La primera batalla aeronaval de México

14 febrero, 2020

Este combate sucedió en Topolobampo, Sinaloa, en los años de la Revolución Mexicana. El hecho es recordado, aderezado y exagerado. Lo cierto es que no hubo un solo lesionado. Más que daño, causó espanto 

@ignaciodelba

Victoriano Huerta mandó matar a Francisco I. Madero, usurpó el poder y quiso asflixiar las aspiraciones de la Revolución Mexicana. Se instaló en la presidencia en febrero del 1913. Pero un mes después, el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza — apoyado por militares como Benjamín Hill, Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón — desconoció el gobierno del tirano con la firma del «Plan de Guadalupe”. 

El frente constitucionalista se preparó para enfrentar por las armas al ejército federal. La idea fue alistar tropas y comprar armas para que el frente llegara desde el norte hasta la Ciudad de México. También era importante contener los ataques de las fuerzas de huertistas que pretendían llegar a Hermosillo, a través del puerto de Guaymas.

Los barcos cañoneros huertistas Tampico, Guerrero, Oaxaca, Morelos y el Demócrata sitiaban Guaymas. Las fuerzas constitucionalistas atacaron vía aérea los buques que rondaban los puertos del pacífico mexicano.

Obregón y Calles siempre fueron partidarios de usar tecnología de guerra de otros países. Por ejemplo, en la Batalla de Agua Prieta, los militares instalaron un sistema de trincheras — muy utilizadas en la Primera Guerra Mundial — para vencer al enemigo. 

Así que la idea del avión no era tan rara. Se le encomendó al abogado Ramón P. De Negri y Santiago Gambero viajar a California, donde se desarrollaba la naciente industria de la aviación. Ahí compraron, por 5 mil dólares, un biplano de la Gleen L. Martin Company; también contrataron al exmilitar y aventurero Didier Masson, para que pilotara el avión. 

Las fuerzas villistas adquirieron un avión de la misma compañía que era utilizado para hacer exploraciones en el frente de batalla, además de bombardear. Pero ni Villa, ni sus hombres fueron muy adeptos a los vuelos. En la novela Los de Abajo de Mariano Azuela se relata el azoro de las tropas al ver por primera vez un avión:

“Abajo, así de cerquita, no sabe usted qué son; parecen canoas, parecen chalupas; pero que comienzan a subir, amigo y es un ruidazo que aturde. Luego algo que como un automóvil que va muy recio. Y haga usté de cuenta un pájaro grande, muy grande, que parece de repente que ni se bulle siquiera… adentro de ese pájaro un gringo lleva mil granadas… Llega la hora de pelear, y como quien les riega maíz a las gallinas, allí van puños de plomo pa’l enemigmo”. 

El aeroplano comprado por los constitucionalistas debió ser adaptado para la guerra. Aunque el avión sólo tenía un asiento para el piloto Masson, se le instaló otro más para el capitán mexicano Joaquín Bacuche Alcalde.

El ligero aeroplano estaba hecho de tela y madera; y en la parte trasera llevaba el motor. El artefacto fue armado en Naco y realizó sus primeras pruebas, también se le bautizó con el nombre de Avión Sonora

El aeroplano quedó instalado en la Estación Morelos en Hermosillo. Ahí algunos mecánicos ingeniaron con pedazos de tubería el cañón. El plan era que con una cuerda el copiloto pudiera liberar la carga de dinamita sobre los objetivos.

El biplano se estrenó en combate el 30 de mayo de 1913; Masson sobrevoló Guaymas y unos 500 metros mar adentro el aparato se encontró con 5 buques, desde ahí el capitán Bauche Alcalde jaló su cuerdita para liberar la dinamita, que no dio en el blanco y la carga tampoco detonó. 

Por su lado, los buques no estaban diseñados para hacer frente a un ataque de aeroplano, por lo que la tripulación de los barcos entró en pánico y se arrojó a la mar. Los marinos que se quedaron en sus puestos respondieron el frustrado ataque con sus mausers. El saldo de la batalla fue un susto, por partida doble. 

Si la campaña por aire no tuvo éxito en las fuerzas constitucionalistas, sí que lo tuvo la campaña por tierra de Obregón.

Pero uno de los hechos que ayudaron a restar fuerza al ejército federal fue que el teniente de 25 años, Hilario Rodríguez Malpica, se cambió de bando con todo y el Tampico; el capitán del barco fue apresado y el cañonero se desplazó hacía el sur del para apoyar la ofensiva de Obregón. 

El Tampico inició su avance hacia el sur para ayudar a tomar la plaza de Mazatlán. Pero en Topolobampo, los buques Guerrero, Morelos y el Demócrata lo cañonearon.

El ataque y persecución duró varios días, pero el joven Hilario Rodríguez sostuvo los bombardeos hasta que su embarcación encalló. Fue gracias al Sonora que los cañoneros detuvieron el ataque y huiyeron. 

El aeroplano era pilotado por Gustavo Salinas Camiña y el mecánico Teodoro Madariaga; ambos lograron hacer lanzamientos de dinamita que por fin detonaron, aunque ninguno dio en el blanco y mucho menos hizo daño a las embarcaciones que acosaban al Tampico. Pero el ataque, que sucedió a mediados de abril de 1914, logró atemorizar a los cañoneros.

En junio de ese año el Tampico fue alcanzado de nuevo por los cañoneros huertistas. El buque fue bombardeado y su tripulación se echó a la mar antes de que el barco se hundiera. El joven Hilario Rodíguez, quien había cambiado de bando por la revolución, se suicidó en su embarcación.

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Esto se recuerda como el primer combate aeronaval de México, aunque algunos pechos insuflados de patria aseguran que fue el primero del mundo. Cosa por probar. El cronista de la ciudad de Guaymas, Horacio Vázquez del Mercado, dice que, ese mismo año, el aeroplano Sonora sufrió un accidente en Mazatlán y que ya no pudo ser reparado. Los restos del avión se enviaron a Guadalajara, donde terminaron en una academia de vuelo. Ahí al aeroplano, venido a menos, fue apodado La Guajolota.

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Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).