La lucha de un campamento migrante contra el desalojo

14 diciembre, 2024

El campamento está atravesado por una vía de ferrocarril que se usa 3 veces por semana. Foto: Daniel Lemus.

Más de 300 personas migrantes se resisten a abandonar un campamento que se ha convertido en refugio, punto de venta y centro de convivencia

Texto: Isaac Vivas con la mentoría de Zorayda Gallegos / Corriente Alterna

Foto: Daniel Lemus

CIUDAD DE MÉXICO. – Isela, nació en Venezuela, de donde emigró a Perú con su hija hasta 2023. Ese año, ella, su esposo, su nieto y la novia de éste, emprendieron la marcha que los terminó dejando en un improvisado campamento ubicado en la Ciudad de México, donde esperan su cita para solicitar asilo en Estados Unidos. 

En el trayecto, primero atravesaron la peligrosa selva del Darién, que marca la frontera entre Colombia y Panamá, y luego enfrentaron abusos y robos por parte de policías.

“Yo pensé que nunca iba a terminar esta caminada de México. Yo decía: ‘Ay Dios mío, quiero ver gente, Dios mío y casas’, pero cuando llegamos a la Ciudad de México, es grandísimo. Yo no pensé que era tan grande”.

Desde hace nueve meses, ella y su familia viven en un campamento ubicado en el centro de la colonia Vallejo, en la alcaldía Gustavo A. Madero, al norte de la Ciudad de México, ahí comparte espacio con otras 320 personas, todas migrantes. 

El refugio se recorre como una ciudad, con negocios, callejones y mascotas; incluso es atravesado por las vías de un ferrocarril que funciona tres veces por semana. Aunque hay varias nacionalidades, la abrumadora mayoría, alrededor del 75%, son de Venezuela.

Para Isela, que atravesó selvas, ríos, y piedras más grandes que casas, llegar al campamento fue como aterrizar en un oasis, donde ha podido refugiarse para descansar antes de continuar su camino.

“Estamos desesperados por irnos. Sí queremos estar aquí (en el campamento), o sea, nos sentimos un poquito más tranquilos, seguros, porque estamos en varios grupos, pero en sí, nosotros no queremos estar aquí en México. Nosotros tenemos un propósito que es Estados Unidos”.

El campamento de la colonia Vallejo se levantó a mediados de 2023 y ha sobrevivido a los reclamos de la gente que vive en la zona y que pide su retiro. Mientras que otros campamentos han sido desmantelados por las autoridades de migración como ocurrió en junio pasado con el de la Plaza Giordano Bruno, en la alcaldía Cuauhtémoc, este resiste con el apoyo de una demanda de amparo.

El campamento en Vallejo es uno de los tres que han conseguido una demanda de este tipo en los juzgados administrativos de la Ciudad de México para detener los operativos de desalojo y detención arbitraria de personas migrantes. Los otros dos son el campamento La Soledad, ubicado en el barrio La Merced y el de la Estación del Norte, en la colonia Magdalena de las Salinas, en la alcaldía Gustavo A. Madero. 

La Unidad de Litigio Estratégico en Derechos Humanos del Instituto Federal de Defensoría Pública fue quien representó a las personas migrantes para obtener estos amparos, argumentando la omisión de las autoridades para brindar un alojamiento humanitario de emergencia a las personas en situación de movilidad.

Fueron promovidos gracias al trabajo que hicieron con el Grupo de Monitoreo Frontera Centro, formado por organizaciones de derechos humanos para monitorear y documentar los flujos migratorios.

Una cita que no llega 

Isela es sobreviviente de cáncer. Cuando salió de Perú no tenía cabello y hoy ya le llega al pecho. Foto: Daniel Lemus.

Muchos viven en familia, se distribuyen en carpas y en construcciones de madera y lona que obtienen electricidad de los postes de luz pública, gracias a eso tiene cocinas eléctricas, refrigeradores y ventiladores, pero también música.

“A los vecinos no les gusta la música y aquí a los venezolanos les encanta poner música alta” dice Isela, desde la ventana de su casa en el campamento. 

El campamento funge como un punto de espera. Sus habitantes aguardan la notificación digital de la aplicación móvil de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza, conocida como CBPOne, que les informe si ya tienen fecha para ir a la frontera y solicitar asilo en Estados Unidos. 

A pesar de la información oficial, según la cual las citas son asignadas en su mayoría de manera aleatoria y el resto por antigüedad, hay incertidumbre y desinformación sobre cómo funcionan y la espera puede ser muy larga.

Yusmari lleva 11 meses en el campamento con su esposo y sus hijos. Han vivido aquí por mucho más tiempo que la mayoría y es agridulce para ella cuando a sus compañeros campistas les llega la cita que les permite continuar el viaje hacia la frontera mientras ellos tienen que seguir aguardando en su casa de madera y lona.

“No me da envidia que otra persona le salga la cita, pero no es justo que personas que tienen tres días que llegaron y les sale su cita, personas que son drogadictos, que no los discrimino, pero también les sale su cita” dice.

La desesperación los ha llevado al punto de generar una nueva cita, explica Yusmari, con la esperanza de que ahora sí les toque a ellos. Su familia no es la única que ha hecho cambios en su registro esperando que la cita les salga más rápido.

“Tenemos ya 8 meses esperando la cita y la hemos cambiado, porque entonces dicen que los nuevos salen primero, que los viejos no salen y bueno, ya hemos cambiado de seis veces la cita para ver si logramos pasar”, dice Isela.

El campamento inserto en la comunidad

En México la migración no es un delito, quien ingresa de manera irregular, es decir, sin papeles, comete una falta administrativa. Sin embargo, su condición migratoria crea tensiones y disputas entre los habitantes del campamento y los vecinos de la colonia. 

“Hay unos que sí son amables y nos colaboran, por lo menos la vecina del frente, hay dos vecinos al frente que nos colaboran con agua, si nos enfermamos nos colaboran con medicamentos, como hay otros que hay aquí un licenciado, que no nos puede ni ver, ni  decimos buenos días, nos trata mal, es muy grosero” comenta Yusmari mientras juega con su hija de 7 años.

En febrero de 2024, la Unión de Vecinos de la colonia se manifestó bloqueando la intersección entre Circuito Interior y la Calzada de los Misterios, a ocho cuadras del campamento, para solicitar la reubicación de los campistas. Pedro, que vive frente al campamento, lo recuerda como un momento de hostilidad  y se queja de la inacción de las autoridades.

“El gobierno no los apoya con una regadera, un baño. Son muchas, muchas incomodidades, pero claro, el gobierno no apoya mucho. Les dio permiso de entrada, pero no apoya mucho”.

Richard, que lleva 10 meses en el campamento con su esposa embarazada, comparte la opinión de que deberían recibir más apoyo. Según él, el servicio de recolección de basura ignora sus desechos por el hecho de ser migrantes. Las calles, entonces, las mantienen limpias ellos mismos.

En junio, algunos medios de comunicación publicaron notas sobre los vecinos de la colonia quejándose de la suciedad y las enfermedades que las coladeras tapadas estaban causando en los niños que van a la primaria de la zona. 

Yusmari, a quien le ha tocado padecer todas esas quejas, se defiende y asegura que ellos se han encargado de la limpieza de las coladeras.

“Yo tengo dos hijos y mi hijo tuvo dengue hemorrágico y es peligroso que me le vuelva a dar dengue entonces eso ahí (una coladera) se tapó y eso era un hedor horrible que había.  ¿que hice yo? Yo misma buscando un destornillador con otro colombiano. Y entre nosotros dos abrimos eso, quitamos la coladera y dimos y dimos hasta que destapamos eso, entonces los vecinos no pueden decir eso porque por lo menos Wilmer y su esposa Marimar ellos mantienen toda esa calle desde aquí hasta la otra punta limpia”.

Este año, además,  alrededor de dos docenas de infancias empezaron a ir a la primaria que colinda con el campamento. La mayoría de los útiles escolares que recibieron les fueron donados por asociaciones y privados. También con regularidad reciben comida y ayuda de las parroquias cercanas. Aun así, el sostén del campamento viene principalmente del trabajo de sus miembros.

La precarización del trabajo

Richard y su esposa venden cigarros y arepas para sumar a lo que obtienen de sus salarios, una práctica común en el campamento. Foto: Daniel Lemus.

Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), los trabajadores migrantes, principalmente quienes no tienen documentos de residencia legal, están sobrerrepresentados en los trabajos más peligrosos y difíciles, asociados a la economía informal. Además, según la misma organización, tienen tres veces más probabilidades de realizar trabajos forzados que los adultos no migrantes.

En las familias con hijos pequeños son principalmente los hombres quienes trabajan fuera, mientras las mujeres se dedican a labores de cuidado. Ese es el caso de Cintia y Erika.

“Gracias a Dios sí les han dado trabajito aquí y ellos son los que estaban porque nosotras obviamente por los niños no” dice Erika. 

Hay herreros, electricistas, albañiles, o, como Richard, exmilitar que trabaja “de lo que se pueda”.

“Yo trabajo de ayudante de construcción, de cualquier trabajo que salga, [también] soy chofer, operador de máquina […] La idea es trabajar; la idea es ganarse la plata con su sudor. A mí me dicen: vamos a cortar esa mata, vamos a cortarla, si hay (trabajo) de construcción, vamos a la construcción. La idea es trabajar, no estar haciéndole daño a nadie”, afirma.

A pesar de que Richard tiene una profesión, al igual que muchos de los migrantes, no puede ejercerla formalmente. Esto es a lo que la OIM  llama subutilización o desaprovechamiento de cerebros, cuando las competencias de los trabajadores no pueden ser absorbidas por el mercado. 

En México, es frecuente que no puedan ejercer sus profesiones porque no tienen permisos de trabajo, que usualmente obtendrían con la Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias, expedida por el Instituto Nacional de Migración.

En 2023 se expidieron 129 mil 212 de esas tarjetas, mientras que de enero a noviembre de 2024, solamente 3,076. Ahora únicamente se expide un oficio donde se autoriza el trámite para la regulación migratoria del solicitante. 

Las personas que se quedan en el campamento durante el día encuentran otra forma de obtener ingresos: ofreciendo servicios. Sin salir del campamento, se pueden encontrar servicios de alaciado de cabello, arreglo de pestañas, venta de empanadas y arepas, de cigarrillos y de paletas. 

Yusmari considera que cualquier ingreso es bueno, ya que muchas de las condiciones de trabajo, como le ha tocado padecer a su esposo, son a veces exploradoras. 

“Te quieren pagar una semana 1,200 pesos, ¿qué son 1,200 pesos de lunes a lunes? Lo que quieren es explotarte trabajando de 7 de la mañana a 9 de la noche”, se queja.

Según el Banco Interamericano de Desarrollo, en México, alrededor de la mitad de los mexicanos trabaja en la informalidad, al hablar de migrantes, el número sube a 60 por ciento. Además, el 30 por ciento de los migrantes de origen latinoamericano trabaja más de 50 horas a la semana, llevando a esta institución a concluir que los inmigrantes en México son más propensos a tener trabajos de menor calidad. 

Cuando el trabajo escasea es motivo de grandes preocupaciones. El esposo de Yusmari pasó dos semanas desempleado y las ansiedades se desataron al recordar el trayecto que han recorrido.

“Yo me iba a devolver porque ya no aguanto. Yo quisiera devolverme porque de verdad que ya yo siento que yo tengo fe, yo sé que Dios existe, pero yo le pregunto a Dios si es que se ha olvidado de mí, porque es difícil”, cuestiona un tanto contrariada.

Otra práctica económica en el campamento es la venta de espacios. Cuando los habitantes por fin consiguen sus citas en la frontera y deben irse, siempre hay alguien dispuesto a comprar la vivienda que se desocupa. El precio que pagan viene por las inversiones que han hecho los ocupantes anteriores, y para subsidiar el gasto a la frontera. 

Nadie que se encuentre bajo esas lonas recuerda en realidad cómo surgió el campamento, no llevan ahí lo suficiente. El campamento no tiene un líder, funciona como una red. Se conocen, se ayudan, conversan sobre sus experiencias en espera de dejarles a sus familias una vida mejor, con el recuerdo de cómo lo hicieron. 

“Eso es lo que le vamos a dejar a nuestros nietos, o sea, mi abuela saltó, dio brincos, debe ser lindo, ¿no? Que los hijos tengan esa historia de los abuelos o de los padres, ¿verdad? Debe ser lindo”, dice Isela sobre el legado y la motivación detrás del recorrido en el que se encuentran ella y los cientos de migrantes en Vallejo.

Este trabajo fue realizado sin fines de lucro para la Unidad de Investigaciones Periodísticas (UIP) de la Coordinación de Difusión Cultural UNAM, y publicado originalmente en la plataforma Corriente Alterna. Queda prohibida su reproducción total o parcial sin autorización previa de la UIP. La publicación original la puedes consultar AQUÍ

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