Revendedores, falta de información y corrupción sintetizan la realidad que viven las personas al querer comprar un boleto para ver a su artista favorito. Esta es la crónica de un día perdido en las filas del Foro Sol
Texto: Andrea Sarmiento Pastrana
Foto: Moisés Pablo Nava / Archivo Cuartoscuro
CIUDAD DE MÉXICO. – El regreso de los conciertos después de la pandemia ha sido un tema de conversación cada vez más común. La dinámica ha cambiado. Desde el momento en que se anuncia una fecha hasta el día del evento se presentan distintas situaciones que hacen que la emoción de ver a tu artista favorito se vuelva una tortura. La búsqueda de boletos ha convertido en una competencia de clases sociales y a su vez, de suerte. Todo comienza desde el primer día de venta…
Un día me levanto temprano, desayuno y realizo todas mis tareas importantes lo más rápido posible. Me lavo los dientes y meto en mi mochila una botella con agua, dulces y un libro, pues sé que estaré un largo rato esperando bajo el sol. Entonces me encamino rumbo al Foro Sol con un único propósito: conseguir entradas para un concierto.
La venta inicia a las dos de la tarde en la taquilla del Palacio de los Deportes, la cual me hace dar varias vueltas para encontrarla; llego cerca de las 12 y me encuentro deseando haber salido antes de casa al hallarme con una fila aparentemente infinita. Camino un par de cuadras y localizo el fin de la fila, con la misma alegría de haber encontrado el final del arcoíris.
A pesar del insufrible calor, nadie desiste. El objetivo es economizar, pues entre el anuncio del evento y el inicio de la venta no hubo ni una semana de diferencia. Así que muchos prefieren ahorrar un poco -ya los boletos son suficientemente caros- evitando los altos cargos de Ticketmaster, pero la única forma de hacerlo es comprando directamente en la taquilla del recinto.
Algunos de los que apenas van llegando y encuentran el final de la fila se van después de un fuerte no mames, pero quien ya se formó ya no se sale. Yo estoy entre un muchacho que no escucha a la cantante en cuestión, pero le hace el favor a una amiga de comprar el boleto, y una chica que se apuró lo más posible para salir antes del trabajo. Detrás de ella hay una veinteañera con su padre. En la plática, el chico nos comenta que había revendedores acampando desde una noche antes, todos identificados con cangurera, gorra y tenis.
Mis amigos y yo somos conscientes de nuestro lugar en la fila, por lo que optamos también por intentar conseguirlos en línea desde el celular. Le llamo al amigo que me acompañará al concierto para que lo intente desde casa, a ver quién consigue primero.
Entonces llega la hora. Las taquillas se abren y en la fila virtual comienza la carrera. El chico delante mío queda en el puesto 3 mil 200 y mi amigo está en el 12 mil. No está tan mal. La chica que está detrás se encuentra en el 25 mil. En la fila real, avanzo lentamente. Ya no solo nos enfrentamos a la gente formada (que no son nada en comparación con la capacidad del Foro), también a las aproximadamente 50 mil personas que buscan un boleto en línea.
La tensión se eleva. De repente, el joven adelante sale de la fila, diciendo que los consiguió y deseando suerte a todos. Mi amigo va por el lugar 8 mil y yo sigo a dos cuadras de distancia de la taquilla.
No ha pasado ni una hora y se rumorea que ya se agotó la primera sección. Luego otra, otra y otra, hasta que se empieza a escuchar que ya no hay boletos. Mi amigo tiene 3 mil lugares enfrente.
Los minutos pasan y recibo una llamada. «Oye, ya es mi turno pero solo quedan en General B». Una sección de pie y que pasa de nuestro presupuesto. Mis compañeros en la fila sugieren refrescar la página varias veces. Eso hace y dice que aquella zona ahora sale agotada; ahora tiene opción de otra sección aún más cara. Repite el proceso hasta que por fin salen entradas que podemos pagar. Da clic en adquirir boletos y nada pasa, presiona el botón varias veces y le marca un error.
En la fila real nadie se rinde. «Llevo aquí más de tres horas, yo no me voy hasta que me corran», comenta una muchacha y todos pensamos lo mismo, al cabo que en la página no dice que se hayan acabado y el personal oficial no nos ha dicho nada.
Seguimos avanzando y escuchamos gritos al frente, pero no vemos nada. Luego nos explicaron que un grupo de hombres se había metido a la fila y había golpeado a un joven que estaba formado y trató de reclamar. La patrulla policial que había estado rondando por ahí durante todo este tiempo, casualmente se acababa de ir (regresó un rato después, ya que había pasado el problema).
Sudando, cansados y enojados, nos mantenemos en nuestro lugar, hasta que sale un hombre a confirmarnos lo que nos habíamos negado a creer: ya no hay boletos.
Ahora sí, las taquillas se cerraron y a mi amigo por más que refresca la página no le aparece ni un boleto disponible. Aún así la fila se mantiene. A quienes siguen en espera virtual no se les notifica nada.
Nadie se mueve porque no lo podemos creer. Un chico nos cuenta que en otro concierto pasó lo mismo y que varias horas después de anunciar el sold out se reabrieron las taquillas; unos se van; otros no sabemos qué hacer. Estamos cansados pero nos negamos a admitir que todo nuestro tiempo debajo del sol fue en vano.
Después de un rato de deliberación, decidimos resignarnos. Me dirijo al metro junto con otras dos chicas. Apenas caminamos unos metros cuando oímos gritos. Volteamos a ver que la fila avanza rápidamente. La chica acompañada de su papá nos hace señas de que volvamos y corremos a nuestro lugar. Abrieron las taquillas y la esperanza regresa.
En eso, vemos un grupo de entre 10 y 15 hombres corriendo a toda velocidad hacia la taquilla, todos con tenis y cangurera. La patrulla, nuevamente, se acaba de ir.
Una barda divide la taquilla de la calle. En ese acceso hay una pequeña reja para evitar aglomeraciones y dar forma a la fila en el exterior. Corro hasta el frente para preguntar qué está pasando y me encuentro con ese grupo amontonado en la reja, como sardinas. La gente corea a gritos que se salgan, que no se metan y que llamen a la policía.
Un guardia interno se asoma a decirnos que tanto los que se colaron como nosotros estamos perdiendo el tiempo, porque los que se liberaron fueron los últimos 30 boletos. Un señor le pregunta si hay algún encargado con el que podamos hablar y le reclama por la poca seguridad, por el chico golpeado y por todos los que se metieron a la fila. «Eso no nos toca a nosotros», responde el oficial sin decirnos a quién le corresponde. Y no, no hay nadie con quien podamos hablar. Yo le cuestiono dónde está la patrulla y por qué no le hablan de vuelta, pues los revendedores ahí siguen. Me pregunta si tengo foto a la placa a lo que le respondo que no. «Entonces no podemos hacer nada, debieron tomarle foto», dice, Tranquilamente, le replico que no puede ser tan inútil.
El hombre, que nunca se atreve a salir de la barda, nos pide a mí, a dos señores y un conjunto de quinceañeras acompañadas de sus madres que dejemos de alterar el orden. Dice que no tiene sentido seguir ahí, que nos retiremos y que estemos al pendiente de la página, ya que luego liberarán más.
Me doy cuenta de que no llegaremos a nada y que si lo sigo escuchando solamente ganaré más corajes. Voy con mi grupito y les platico lo sucedido. Con la fe completamente perdida nos despedimos de los que llegaron en carro y el resto nos dirigimos al metro.
En el camino hablamos de la enorme pérdida de tiempo que acabamos de soportar. Un muchacho expresa que lo mejor es comprar el mero día del concierto, porque cuando se hace tarde los llegan a vender hasta en 200 pesos. Mi fanatismo considera la idea tentadora, pero la realidad es que me rehúso a darles el gane pues se que los que están afuera de los conciertos son los mismos que hoy acapararon los boletos y que el sistema de la reventa seguirá creciendo mientras los consumidores les sigamos comprando.
Estamos a menos de un mes del concierto. Ocesa acaba de anunciar una segunda fecha en la CDMX y, otra vez, la venta empieza en menos de una semana.
También anunciaron fechas para Monterrey y Guadalajara, sin tomar en cuenta a todos los foráneos que lograron comprar boletos para el Foro Sol y que ya habían cubierto el traslado y estancia. Esto dio aún más lugar a la reventa, pues muchos optaron por vender su entrada para comprar mejor una para su ciudad. Así han surgido muchas estafas. Dos días después, en la página de Ticketmaster dejó de aparecer la opción de estas dos ciudades y hasta hoy, cuando debería empezar la preventa, se anuncia que fue pospuesto sin especificar hasta cuando.
Historias como estas se han vuelto la norma en los conciertos, principalmente, los de grandes artistas extranjeros.
Mi amiga, fan de Imagine Dragons, me platica que cuando entró a la fila virtual habían} 60 personas delante de ella y al momento de pagar hubo un error en la página que la regresó al inicio, volvió a intentar y ya se habían agotado los boletos. Luego se anunció una nueva fecha y repitió el proceso, pero Ticketmaster solo le permitía la opción de los boletos más caros: 3 mil 600 cada uno.
Dos amigas, fans de Taylor Swift, me explicaron la estresante dinámica que se organizó para esta ocasión. Hubo días específicos para registrarse con un correo electrónico, eso abría la posibilidad de recibir un código que serviría para comprar los boletos; en teoría, para evitar la reventa. Lo que pasó fue que se vendieron códigos desde 4 mil pesos. Una de ellas me platicó que ingresó ocho correos distintos para, al final, recibir solo dos códigos y las dos comentaron lo mismo: la página te direcciona directamente a los lugares más caros.
Asistir a grandes conciertos se ha convertido en un lujo cada vez más exclusivo. La prioridad la tienen quienes tienen la oportunidad de dedicarle todo un día a formarse, a quienes tienen el dinero para comprar el primer boleto que le salga sin importar el precio y a quienes tienen un buen acceso a internet.
Lo ideal sería regresar a los tiempos en que no existía una fila virtual, cuando tenías semanas y meses para ahorrar, comprando presencialmente en los distintos puntos. Ahora, con la facilidad de la compra en línea es mucho más sencillo formarse desde el primer segundo y agotando todo en cuestión de horas o minutos.
Ticketmaster propicia una mentalidad capitalista que nos hace creer que mientras más gastemos y antes lo hagamos, mejor, obligando al público a competir entre sí mientras la empresa se infla los bolsillos a base de abusos y manipulación, sin hacerse responsables.
Es un tema que ni las autoridades ni los mismos artistas se han esforzado en regular, dejando a la empresa la libertad de hacer lo que quiera.
Si las figuras públicas no hacen nada, lo que nos queda es actuar con criterio, evitar fomentar la reventa y denunciar cada injusticia. También, salir un poco del Foro Sol, asistir a eventos menos masivos y a artistas más locales. No caer en los precios excesivos y entender que si bien un concierto puede ser un momento maravilloso en la vida, no lo es todo. En resumen, es momento que dejar de consumir desde el fanatismo y comenzar a hacerlo desde la razón.
Me gusta escribir lo que pienso y siempre busco formas de cambiar el mundo; siempre analizo y observo mi entorno y no puedo estar en un lugar por mucho tiempo
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