La condescendencia también es un tipo de violencia. Darle la razón a una persona vulnerable sólo por su vulnerabilidad, sin tomar una postura crítica, sensata, es violencia. No por tratarse de una población vulnerable, va a ser categóricamente incuestionable
Twitter: @aceves_ever
“La realidad concreta, son muchas realidades”
Elena Garro
La semana pasada pretendía abordar las respuestas de Sabina Berman respecto de la población trans, cuando se le hicieron observaciones relacionadas a su columna. Sólo quiero hacer la aclaración de que mi penúltima columna tomó como referencia la columna de Berman titulada “La experiencia trans” y su entrevista en Largo Aliento a un joven trans y a su mamá. Aunque explicité en mi texto que me centraría particularmente en su entrevista y en su columna, pareció tergiversarse la idea. La mayoría de estos comentarios lamentaban el que no hubiera abordado los tuits de Berman —de los que tenía en mente hablar hoy, por separado, debido a su naturaleza y para enfocarme por completo a dichos tuits cargados de clasismo y prepotencia—, argumentando que dichos tuits fueron el meollo de la inconformidad resultante.
Muches se mostraron respetuoses al momento de exponer sus argumentos que disentían con mi columna, lo cual siempre se agradecerá y se leerá con detenimiento de este lado; sin embargo, la mayoría de los comentarios, notoriamente irritados, hicieron uso de insultos, ofensas, deslegitimación de mi trabajo periodístico, amenazas y tergiversación de mis palabras. Y sobre esos comentarios voy a hablar hoy.
Si bien, entiendo que los tuits de Berman irritaron a la población trans, lo cierto es que Berman comenzó esas réplicas a raíz de las críticas de las que fue sujeta en su columna, lo cual no la justifica, pues sus respuestas posteriores a las iniciales derivaron en objeciones clasistas. Y la razón por la que no quise mezclar su columna y entrevista con sus ulteriores respuestas, fue precisamente para no viciar ni una ni otra. Y porque el origen de las respuestas de Berman en redes fue aquella columna. Fue hasta después que Berman se mostró clasista y arrogante, en lugar de aceptar que había errores importantes en dicha columna. Otra razón, fue para poder avocarme a cada tema, porque, si bien, aquella columna dista mucho de ser perfecta, por sí misma, reitero, me sigue pareciendo aceptable, eliminando los errores al hablar de “mujeres biológicas”, “los trans”, y la manera en la que describe cómo fue que las mujeres trans de México lograron lo que en España, haciéndolo parecer de una manera mucho más sencilla de lo que realmente ha sido, lo cual sólo denota su desconocimiento sobre el tema, puesto que no ha sido una lucha fácil, todo lo contrario. Su entrevista en Largo Aliento realmente es muy buena y acerca a quienes desconocen del tema.
“Escribo lo que oigo, lo que veo”
Elena Poniatowska
Ahora bien, considero más apropiado hablar de las agresiones que se gestaron al interior de la misma comunidad trans a raíz de mi columna.
Es cierto, vivimos en una vulnerabilidad por la hegemonía patriarcal que el Estado, la Iglesia y la sociedad perpetúan diariamente, lo cual se ve reflejado en medios de comunicación, en la calle, en el lenguaje, en todos lados. Nadie me lo cuenta, yo lo sé porque lo vivo, y no vivo en la capital, soy una mujer trans no binaria que radica en Toluca, Estado de México; sé a lo que se enfrenta una mujer trans en un estado que no es la capital, el mismo estado en el que el feminismo radical trans-excluyente es un grupo abolicionista bastante presente que ha llegado, incluso, a amenazar con bats envueltos en púas a mujeres trans que entran al baño de mujeres; ese estado en el que las marchas separatistas están vigentes hoy más que nunca, sin permitir a las mujeres trans marchar codo a codo en una protesta contra la violencia machista. El mismo estado que violenta con miradas, comentarios y demás comportamientos dirigidos a mujeres trans que hemos decidido romper con el esquema opresor de la cisheteronorma. Repito, nadie me lo cuenta. Por eso, quizá, me resulta más sencillo dilucidar lo que expondré en esta columna.
“El fanatismo produce nazismos”
Margo Glantz
Como respuesta a la transfobia, la comunidad trans ha llegado a un hartazgo —el cual comparto— porque no se nos permita vivir con libertad.
Recibí ataques por mi columna como si fuera una perpetradora. Lectores e influencers —muches trans y no binaries— tergiversaron la situación, poniendo palabras en mi boca que jamás dije, utilizando como herramienta el victimismo —a un grado superlativo— para agredir a una de las agredidas por la transfobia.
Incluso al interior de un grupo vulnerable, se cae en el fanatismo.
Afortunada o desafortunadamente —según los ojos con los que se mire—, mi periodismo no es políticamente correcto, no escribo para ganar followers, no está hecho para caer bien a la gente. Es un periodismo comprometido con la crítica. Yo registro lo que veo, lo que vivo. Como una amiga escritora me hizo ver: “tú no estás en los polos, no estás en ese escenario en el que intentan encasillarte: blanco o negro. Tú estás analizando los grises.” Creo que el valor más grande del periodismo independiente es precisamente su calidad reflexiva, comprometida. Crítica. Las palabras pierden su valor cuando son artificiosas, cuando se escribe para agradar.
La condescendencia también es un tipo de violencia. Darle la razón a una persona vulnerable sólo por su vulnerabilidad, sin tomar una postura crítica, sensata, es violencia. No por tratarse de una población vulnerable, va a ser categóricamente incuestionable. Esa condescendencia hace la mancuerna perfecta con el victimismo, como en un patrón sadomasoquista.
Utilizar el victimismo como máscara para resguardar violencia al interior de esa cubierta es doblemente tramposo, porque esa máscara repele a quienes no son atravesades por esas violencias, y porque se da una cara que no representa lo que hay detrás. Por eso es una máscara.
Se pide horizontalidad desde el despotismo autócrata, absolutista e imperativo, disfrazado de victimismo. El cerrarse a un conjunto de ideas exclusivamente, genera una negación que deviene en determinismo, en un totalitarismo en donde no se permite la entrada a ningún cuestionamiento, incluso viniendo de la misma comunidad trans, como sucedió en mi caso.
Algo similar al comportamiento de las feministas radicales trans-excluyentes, quienes adjudican al hombre, desde una perspectiva biologicista ilógica y fantasiosa, como único perpetrador —además, compulsivo— y carente de toda lógica humana. Ni todos los hombres son violentos, ni toda persona que critique el actuar trans está equivocada. Ese determinismo enceguecedor no permite abrir un diálogo; es como caminar en un sendero circular cercado con altos muros que impiden escuchar, reflexionar con la otredad.
Habrá quien diga “pero nosotres somos les vulnerades”. Indudablemente, no lo niego, al contrario, coincido. Pero inclusive al interior de los grupos vulnerables se gestan violencias.
Una persona, inicialmente, me acusó de estar haciendo gaslighting con mi columna, es decir, de estar manipulando psicológicamente la percepción de la realidad de les receptores, causando confusión en elles. En pocas palabras, me señalaron como un ente maquiavélico con algún fin macabro (¿?). Realmente quien intentaba hacer ese gaslighting era esa persona astuta: utilizando el victimismo y el mismo concepto del gaslighting como artilugios para atacar, ya no a una columna de opinión, sino a mí.
Esa misma persona —una mujer trans y trabajadora sexual— acotaba en sus múltiples ofensas, con saña y sutil veneno, comentarios alusivos a mi genitalidad: “A la próxima que tengas los huevos de hacer una comparación tan estúpida, sal de Twitter y mira la situación en la que estamos, a ver si con el aire si te oxigenas y escribes algo inteligente.”, así como también aludió a mi supuesta incapacidad para escribir y discernir quién tiene la culpa: “Intenta que lo próximo que escribas ponga la culpa en quienes va, y no en quienes piden respeto mínimo”. Este discurso endulzante se posiciona en el victimismo con una carga culpígena autoimpuesta: una herramienta punzante y reactiva ante la crítica de los hechos, y afilada con una devaluación hacia mi escritura y hacia mi inteligencia. Menciono su ocupación porque eso causa una doble vulnerabilidad: el trabajo sexual y ser mujer trans; lo cual, a simple vista, puede merecer toda la condescendencia de cualquier persona que la note indignada.
Recordemos que la transfobia hoy en día ya no es políticamente correcta, afortunadamente, por lo cual los comportamientos transfóbicos son fuertemente señalados —yo también los señalo—, por lo que las críticas a la población trans tienden a ser fácilmente tergiversadas para hacerlas parecer críticas transfóbicas, aunque no lo sean.
Mediante la deslegitimación, burlas y ofensas —sutiles o flagrantes— de diferentes influencers y lectores, los ataques no cesaban, se expandían. Noté, incluso, que había trolls en Twitter encargades de dar likes, quitarlos y volverlos a dar, para que las ofensas que yo estaba recibiendo tuvieran mayor alcance.
Repito, no todos los comentarios fueron así de agresivos, hubo comentarios muy respetuosos, y a esas personas les agradezco su amabilidad por hacerme llegar sus opiniones. Me estoy centrando únicamente en los comentarios ominosos.
“No estamos aquí para caerle bien a los poderosos sino para decir la verdad”
Lydia Cacho
Sé perfectamente lo difícil que fue para la población trans el mes de enero. Los transfeminicidios, intentos de transfeminicidios y otros tipos de violencia están a la orden del día. Escribo estas líneas con el propósito de desmontar el patrón victimismo-condescendencia que tanto perjudica a la población trans, no con el afán de apoyar el pensamiento TERF.
Estoy declaradamente en contra del feminismo radical trans-excluyente y separatista. De hecho, por esa razón fui censurada en Milenio el año pasado, cuando se me invitó a tener una columna de opinión, precisamente por hacer señalizaciones de grupos feministas radicales trans-excluyentes; me invitaron a editar el contenido de mis entrevistas y artículos, a suprimir mis palabras. Me negué. Preferí resultar incómoda ante aquel medio poderoso, y de ahí mi censura total. Ni un solo artículo se me permitió publicar. A diferencia de otres, no pretendí abanderar la censura trans de Milenio para ganar followers y ser reconocida como la periodista trans censurada, no estoy interesada en la fama mediática; me dispuse a buscar un medio comprometido con la no-censura, y lo encontré.
No me es posible —ni es ético— quedarme callada frente a los acontecimientos que noto. Rompí todo pacto con la censura, porque ceder ante ella me hubiera significado, también, ceder a la autocensura. Prefiero el amedrentamiento de quienes disienten con mis opiniones a guardarme mis palabras. Si algo he aprendido de ser una mujer trans no binaria, es precisamente a no obedecer a las expectativas cómodas y opresoras que la otredad planta sobre mí.
“El trabajo de los periodistas es un trabajo importante en las democracias, puede resultar odioso, antipático, incómodo, pero al final de cuentas, los periodistas tenemos una tarea que hacer, y en esa tarea se involucran: la información, los ejercicios de debate de interés público, la crítica.”
Carmen Aristegui
Yo no creo que les comunicadores —cis o no— deban quedar fuera del diálogo, siempre y cuando lo hagan mediante la información y con perspectiva de género, pero sin caer en condescendencias. Creo que los medios de comunicación pueden ser verdaderos aliados, y para lograr esto es necesario impulsar un entrenamiento serio sobre género, impartido por especialistas en género y en comunicación, no por influencers que buscan compulsivamente followers, reflectores y condescendencia a nivel masivo, porque si se cae en ese error, se volverá un círculo vicioso victimista-condescendiente.
Me parece importante poner las cartas sobre la mesa. Es necesario utilizar la crítica, reconocer los aciertos, los avances, pero también los excesos; como cuando se lapida con ofensas a quien disiente con la población trans en algún punto de vista. Y no me refiero a las incitaciones de odio a nivel masivo: eso ya no es opinión, ya es fascismo. Simplemente me refiero a un disentimiento de opinión.
Ese amedrentamiento de influencers seguramente va a continuar. Ante ello, yo sólo puedo decir que no pretendo imponer mis opiniones a nadie, simplemente escribo esta columna para hacer una invitación a la reflexión. Esta es mi opinión y la expongo.
Creo en la democracia de pensamiento; por lo tanto, no me avoco a los extremos polarizantes —blanco y negro—, opto por continuar en los grises, en esa zona difícil de encasillar en algún extremo, acaso incómoda; pero generada, pensada y dirigida desde y hacia la congruencia crítica.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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