Hay batallas que valen la pena, la guerra contra la comida chatarra en el país es una de ellas.
Por: Lydiette Carrión
Este viernes el gobierno publicó un decreto en el que prohíbe las grasas trans en aceites y grasas para cocinar (por ejemplo, las margarinas). Y también se prohíbe que productos para consumir –como galletas y otros– contengan más de 2 partes de cien en su contenido graso.
Esto es relevante, ya que las grasas trans juegan un papel determinante en el desarrollo de enfermedades metabólicas, como la obesidad, la diabetes mellitus, aumento de grasa en la sangre. Este es el tipo de enfermedades más extendidas en la actualidad en México. Acortan la vida, y disminuyen la calidad.
Estas enfermedades son una auténtica epidemia en México. En nuestro país, según datos oficiales, del total de adultos de 20 años y más, el 39.1 % tienen sobrepeso y 36.1% obesidad. Es decir un 75.2 % de la población adulta padece –en diferentes grados– este problema. El asunto es además muy grave entre las infancias en el caso de los niños de 0 a 4 años, el 22.2% tiene riesgo de sobrepeso y los de 5 y 11 años 35.6% muestran esta condición. Esto condena a una alta cantidad de niñas y niños a padecer problemas de salud en su edad adulta, a que su vida se acorte, a que la calidad de ésta sea baja.
Lo mismo ocurre con la diabetes mellitus, que tiene una prevalencia en el 10.3 % de la población.
El desarrollo de estas enfermedades no tiene que ver solo con un tema individual o familiar, sobre hábitos alimenticios al interior de cada hogar. Es, como muchas otras cosas, un asunto de dinámicas públicas y de políticas públicas y economía. Expertas y expertos han alertado desde hace décadas sobre el ambiente obesogénico que existe en el país: la sobre oferta de alimentos chatarra o ultraprocesados, que contienen muchas calorías vacías, cero cualidades nutritivas, poca o ninguna fibra (ni hablar de vitaminas y minerales). Esta es la comida chatarra, las papitas, las sabritas, los chocolatitos, los productos saturados de grasas (porque son mucho más baratas), cuya publicidad por cierto está dirigida a nuestras hijas e hijos, y que inundan las cooperativas de las escuelas públicas hasta hace poco, y continúan en escuelas privadas.
La alimentación saludable no sólo pasa por la voluntad individual. Pasa por disponibilidad de alimentos y por políticas públicas: qué hay en la tiendita de la esquina, qué venden en las cooperativas de la escuela, para qué alcanza en la economía familiar, con qué tiempo contamos para cocinar, y también qué se promueve en la televisión abierta los domingos por la mañana. Si el cuate te regala papitas, es probable que generes un hábito de por vida. No es casualidad que entre los grupos más desfavorecidos de la sociedad mexicana se concentre no solo la desnutrición sino también la obesidad: son dos caras de la misma moneda.
Ahora bien, este decreto claro que tendrá implicaciones económicas. Las empresas de comida chatarra conforman uno de los sectores económicos más poderosos de este país. Me tocó verlos en acción hace más de una década.
Recuerdo por ejemplo cuando en 2008, la entonces secretaria de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota participó públicamente en el lanzamiento de programas de Coca Cola y Pepsico al interior de las escuelas públicas.
También para 2010, cuando México ya contaba con el terrible primer lugar en obesidad infantil, y hubo una discusión profunda acerca de promover una Ley antiobesidad en las escuelas, el lobby de la comida chatarra ganó la discusión.
Por ejemplo, el 8 de abril de aquel año se votaría una iniciativa en la Cámara de Diputados pero fue retirada de la orden del día ‘para ser enriquecida’ y avalarse el martes siguiente, el 13 de abril. En aquel momento, un diputado del PRI acusó al presidente de la comisión de Salud, de haber bajado la iniciativa a instancias de Lujambio, entonces secretario de Educación Pública. Cabe mencionar que la propuesta regresó, pero completamente “endulzada”.
En aquellos tiempos también se discutía erradicar de las escuelas públicas prohibieran ciertos alimentos, pero el lobby de la comida chatarra ganó y simplemente se acordó que las empresas hicieran productos con raciones más pequeñas. Pero no cambió ni la naturaleza de los alimentos ultraprocesados, ni la implementación de alimentos frescos y vegetales.
En lo personal, me tocó cubrir aquellas batallas en otro medio de comunicación, fui testigo de cómo una iniciativa originalmente digna y genuinamente preocupada por la niñez de nuestro país fue mutilada hasta el grado del ridículo.
Por ello saludo este decreto. Ahora queda ver la forma en la que el enorme poder político y económico de las empresas de comida chatarra darán batalla para no salir del mercado.
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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