Otro profesor lo describió de mejor forma: Chava es el que ha organizado los peores dolores de cabeza de la Rectoría en lo que se refiere a los derechos de los profesores. Murió por covid estas fiestas decembrinas.
Tw: @lydicar
Conocí a Chava Hernández, no recuerdo cuando. Probablemente hace unos 15 años, en alguna reunión, o quizá en alguna marcha, o en una fiesta. Amigo de amigos. Luego, además, se volvió conocido, cuate, y algo que suena un poco cursi en estos tiempos: compañero. Era un compañero desde el punto de vista ideológico, y era en algunos momentos una fuente de información sobre la universidad. Pero no la universidad azul oro, perfecta e impoluta de los comunicados o los eventos especiales, sino esa universidad de la que se habla poco, y mucho menos en los medios: aquella que vive en los planteles de la periferia.
Él me explicaba las dificultades, y las mafias que siempre rondan Acatlán, o el CCH Naucalpan o Vallejo. Los problemas de dinero, y los problemas con autoridades locales: policías, presidentes municipales…
Chava me platicaba las precariedades de un profesor de asignatura de educación media superior, la dificultad para obtener una plaza, los sueldos de risa–o llanto. No es casualidad, algo que se ha comentado en chats y en pláticas informales, que entre los más afectados por la pandemia en la universidad están, por supuesto, los trabajadores, pero destacan los profesores de CCH educación media superior. Muchos han muerto.
Y él mismo, Chava, era un profesor de CCH Vallejo. Regresó a impartir clases ahí, donde él mismo cursó el bachillerato, después de egresar de Economía. Siempre empeñado en estudiar, y buscando aportar. Incidir. Siempre haciendo la diferencia: durante el CCH como miembro del Consejo Estudiantil Universitario. Durante su licenciatura, como activista contra las cuotas durante la huelga de 1999. Luego, como profesor de CCH, querido por sus alumnos y alumnas.
Solidario con sus problemas, sus movimientos. Lo sé porque me presentó con varios de ellos. Lo sé porque tras su muerte, una de ellas se comunicó y me comentó que estaba en un seminario o ciclo sobre feminismo (esa bella cualidad de tratar de ser mejor, de entender los cambios generacionales, de entender los movimientos…). Lo sé también porque cuando sus conocidos necesitaban a una reportera, pues Chava me buscaba. Por ayudar, me presentó a gente con la que no necesariamente concordaba. Pero su idea siempre fue organizarse, tejer redes… tenía claro que ls grillas entre iguales son eso: grillas. Que no hay que desgastarse peleando entre pares cuando hay verdaderos poderes a los cuales hacer frente.
Quizá por eso, por esa claridad, se convirtió con el tiempo en el principal promotor de mejorar las condiciones de los profesores de asignatura.
Otro profesor lo describió de mejor forma: Chava es el que ha organizado los peores dolores de cabeza de la Rectoría en lo que se refiere a los derechos de los profesores.
Y es que no quitaba el dedo del renglón: organizar, impulsar el cambio en los ámbitos que le tocaban. Y en su caso era la universidad, en particular el CCH Vallejo, la periferia. Y también su casa. Chava era querido y respetado y valorado en su trabajo, entre sus amigos, en su familia, por sus hijos, su esposa, su hermano, David.
El pasado 15 de diciembre, Chava subió una selfie a sus redes sociales. Explicaba que llevaba 8 días enfermo de covid, y que ya se avistaba “la otra orilla”. Era optimista, pero unos días después fue internado. Ahí consideraron el caso grave, tuvo que ser sujeto a intubación, y murió unos días después.
Leemos tanto sobre autoridades corruptas y delincuentes. Pareciera a propósito para que nadie en nuestro país pueda imaginar hacer la diferencia. México parece inmerso en una suerte de inercia y tristeza y cinismo: pensar que nada de lo que hagamos tiene impacto en el presente o en la sociedad. Chava, como muchos más, demostró que no es así. Lo demostró cada día de su vida, al menos desde que entró al CCH, que sí podemos cambiar nuestro entorno, y construir un presente y futuro dignos. Todo mediante su tremenda necedad del luchador social, un compromiso de hierro y un corazón de oro. Por eso este pequeño homenaje: a una vida que jamás fue pública, pero que transformó su entorno de las mejores maneras posibles.
Descansa en paz, camarada.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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