Una pausa es necesaria. Salvar un ciclo escolar antes que el bienestar físico, social y emocional de las infancias es hacer sin hacer nada
Por Rocío Juárez Nogueira* / @bawikichi
Una pausa gris. Un limbo desterrado de una certera rutina. La niñez, proceso de ilusiones y desencantos, muestra en el encierro obligado que las relaciones humanas son fundamentales para vivir y aprender.
La pandemia evidencia una fragmentación humanitaria de largo aliento. No es ahora, es resultado de formas de vivir y estar en el mundo.
Dejemos de vernos el ombligo ensimismados como si el planeta girara en torno al humano en vez de girar sobre su propio eje y alrededor de una figura solar que lo calienta; también hay que mirar el mundo en un contexto espacial que se expande hasta el infinito donde el núcleo no somos nosotros, sino que compartimos la existencia con seres y formas distintas de vida.
Los humanos no somos el centro y algunas sociedades lejos de la soberbia se ubican justo en esa postura sistémica y no a través de una cadena de eventos nocivos que sostienen una forma de relacionarse que cosifica y mercantiliza la vida.
Ahora, ante el despliegue planetario de un virus que muestra a cabalidad nuestra fragilidad como especie, se desarrollan respuestas que no cuestionan justo la forma en la que el capitalismo se ha montado sobre el mundo y cómo ha desplazado e incluso subvertido condiciones fundamentales de sobrevivencia en posibilidades de negocio.
Ahora, ante el guiño de catástrofe, la honda reflexión es oscurecida por la practicidad. ¡Vamos pronto una vacuna! ¡Al siguiente ciclo escolar, los libros llegarán a tiempo! ¡Despreocúpense, la televisión nos salvará ya que tendrá valor curricular!
En dichas acciones se deja de lado la desigualdad estructural que achata la intervención gubernamental al ignorar los contextos. Si bien discursivamente se habla de diversidad, en la práctica el alcance es cuestionable.
Mientras algunas naciones acaparan vacunas en el “sálvese quien pueda”, unos pueden esperar relativamente tranquilos en casa y otros no; unos fruncen el ceño cuando ven tumultos y otros salen a buscar sustento en el mar de la precarización que vivimos.
En una evasión estruendosa algunos hacen fiestas y desafían la situación de peligro; mientras otros, agotados, trabajan a marchas forzadas por mantenernos vivos. La muerte y enfermedad que laten en lo cotidiano abrevan del miedo y la ignorancia. Crisol de multitudes fragmentadas, la comunidad es la utopía.
Mientras, las autoridades educativas presentan el programa “Aprende en Casa”, hecho de convenios millonarios con televisoras y plataformas cibernéticas, como un éxito. Docentes organizados sortean el desinterés estatal y atienden, dentro de sus posibilidades y carencias materiales, las dificultades que viven las familias de la periferia.
Reproducimos las apariencias y la desigualdad que se muestra nítidamente en esta crisis sanitaria, la inercia irreflexiva puede hacer mucho daño. Los y las niñas son puntos clave, no en cuestión de transmisión del virus, sino de transformación del mundo y desgraciadamente esto no entra en los discursos oficiales.
La desigualdad está ahí, es resultado de años de rezago y de políticas neoliberales, evidentemente el gobierno está rebasado porque las causas de la crisis forman parte del mismo aparato de Estado que históricamente ha desatendido a la población más desposeída.
El gobierno coloca un derecho fundamental como la educación al alcance de los que tengan tele, hablen español o puedan quedarse en casa, si es que tienen casa. El decreto de encierren a todos los niños y niñas como si todos tuvieran las mismas condiciones de llevar a buen puerto el resguardo ha agravado también situaciones de riesgo, abuso y maltrato.
Si sobre la frase gastada que “la niñez es la esperanza de las siguientes generaciones” les mostramos que la celeridad y no la reflexión están encima del bienestar, seguimos una inercia mortal.
Parar es necesario, pero no posible para la mayoría. Sobrará quien ría amargamente y diga: la escuela es lo de menos, tenemos que salir para poder comer, y nos llevamos a los niños ya que no tenemos con quién dejarlos. Pero las prioridades de la infancia no son las mismas que las de los adultos y los calificados pedagogos institucionales parecen no darse cuenta.
A pesar de ello, hay experiencias en las que en la práctica los maestros organizados nos muestran que la escuela se deriva en la vivencia y el contexto.
En este sentido, la práctica reflexiva y crítica es vital para la construcción de alternativas. Claro ejemplo son los testimonios de docentes de Michoacán, Guerrero, Chiapas, Jalisco, Sonora, Ciudad de México y Oaxaca que registra el trabajo de Daliri Oropeza en el libro Docentes de a pie. Enseñar en la pandemia.
En la presentación del libro, la profesora Martha de Jesús López y los profesores Lev Moujahid Velázquez y Rogelio Vargas Garfias acentuaron, por un lado, la necesidad de repensar el quehacer de su profesión, ya que esta crisis agudizó aún más las condiciones de rezago estructural de los bordes.
El profesor Lev Moujahid Velázquez recuperó el planteamiento del educador popular Fernando Lázaro, pues para el caso de Michoacán, en un primer momento los docentes organizados brindaron un porcentaje de su salario para la elaboración de cartillas educativas y despensas que entregaron a las familias sumidas en la incertidumbre.
El actuar reflexivo de los maestros derivó en el cuestionamiento de que la educación por TV insostenible, por lo tanto, habría que pensar más bien en alternativas de cambio profundo en busca de autonomía y construcción propia del conocimiento que sólo será posible si se sigue luchando desde abajo, enfrentando las condiciones de rezago y articulando la práctica docente con la participación de la comunidad.
Los profesores comentaron que era claro que los aprendizajes esperados planteados por la Secretaría de Educación Pública (SEP) no servían para entender un contexto abigarrado de dificultades que desafían su imaginación y que ha colocado como necesidad una especialización diversificada de la docencia.
La profesora Martha de Jesús López aseguró que integrar la materia de vida saludable es una acción imprescindible en tiempos de pandemia; queda huérfana la propuesta de la SEP si no se toma en cuenta la salud como un proceso integral de supervivencia en un mundo hostil.
La propuesta de los profesores organizados, democráticos de la CNTE, al presentar la educación como una práctica reflexiva y crítica atendiendo las condiciones estructurales, integrando el diálogo con los cuidadores de la infancia, así como la pugna por condiciones dignas para las comunidades en las que trabajan y para ejercer su profesión, brinda la posibilidad de posicionarse en un mundo y actuar en consecuencia.
Los docentes involucran a las infancias en el proceso, no se separan, sino que son parte de la solución al brindarle herramientas de conocimiento del mundo y su contexto, tan necesario en estos tiempos de ensimismamiento.
No podemos hacer como si no pasara nada, hacer como que se continúa el ciclo escolar y ya, eso es enseñar a pasar por alto la historia que nos configura y naturalizar la inercia pues nos desliga de los acontecimientos.
Una pausa es necesaria.
Salvar un ciclo escolar, antes que el bienestar físico, social y emocional de las infancias en la heterogeneidad que la conforma, es hacer sin hacer nada.
Hay que mirar el trabajo organizativo de los profesores para no perder la esperanza, observar alternativas vivas, encarnadas en el trabajo cotidiano en busca de condiciones dignas; así como brindar más atención a la infancia, ávida observadora que, aprendiendo, también puede transformar el mundo.
*La autora es cuidadora, antropóloga y estudiante en el posgrado de Estudios Latinoamericanos de la UNAM.
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