El PRI perdió en estas elecciones mucho más que la presidencia del país. La debacle incluye gubernaturas, el Congreso y los congresos locales. Nunca como en esta ocasión, la declaración temprana de la victoria de su oponente había sido una señal tan clara de la derrota
CIUDAD DE MÉXICO – El guerrerense René Juárez Cisneros anunció los novenarios: “Voy a iniciar una reflexión profunda en todos los sectores del partido – dijo el líder nacional del PRI – para revisar las razones por las que no merecimos el respaldo ciudadano”.
Pasaban las 8 de la noche. Minutos antes habían cerrado las casillas en el norte del país. Y de manera increíble, el PRI y su candidato ciudadano eran los primeros en anunciar, con nombre y apellido, que “las tendencias favorecen a Andrés Manuel López Obrador”.
El motivo del anuncio tempranero se conocería tres horas después, con el mensaje que ofreció a las 11 de la noche el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova: de acuerdo con los resultados del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP), López Obrador superaba casi 4 a 1 al José Antonio Meade, quien será el candidato priista menos votado de la historia… al menos, desde que la lista nominal superó los 9 millones de electores, en 1964. (Si los porcentajes del PREP se confirman, Meade Kuribeña tendrá menos de 9 millones de votos y no llegará al 16 por ciento de las preferencias electorales).
Una paliza que nadie esperaba. Un voto de castigo para el partido que en 2012 regresó al poder con una promesa de renovación, pero gobernó con los peores vicios de antaño.
A las 8 y media de la noche René Juárez parecía el dirigente de un partido marginal: “Las tendencias no nos son favorables en ocho entidades (donde hubo elección de gobernador). En el caso de Yucatán, la información nos dice que tenemos una tendencia muy clara, irreversible, de 5 puntos porcentuales”. En la madrugada, esa “tendencia irreversible” seguía yendo y viniendo del PRI al PAN y viceversa.
Pero el PRI perdió en este proceso mucho más que la presidencia: perdió las gubernaturas (en las ocho se fueron al tercer lugar); la Cámara de Diputados, donde tendrá menos de 50 de los 500 legisladores y será la cuarta fuerza; el Senado; la mayoría de los congresos locales.
El hombre que el sistema atacó como a nadie desde 1988, regresó en estas elecciones con una fuerza de casi 30 millones de votos, frente a la mirada atónita de los priístas, que anoche, apenas atinaron a desearle, “por el bien de México, el mayor de los éxitos”.
Meade agradeció al presidente Enrique Peña Nieto, a su coordinador de campaña, Aurelio Nuño, a Juárez Cisneros, quien llegó a salvarle le campaña, y a su esposa Juana, quien se llevó los aplausos más fuertes del centenar de asistentes al evento, casi todos colaboradores de la campaña.
Ni en la debacle fue capaz de deslindarse de la corrupción del PRI. EL gobierno, dijo, “va a entregar un país con una economía fuerte y sana que lleva 34 trimestres de crecimiento positivo, que ha movilizado y ha traído inversión como nunca antes, que se ha modernizado para dar pie a la más alta generación de empleos en la historia, con finanzas públicas sanas, y que le ha apostado a la educación y le ha ganado terreno a la pobreza extrema”.
En la primera fila asentía Emilio Gamboa Patrón, el único peso pesado del PRI presente en la conferencia de prensa, que no duró más de 20 minutos. Luego de eso, sólo el ex panista Javier Lozano se quedó en el salón a responder las preguntas de los reporteros:
— ¿Están cobrando factura a este gobierno?
— Probablemente, si — dijo de buen ánimo.
— Y Anaya no llegó…
— Y no llegará — respondió con evidente burla
— ¿Qué sigue para el PRI
— Tendrán que reflexionarlo. Yo no estoy en el partido, me sumé a esta campaña nada más
Al fondo, el emblemático Auditorio Plutarco Elías Calles, donde fue velado el cuerpo de Luis Donaldo Colosio en 1994, y el patio del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, donde hace apenas seis años volvieron las imágenes del partido rojo, monumental, indestructible, quedaron vacíos y en silencio. La valla preparada y el templete colocados para la ocasión no se usaron.
La valla sólo sirvió para separar a la prensa de la morralla de lo que alguna vez fue el partido de Estado, y que, durante unos minutos, se quedó detenida en el patio como atorada en el tiempo, quizá añorando otros tiempos.
En ese velorio no hubo ni siquiera un espacio para el llanto. El Knock out dejaba apenas lugar para la resignación.
Y el llamado a la reflexión en un partido que, a diferencia de hace 18 años, esta vez sí agoniza.
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