Las palabras importan, e importan más cuando son las apropiadas, pero ¿qué si hay palabras, pero no acciones que den pauta a la libertad? Cuando se resta credibilidad y se sojuzga por la falta de la palabra adecuada, se está más cerca del determinismo que de la realidad
@aceves_ever
El pasado domingo 23 de enero, la escritora Sabina Berman publicó en El Universal su columna semanal Fábulas, titulada “La experiencia trans”. Dicha columna la escribió a raíz de la entonces más reciente entrevista —a un joven trans y a su mamá— en su programa televisivo Largo Aliento, caracterizado por tener invitadxs con quienes Berman mantiene interesantes conversaciones en torno a temas relacionados con política, cultura y temas sociales relevantes.
Para dar un preámbulo, es menester mencionar que, al interior de grupos ultraconservadores, como las asociaciones provida o el feminismo radical trans-excluyente, hay discursos de odio presentes que se apropian de una terminología propia de la Biología para convertirla en paradigma universal, en leyes que “desmontan” la validez de las mujeres trans; mismos discursos que, paradójicamente, atentan, también, contra las mujeres cis, ciñéndolas a un cuerpo sexuado que determina su existencia. Dichos preceptos reductivos, incluyen a las mujeres trans, argumentando que el sexo con el que se nace determina el género con el que se vive. Un argumento que feneció ya desde el siglo pasado, pero que ha estado cobrando fuerza en los últimos años, particularmente, repito, en grupos de ultraderecha, ultraconservadores, y feministas radicales trans-excluyentes.
La avalancha en redes sociales cayó sobre Berman tras haber mencionado en su columna frases como: “mujeres biológicas” y “los trans”. La población trans está alerta —y con justa razón— ante este tipo de frases como “mujer biológica”, tan repetida en los grupos extremistas arriba mencionados, pues dichas frases son utilizadas para validar la “incoherencia” existencial de las personas trans y no binarias, por no regirse bajo preceptos de género dicotómicos, polarizantes. No obstante, quien está familiarizado con la dramaturgia de Berman, así como con su obra narrativa y su trabajo periodístico, sabe que la también guionista está muy alejada de ser un agente transfóbico. No lo es. Sabina Berman, fiel estudiosa de Darwin, acude a la Biología en cada oportunidad que se le presenta, no sólo para hablar de género, sino para entender a la sociedad desde una perspectiva naturalista. Y claramente, no lo hace con fines discriminatorios.
Sabina Berman también pertenece a las minorías sexuales. Si bien, sigue siendo cis, no es algo nuevo para ella el que le hablen de disidencias sexuales, no lo es tras haber atravesado un hechizante enamoramiento —¿acaso correspondido?— con la poeta y narradora fallecida Esther Seligson, según lo relata en entrevista a Antonio Bertrán (Damas y adamados, 2018), ni por la posterior relación amorosa tan intrínsecamente cuajada entre Isabelle y ella, relación unida por el teatro. Fue gracias a Berman, que su madre —antes psicoanalista freudiana ortodoxa— dio un giro en su comprensión del Psicoanálisis, por medio de la transferencia entablada con Elisabeth Young-Bruehl, psicoanalista y biógrafa de la filósofa alemana Hannah Arendt: “…y [Elisabeth] le transmitió a mi mamá su concepto de que hay una identidad más allá de lo femenino y lo masculino, que sería la identidad de ser un ser humano en el planeta Tierra.” También afirma Berman: “La diversidad es lo natural”. ¿Realmente podría considerársele transfóbica a una persona que piensa así? Es inconcebible comparar, por ejemplo, a Gabriel Quadri —demagogo abierta y declaradamente transfóbico— con Sabina Berman, quien, desde su dramaturgia y periodismo, aborda no sólo la liberación femenina mediante el derrumbe de la pirámide machista —como ella misma la llama—, sino mediante la libertad de la palabra.
Al iniciar su entrevista a Alexis —el joven trans— en Largo Aliento, la primera pregunta que le hizo fue: “¿Cómo debe decirse: los trans, les trans, las trans?, ¿qué es lo correcto?” —Nótese la curiosidad y el respeto hacia Alexis desde el principio de la entrevista. A lo que Alexis respondió que la mayoría prefiere: “las personas trans”.
He de decir que el mismo joven durante la entrevista mencionó: “un hombre que nació biológicamente mujer, existe…”
Sobre su oficio de escritora, en Damas y adamados (2018), Berman afirma: “soy una escritora a la que le cuesta mucho el lenguaje porque continuamente me doy cuenta de cuán artificial es y cómo nos separa de la realidad.”
Menciono primero la frase de Alexis y enseguida esta frase de Berman, porque cada quién entiende su realidad a su manera; no creo que la conciliación de la población trans hacia el mundo, y del mundo hacia la población trans, radique en exigir cierta terminología que, de no ser acatada, tiene que ser a toda costa y sin excepción reprendida, señalada, juzgada y lapidada. No. Creo que eso es caer en el extremo, como los grupos abolicionistas, que no permiten otra palabra, otra letra, otra interpretación que no sea la impuesta por dichos grupos. Hay que ver más allá. A la palabra le suceden actos, acciones concretas que determinan el cauce de las palabras.
La intención de Alexis al mencionar “un hombre que nació biológicamente mujer, existe…” no fue transfóbica ni conservadora, fue su sentir, su manera de expresarse y fueron las palabras que mejor dan a entender su circunstancia. De la misma forma, para Berman, “los trans” y “mujeres biológicas”, fueron términos utilizados para describir la situación de la población trans en nuestro país. Sin embargo, “los trans” es una manera fría de referirse a las personas trans y que además no abarca siquiera a la totalidad; mientras que “mujeres biológicas” somos también las mujeres trans, sólo que nos antecede un género impuesto, un género asignado al nacer, y no por decidir romper con la pirámide machista somos menos “biológicas”.
Son errores que cualquiera que no es especialista en estudios de género puede cometer. Al ser una figura pública en el periodismo, Berman quedó en el ojo del huracán.
Otro punto que cuestionaría a dicha columna es el fragmento donde Berman menciona: “Acá el derecho legal por el que peleaban las mujeres trans de España se logró hace tiempo, sin gritos ni empellones —y sin protestas.” Yo no diría que fue así, pues lo que más ha habido son gritos, empellones y protestas, tanto en marchas públicas debido a los innumerables crímenes de odio, como en rebeliones interiores, psicológicas, que asedian día a día, principalmente a personas trans que no tienen la fortuna de contar con un apoyo sólido de la familia. Mas, reitero, atacar por una suerte de inexperiencia en el tema, me parece extremista.
No noto en Sabina Berman ninguna intención dañina o turbia hacia la población trans; noto, más bien —como toda persona en proceso de trans-deconstrucción— preguntas que demuestran una enorme curiosidad, misma que la distingue en su periodismo.
Se cae en un extremo al permitir abordar la vivencia trans sólo de tal o cual manera, envolviendo la ontología trans en un aura polarizante. ¿Cómo se hace la comunidad sin un diálogo de por medio?
Hubo errores importantes en aquella columna, y también respuestas —cuestionables— de Berman ante las diversas críticas que recibió, las cuales me darían para escribir otra columna, pero he optado por enfocarme esta vez en el contenido de la columna de Berman para no involucrar otros temas.
En conclusión, la atención debería centrarse en potenciales transfeminicidas, en el Estado que no reconoce a las infancias trans o que, peor aún, castiga con muerte a las personas trans, en familias ultraconservadoras, en grupos abolicionistas que llegan a oídos jóvenes con discursos venenosamente endulzantes, en la Iglesia que continúa gobernando a un Estado supuestamente laico. Importa dar voz a la población trans en los medios de comunicación, hablar para existir. Las palabras importan, e importan más cuando son las apropiadas, pero ¿qué si hay palabras, pero no acciones que den pauta a la libertad? Cuando se resta credibilidad y se sojuzga por la falta de la palabra adecuada, se está más cerca del determinismo que de la realidad.
Para que el lector lea con su propio criterio la columna de Sabina Berman, la dejo aquí.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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