“¿Quién anda ahí?”, gritó una voz aguda, mientras yo orinaba. Me tardé un tiempo en entender que la pregunta iba dirigida a mí. ¿Quién pregunta o llama a desconocidas mientras orina –o lo que sea que haga– en la cabina de un baño público?
Lydiette Carrión
Debo reconocer que es este un baño público muy bonito, amplio y limpio. Siempre hay papel, jabón, toallas de papel para secarse las manos. Huele bien, está bien diseñado. Es el baño de la librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica.
Llevo los audífonos y vengo en mi monólogo interior obsesivo. Por eso, creo, es hasta la tercera vez que entiendo que alguien me llama a mí.
–¿Quién anda ahí?, ¿Quién eres?
Me extraña. Me incomoda. ¿Debo contestar? ¿O hacer como que no escuché nada? Ante la insistencia, termino accediendo.
–Soy yo– digo.
–¿Cómo te llamas?– pregunta. Y solo entonces me percato que es la voz de una niña. Me siento apenada y un poco confundida. Salgo de mi cabina y entonces veo sus ojitos sonrientes asomándose por un hoyito de la puerta del gabinete que ocupa; es que su puerta está rota. ¿Por qué eligió la cabina de la puerta rota? ¿Fue a propósito o no se percató?
Ahora creo que fue a propósito. Para poder mirar.
Le digo mi nombre, y con la mirada empiezo a buscar a su mamá. Es raro ver a una niña en un baño sin una mamá. Estoy a punto de preguntarle dónde está la persona adulta a cargo, pero ella resuelve el misterio y me pide:
–¿Me puedes esperar a que termine?
–Claro–, le digo. Y entonces queda claro todo. Esta niña está sola en el baño público y empezó a llamar “quién anda ahí” como una medida de seguridad: asegurarse, quizá que no hubiera ¿un hombre, un extraño? Que la siguiera al baño. Y es que además, es ya un poco tarde.
La espero. Y sale.
Es una niña de unos siete años, sonriente, con la carita sucia. Probablemente es una niña cuya madre vende afuera alguna artesanía o chicles, me imagino. Entonces me dice:
–¿Quieres ser mi amiga?
–Claro que sí.
–Espérame.
Se lava las manos, y cuando termina, siempre con su sonrisa chimuela, finaliza nuestro encuentro (¿y nuestra amistad?):
–Bueno, ya me voy. Adiós–, dice, alzando su manita recién lavada, empapada.
–Muy bien, con cuidado– alcanzo a decir. Pero creo que ya no me escuchó.
Ser niña pobre en la Ciudad de México.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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