Un acercamiento a la novela Las malas (2019), de la escritora Camila Sosa Villada, misma que la hizo acreedora al Premio Sor Juana Inés de la Cruz en la FIL Guadalajara (2020). Maternidad travesti, (des)amor, trabajo sexual y calidad literaria, conjugados en una novela.
“El amor no llega. La juventud se me escurre entre los dedos y el amor no llega”.
Camila Sosa Villada
La multifacética artista argentina, Camila Sosa Villada, ha sido un referente latinoamericano en la literatura.
Poeta, novelista, ensayista, cuentista y actriz, Sosa Villada ha sido también partícipe de una serie de obras de teatro y cine; cuenta con cinco libros publicados: La novia de Sandro (2015), El viaje inútil (2018), Las malas (2019), Tesis sobre una domesticación (2019) y Soy una tonta por quererte (2022).
Fue ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2020) otorgado en México durante la Feria Internacional del Libro en Guadalajara por su segundo libro: Las malas, mismo que recibió físicamente en la más reciente emisión de la FIL. Al recibirlo mencionó la proveniencia de la portada, que hace alusión a dos travestis montadas sobre una mula a plena luz del día, entretenidas, divertidas, y haciendo énfasis en la luz del día, pues es una escena insólita porque las travestis han sido relegadas a la noche.
En esta ocasión me centraré en hablar acerca de Las malas, novela editada por Tusquets.
Desde la primera página, la narración de la argentina atrapa al lector. Una fiereza única envuelve a esta especie de crónica novelada. Es la historia de ella, de Camila como protagonista, víctima de la infamia patriarcal que asecha a las travestis.
Se respira en las páginas de este libro la furia travesti, la furia de los hombres de día que son mujeres al vislumbre de la noche. Algunas, porque otras son mujeres 24/7, mujeres con pene.
El dramatismo es un factor fundamental en esta novela. No queda duda de la influencia teatral que Sosa Villada ejerce en su narrativa. Mientras leía Las malas, constantemente veía escenificadas las escenas escritas. La sensibilidad de actriz plasmadas en el papel por la misma escritora.
Es la historia de Camila rodeada de sus hermanas travestis —hermanas elegidas—, que son a la vez trabajadoras sexuales nocturnas; una narración en ocasiones erótica, en otras cómica, pero principalmente dramática.
La novela va y viene en el tiempo, transcurre en la niñez, adolescencia y adultez sin un orden aparente, más que el orden que dicta una trama bien trabajada.
Ningún capítulo lleva título. Esta obra está constituida por 220 páginas divididas en breves capítulos, lo cual facilita su lectura.
“Todas íbamos a ser reinas”, dice el epígrafe de Gabriela Mistral, citado al inicio por la autora. Un epígrafe muy acertado, que bien engloba la historia de Las malas.
Hay indignación, rabia, impotencia al momento de leer esta novela. La maestría con la que la cordobense domina el uso de la palabra es evidente, lo plasma desde lo más hondo de su experiencia, es innegable. Sin ser el propósito primigenio de la novela, hay una concientización insoslayable de respeto hacia la diferencia, hacia quienes no pertenecen al canon, en particular, hacia las mujeres trans y las travestis.
“El cuerpo de las travestis toma prestado del infierno la sustancia de su hechizo”
Si bien, la novela pareciera ser de corte realista, hay escenas en la misma que me remiten al orden de lo fantástico, como ejemplo, sus personajes, las escenas insólitas que acontecen. Se habla, incluso, de la invisibilidad como un don que toda travesti posee.
En ocasiones, Camila Sosa Villada me recuerda a Elena Garro, quien gustaba de convertir pueblos o calles, espacios abiertos propios de la arquitectura o la naturaleza, en escenarios fantásticos: “Comienza a suceder la magia. Las putas, las parejas calientes, los levantes fortuitos, aquellos que logran encontrarse en ese bosque improvisado, todos dan y reciben placer dentro de los autos estacionados”. El parque de las putas convertido en un bosque encantado por la adrenalina del placer prohibido.
Gran parte de la novela se desarrolla en la casa de un personaje único: la Tía Encarna. Éste es un espacio mágico, el lugar más femenino sobre la tierra: “La casona rosa, del rosa más travesti del mundo (en cada ventana hay plantas que se enredan con otras plantas, plantas fértiles que dan flores como frutos, donde las abejas danzan)”. Y más adelante, habla del rechazo de su padre, de cómo “Todo lo que me diera vida, cada deseo, cada amor, cada decisión tomada, él la amenazaría de muerte […] El relato mil veces escuchado de mi doloroso nacimiento se diluye como el azúcar en el té. En esa casa travesti, la dulzura puede hacer todavía que la muerte se amedrente. En esa casa, hasta la muerte puede ser bella”.
Los tintes feéricos adornan a Las malas a todo momento, desde el principio. Como ejemplo, al aparecer un personaje alrededor del cual se matizarán fibras como la maternidad: “La Tía Encarna persigue algo así como un sonido o un perfume […] eso que la ha convocado se revela: es el llanto de un bebé. La Tía Encarna tantea en el aire con los zapatos en la mano, enterrándose en la inclemencia del terreno para verlo con sus propios ojos […] Unas ramas espinosas cubren al niño. Llora con desesperación, el Parque parece llorar con él […] Cuando intenta sacarlo de su tumba de ramas se clava espinas en las manos y las pinchaduras comienzan a sangrar, tiñen las mangas de su blusa. Parece una partera metiendo las manos dentro de la yegua para extraer al potrillo”.
Se trata de El Brillo de los Ojos, quien, en adelante, se convertirá en el hijo de la Tía Encarna, madre de todas las travestis, dueña de la experiencia travesti y de joyas invaluables; la dadora del cariño que no les dio la madre que parió a sus hijas travestis.
Asimismo, el deseo de ser madre sin poseer una vagina, sin poder gestar, sin poder amamantar; pero ser, en cambio, capaz de entregar el alma, el cariño, el alimento emocional a ese hijo amado: “La Tía Encarna desnuda su pecho ensiliconado y lleva al bebé hacia él. El niño olfatea la teta dura y gigante y se prende con tranquilidad. No podrá extraer de ese pezón ni una sola gota de leche, pero la mujer travesti que lo lleva en brazos finge amamantarlo y le canta una canción de cuna […] Un gesto nada más. El gesto de una hembra que obedece a su cuerpo, y así el niño queda unido a esa mujer, como Rómulo y Remo a Luperca”.
Uno de los personajes más peculiares es María la Pájara, una travesti sordomuda que, con el flujo de la novela, termina por transformarse en un ave: “abre la jaula de María, que sale volando torpemente, como un murciélago, y se posa en las ramas más altas, encima del techo […] María, la Pájara, vuela hasta mi cartera y la dejo meterse dentro”, una metáfora a la que también recurre en su poemario La novia de Sandro.
Hay una glorificación hacia el universo femenino, aquello que se le niega desde el nacimiento a las travestis. Una estética a la que Sosa Villada se aproxima a través de la poesía en prosa, de la crónica narrativa, de la novela relatada y de la prostitución y el fetichismo como vehículos: “cómo pudo alguien en el mundo inventar esos zapatos de acrílico, tan altos que se podía ver el mundo entero desde arriba, tan altos que no daban ganas de bajarse de ellos, tan altos que los clientes pedían por favor que no te los sacaras, y los lamían esperando saborear un poco de esa gloria travesti, esa frivolidad tan honda, esos piesotes de varón coronados por zapatos de princesa puta”.
“Ser travesti es una fiesta, disfrútalo”, dice la travesti Angie en la novela, a manera de estandarte, de filosofía de vida. La travesti alegre, quien fuera amada por su novio albañil, en un enamoramiento de ensueño hasta el último de sus días. “Angie murió de sida […] murió tomada de la mano de su novio albañil, que no se separó de ella ni un minuto […] sentado en las escaleras del Rawson, llorando como un nene. Era muy joven, creo que no había cumplido los diecinueve, y ya estaba a dos pasos de convertirse en viudo”.
Un giro inesperado culmina con la novela, un suicidio y un homicidio matricida. “Murieron cara a cara, mirándose a los ojos. Murieron sabiamente, para no tener que soportar más humillaciones”.
Hay mucha similitud con la novela Lovetown (2009), del polaco Michał Witkowski, no sólo en el eje temático, sino en el contenido de la trama. Como ejemplo, las memorias, los recuerdos relatados, el ir y venir en el tiempo, pero también las intermitencias de recuerdos que abordan a personajes incidentales, otras travestis que aparecerán secundariamente, pero de quienes se ahonda en alguna particularidad: su desempeño sexual, su apariencia, su poder adquisitivo, su muerte. Aun así, son novelas distintas en su narrativa, a pesar de sus semejanzas.
Este éxito editorial ha sido un gran acierto de Tusquets, quien apostó por una novela en torno a las travestis, a las mujeres trans, y además, escrita por una de ellas. Me parece un gran ejemplo para que las editoriales abran las puertas a escritoras trans, a escritores trans. Hay aún mucho por explorar y es un campo que continúa sin obtener espacios suficientes y meritorios en las editoriales.
Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y entrevistas a personajes del mundo cultural. Además de escritora, es psicóloga, periodista cultural y fotógrafa. Estudió en México y Polonia. Autora de Tapizado corazón de orquídeas negras (Tusquets, 2023), forma parte de la antología Monstrua (UNAM, 2022). Desde 2022 escribe su columna Jardín de Espejos en Pie de Página. Ha colaborado en revistas, semanarios y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, El Cultural (La Razón), Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales. Trabajó en Capgemini, Amazon y Microsoft. Actualmente estudia un posgrado en la Universidad de Nuevo México (Albuquerque, Estados Unidos), donde radica. Esteta y transfeminista.
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