imposible. Na Bettina es la mujer que alertó en todas las casas del istmo sobre el riesgo de vender sus tierras a las industrias de la llamada energía verde. Es ella también la que, de cierta manera, resignificó el papel de la mujer en estas luchas sociales.
“Las compañeras, las que estamos en esto, las mujeres, quizá por el rol de género que nos ha tocado en esta vida, la reproducción de la vida, somos las primeras que nos damos cuenta que la vida está en riesgo con esos megaproyectos. Las compañeras de la barra Santa Teresa se dieron cuenta que ya no iban a tener pescado ni camarón, para llevar a la mesa de sus hijos, para intercambiar por otros productos o venderlo. Eso iba a provocar un mayor empobrecimiento, que quizá ellas no lo puedan decir así, sino que dicen que se les iba a acabar el banco (de peces). Así decían”, dice al respecto.
Después, pone un ejemplo respecto a las barricadas:
“Ellas saben cuál es el rol importante que tienen, y ellas han seguido haciéndolo y saben que como mujeres se tienen que organizar para hacer estas cosas. Los hombres solo iban (a las barricadas) a sentarse, pero ellas se ponían a hacer otras cosas, a hacer los alimentos y que sin eso, una barricada no se mantiene. Ellas han seguido haciéndolo y saben que como mujeres tienen que organizarse para lograr algunas cosas. Saben de las amenazas de cómo se mete el gobierno, mediatizando, comprando, sobre todo a los hombres. Ahí están, ese es el rol importante, que las compañeras saben qué hacen”.
Más allá del sostén y el abrigo, las mujeres de la Asamblea son las que dirigen su destino y desarrollo; sin embargo, Bettina no cree que el interés haya sido crear una organización de mujeres, pues sus convocatorias son mixtas y la organización empezó con participación mixta, pero acepta que normalmente las mujeres son más sensibles a la defensa de la vida.
La amenaza que parece tan latente para ella, como para la señora Antonia o para Aline, de Ixtepec, pareciera no ser tan obvia para muchas otras personas, lamenta Bettina; sin embargo, para combatir eso es la organización colectiva.
El peligro no toda la gente lo ve, hay quienes lo ven como la oportunidad de tener trabajo en las maquilas, porque esos clusters es lo que van a ser. Y a ver si te alcanza con lo que te pagan en una maquila para poder vivir, o para hacer frente al aumento de la violencia, de la drogadicción, de todo eso que es un problema muy fuerte que se vulnera nuestro tejido social con todo eso”.
¿Se está preparando la Asamblea de Pueblos para la amenaza del Corredor Interoceánico? La respuesta de Bettina es frontal:
“¿Preparados? Pues cómo nos podemos preparar ante esta devastación. Lo que intentamos es articularnos con otras personas, otras fuerzas, hablar con la información a las comunidades, articular la reflexión y en medida de eso que puedan tener una posición más crítica ante lo que se viene”.
Después de todo, esa articulación y esa información es la que les ha permitido defender sus tierras durante estos años.
*Este trabajo fue realizado con el apoyo de Fondo Semillas.
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