La promesa del cafetal

19 noviembre, 2023

Maribel con machete en mano corta las ramas secas de una de las matas de su cafetal.

Entre las montañas de los Altos de Chiapas, 68 mujeres indígenas reunidas en la cooperativa Sat Kajpel Antsetik (Rostro de café de mujeres) siembran la promesa de la organización y la cosechan en cada cereza de café que cortan de las matas. Algunas lograron tener su propia tierra, otras cultivan, de a poco o con paso acelerado según sus circunstancias, su derecho a tener voz e independencia

Texto: Ángeles Mariscal 

Fotos: Isabel Mateos

Tener tierra

Antes de morir, su madre adoptiva le heredó la tierra a Verónica y le advirtió lo que podría suceder: querrían despojarla de esa herencia y ella tendría que defenderla. “Tú lo vas a pelear la tierra, vas a ir a hablar con el comité de los Bienes Comunales y le vas a explicar”. Verónica era una bebé de 7 meses de edad cuando Lucía, su tía, la adoptó. Creció de la mano de Lucía y de su mano también aprendió a remover, limpiar, sembrar y cosechar las montañas y los cafetales en los Altos de Chiapas.

Verónica Meza de Yaxanal, corta frutos de su cafetal y posa en su casa para la fotografía.

Verónica Meza de Yaxanal, posa en su casa y corta frutos de su cafetal. Fotos: Isabel Mateos

Que Verónica haya heredado la posesión de la tierra era algo extraordinario  si se considera que en Chiapas sólo el 27.7 por ciento de las mujeres la poseen la titularidad, porque históricamente las mujeres no tenían derecho a heredar. Poseer la tierra que se trabaja fue un logro de la Revolución Mexicana, pero, de acuerdo con el antropólogo Arturo Warman, la reforma agraria tuvo en sus orígenes “un sesgo machista” pues sólo los hombres eran sujetos de dotación agraria, y empezar a revertirlo ha llevado más de 100 años.

Verónica, que ahora tiene 47 años, no imaginó que quien se sentiría con el derecho de quitarle la tierra sería su hermano mayor, sólo por ser hombre. Él había abandonado la comunidad, su forma de vida y sus responsabilidades, perdiendo así el derecho a la tierra. “Yo tenía pena de hablar en la reunión de comuneros de este problema que yo tenía, porque eran muchos hombres que estaban ahí en la asamblea, pero lo hice”. Verónica recorrió varias veces las seis horas de camino desde Tenejapa a la capital de Chiapas para legalizar sus derechos de comunera, hasta que 11 años y 300 mil pesos después, logró ser reconocida. Logró el título de la tierra, pero también una deuda que obligó al esposo migrar a Estados Unidos.

Eso la dejó a a cargo de la crianza de sus hijos y el cultivo de su tierra, donde esta mañana de verano quita la maleza en la zona de cultivo del café. Ya pasó  la cosecha y ahora es tiempo de renovar las matas para que resurja la vida. Hasta hace poco tiempo llevaba a sus hijos pequeños a los cafetales, mientras ella alternaba con destreza la labor de amamantarlos y trabajar en la plantación; ahora sus hijas más grandes los cuidan en casa.

Llegar a poseer la titularidad en la tenencia de la tierra o involucrarse en el proceso para mejorar el cultivo y la producción, no es algo común entre las mujeres campesinas de Chiapas. Mucho menos involucrarse en administrar los recursos de la venta del grano, pero Verónica y otras mujeres lo lograron al fundar la cooperativa Sat Kajpel Antsetik, constituida apenas este 2023 como parte del proyecto de mujeres cafetaleras que gestiona e impulsa el Colectivo Feminista Mercedes Olivera (COFEMO). Quienes a diferencia de Verónica no poseen la titularidad negociaron con los hombres de la comunidad su uso, convertir un páramo en cafetal. Para sembrar primero hay que tener dónde hacerlo y la lucha de estas mujeres comienza aquí, en el suelo que sostiene sus pies. 

En las altas montañas de la comunidad de Tzajalchen, Antonia camina rumbo a su cafetal para darle mantenimiento y así esperar mejores cosechas.
Con herramientas en mano las mujeres integrantes de la cooperativa en la región de Mitontic caminan rumbo a la sombra de un árbol para tomar un descanso.

COFEMO es una organización feminista fundada hace más de 30 años, que trabaja en los municipios más pobres y desiguales de Chiapas para disminuir las brechas de género. Con otras organizaciones en alianza, desarrolla el proyecto “Iniciativas con Trabajo de Mujer” de donde nació Sat Kajpel Antsetik. Tiene además una escuela de liderazgo a la que asisten mujeres, como Verónica, de los municipios indígenas San Juan Cancuc, Pantelhó, Santiago El Pinar, Mitontic y Tenejapa.

Desde hace más de dos décadas, Chiapas es el principal productor de café del país, campesinos del sector social lograron producir granos de una alta calidad, lo que les permite vender su producto a Europa, Japón y Estados Unidos. El Instituto del Café de Chiapas calcula que más de 180 mil familias trabajan en su cultivo, y el 61 por ciento de los productores son indígenas.

Sin embargo, en Chiapas, como en muchas regiones y naciones del mundo, hay en el sector que produce el café una desigualdad en la división del trabajo, en la tenencia de la tierra, y en la distribución de los recursos que se generan; en el escalón más bajo de esta desigualdad se ubican las mujeres indígenas. Es ahí donde el trabajo de COFEMO busca impulsar el encuentro de mujeres para que conversen, aprendan sobre sus derechos, sus sueños y cómo lograrlos.

Verónica camino a su cafetal.
Vista panorámica de Los Altos de Chiapas en San Juan Cancuc.

Verónica lleva varias horas en el cafetal, ella no descansa. Viste su falda hilada en telar de cintura, un suéter rosado y botas de plástico que facilitan las pisadas en la tierra lodosa por la lluvia. Su última tarea del día es juntar la leña para hacer fuego y preparar la comida. Recoge las ramas y algunos troncos delgados que cayeron de manera natural, los corta en tramos del mismo tamaño, los acomoda en un bulto de unos 20 kilos. Si la leña no tuviera una medida exacta y calculada, no podría equilibrarlo en su cuerpo, y le estorbaría al caminar entre arbustos y cafetales. Toda esta faena para garantizar el fuego le lleva unas dos horas de trabajo.

Cada día Verónica enciende el fuego, lava el maíz, lo cuece, lo muele, prepara tortillas, frijol, café. Camina al cafetal, trabaja en él, recoge leña, regresa a casa encender de nuevo el fuego, calentar comida, lavar ropa y limpiar un poco antes de dormir.  Considera que el esfuerzo vale la pena. En la cosecha de este año vendió casi dos veces más que el año anterior: siete quintales de café tipo Borbón y dos tipo Costa Rica, certificado de especialidad y con calidad de exportación, con sabor afrutado y a cítricos, adquirido porque en su parcela hay matas de limón, plátano y otras frutas que transmiten el sabor a los cafetos, lo que en el mercado incrementa su precio de venta.

Verónica, delgada y alta, más que los cafetales, cría la tierra, la renueva, le hace nacer.

Veronica siembra plantas nuevas y al final del día de las ramas recolectadas de la limpia junta la leña que usará para el fogón y cocinar para sus hijos.

Tener palabra 

A 29 kilómetros de donde vive Verónica, en el municipio San Juan Cancuc, en la comunidad Chilol´Ja, vive Maribel Sántiz Aguilar. Ella y cuatro mujeres de su familia también son parte de Sat Kajpel Antsetik.  

Fotos de Izquierda a derecha y de arriba hacía abajo: Maribel Santiz de San Juan Cancuc arroja la mala hierba que quitan mientras limpian su cafetal. Maribel posa frente a la cámara dentro del cafetal que trabaja junto con sus compañeras en San Juan Cancuc. Ana Pérez observa el trabajo que realizan sus compañeras quienes le comentan cuantas plantas se podrían sembrar para la siguiente temporada. Ana Pérez posa frente a la cámara junto con su hija Guadalupe en el cafetal que trabaja en San Juan Cancuc. Elena posa con su azadón frente a la cámara en San Juan Cancuc. Fotos: Isabel Mateos.

Maribel tiene 20 años y no se ha casado ni tiene hijos como el resto de las mujeres de su familia y comunidad, en cambio cultiva café, juega fútbol y estudia en la Universidad Intercultural de Chiapas. Cuando era adolescente asistió a la escuela de liderazgos de COFEMO donde conoció a otras mujeres, algunas jóvenes como ella, otras de mediana edad como Liliana Pérez Díaz de 29, y su madre María Díaz Velázquez de 65, quienes viven en el municipio vecino de Mitontic.

«Platicamos de los sueños, de que se cambie la vida de las mujeres, que pues los hombres sean conscientes de cómo las mujeres trabajamos la triple jornada. De cómo vamos a abrirle el camino a las mujeres (para) que participen en las reuniones, que las dejen venir, que las dejen participar porque solamente toman acuerdos los hombres»

dice Maribel.

Ana y Elena la escuchan atenta, las tres regresaron del vivero donde cultivan algunas matas de café. Calientan las tortillas que prepararon en la mañana, el frijol, al calor del fogón de la cocina, también bordan algunas prendas de tonos azules intensos. No todo es fácil en la familia de Maribel, una de las abuelas presiona para que deje el fútbol, para que dejen las reuniones de la cooperativa de café y no cuestionen las decisiones de los hombres.

Maribel, Ana, María Elena y Juana posan para una fotografía dentro del cafetal que trabajan juntas en San Juan Cancuc.

Tampoco es fácil para las mujeres productoras de café del municipio Santiago El Pinar, quienes forman parte de las 68 cooperativistas de Sat Kajpel Antsetik. Uno de sus principales retos es obtener la autorización de sus esposos para acudir a las reuniones en San Cristóbal de Las Casas. Y si quieren trabajar los cafetales, antes deben dejar lista la casa y llevarse a sus hijos pequeños, a los cafetales, sembrados en pendientes pronunciadas y resbalosas. 

Para sembrar y cosechar café hay que abrir brechas en terrenos escarpados: brechas físicas y brechas simbólicas. En los hechos toda la familia trabaja el campo pero, en general, la decisión sobre las tierras y sus frutos, son de los hombres.  Romper la regla, tener palabra, libertad para salir del hogar y reunirse con otras mujeres, capacitarse para conocer cómo mejorar la cosecha, vender mejor el producto, invertir las ganancias, y que sus palabras y aprendizajes sean escuchados y respetados, es parte de un camino que aún se está abriendo en contextos patriarcales y con violencia machista -que se exacerba con el consumo de alcohol-.

Marcelina posando sus brazonsobre su azadón escucha atenta las historias de sus compañeras mientras trabajan juntas el cafetal de Mitontic. (Arriba a la Izquierda) Mujeres cafetaleras descansan bajo la sombra de un árbol después de trabajar en su cafetal en la comunidad de Mitontic. (Arriba derecha) María Pérez tira con una cuerda a su vaquilla que mantiene cerca de su tierra cafetalera, para llevarlo a su corral.

Tener sueños 

Las 68 mujeres de la cooperativa formaron hace unos meses su Mesa Directiva, redactaron su reglamento interno, firmaron el Acta Constitutiva ante un notario, abrieron una cuenta bancaria y se dieron de alta en el Servicio de Administración Tributaria (SAT) como productoras de café; todo un logro si se considera que algunas de ellas ni siquiera tenían una acta de nacimiento.

Angelina, Cristina, Magdalena y Juana, viven en Santiago El Pinar. Este es el primer año en el que vendieron su cosecha directamente y no a través del intermediario. Estar en la cooperativa Sat Kajpel Antsetik les permitió mejorar la producción  y comercializar su café con un 20% mayor de ganancia, dinero que usarán para comprar equipo de trabajo y a sostener el hogar. 

Para acceder a un comercio justo las mujeres cafetaleras tejieron alianzas con otras dos organizaciones, con la ayuda de COFEMO: “Nuup”, que significa conexión en maya, y “El Buen Socio”. Nuup nació en el 2015 para incubar y acompañar proyectos e iniciativas de agricultura y comercio; El Buen Socio ofrece servicios financieros éticos para impulsar proyectos productivos con impacto social o ambiental. Estas dos organizaciones “abrieron una puerta para lograr la comercialización”, explica Edith Díaz Gutiérrez, integrante de COFEMO, y coordinadora operativa del proyecto con las mujeres cafetaleras. “Nuup nos enlazó con El Buen Socio, nos dieron un crédito para que las mujeres recibieran un mejor precio por su café, del que podían obtener con el coyote, y nos vincularon con quienes lo colocaron en el mercado”, detalla.

“Cuando hicimos este acuerdo no teníamos el acta constitutiva de lo que ahora ya es formalmente la cooperativa de mujeres cafetaleras, pero confiaron que les íbamos a entregar el café de alta calidad, y ahora podemos decir que colocamos en el mercado 3 toneladas”. El reto ahora, dice Edith Díaz, es crear por cuenta propia las redes de comercio, cooncer el mercado y hacerse más independientes.

Liliana ve en la cooperativa la oportunidad para crecer ella y su comunidad. “Como cooperativa queremos que nuestros productos se vendan en otros países, que nos reconozcan en otros estados, en otros municipios, que seamos visibles por el trabajo que nosotras como mujeres estamos haciendo”. Lili camina descalza sobre la tierra recién removida, corta flores silvestres y las coloca sobre su larga y negra cabellera, quiere conocer, viajar,  “hacer otros proyectos para las mujeres, quiero aprender muchas cosas para las mujeres de mi pueblo, para que no nos quiten el derecho, para que reconozcan el valor de nuestro trabajo de las tierras”.

Liliana Pérez toma su machete de la pared de su casa en la comunidad de Mitontic para irse a trabajar al cafetal junto con sus compañeras que la esperan.

Ana Pérez López forma parte de la cooperativa y es mamá de León, de 3 años, y Guadalupe, de 7 años. Guadalupe acompaña a su mamá al cafetal y con destreza sujeta el azadón y  deshierba las matas. Quiere  ayudar a su mamá en el campo, su mamá en cambio la imagina como ingeniera agrónoma, para que ayude a las mujeres a mejorar los cafetales.

Antonia Luna López vive en Tzajalchen, Tenejapa; le gusta cultivar  flores que alegren su vista, mantener su gallinero y lograr plántulas de café, donde ya tiene de dos tipos de grano.  En el 2012 un brote agresivo de roya afectó a los cafetales y obligó a los productores a buscar variedades resistentes a esta enfermedad. La desventura se convirtió en fortaleza, y la paciencia de Antonia le permitió producir sus propias plántulas. Ahora ya no tiene que comprar matas para sus cafetos, sino que ahora vende las que ella y su familia producen. 

Con una pala Antonia Luna remueve la tierra que utilizaran, ella y sus compañeras para sembrar nuevas semillas dentro del vivero que tienen dentro de su cafetal.
Vista panorámica de la comunidad de Mitontic.

Las mujeres Sat Kajpel Antsetik sueñan con fortalecer su proceso y que las cosechas de todas entren en el mercado de especialidad, sueñan con una cafetería en San Cristóbal de Las Casas, y vender ahí sus bordados; quieren que sus hijos e hijas no migren por falta de trabajo; que los hombres de su comunidad las respeten; quieren libertad para organizarse. 

Para abonar su sueño necesitan, además de sus procesos organizativos y de equidad, mayor conciencia en las y los consumidores, para que cada que compren una bolsa o una taza de café, prioricen el que sea producido y comercializado por campesinas. “Vamos a seguir trabajando”, continúa Angelina con flores en sus manos, “nos gusta trabajar en el cafetal y nos gustaría reunirnos, es lo que queremos, seguir reunidas”.

Después de una larga jornada de trabajo en la comunidad de Mitontic junto con sus compañeras; María toma un descanso en la cocina de su casa y observa a los vecinos pasar por la calle.

Alianzas que lo hacen posible

Poseer la tierra, la palabra y producir el café, son pasos que tienen que dar el salto final -la colocación del café en el mercado- para que el fruto de todo ese proceso se refleje en la economía de las mujeres cafetaleras.

Quien no tiene la posibilidad de acceder a un mercado que valore la calidad del café, termina vendiéndolo a los intermediarios (coyotes), quienes recorren las comunidades acaparando los granos para comprarlos baratos y re-venderlos caro.

*Este reportaje forma parte de una serie financiada por la Fundación W.K. Kellogg

Periodista independiente, fundadora del portal Chiapas Paralelo[www.chiapasparalelo.com] y colaboradora de CNN México y El Financiero. Tener en nuestro lugar de origen las condiciones para forjarnos una vida digna es un derecho, y migrar cuando esto no sucede, también lo es. Desde esta perspectiva cubro el tema migratorio.