El abuso de los derechos humanos aumenta bruscamente con el ascenso constante de la derecha y los partidos de extrema derecha en los países industrializados ricos, cuya ideología extremista se extiende más rápido que nunca en Europa
Texto: Baher Kamal / IPS
Foto: Shutterstock
MADRID – La mayoría de los 27 países miembros de la Unión Europea están ahora gobernados formalmente o fuertemente influenciados y apoyados por partidos extremistas y populistas, que niegan públicamente los derechos humanos básicos, al tiempo que enmascaran sus políticas de supresión de servicios públicos como la sanidad, la educación, las pensiones y la protección de los trabajadores.
Por no hablar de su negación de la mortal violencia de género existente, del derecho de las mujeres a la igualdad de oportunidades y de las devastadoras catástrofes climáticas que afectan a la misma Europa. Y por no hablar de todas las leyes internacionales que regulan los derechos de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo.
Y actúan en la mayoría de los países europeos, desde los Estados escandinavos y bálticos, hasta Italia y Grecia, pasando por Hungría, Polonia, Chequia, Francia y Austria, además del Reino Unido.
España es uno de los pocos países europeos que sigue gobernado por un gobierno progresista, aunque se teme que la derecha y los partidos de extrema derecha tomen el poder tras las elecciones generales del 23 de julio.
Su tendencia a seguir promoviendo el mito de la «supremacía blanca» no es nueva, sino más bien un reflejo de lo que hacen los descendientes de europeos en Estados Unidos, Canadá y Australia.
Dicho mito va en contra de lo que ellos llaman «minorías», por ejemplo, cualquiera que no sea blanco y cristiano.
Lo llaman «la defensa de nuestra identidad nacional».
En resumen, la difusión del discurso del odio, la estigmatización y la discriminación racial se está «institucionalizando ampliamente» en los países europeos, aquellos cuyos gobiernos firmaron -y sus parlamentos ratificaron- todas las declaraciones, tratados y leyes internacionales jurídicamente vinculantes que defienden la protección de los derechos humanos.
Para ello, difunden todavía más el discurso del odio, que refuerza «la discriminación y la estigmatización y se dirige con mayor frecuencia contra las mujeres, los refugiados y los migrantes, y las minorías», tal y como describió el 18 de junio la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con motivo del Día Internacional para Contrarrestar el Discurso del Odio.
Con el odio «propagándose a la velocidad del rayo en las redes sociales y los megadifusores utilizando una retórica divisiva para inspirar a miles de personas», el discurso del odio «sienta las bases de conflictos y tensiones, y de violaciones de los derechos humanos a gran escala», remarcó.
A este respecto, Mita Hosali, directora adjunta del Departamento de Comunicación Global de la ONU, afirmó que los jóvenes suelen ser vectores de tendencias tóxicas como la incitación al odio en internet.
Cada vez más, estamos entrando en esta oscura era de intolerancia, alimentada por la polarización y la desinformación, y hay todo tipo de ‘hechos’ dando vueltas por ahí», advirtió.
Hosali sintetizó que «es como una escalera de extremismo gradual».
«Se empieza desde abajo con un estereotipo, se pasa a emojis y memes que conducen a un discurso dañino. El discurso dañino lleva al discurso del odio, se acumula un torrente de odio y desemboca en la incitación a la violencia. Y entonces se produce la violencia real», describió los pasos del tóxico proceso.
Ante esto, afirmó, las empresas tecnológicas deben mostrar ahora un liderazgo eficiente y responsabilidad en torno a la moderación para establecer barandillas que garanticen un discurso respetuoso en línea.
«En realidad, todo se reduce a los líderes, ya sean políticos, empresariales, religiosos o comunitarios», afirmó la directora adjunta. Subrayó que estos esfuerzos también deben comenzar dentro de la familia y extenderse a todos los círculos de influencia para que la gente luche contra el discurso del odio.
Según el mayor organismo multilateral del mundo, la ONU, el efecto devastador del odio no es, por desgracia, nada nuevo.
Sin embargo, «su escala e impacto se ven amplificados hoy en día por las nuevas tecnologías de la comunicación, hasta el punto de que el discurso del odio se ha convertido en uno de los métodos más frecuentes para difundir retóricas e ideologías divisivas a escala global».
Las consecuencias de esta creciente exclusión social que se extiende por Europa y otros lugares son nefastas.
En este sentido, el secretario general de la ONU, António Guterres, subrayó el 19 de junio, durante la Tercera Semana contra el Terrorismo de la ONU, que este afecta a todas las regiones del mundo, al tiempo que se aprovecha de las vulnerabilidades locales y nacionales.
«La pobreza, las desigualdades y la exclusión social alimentan el terrorismo. Los prejuicios y la discriminación contra determinados grupos, culturas, religiones y etnias lo encienden», alertó.
El odio, las teorías conspirativas y los prejuicios se infiltran en nuestras sociedades y nos afectan a todos. La información -y la desinformación- nos inunda más que nunca, tanto dentro como fuera de Internet. Pero nadie nace para odiar.
Sin embargo, el discurso del odio «tóxico y destructivo» ha crecido ahora mucho más rápido y más ampliamente que nunca.
En las campañas de la derecha y la extrema derecha en defensa de lo que llaman «nuestra libertad», «nuestra civilización occidental», «nuestra democracia», «nuestros valores» y «nuestra fe cristiana», convierten a los inmigrantes, ahora más que nunca, en la presa más fácil para perseguir.
De hecho, al igual que Estados Unidos, Reino Unido y Australia, entre otras potencias occidentales ricas, los 27 miembros de la Unión Europea adoptaron el 8 de junio una norma fuertemente criticada por las principales organizaciones de derechos humanos, que restringe aún más los derechos humanos básicos de los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo.
Aún no se sabe el número de migrantes que murieron y siguen desaparecidos sin remedio como consecuencia del naufragio el 14 de junio frente a las costas griegas de un pesquero que transportaba entre 450 y 750 migrantes.
Esa tragedia, de todos modos, no hace más que sumarse a una larga serie de muertes de migrantes en un solo mar: el Mediterráneo.
Aunque el número de migrantes muertos en el Mediterráneo está lejos de ser contabilizado con credibilidad, el Proyecto Migrantes Desaparecidos, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), documentó 441 muertes de migrantes en el Mediterráneo central en el primer trimestre de 2023.
Fue «el primer trimestre más mortífero» registrado desde 2017″, destacó la OIM.
La creciente pérdida de vidas en la «travesía marítima más peligrosa del mundo» se produce en medio de informes sobre retrasos en las respuestas de rescate dirigidas por el Estado y obstáculos a las operaciones de los buques de búsqueda y rescate de las organizaciones humanitarias no gubernamentales en el Mediterráneo central.
Y no solo eso: Italia, al igual que otros Estados del sur de Europa, sigue sosteniendo que las embarcaciones humanitarias voluntarias no gubernamentales dedicadas a la búsqueda y rescate de inmigrantes en el Mediterráneo están implicadas en… el tráfico de seres humanos.
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