Texto: Lydiette Carrión.
Fotos: Fernando Santillán
A 50 años de la masacre de Tlatelolco se acumulan demandas: los sobrevivientes del 68 siguen exigiendo que se procese al Estado mexicano por el delito de genocidio. Por su parte, los estudiantes de ahora exigen la democratización de los espacios educativos, seguridad y presupuesto
Se conmemoran 50 años de la matanza del 2 de octubre; y se celebran 50 años del movimiento estudiantil. Los que entonces eran estudiantes, ahora son abuelos, e insisten: el 68 fue genocidio, y el Estado todavía debe justicia. Los que ahora son jóvenes se declaran nietos del 68, hijos del 99 y hermanos de Ayotzinapa.
El actual movimiento estudiantil aprovechó para anunciar su pliego petitorio, cuyos ejes son: seguridad, democratización y violencia de género.
Medio siglo. Son septuagenarios ya. Pero la demanda es la misma: juicio a los culpables, esclarecimiento de los hechos. Su persistencia ha avanzado en estos 50 años: la justicia mexicana ha aceptado que lo ocurrido en esos días fue un genocidio; por mandato oficial, cada 2 de octubre se sube la bandera a media asta en señal de luto en cada espacio público.
Hay reconocimiento oficial de la matanza. Pero la parte legal, judicial, sigue atascada. Por eso es que, a 50 años, se sigue hablando de fiscalías, de seguir escarbando para recabar pruebas. Y ese será también un asunto que quedará en la cancha del Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador.
Félix Hernández Gamundi, sesentayochero, resume: “La mayor parte del trabajo ya está hecho, la Fiscalía [ se refiere a la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada en 2002 y extinta en 2007], procesó más de 200 averiguaciones previas. De esas hay por lo menos 54 terminadas, que tienen nada más que ser consignadas, no lo fueron porque la Fiscalía fue cerrada a matacaballo”.
“De hecho, a la fiscalía le habían aprobado presupuesto para el 2007, pero un mes antes de que entrara el gobierno de Felipe Calderón, circularon un acuerdo clausurándola. Legalmente, la fiscalía existe, porque ese acuerdo no tiene valor jurídico”, remata Hernández Gamundi.
Las autoridades de la UNAM “vistieron” Rectoría con un manto negro, con la leyenda en fluorescente: 68, nunca más. Sí, esta conmemoración se volvió “oficial”, pero de alguna manera la marcha, una culebra que parte desde la Plaza de las Tres Culturas al Zócalo, no es oficial. No puede serlo. Y basta ver la composición:
El Consejo Nacional de Huelga abre la marcha con hombres y mujeres septuagenarios, acordonados y protegidos por jóvenes. Y aunque se han colado contingentes pequeños, el segundo contingente organizado que marcha es el Frente Estudiantil de Lucha por el Socialismo: los normalistas rurales.
Aunque la Rectoría de la UNAM decrete que “nunca más” un 68, apenas en 2014, es decir, cuatro años atrás, 43 los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, salieron a Iguala a conseguir camiones para asistir a la marcha del 2 de octubre, cuando fueron víctimas de desaparición forzada.
Los normalistas marchan organizados, ordenadamente formados, con esa forma particular de clamar sus consignas. Van por escuelas. Las normales de mujeres, las exclusivas de hombres. Las mixtas.
Atrás de los normalistas y un pequeño grupo opositor a la construcción del Aeropuerto en Texcoco, aparece el primer contingente de estudiantes de la UNAM: los estudiantes de CCH Azcapotzalco.
Este orden tampoco es capricho: es una forma de arropar y reconocer a los estudiantes de Azcapotzalco.
Apenas el 3 de septiembre pasado, estudiantes de este plantel se manifestaron en Rectoría, contra de una serie de problemáticas locales. Los apoyaban compañeros de CCH Naucalpan y la Facultad de Filosofía y Letras. Fue cuando un grupo de porros los atacó, dejando a varios heridos con arma blanca, dos de ellos de gravedad.
Este ataque detonó la movilización estudiantil más efervescente desde 1999. Y ese movimiento, que ahora se vuelve protagonista de esta marcha, clama a todo pulmón:
“Soy nieto del 68, soy hijo del 99 y hermano de Ayotzinapa”.
El movimiento estudiantil actual, en pleno 2018, es el primero que reconoce y reivindica el movimiento del Consejo General de Huelga, en 1999. Antes, tanto estudiantes como medios lo estigmatizaron mucho. Pero los jóvenes actuales se dicen herederos. Quizá por ello es que en esta marcha un contingente que adquirió relevancia fue el del Consejo General de Huelga.
Rondando o rebasando los cuarenta, la mayoría. Llevan playeras que han guardado casi 20 años. Han mandado imprimir una manta para la ocasión: “CGH: 1968-1999-2018”.
Algunos recapacitan: han borrado del mapa otro movimiento, el de 1986, cuando los estudiantes se organizaron en torno al Consejo Estudiantil Universitario y detuvieron exitosamente una serie de reformas privatizadoras dentro de la UNAM. Aquel es considerado un movimiento “tibio”. Y ahora, en la lectura actual ha quedado olvidado.
Hay más contingentes: los del CCH Naucalpan, quienes también padecen un problema de porrismo grave, explican, aunque “desde lo de Ciudad Universitaria, se están escondiendo”, narran los adolescentes. “escondieron sus yercos y ni siquiera celebraron su aniversario”.
Pero hay un contingente que llama particularmente la atención: el de Colegio de Bachilleres. Es nutrido, festivo. Una adolescente explica que por lo menos en el Colegio de Bachilleres 4 han estado en paro desde hace casi un mes. Las demandas son similares a las de los bachilleratos de la UNAM: seguridad, y a ello se suma exigir reconocimiento y calidad educativa. Tienen también porrismo. La inseguridad es muy fuerte, “pero nunca nos pelan porque no somos una institución ‘importante’ como la UNAM”, explica una chica. “Somos la escuela patito, así que nadie nos voltea a ver”, resume otra.
Ahora, en estos últimos tiempos han empezado a organizarse para exigir seguridad y reconocimiento, buscan sacar a la directora, que los volteen a ver, que se les dé su lugar de estudiantes.
Pero el 68 no es sólo de estudiantes, sino que aglutina el espíritu del movimiento social en México. Por eso marcha también el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, quienes siguen oponiéndose al aeropuerto en Texcoco, y, una vez en el Zócalo, refrendarán este compromiso. Los macheteros de Atenco han estado presentes en el movimiento social desde el año 2001, en cambio, el movimiento de Damnificados Unidos de la Ciudad de México lleva apenas un año. También suben al templete. Narran lo que queda invisible: siguen viviendo en la calle, siguen sin que se les resarza su hogar, sus pérdidas. Una mujer se desmaya ahí en el templete. Se acumulan agravios.
Se acumulan agravios, pero también sueños. Están los sueños de los estudiantes de ahora: que proponen democratizar la Universidad, acabar con la violencia de género, extinguir de una vez y para siempre el porrismo.
A grandes rasgos los estudiantes del 2018 exigen: la creación de una comisión independiente de las autoridades para investigar los hechos del 3 de septiembre pasado; reestructuración de las tareas de seguridad en la UNAM; instancias resolutivas con perspectiva de género para abatir la violencia hacia las mujeres: elección democrática de todas las autoridades universitarias; garantizar la educación pública, en particular a nivel medio superior y superior; aumento del presupuesto a la educación; abrogación inmediata de la reforma educativa; verdad, justicia y reparación en casos de violencia de género y respeto a la libertad de expresión.
En el 68, el pliego petitorio era el siguiente:
A la entrada al zócalo, un grupo de activistas instaló el Antimonumento 68, que señala: “2 de octubre no se olvida. Fue el Ejército. Fue el Estado. Macheteros de Atenco, papás de normalistas de Ayotzinapa e integrantes del Comité 68 rodean el memorial. Este será uno de los símbolos de esta marcha de agravios, pero también sueños acumulados”.
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