Lo que el ataque a Omar García Harfuch realmente nos informa es que la reconfiguración de los carteles probablemente se esté reacomodando. La sorpresa por el atentado evidencia que tenemos poco conocimiento de las actividades y constante presencia del crimen organizado en la Ciudad de México
Twitter: @luoach
El viernes 26 de junio la Ciudad de México amaneció escandalizada por la noticia de un ataque armado por parte del Cartel Jalisco Nueva Generación contra el secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, en Lomas de Chapultepec. Dos policías murieron a causa del enfrentamiento, así como una mujer que viajaba en un vehículo por la zona. García Harfuch sobrevivió, con tres disparos y esquirlas de bala.
Más allá de los datos duros, la ciudad amaneció escandalizada por la lectura que se dio de manera generalizada del ataque. Se trataba de una balacera en contra de un funcionario público de alto perfil, en la capital mexicana y además en una de las colonias más afluentes. Una situación así asusta a cualquiera, pero tomó una dimensión especial por tratarse de esa particular combinación. La lectura generalizada era que:
Lo que estas suposiciones hacen, sin embargo, es ignorar que el crimen organizado ha tenido presencia en la capital mexicana por décadas, que decenas de ciudades en el país han vivido con la posibilidad latente de una balacera durante lustros y que policías altamente especializados ya han muerto a manos del crimen organizado en la Ciudad de México.
Hace un año y medio, en Nueva York, uno de los hermanos del Mayo Zambada testificó contra el Chapo Guzmán durante el juicio en su contra. Ahí, el Rey Zambada aseguró que el Cartel de Sinaloa operaba en la Ciudad de México desde hace dos décadas. Mencionó anécdotas de los lugares donde se escondió el Chapo al huir de Puente Grande en 2001, empezando por una de las casas de su hermano Mayo en la colonia de las Lomas en la Ciudad de México.
El Rey también habló sobre las reuniones que él mismo sostenía en un parque de la capital del país durante la primera mitad de la década de los 2000 con Chéspiro, un intermediario que le vendía efedrina al cartel. Además de conseguir e ingrediente para la metanfetamina, el Rey y después sus sucesores administraban bodegas en la ciudad para almacenar los paquetes de cocaína que después mandarían al norte para cruzar a Estados Unidos para su comercialización. Por otro lado, tenían gente como Tirso Martínez, encargado de garantizar el transporte en tren desde la Ciudad de México hasta la frontera, así como la compra de agentes aduanales en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
No sólo tenían propiedades y actividades de traslado y tráfico en la Ciudad de México, también llevaban a cabo crímenes violentos. Durante el juicio se mencionaron los asesinatos de al menos tres policías a manos del crimen organizado en la Ciudad de México. Tres de los crímenes coinciden con información que había publicado anteriormente la periodista Ginger Thompson en una investigación para ProPublica. Se trataba de los asesinatos de tres policías de la Unidad de Investigaciones Sensibles, una unidad de la policía federal entrenada por los gringos. Los asesinatos ocurrieron entre 2008 y 2010, al interior de un Starbucks, en un edificio de departamentos en Tacubaya y camino a una casa segura de la Unidad de Investigaciones Sensibles en la ciudad. También en el otrora Distrito Federal se llevaron a cabo los primeros dos intentos de asesinar a José Luis Santiago Vasconcelos, conocido como el policía incorruptible hasta su trágica muerte. Estas actividades no se quedan solamente en el pasado anecdótico de un juicio. Los periodistas Antonio Nieto, David Fuentes y Sandra Romandía relatan en su libro Narco CDMX las actividades del crimen organizado en la zona centro de la capital durante 2018.
Conforme las alianzas y agrupaciones del crimen organizado mutan en el tiempo, diferentes agrupaciones criminales han tenido presencia en la capital. Pero la realidad es que el crimen organizado ha estado presente y activo en la Ciudad de México desde hace décadas de una manera u otra: a través de bienes raíces, como terreno para intercambio y almacenamiento de mercancía, y como zona del despliegue de violencia cuando lo han encontrado necesario.
De entrada, el atentado en contra del secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, sorprende porque parece ser un hecho sin precedentes. Ésa es una visión tanto centralista como reducida. Donde, a mi parecer, la lectura acierta es en recordarnos que la violencia se puede disparar en zonas donde habita la población más afluente de la ciudad, no sólo la más vulnerable. Pero lo que este ataque realmente nos informa es que, con el cambio de la administración de la Ciudad de México y la reconfiguración de los carteles, probablemente se esté reacomodando una situación que lleva años en un equilibrio silencioso. Y, sobre todo, la sorpresa por el atentado evidencia que tenemos poco conocimiento de las actividades y presencia del crimen organizado en la Ciudad de México, que ha sido constante desde hace años.
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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