Con el ataque a través de localizadores y radios portátiles contra Hezbolá el gobierno de Israel abre la puerta para una nueva etapa oscura. El mundo es ahora menos seguro que hace unos días
Por Alberto Nájar / X: @anajarnajar
En unas cuantas líneas por “X”, el activista Edward Snowden definió los nuevos tiempos para el mundo:
“Si los iPhones salieran de la fábrica con explosivos en su interior, los medios de comunicación se darían cuenta mucho más rápido del terrible precedente que se ha establecido hoy. Nada puede justificarlo. Es un crimen. Un crimen”.
Se refería a la explosión simultánea de localizadores y radios walkie talkie en Líbano y Siria, que asesinaron a decenas de personas y lesionaron a miles más.
Hasta ahora se desconoce el autor del ataque, aunque todas las miradas se concentran en el gobierno de Israel, que ha guardado silencio.
Mientras, los medios occidentales se apresuraron en justificar la agresión con el argumento de que las víctimas son miembros del grupo extremista Hezbola.
Otros resaltaron la precisión de la estrategia para hacer estallar miles de aparatos de manera simultánea, y no faltó el que festejó la agresión porque supuestamente representa “un golpe mortal” a la organización chiíta.
Pero muy pocos se detuvieron en el verdadero significado del ataque. La decisión de colocar explosivos en los aparatos y hacerlos estallar de forma simultánea abre la puerta para la estrategia se repita sin control.
La experiencia muestra que todas las tecnologías, inclusive las más secretas, tarde o temprano se filtran a manos no adecuadas.
Si se confirma a la Unidad 8200 (la unidad élite de inteligencia del Ejército israelí) como autor de los atentados, es altamente probable que en el corto plazo se pongan a la venta los manuales para hacer estallar beepers, teléfonos celulares, Tablet, computadoras o equipo de navegación, por ejemplo.
El ejemplo más claro es el software espía Pegasus, originalmente utilizado en la lucha contra el terrorismo y que ahora cualquiera con recursos puede contratar.
Evidentemente se traspasó la frontera, ya de por sí endeble, en las reglas mínimas para guerras y conflictos armados.
¿Qué va a ocurrir si alguno de los objetivos de Israel aborda un avión comercial, y la Unidad 8200 decide eliminarlo en pleno vuelo?
Porque para el gobierno y muchos ciudadanos de ese país lo último que importa son las víctimas inocentes. Basta con revisar el genocidio que cometen en Gaza para comprobarlo.
No es todo. ¿Qué sucedería en caso de que Hezbolá, Hamas, Líbano, Estado Islámico o cualquiera de los enemigos de ese país decide pagar con la misma moneda?
La respuesta es una escalada de violencia no sólo en Medio Oriente sino en medio planeta, porque Estados Unidos y sus aliados estarían obligados a respaldar a su socio en el crimen internacional.
El tema no concluye aquí, porque las consecuencias se extenderían al mundo entero.
Una de ellas es la seguridad en los aeropuertos. Después del 11 de septiembre de 2001 las medidas para utilizar las terminales aéreas se volvieron extremas.
Ahora se endurecerán aún más, previsiblemente con poco éxito porque no se sabe cómo garantizarán las autoridades que los beepers, teléfonos celulares o computadoras portátiles no son bombas potenciales.
Prohibir su transportación parece irreal. ¿Están dispuestas las aerolíneas a utilizar de nuevo los boletos impresos para el control de los pasajeros, por ejemplo?
¿Cómo van a compensar las autoridades las pérdidas por las nuevas revisiones de seguridad? ¿Van a cerrar las fronteras de Estados Unidos y Europa para evitar atentados?
Pero lo más grave es que, gracias a Israel, el mundo es ahora menos seguro, sobre todo para sus propios ciudadanos. Y no hay forma de mantenerlos a salvo.
La Guerra Santa de Benjamin Netanyahu y su pandilla de fascistas le saldrá contraproducente.
Ojalá que las consecuencias fueran sólo para ellos, pero no será así. Todos, de una u otra forma, pagaremos por el fanatismo del genocida primer ministro de Israel.
Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.
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