La muerte es para todos y su culto es familiar

2 enero, 2020

Como cada primer día de mes y de año, cientos de fieles de la Santa Muerte acudieron a la capilla que desde hace casi 18 años la comerciante Enriqueta Romero montó a una cuadras de Tepito. Amas de casa, jóvenes y niños acuden a rendir pleitesía

Texto y fotos: Arturo Contreras Camero

Adela Sánchez está parada a unos metros del altar de la Niña Blanca, como le dice de cariño a la Santa Muerte. A sus pies: un pequeño mantel lleno de dulces, frutas y una botella de un destilado de agave barato. Coronando el altarcito, cuatro estatuitas de la calavera.

Junto a Adela, están sus hijos, una de 10 y otro de seis años, casi los mismos que la fe de Adela en la santa. Para ella, que él esté vivo es la muestra más clara del poder de sus milagros.

“Yo me puse mala y me dijeron que él no iba a poder nacer. No podía llegar a esto. Se lo encomendé mucho y mi hijo nació bien. Ya va para seis años”, cuenta.

Adela, creyente de la Santa Muerte

Adela es trabajadora doméstica, y cada que puede, si no le toca trabajar, viene a rendir culto. El primer día del año, en el que las labores se detienen, es la fecha perfecta. Hoy el tianguis del Barrio Bravo descansa. Sobre avenida Granaditas, no hay tenis de fayuca, ni camisetas ni calzones ni vendedores gritones. El silencio hace que todo se mire diferente.

A unas pocas cuadras, sobre la calle Alfarería, las porras a La Santa rompen la monotonía. “A la bio a la bao, la santa la santa ra ra ra” repiten algunos con una voces que se mezclan entre la embriaguez y el fervor. La escena no dista mucho de cualquier procesión de otro santo católico, sólo que aquí el aire no huele a incienso o copal. Las notas son de marihuana y licor.

Es común que a cualquier fiel que carga la cadavérica imagen se acerque otro y la rocíe con el licor, de ese que venden en “panalitos” de plástico, el licor más barato que existe También la purifican con humo de marihuana o de puros de tabaco, imitaciones más baratas que en los cintillos dicen Cohiba. Otros cargan unas latas de aerosol y rocían las imágenes con esencia de siete machos, usada en diferentes rituales esotéricos para desbloquear los flujos y atraer la abundancia, como explican los que las cargan. 

Los que no rocían algo, regalan estampas, dulces o cualquier otra ofrenda. Es común ver niños pequeños repartiendo cigarros entre los fieles, incienso dulces y pulseritas. Con esos pequeños artículos, pagan las mandas y retribuyen los favores que la Niña Blanca les hace.

Este altar, que es uno de los más recurridos del país y el centro de la devoción a la muerte en la Ciudad de México, fue fundado en 2001 por doña Enriqueta Romero. Desde entonces abre sus puertas a cientos de fieles que cada mes vienen a rendir sus respetos.

Doña Queta, como le dicen, está parada, apacible, detrás de un mostrador lleno de veladoras y artículos religiosos para el culto. La gente pasa y la saluda con agradecimiento. Hace años le regalaron una imagen de la muerte y decidió ponerla fuera de su casa, al alcance de todos. Desde entonces, la relevancia de este lugar ha ido en aumento.

La estatua está dentro de una vitrina, con el cristal lleno de grasa corporal por las manos que la acarician para querer tocarla. No mide más de metro y medio y está engalanada con una túnica dorada, aunque el color cambia con las fechas.

Junto a la capilla, construida con láminas y acero sobre un pedazo de banqueta, está la tienda de parafernalia que doña Queta atiende. “Yo no arreglo veladoras, no hago limpias, ni amarres. Aquí no se hace nada de eso, aquí solo hay mucha fe”, dice inmutable. Según ella, todas las ganancias de las ventas van para el mantenimiento del altar, por respeto a la fe de los demás.

Antes, doña Queta organizaba rosarios y misas para ofrendar a la muerte, pero desde 2017, a raíz del asesinato de su esposo en este mismo lugar, dejó de hacerlos. “Dejé de hacerlo, ahora sólo recibo a la gente por su fe, que vienen para dar gracias o para recibir favores”. 

Según dice, es una católica comprometida, y en su jerarquía de divinidad dios es el primero, seguido por la virgen María, la santa muerte y los otros santos. Así, la mayoría de los creyentes asegura que no dejan de ser católicos,  No importa que su culto no esté reconocido por la iglesia católica, que en ocasiones lo ha señalado como algo diabólico. 

“Nada de satánica ni diabólica”, dice un tanto ofendida la señora Claudia Cruz García. Cada primero de mes Claudia monta su puesto callejero y vende vestidos para las imágenes de la Niña Blanca.

“La Santa no te manda a vender droga o a robar ni a hacer cosas a la humanidad”, replica.

Claudia, creyente de la Santa Muerte.

Claudia usa un mandil con una imagen de Minnie Mouse al pecho. Es costurera de profesión, y asegura que su puesto es tan exitoso por por milagro de la muerte. 

“Yo me hice creyente porque a mí me hizo un milagro hace 19 años. No conocía el culto, mi hermano me trajo para pedirle a la Santa. También él me pidió que le hiciera un vestido a su Santa y desde entonces me empezó a salir trabajo”, cuenta.

Así como viste efigies de la Santa Muerte, Claudia también hace trabajos para niños dios el Día de la Candelaria y trajes de Judas Tadeo, otro santo muy venerado en México. Pero a ninguno le tienen tanta devoción como a la niña de sus ojos, como le dice. 

A pesar de que Claudia vive del culto, asegura que alrededor de este hay mucha gente mal intencionada que sólo busca lucrar con la fe de las personas. “Dice hacer brujerías, amarres y hechizos pero son pura lucración. Dicen que por 10 mil o 6 mil hacen todo tipo de trabajos, y la gente lo paga, pero como es falso, muchos ya no regresan y creen que nuestro culto es vacío”.

Entre las personas que ponen sus altarcitos para que la gente pueda ofrendar a la muerte con dulces, cigarros y alcohol está Luis Ángel. Un muchacho de 17 años que destaca entre la multitud por su forma de vestir. Él no usa los pantalones abultados a media nalga, ni tenis deportivos con listones gruesos. Tampoco tiene la cabeza rapada ni llena de tatuajes como muchos de los asistentes. 

Hoy usa un overol de mezclilla muy entallado, una camisa blanca con mangas y cuello a cuadros azul rey. Puro estilo y moda juvenil. Tiene los laterales de la cabeza rapados y el copete lleno de trenzas blancas que hacen resaltar sus ojos grises.

Su altar es de los que más ofrendas recibe. Él se lo atribuye a su fe. “Las personas que no vienen con fe no les dan nada. A mí me han dado botellas de licor, y hasta me han regalado Santas más grandes”. Para él, la devoción a la Santa se trata de quitar etiquetas y permitir que todos se acerquen al culto.

“Aquí, en esto de la Santa muerte, nada es juzgado. Aquí nada se critica. A lo mejor en otras religiones sí, pero aquí estamos en un México libre”.

Luis Ángel, fiel de la Santa Muerte.

Luis Ángel atribuye su fe a que está vivo. Dos veces estuvo a punto de morir, la primera poco después de nacer y la otra más de niño. En ambas ocasiones, su mamá lo encomendó a la Santa y logró salir adelante. Toda su vida estuvo habituado al culto a la niña blanca en su casa, pero a penas desde hace cinco meses viene cada día primero a dar gracias.

“Para mí esto significa mucho. Es estar con ella, yo no podría dejarla. Le he prometido muchas cosas y ella me ha cumplido todo, no podría dejarla”.

El joven no critica ninguna otra religión, aunque crea que muchas veces quienes las profesan no tienen idea de su historia o sus orígenes, como dice de los testigos de Jehová, aunque él, como muchos, tampoco sabe cuál es el origen del culto a la Niña Blanca. 

Este mes, como muchos, Luis Ángel pide protección y bienestar para su familia y su pareja para todo el año. A cambio, asegura que los siguientes meses, en febrero y marzo, entrará a rendir gracias de rodillas. “Voy a venir a hacerlo de corazón, no porque sea un fastidio”, dice convencido. 

Antes de despedirse, suelta una bendición con voz solemne: “Que la Santa te cuide y te proteja”. 

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Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.

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