La guerra en Ucrania evidencia una de las epidemias más difíciles de sacudir en el planeta: la desinformación. En México se sabe de esto, pero hasta ahora la experiencia ayuda poco en alejar el riesgo de construir un país de odio y miseria
Twitter: @anajarnajar
La primera víctima de una guerra es la verdad.
Sucedió en la II Guerra Mundial con la maquinaria de Hitler y se repitió en otros momentos como Vietnam o la segunda Guerra del Golfo.
Esto vuelve a ocurrir con la invasión de Rusia a Ucrania. Desde el inicio se han difundido fotografías y videos supuestamente tomados en el conflicto.
Las imágenes no sólo aparecen en redes sociales de internet, sino que inclusive se han divulgado por cadenas de televisión o grandes periódicos.
Tal fenómeno es independiente de la estrategia de propaganda que desplegaron los gobiernos en disputa, sino que ha seguido su propia ruta que fomenta círculos viciosos difíciles de romper.
Y es que, como en otros momentos de la historia, la repetición de esta supuesta información puede adquirir carácter de veracidad.
Toda proporción guardada en México tenemos experiencia en el tema.
Fue evidente durante los oscuros años del calderonato, cuando se desplegó una estrategia sin sentido para combatir el tráfico de drogas.
Por esos días era común la presentación ante los medios de detenidos en operaciones militares, a quienes frecuentemente se les atribuían rangos de importancia en las bandas de delincuentes.
De hecho, hubo momentos en que prácticamente cada semana se anunciaba la detención de supuestos líderes de los carteles.
Inclusive se presentó a un presunto hijo de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, en ese entonces la persona más buscada por el FBI estadounidense.
La noticia fue falsa. El joven detenido era vecino de una colonia de clase media baja en Zapopan, Jalisco, y nada tenía que ver con el mítico delincuente.
En el baño de sangre que festejaba Felipe Calderón también eran comunes las versiones oficiales para justificar la muerte de supuestos delincuentes en los operativos.
Muchas veces las víctimas eran inocentes, como sucedió con dos jóvenes acribillados por militares en Monterrey, Nuevo León.
La información del calderonato fue que se trataba de sicarios que enfrentaron a una patrulla del Ejército. Inclusive se dijo que estaban armados “hasta los dientes”.
En realidad, eran estudiantes del Tec de Monterrey. Su asesinato dio pie a un documental estrenado recientemente.
La desinformación ha cobrado fuerza en los últimos tres años, después que Andrés Manuel López Obrador asumió la presidencia de México.
Casi a diario aparecen videos, fotos o noticias con información falsa sobre el presidente.
Esto ocurre especialmente los fines de semana en que no hay conferencias de prensa matutinas. La desinformación se concentra especialmente en la familia de López Obrador.
También fue claro durante los momentos más álgidos de la pandemia de covid-19.
Muchas de las noticias falsas se esparcieron en cadenas de Whatsapp o Telegram, donde es más difícil su detección y por lo mismo, escasas las posibilidades de combatir la desinformación.
Las cadenas de fake news se dirigen también a los proyectos emblemáticos de la 4T y con frecuencia los promotores suelen caer en el ridículo.
Fue el caso de Felipe Calderón y Gabriel Quadri, quienes difundieron un video de leopardos supuestamente captados en Quintana Roo, para advertir sobre la devastación ecológica por la construcción del Tren Maya.
Pero en México no hay leopardos. El video de los inefables personajes fue grabado en Sudáfrica. Nunca se disculparon.
El conflicto en Europa del Este se convierte en combustible para las campañas de odio contra el proyecto político de López Obrador.
Un ejemplo es la difusión de una pieza periodística presentada en noticieros de Rusia, donde el presidente Vladimir Putin felicita al presidente mexicano por su victoria electoral.
La traducción en subtítulos fue alterada para esparcir una supuesta queja del presidente ruso por la posición mexicana en el conflicto.
Hasta ahora no hay señales de que pueda haber una pausa en las noticias falsas, no sólo porque el conflicto armado se intensifica día tras día sino porque, en México, se aproximan algunas fechas clave en el escenario político-electoral.
En la Cámara de Diputados empieza a elaborarse el dictamen sobre la iniciativa de Reforma Eléctrica que contempla declarar al litio como un bien de los mexicanos.
El 10 de abril es la consulta sobre la Revocación de Mandato de López Obrador, y el 5 de junio se elige a los gobernadores de Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas y Quintana Roo.
La mayoría de las encuestas dicen que el partido oficial, Morena, puede ganar cinco de las seis gubernaturas en disputa.
Es previsible, pues, que la campaña de odio, manipulaciones y mentiras arreciará.
En este escenario es recomendable respirar varias veces y revisar con cuidado el origen de la información no sólo en redes de internet, sino en la mayoría de los medios convencionales.
El éxito de las campañas de odio y las noticias falsas no radica en su repetición en los medios, sino en la difusión que se haga de celular a celular por muchas personas.
A nadie le conviene vivir en un país de mentiras. Ni siquiera a quienes militan en la República del Twitter.
El odio atrapa a todos. Especialmente sus fanáticos y esparcidores.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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