Este es el testimonio de la madre de Silvana, una joven con una enfermedad psiquiátrica que se ha agudizado debido a la falta de medicamentos
Por Juanis Picón
Gómez Palacio, Dgo, a 11 de junio del 2023
Hace días leí un texto del Sistema Nacional de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (2 de mayo de 2018) que expresaba lo siguiente: “Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a disfrutar del más alto nivel posible de salud, así como a recibir la prestación de servicios de atención médica gratuita y de calidad de conformidad con la legislación aplicable, con el fin de prevenir, proteger y restaurar su salud”. En el caso de mi hija Silvana, como en el de muchos niños y adolescentes con enfermedades psiquiátricas, lo anterior es letra muerta, al igual sus mentes agonizantes.
La mente de mi hija, con sus poco más de 20 años, nunca ha conocido el sosiego. Desde sus primeros días de nacida, las visitas al Pediatra no paraban: lloraba mucho, y dormía poco. El médico no encontraba el motivo de su malestar. Yo intuía que algo estaba muy mal. Así llegó el día en que sin más remedio la llevé a la guardería. Los síntomas extraños se incrementaron: se manifestaba ansiosa e irritable; peleaba, mordía, pataleaba y jalaba a los niños, y a las cuidadoras. La dieron de baja en tres guarderías. Acudí a terapia psicológica, pero no fue suficiente. Mi pequeña Silvana cada vez estaba más ansiosa y agresiva. Para entonces, ya tenía tres años. Consulté a un Neuropediatra. El diagnóstico: alteraciones de la conducta con ansiedad, y déficit de atención. Este fue el inicio de su interminable camino por el mundo de los fármacos. No me gustaba el remedio, pero era necesario. Se trataba ya no sólo de mi pequeña, sino de la salud de la familia entera. Lamentablemente el tratamiento no funcionó. Su irritabilidad y el insomnio no se iban. Pero mi hija seguía creciendo y yo luchaba por insertarla en la “normalidad”. La inscribí en preescolar. Y a pesar de los tratamientos sus impulsos agresivos no cesaban. Resultado: Discriminación y deserción escolar.
Con desesperación busqué todo tipo de tratamientos: psicoterapia, neuropediatra, paidopsiquiatra, equinoterapia, e infinidad de terapias alternativas. Se lograron pequeños cambios que le permitieron permanecer en la misma escuela el primer grado de primaria: dejó de morder, pero siguieron los gritos y berrinches descontrolados. Pero por su hiperactividad no podía estar quieta en el salón. Se la pasaba entrando y saliendo. Yo por fin pude integrarme de tiempo completo al trabajo. Contraté a una señora de “confianza”, para que la cuidara. Silvana tenía ya 7 años. Nuestra integridad fue vulnerada. La mujer y su marido abusaron sexualmente de mi niña. ¡Otra vez el derrumbe! Su agresividad brotó descontrolada, a la par que los rudos medicamentos psiquiátricos ¡De nuevo el viacrucis para Silvana y la familia! ¡Otra vez la pesadilla de la etapa preescolar, pero ahora aumentada en años y diagnósticos! Al Déficit de Atención e Hiperactividad se le sumaron el de una lesión en el lóbulo frontal, y el temporal derecho, epilepsia en el lóbulo temporal, Asperger, trastorno negativista desafiante, bipolaridad infantil, trastorno orgánico de la personalidad, etc., etc. ¡Una pesada mochila para cargar! Nuestros pies esperanzados recorrieron una y otra vez las escuelas que amenazantes o compasivas nos abrían sus puertas. Así mi hija concluyó la primaria. Sabe leer y escribir. Algunas ocasiones escribe cosas muy lindas que desbordan la alegría de mi corazón, pero otras lo desangran.
La inscribí en la secundaria. No se le pudo sostener. Las personas como mi hija no encajan en instituciones “normales” ¿No sé dónde se alberga más violencia, si en la mente de mi hija, o en la discriminación e indiferencia de las Instituciones públicas y privadas, y de la sociedad en general, ante este tipo de problemática?
Silvana crece, al mismo tiempo que su fuerza física. Los episodios violentos se recrudecen. He dejado de trabajar formalmente porque nadie la quiere cuidar (lo cual agrava la situación porque soy madre soltera y los medicamentos son costosos). Las personas se sienten incapaces para enfrentar sus episodios psicóticos donde alucina, grita, destruye cosas y ataca para “defenderse” de los demonios que su mente recrea. Las crisis no anuncian su llegada. Mi casa desde hace tiempo ya no es la misma, hay muchas cosas destruidas. Mis otras dos hijas, tampoco son las mismas, sienten miedo y enojo, pues en varias ocasiones han sido atacadas, aunque menos ocasiones que a su mamá. No sé de dónde le sale tanta fuerza. En varias ocasiones, después de estos episodios sale corriendo de la casa. Ha logrado escaparse, y desaparecer por varias horas. Adicionalmente a lo anterior, se le presentan impulsos de hipersexualidad, que implican vigilarla para evitarle situaciones de peligro.
Por otro lado, con ella está siempre el riesgo latente de un suicidio. A los 13 años llegó el primer intento. De ahí ha seguido una constante y desgarradora cadena. Confieso que en ocasiones he deseado que termine su sufrimiento. Pues mi cansancio y mi dolor por verla sufrir llegan al límite. Luego volteo a ver a Dios, y con profundo arrepentimiento le pido perdón.
Quienes no conocen el infierno de un enfermo mental dicen que ellos no sufren, porque viven en un mundo de fantasía. Nada más inhumano, se rompe mi corazón cuando llegan a su cerebro las alteraciones eléctricas y no la puedo contener. Los episodios psicóticos implican para ella y toda la familia un constante estrés. Los psiquiatras me explican que todos esos desajustes van generando cada vez más deterioro en su cerebro. Más de 13 veces ha estado internada en psiquiátricos, y en 5 ocasiones en centros de rehabilitación para mujeres con adicciones, aunque no es adicta, pero no la puedo controlar en casa por su violencia a sí misma y los demás.
Actualmente Silvana no está estudiando ni trabajando. La ingesta de tantos medicamentos le provoca fatiga, apatía, depresión. En todo momento ha estado con atención psiquiátrica y una interminable lista de propósitos para que realice actividades físicas, ocupacionales y recreativas, pero claudica rápidamente. Su psiquiatra actual, al ver que no hay mejoría en sus síntomas, le ha recetado CLOZAPINA, que en un principio la mantuvo estable, y que por desgracia por problemas entre PSICOFARMA y COFEPRIS, no se surte. Motivo por el cual su violencia y depresión se desbordaron. Así como los atentados contra su vida. Lamentablemente el caso de Silvana es sólo una muestra de lo que están viviendo muchos enfermos, derivado de la falta de sensibilidad de los involucrados en esta situación. Gracias a un alma caritativa pude conseguir una caja de CLOZAPINA, y mi hija y yo estamos viendo otra vez una pequeña luz. Pero tengo miedo de pensar que se acabe la dosis, y que la CLOZAPINA siga escasa. A mi hija le han aplicado hasta terapia electroconvulsiva en 12 sesiones. Pensé que era un método prehistórico, pero cuando te ofrecen que ella podrá estar mejor, tomas el riesgo. Resultado: ¡Nada! ¡Todo igual! Su cerebro se ha vuelto resistente a los tratamientos psiquiátricos. Ahora la novedad en su mochila: ¡Esquizofrenia y agresividad refractaria!
Mi lucha es inagotable. Por momentos siento que ya no puedo más, cuando veo los ojos desorbitados de mi hija; pero cuando veo su alegre y pícara mirada recobro fuerza y siento que nada me va a detener. No pierdo la esperanza de lograr para Silvana lo que todos los seres humanos como ella merecen: ¡LA POSIBILIDAD DE UNA VIDA EQUILIBRADA Y DIGNA! Deseo también la tranquilidad y armonía de mis otras dos hermosas hijas, así como la mía. Sé que en los casos como el de Silvana existe la posibilidad de una PSICOCIRUGÍA ¡Ese sería el último recurso para ella! ¡Es muy costoso! ¡No tengo recursos económicos! ¡Tocaré todas las puertas necesarias, y libraré cuanta batalla tenga que librar, hasta conseguir mi objetivo! Porque, ¿saben por qué Silvana no puede ser arrumbada en un psiquiátrico común?, ¿saben por qué Silvana debe ser considerada para una PSICOCIRUGÍA? Porque mi querida Silvana tiene muchos momentos de contacto con la realidad, y se da cuenta de su situación, y esto le genera un enorme sufrimiento que la lleva a querer terminar con su vida. ¡Pero ella ama la vida! ¡Así me lo dice el amor y la alegría que me demuestra en sus pocos momentos de lucidez!
¡Quiera Dios que tú puedas ser una puerta que se abra, o un recurso que contribuya a terminar victoriosas esta dura batalla!
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