La progresía mediática y el rumbo de América Latina. Parte I: The Guardian y el México de nuestros días

2 marzo, 2023

The Guardian, diario británico con más de 200 años de historia, es considerado en el mundo occidental como un referente en el periodismo. En palabras de su actual editora en jefe, la misión del diario es “hacer que los poderosos rindan cuentas” y “defender los valores liberales”. Sin embargo, pese a hablar el lenguaje de la justicia social y pretender (en casa) estar casado con la centro-izquierda, se ha dedicado a satanizar movimientos políticos redistributivos en América Latina, incluyendo el México de nuestros días.

Por: Étienne von Bertrab

—Feel free to reach out to The Guardian. Foreign editor: Martin.Hodgson@theguardian.com No hard feelings. Also, not sure what agenda is being pushed. This is what The Guardian wants.

—Not sure what you mean by ‘no hard feelings’. I have nothing against you and certainly haven’t called you things as you’ve done, or have I? And what exactly is what The Guardian wants? Saludos.

—Short stories, which make a point and drive it home. An alarming sort of lede, punchy quotes, lots of colour. I wrote about the mañanera. Yes, it can be tedious, and one editor told it stopped having much value journalistically. But the editor only assigned 500 words, so nuance is what gets cut. I wanted to interview a doctor who is a Sciences Po graduate and watches every morning. But there was no space for that. That’s what I mean by what the Guardian wants.

El anterior diálogo es un extracto de mi último intercambio con el periodista David Agren (@el_reportero), en agosto de 2020, antes de que él cerrara la conversación mediante el bloqueo en Twitter. Lo dejo en inglés para evitar poner palabras en su boca, pero me detendré en algunos aspectos. Antes, un poco de contexto.

Desde la llegada de López Obrador al gobierno me llamó la atención el muy evidente sesgo de The Guardian en su cobertura en torno al nuevo rumbo del país. Siendo hasta entonces lector asiduo y ‘miembro’ del diario, leía cada nota publicada sobre México, notando que prácticamente todas eran una mezcla de verdades, medias verdades y abiertas mentiras, mientras que todo alrededor del presidente López Obrador era enmarcado, invariablemente, en forma negativa. Era común que amigos, colegas y familiares me enviaran notas buscando mi opinión, algo que resultaba engorroso pero que me brindó la oportunidad de meterme a fondo para analizar, durante un tiempo, su cobertura. Envié, un tanto ingenuo, un par de cartas al diario. No merecieron respuesta.

Paralelamente, hacía saber de manera pública (y considero siempre respetuosa) mi opinión al reportero en turno, y fue así como tuve conversaciones con algunos. Uno de ellos fue David Agren, quien cubrió México para el diario entre 2005 y 2022, periodo en el cual publicó cientos de artículos sobre el país. Es importante tomar en cuenta que, tratándose de una región periférica para el Reino Unido, The Guardian no tiene corresponsales dedicados a países de América Latina. Sin embargo, su cobertura sobre México tuvo mejores tiempos. Fue así con la extraordinaria Jo Tuckman, a quien el diario describió como “una reportera sensible y tenaz que amaba a México”. Jo llegó al país a documentar la supuesta transición a la democracia en 2000 y, aparte de su excelente cobertura periodística, dejó en el libro México: Democracia Interrumpida (2013) un importante legado. Ella murió de cáncer en la Ciudad de México en julio de 2020, habiendo decidido permanecer en el país pese que en el suyo hubiese recibido de manera gratuita una excelente atención médica. De ese tamaño era su amor por México.

Indignado por la cobertura del diario a partir de la revolución pacífica que significó la elección de 2018 y un tanto nostálgico por aquellos tiempos, me preguntaba cómo hubiese tratado Jo Tuckman temas complejos como el manejo de la pandemia, la relaciones con Estados Unidos, la migración, la nueva estrategia de seguridad, la vuelta de México a América Latina, el poder mediático, entre otros. El periodismo de The Guardian me resultaba ya cínico y deshonesto. Mi valoración incomodó a David Agren, con quien había tenido intercambios desde antes de la histórica elección. Sabiendo que ya no publica para The Guardian y después de guardar más de dos años nuestras conversaciones,  decidí hacer público el referido diálogo, para finalmente hacer llegar mi queja (o al menos avergonzar un poco) a su editor, Martin Hodgson, quien —de acuerdo con el reportero— solicita cubrir el acontecer nacional con historias cortas, alarmistas, mediante citas contundentes y mucho color (traducción, énfasis mío).

Por supuesto que la cobertura mediática sobre un país no depende de una sola persona ni del conjunto de reporteros, y existen cuestiones estructurales y prácticas editoriales que determinan y condicionan la labor de los periodistas. Para entender cómo operan los medios de comunicación (desde que la información se volvió negocio, diría Kapuscinski), pocas cosas son más útiles que el modelo de propaganda (propaganda model) desarrollado por Edward Herman y Noam Chomsky en su influyente libro Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media (1988).

Para Herman (q.e.p.d.) y Chomsky, los medios corporativos (la mayoría) forman un consentimiento en las sociedades a través de cinco filtros (acá una explicación muy didáctica). Uno de ellos tiene que ver con el papel de las élites en la producción de las narrativas, en donde las fuentes consultadas (los ‘expertos’) juegan un rol importante. En el México con AMLO, por ejemplo, el analista Carlos Bravo Regidor (quien podríamos decir representa la postura de la oposición) se volvió una de las fuentes más consultadas por The Guardian (cada dos meses en promedio entre 2019 y 2020, sobre todo por el mismo David Agren). Lo opuesto también ocurre. El historiador Lorenzo Meyer, por ejemplo, con mayor solvencia y capacidad para hacer sentido del momento que atraviesa el país, no ha sido consultado por The Guardian desde 2018, como prácticamente ningún intelectual o analista que simpatice, así sea parcialmente, con la denominada Cuarta Transformación. Cuando hice ver este desequilibro a David Agren, me respondió que ya entendía mejor el concepto de pejezombie. Es decir, para el reportero, recoger la opinión de quienes abiertamente se oponen a AMLO es natural, pero buscar contraponer dichas opiniones con otras miradas, impensable.

Otro elemento importante en la construcción del consenso tiene que ver con la forma en que se enmarcan las historias. Como lo es con la abrumadora mayoría de los medios en México (en manos de un puñado de poderosas familias), en los medios corporativos del mundo muy pronto se instaló la imagen negativa en torno a López Obrador, quien es satanizado, sin tregua, en cada cobertura. Así lo considera Alan MacLeod, escritor y periodista escocés que dedicó sus estudios de doctorado, entre 2013 y 2017, a la cobertura mediática en la Venezuela de Hugo Chávez (dicha investigación se convirtió en el libro Bad News from Venezuela: Twenty years of fake news and misreporting). Más recientemente, Alan investigó de manera específica la cobertura de The Guardian en ese país, así como de Bolivia con Evo Morales, de Brasil en tiempos de Lula da Silva y Dilma Rousseff y, a manera de contraste, de Colombia con Álvaro Uribe. Su trabajo se recoge en un capítulo del libro (traduzco) La Conciencia del Capitalismo: 200 Años de The Guardian, publicado en 2021.

Conversé con Alan para conocer su mirada en torno a la cobertura de The Guardian sobre el México de nuestros días. Nada de lo que le expuse le resultó extraño, pues, comenta, corresponde a un patrón. Mientas que el diario goza de buena reputación en el mundo anglosajón y es considerado ‘un bastión de la verdad’ en sectores progresistas de países como el Reino Unido y Estados Unidos, su audiencia tiene un nivel muy bajo de comprensión sobre otras regiones del mundo, como América Latina. Esto permite al diario hacer cosas que no tolerarían sus audiencias tratándose de sus mismos países. Dichas prácticas incluyen la subcontratación de historias, enviar periodistas ‘como en paracaídas’ a contextos que desconocen (siempre resguardados por servicios diplomáticos y atendidos por élites locales), o tener editores no aptos para el trabajo. En su capítulo cuenta, por ejemplo, cómo The Guardian nombró en 2005 por primera vez a un editor para América Latina, Rory Carroll, resaltando lo extraño de dicha selección pues, como le compartió el periodista Pablo Navarrete, Carroll le había dicho que no sabía nada de la región y que ni siquiera hablaba español. Nuevamente: un editor para América Latina que no habla español y que acepta no conocer la región. Qué podría salir mal.

Tal vez el caso más notable de desatino de The Guardian en América Latina ocurrió con su cobertura de los acontecimientos alrededor de la reelección legal y legítima de Evo Morales en 2019, y el respaldo editorial al golpe militar que puso en el gobierno a Jeanine Añez. La cobertura fue sumamente dolorosa. En los hechos, The Guardian trabajó en la legitimación internacional del cambio de régimen en el país andino, presentando un golpe de estado militar clásico de América Latina, en contra de uno de los gobiernos más progresistas del mundo, como un levantamiento popular legítimo en contra de un dictador en ciernes (los detalles los cuenta Alan MacLeod en su trabajo). Como podría esperarse pues en el poder mediático existe la impunidad, sus editores nunca rectificaron, mucho menos pidieron perdón.

Los sesgos también se revelan en los estándares diferenciados aplicados a distintos contextos. En el tema energético, por ejemplo, The Guardian buscó ridiculizar el esfuerzo de México por recuperar la soberanía energética, sugiriendo una ‘obsesión’ de AMLO con el petróleo y el carbón mientras que con Enrique Peña Nieto (supuestamente) el país había ejercido un liderazgo internacional “por enviar primero que otros países en desarrollo su plan climático frente al Acuerdo de París”. Mientras tanto, el mismo diario encomió la decisión del gobierno de Colombia de promover la autosuficiencia energética mediante la ampliación de sus industrias del carbón y del petróleo, “atrayendo exitosamente la inversión extranjera”. Se trataba, claro, de la Colombia con Álvaro Uribe, a quien durante sus ocho años de gobierno trató con el pétalo de una rosa, glorificando al presidente de extrema derecha que además de impulsar privatizaciones masivas cometía algo cercano a un genocidio contra su propio pueblo.

Pese a que ésta es apenas una primera aproximación a un análisis más amplio y sistemático de su cobertura, podemos sugerir que, como lo plantea Alan MacLeod, The Guardian ha sido consistentemente escéptico, cuando no hostil, a todo proyecto latinoamericano redistributivo. En el caso de México, el hecho de que su cobertura post-2018 sea mucho más negativa que cuando Peña Nieto —tal vez la peor vergüenza de presidente en el México contemporáneo y que nadie en su sano juicio saldría hoy a defender— dice bastante y nos debe mantener alertas.

Nota: para esta serie de textos me presto el término progresía mediática escuchado a Pablo Iglesias y usado frecuentemente en el pódcast La Base, pues me parece útil para referir a medios en apariencia comprometidos con la justicia social y la ampliación de derechos, aunque sus estructuras de propiedad sean corporativas y representen a intereses ajenos a la política progresista.

Profesor de ecología política en University College London. Estudia la producción de la (in)justicia ambiental en América Latina. Cofundador y director de Albora: Geografía de la Esperanza en México.