1 junio, 2016
Ante la Fiscalía General del Estado de Veracruz hay mil 550 denuncias por desaparición, de las cuales casi 750 son de jóvenes menores de 27 años. En el gobierno de Javier Duarte se reconocen más de dos mil asesinatos dolosos (hasta agosto de 2015).
Esta es la historia de cinco muchachos, originarios de los barrios marginales del puerto de Veracruz que pertenecían a la porra de los Tiburones Rojos, que fueron asesinados y desaparecidos, y cuyo recuerdo encuentra refugio en la memoria de sus amigos.
Texto: Juan E. Flores Mateos.
Fotos: Félix Márquez
PUERTO DE VERACRUZ, VERACRUZ.- Antonio Pérez Pirri y José Ángel Tenorio García Frijol eran amigos del barrio de la Séptima Etapa del Infonavit Buenavista. Como sucede regularmente en la vida barrial de Veracruz, se conocieron en la cancha de fútbol cuando se echaban las retas. El Buenavista, ubicado al norte del puerto, fue el primer conglomerado de casas de interés social en el que trabajadores pudieron conseguir, a través de créditos del Instituto del Fondo Nacional para la Vivienda de los Trabajadores (Infonavit).
Antes de 2005, cuando Pirri y Frijol llegaron a la porra de los Tiburones Rojos, el equipo de futbol de Veracruz, uno le iba al Toluca y el otro al Cruz Azul.
“Antes de que fueran del Tibu se burlaban de nosotros. Decían: ‘tu equipo pedorro ese’. Pero yo me reía, les respondía que ellos no sabían nada de fútbol, que no es lo mismo verlo por la tele aplastado en un sillón que ir cada fin de semana al estadio a alentar a tu equipo, viajar con él, verlo ganar y perder. Un día los invité a la porra y terminaron fascinados, con decirte que un día los hijos de su puta madre se fueron de ride hasta Toluca para ver jugar al equipo”, cuenta uno de sus mejores amigos.
Son precisamente ellos, sus amigos, quienes los recuerdan como líderes de las caravanas que la porra del equipo organizaba para llegar al estadio. En las caravanas, los aficionados de los Tiburones Rojos le pagan a choferes de camiones para que se vayan en hilera directo al estadio, mientras ellos, en su mayoría jóvenes, van tocando los tambores y coreando cánticos. Hay quien, incluso, viaja parado en el lomo de los autobuses.
Después de eso, Frijol y Pirri comenzaron a ser inseparables, como lo era el barrio del que eran parte. “Había mucha hermandad, misma que se trasladó a la porra. Donde iba uno, íbamos todos. Y si habían vergazos, todos se fletaban, hasta los más putos le entraban, nadie abandonaba a nadie”.
Una de las hazañas que se recuerdan con mucho cariño en este barrio sobre ellos fue cuando hicieron el primer mosaico con el escudo de los Tiburones Rojos que mostrarían en el partido contra Pumas. Fue en 2008, año en que descendieron. “Lo hicimos de un día para otro. Y al principio nadie sabía cómo diseñarlo, así que lo hicimos como se hace en albañilería. Amanecimos haciéndolo”.
Tres años después, cuando los Zetas dejaron de ser solapados por las autoridades y se convirtieron en el blanco principal de las pesquisas de los marinos y de sus nuevos enemigos, del Cártel de Jalisco Nueva Generación, sucedió un secuestro masivo de jóvenes “que tuvieran que ver” o “estuvieran con ellos”.
Muchos de estos secuestros, a los que se insiste llamar levantones, fueron ignorados por la prensa y por las autoridades porque “eran malandros o andaban en malos pasos”. Sólo en 2011 la cantidad de asesinatos dolosos se triplicó.
Un día de julio de ese año, Pirri se encontraba con un chico llamado Miguel, al que le apodaban el Mecánico, y con Frijol, en una moto “con el chavo del punto” y otros más en un Oxxo de la avenida Dos Bahías, de la colonia Las Brisas, ubicada también en la zona norte de Veracruz. De ahí se los llevaron.
Días después, el Mecánico apareció dentro de una bolsa negra en la zona del mercado, cerca del centro. Frijol también apareció asesinado, sin un brazo y sin una mano. Pirri, hasta el día de hoy, no aparece, nadie sabe nada de él.
“Frijol había entrado a chambear con ellos y Pirri estuvo en el lugar y momento equivocado”, cuenta otro de sus amigos. “Su mamá quedó un poco mal, dice que luego le habla y le dice que lo tienen trabajando para no se qué cártel, también dice que lo ha visto en la calle pero quién sabe, nosotros ya no creemos que siga vivo”.
Eduardo Lara era un chico nacido Cuitláhuac, Veracruz. Por eso, años más tarde, sus amigos le apodarían el Kuitla, por su acento que se corta y apresura. Estudió bachillerato técnico en un colegio llamado CETCS.
Kuitla recorría escuelas en Veracruz donde esperaba a sus amigos a la hora de la salida para platicar con ellos y pasar el rato. Gracias a su carisma y a sus ganas de ayudar, se metió a una asociación civil que se llama Soñar Despierto, donde jugaba con niños de escasos recursos en olimpiadas y kermeses.
En los últimos cinco años no había partido de los Tiburones al que no asistiera. El 7 de agosto de 2015, Kuitla fue al partido que los Tiburones Rojos lidiaron contra Los Jaguares de Chiapas, en el que ganaron 2-1.
“Dicen que con él iba un vato que dice que se fueron al finalizar el partido a un bar para cotorrear. Pero en algún momento de la noche, ambos tomaron caminos diferentes para llegar a sus casas”.
A la mañana siguiente, pobladores del nororiente de la ciudad hallaron el cuerpo inerte de Kuitla flotando a la orilla de la laguna El Olvido. “Vestía su playera de los Tiburones Rojos, un pantalón de mezclilla y su reloj. No tenía seña de algún golpe o cortada”, según las notas de prensa que no suelen registrar hechos violentos. Hasta la fecha nadie sabe qué sucedió aquella noche pero se especula, pues Veracruz no es sólo el lugar donde la gente desaparece misteriosamente, sino el lugar donde las muertes nunca se aclaran.
A Ricky Cárdenas le decían Lobito por su parecido a un lobo tierno. Vivía en la Reserva Tarimoya, al norte de la ciudad.
En los años ochentas, La Reserva era una colonia de terracería, árboles enormes que daban buena sombra, no existían servicios básicos y el agua se sacaba de pozos. Sus habitantes llegaron ahí con la ilusión de hacerse de un pedazo de tierra, invadieron terrenos o consiguieron uno de los que fueron repartidos por líderes del PRI solapados por el gobierno, también priísta, a cambio de votos. Otros consiguieron sus terrenos luego de que el gobierno expropiara y los vendiera.
Hoy en día, La Reserva se ha anexado a la urbanización de la ciudad sin perder los rasgos característicos de su nacimiento, por la que en tono de sorna, al lugar se le bautizó como La Freserva.
Aquí fue donde Ricky se crío, estudió hasta la secundaria y se hizo de amigos. Con ellos comenzó a grafitear paredes bajo la clica WR1, un grupo de chicos que además jugaba fútbol y escuchaba reggaetón en las esquinas de la colonia.
Ricky llegó a la porra de los Tiburones Rojos en 2004. Fue el primero que se tatuó el símbolo de la barra llamada Independientes a la que pertenecía. “Un día llegó y nos dijo el careverga: ‘miren, para que vean que sí quiero al equipo’. Y cuando lo vimos dijimos: ‘no mames loco, ora sí te la volaste, te quedó perrón’”.
Otro día que no tenía dinero, imaginó cómo entrar al partido. “(Él y su primo) sacaron dinero colando gente, diciéndoles que les dejaban su lugar y sí, ese día su primo dijo que habían sacado un buen varote”.
Ricky charoleaba, es decir, pedía monedas de cinco, diez pesos en las calles, para ir a los partidos que se hacían fuera de Veracruz. De vez en cuando hizo trabajitos que le caían no sólo para poder subsistir, sino también para ir al estadio a alentar al equipo de sus amores.
Lo desaparecieron un día que estaba cotorreando en una palapa de Villa del Mar, en noviembre del año 2009.
“Comenzó a trabajar en el punto, donde se vende la droga, ya sabes, muchos ahora entran a eso para tener poder y ganarse unos 400 – 600 pesos diarios; al parecer comenzó hablar de más, ya sabes, decir: ‘yo ando chambeando para Aquellos’. Muchos hacen eso, hablan mucho, pero eso es malo para el negocio de Aquellos. Llegaron por él y se lo llevaron y hasta la fecha no se sabe nada de él”, dice un conocido del barrio.
A Juan Carlos Hernández Huesca le decían Chilpa porque “era morado y pequeñito como un chile de chilpaya” cuando nació. Lo recuerdo porque jugamos juntos en el equipo Hielo El Popo que traía la escuela del delantero argentino ya retirado, de los Tiburones, Jorge Enrico Pavesi.
Chilpa era mediocampista y sus papás y hermano iban a verlo no sólo jugar sino entrenar al Deportivo El Hoyo del Infonavit Buenavista. En aquella temporada 97-98 de la Liga Municipal, quedamos campeones en un reñido juego que ganamos dos a uno en la categoría Biberón.
Chilpa era bastante habilidoso, rapidísimo cuando desbordaba por las bandas y bastante carismático: siempre te abrazaba y te trataba como su pachi, su cuate apreciado.
Me lo volví a encontrar seis años después, pero en otra liga: la Roberto Bueno del Parque España.
Luego supe que pertenecía a un grupo de amigos que se sentía orgulloso, como casi todos los jóvenes que se criaron en algún de los barrios de Veracruz, del barrio en el que se había forjado: Icazo. Subía fotos a sus redes sociales con sus amigos y se le veía siempre recorriendo la zona norte de la ciudad. Solía vestirse de viejo o mujer en las celebraciones de fin de año para pedir dinero en los cruceros.
Chilpa siguió forjando su habilidad para ganarse el aprecio de la gente. De sus últimas andanzas, sus amigos recuerdan aquel viaje a Guadalajara que se realizó al estadio Omnilife hace apenas unas temporadas, y en el que, por una riña dentro del estadio, él y sus amigos regresaron comiendo pan blanco con mayonesa todo el viaje porque se quedaron sin dinero al sacar a otro de sus amigos de los separos.
El 23 de enero pasado, antes del viaje a la ciudad de Puebla que haría con la porra de los Tiburones, desapareció. Un grupo de hombres armados llegó a su casa ubicada cerca de las vías del tren, según dicen en su barrio, porque él y su hermano, un vendedor de cocaína de la zona, “la debían”, es decir, traían pleito con la mafia local.
“Se metió en pasos turbios, entraron por él a su casa y se lo llevaron, ya van casi tres meses de eso y nada que aparece”, comenta un amigo.
A la semana de su desaparición, varios amigos suyos pintaron una manta para honrar su memoria y recordar el lugar donde él debería estar: en el tablón, como se le conoce a la parte de la tribuna donde se coloca la porra de cualquier equipo.
Muchos amigos, desde entonces, han publicado en el muro de su Facebook, esperando su regreso, confiando en que regresará. Otros ya lo creen en el cielo.
En el barrio dicen que la cancha es el único lugar en el que a un hombre se le permite llorar, por eso es que sus amigos lloraron al recordarlo el 13 de abril, cuando los Tiburones Rojos se alzaron con un nuevo campeonato: La CompaMx, un torneo entre los equipos de Primera División y los de la liga de ascenso. Sus amigos también creen que fue Chilpa quien dio ese empujoncito para que los tibus vencieran 4-1 a los Rayos del Necaxa.
Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente.
“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.
Sus textos han aparecido en periódicos y revistas tanto locales como nacionales. Fue becario Prensa y Democracia (PRENDE) en la Primavera del 2015. En 2016, fue seleccionado por la Revista Punto de Partida para un dossier de jóvenes cronistas nacidos en los 80’s y 90’s. Actualmente colabora para la Revista Llave.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona