La fotografía desde nosotras

7 marzo, 2019

Texto: Daniela Rea
Imágenes: Desde nosotras

Lilia Hernández, 61 años
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–¿En qué momento te diste cuenta que eras fotógrafa, es decir, fotógrafa mujer?

–Cuando acabé la secundaria, tenía 15 años, mi padrino trabajaba en el Sol de México y me dijo vente a hacer prácticas en lo que estudias. En la redacción vi pasar a un fotógrafo con su cámara, Hugo García Tapia de Sociales, le dije “¿me permites tocar tu cámara?”. Al sentir el peso ¡Wow! Era de fierro, me encantó. Decidida fui a hablar con el director, Luis Amieva, le dije “quiero estudiar fotografía”, te estoy hablando de 1972, 1973. Le llamó al jefe de fotografía, Javier Vallejo, “aquí está Lilia y le vas a enseñar”. Me dio libros de inglés y me dijo “estudia”. Me mandó a practicar con los fotógrafos, usaba dos cámaras, una de color y otra blanco y negro y un flash. Todo eso pesaba más que yo. Publiqué mi primera foto en 1973, luego mi primera foto con crédito fue hasta 1975. Y hasta que tenía 18 años me empezaron a pagar.

La segunda mujer que yo recordaba que trabajaba en el medio fue Blanca Charolet, estuvo en el laboratorio de El Universal, luego salió a la calle. Nos juntábamos las dos y decíamos “abierta la asamblea de mujeres”. Esto fue en el 1976.

Yo en casa soy la menor de tres hermanos, mi mamá nunca me hizo sentir la diferencia entre hombres y mujeres. Y tenía compañeros muy buenos, gente profesional que me enseñó muchas cosas. Tuve la fortuna de tener como directora a Pilar Ferreira, una mujer española muy moderna, que veía a hombres y mujeres iguales en el trabajo.

–¿Recuerdas algún momento en que el contexto, el trabajo te haya hecho sentir que tu posición era distinta por ser mujer?

–Sí… En una ocasión me mandaron al Mundial (de futbol) y todo mundo pensaba que yo era la que recogía las tarjetas. Era 1994, el trabajo de las mujeres era andar recogiendo las tarjetas de las cámaras, iban, transmitían y regresaban por más. Yo llegué a la cancha, puse mi mochila para apartar mi lugar, veo a un muchacho guapísimo, muy guapo, venir; se para enfrente y empieza a patear mi maleta y pone la suya y ¡ah no! Le dije “get out of here, yo soy Lilia y llegué antes que tú”. Para ellos yo no podía ser una fotógrafa, solo podía estar ahí para recoger las tarjetas de los fotógrafos.

Cuando fue el Zapatour le pedí a mi hermano ginecólogo que me diera algo para no menstruar, ¿cómo voy a menstruar estando en la sierra, estando corriendo? Me fui a correr para prepararme, me tomé mis pastillas, y fue pesadísimo, pero estuve a la par. No sentía yo desventaja de ser mujer, sino que lo resolvía.

–Sí… es decir, no se trataba de ser incapaz, sino de que el contexto te plantaba ahí.

–Sí… recuerdo otro viaje, fui a Brasil a una cumbre y la prensa oficial del comité organizador me dijo “tú cubres a las esposas de los presidentes”. Yo le dije “¡claro que no! No vengo tan lejos a cubrir eso, yo vengo a trabajar”.

En esos momentos yo no sentía discriminación, pero cuando regresaba de esos viajes encontraba mi carro con las llantas ponchadas, con el vidrio roto, porque muchos de los viajes me los gané por ser constante, por trabajar, pero ahí iba la mala intención de los compañeros, “te ofreces para ir de viaje”. En ese momento yo me sentía arropada, pero no estaba arropada.

–¿Qué estabas entonces?

–Estaba rodeada de puros compañeros que decían que sí me arropaban pero no, sufrí muchos maltratos en mi coche, malos comentarios de qué hacía ahí, debería estar en mi casa tejiendo o cuidando niños.

–¿Concientizaste eso en ese momento o hasta después?

–Hasta después. No tiene mucho que me di cuenta que no debí vivir eso. Yo vivía muy feliz pensando que estaba muy bien, que nunca había sufrido desigualdad en mi trabajo. Sí lo sufrí, pero se llamaban chismes, rumores, así lo tomaba.

Tuve en El Sol de México siete renuncias. Dos de ellas fueron porque me querían mandar a cubrir sociales, por ser mujer.

–¿Cómo te diste cuenta?

–Platicando con otras compañeras, escuchándolas decir lo mismo que me pasaba. Lo tomaba como algo de pasillo, pero sí fue muy violento. Nunca, hasta ahora, tiempo después de que vi compañeras que decían “tienes que unirte a nosotras”.

–¿Qué ha significado para ti darte cuenta que tu trabajo ha sido ejemplo para otras fotógrafas de nuevas generaciones?

–A mi me da mucho orgullo, cómo explicarlo… yo sé que no tuve nada que ver, pero antes las mujeres no podíamos cubrir ciertos deportes como toros, futbol americano, box, carreras de autos, porque les causabas mala suerte a los deportistas, tú como mujer no podías. Y de repente empecé a ver que ya había fotos de mujeres y dije “¡Yes! ya se puede”.

Ahora que veo a más mujeres fotógrafas, no sabes qué gusto me da. Que Mónica (González) tome esas fotos, Elsa (Medina), Lizeth (Arauz), Frida Hartz… De Frida hablaban muy mal, comentarios del tipo “ya está menopaúsica, vieja loca” cuando Frida llegó a ser la primera jefa de fotografía mujer y nada más ni nada menos que de La Jornada.

–¿Qué sigue ahora?

–Después de trabajar tanto detrás de la cámara, hay veces que se me antoja observar con mis ojos nada más, ver un atardecer, la luz….

Fotografía: Mónica González.

Mónica González Islas, 41 años
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–¿En qué momento te diste cuenta que eras fotógrafa, es decir, fotógrafa mujer?

–En una de las coberturas de las autodefensas en Ayutla, un hombre me dijo: “señorita, a usted ahorita ya la hubieran puesto en cuatro patas y la hubieran violado 20, y a ti, -le dijo al fotógrafo que iba conmigo- te hubieran puesto de mesa para que vieras cómo la violan todos”. Esa noche me sentí tan vulnerable, porque tenía que pasar la noche ahí, con esos autodefensas que me estaban diciendo lo que me podría haber pasado (y que gracias a ellos no me iba a pasar, porque estaban cuidando las comunidades).

Esa imagen fue muy perturbadora. Estás en un contexto donde te puede pasar casi todo. Cuando empiezas a trabajar tienes tanto ímpetu que no distingues, dejas pasar, te empiezas a masculinizar, a cambiar tu forma de vestir y reaccionar. Tenemos en nuestro ADN la resistencia al dolor, porque crecimos escuchando “no chilles, si te caes sóbate las rodillas y luego sanas”… eso me venía muy bien en el trabajo. Yo resisto, resisto mucho ver cosas porque en mi trayectoria veía y escuchaba cosas y si bien me impactaban no me las llevaba a pesadillas. Pero eso se comenzó a convertir en una maraña de sentimientos. Ahora me doy cuenta que llorar es un acto de sanación, no de debilidad.

–El castigo de Ayutla era para ti, es decir, el castigo es para las mujeres.

–Eso me di cuenta cubriendo la nota roja. Asesinaron a varios sobre el Bordo de Xochiaca, estaban acostados y había 11 personas, entre ellos 2 mujeres, y cuando levantaron los cuerpos con el telefoto pude ver cómo el cuerpo de ellas estaba desnudo, no tenían senos, tenían el mismo balazo que los hombres, pero además las habían mutilado y habían abusado sexualmente. Esa desnudez con la que te dejan… me sentí vulnerable porque pensé en por qué les hicieron eso, además de matarlas.

Después, cuando empecé a cubrir feminicidios, en el Bosque de Chapultepec, en la madrugada, estaba el cuerpo de una mujer y el de Semefo me dijo “y tú qué haces sola aquí, ¿qué tal que te violo?”. ¿Quién les da derecho a decirte esas cosas, a hablarte de esa manera?, incluso que lo haga alertándome de lo que me pueda pasar. Cómo te sobrepones para seguir trabajando con eso.

Cuando hice Geografía del dolor asumí esto, me di cuenta que el lobo existe, pero que no voy a permitir que alguien me haga sentir otra vez como me hicieron sentir esas personas.

–¿A qué te refieres con masculinizarte? ¿Nos puedes contar más de esto?

–Le di más peso a mi parte masculina. Si bien lloraba, lo hacía en la intimidad. No permitía que el dolor me permeara. Cuando hablo de masculinizarme hablo de cambiar mi forma de vestir, en mí ganó la que tenía que ser dura, resistente, la que no se podía quebrar. Y fui dejando mi parte femenina a un espacio donde solo yo y muy pocas personas podían entrar.

En esta masculinidad que había ejercido no me había dado cuenta (en lugar de comprar tacones y labial ahorraba para comprarme mi lente de 50, porque el equipo es muy caro) de cosas… abandonarte, a no quererte ver. Y de repente cada vez que regresaba a casa podía usar mis faldas, durante toda mi adolescencia casi siempre utilizaba pantalones porque me gustaba y por protección.

–¿Qué implica la mirada desde nosotras, desde las mujeres fotógrafas?

–No es que tengamos una mirada femenina, sí hay una forma de abordar las temáticas, esas cotidianeidades, esa sutilidad. Todo eso se ve en la exposición. Que es lo que vemos en nuestra vida diaria, porque es lo que nos ha tocado vivir, el cuidado, las vidas íntimas, por ejemplo.

–¿Cómo fue este proceso de la exposición? ¿Qué se dijeron a ustedes mismas?

–Pues lo primero fue escucharnos. Hablar de lo que hemos vivido. Compañeras que incluso han abusado sus compañeros, que han sufrido violencias sutiles de sus compañeros, de sus jefes… Están con todo en no permitir más los acosos. Compañeras que deben encargar a los hijos con la vecina para las guardias nocturnas…También el abandono de ser madre, hay muchas que hemos decidido no ser madres porque hemos decidido no tener una crianza en estas condiciones. Pero también hay otras que no quieren renunciar a la maternidad, hay un debate entre quiero ser mamá. No está padre, no hemos sabido como sociedad entender este equilibrio y en muy pocas experiencias, es la replica de años y años de sometimiento que nosotras tenemos que cargar.

–¿Qué aprendieron de ustedes mismas?

–Que dejemos de dejar pasar, sí tenemos muchas cosas que resolver de nuestras vidas cotidianas, pero dejar de dejar pasar las cosas, los problemas, lo que sentimos. Nos ayudó a entender que tendría que haber más un diálogo al respecto de cómo nos sentimos. Esto sirvió para sanar entre todas, para decir “aquí estamos”.

También para ver cómo el camino que andan unas nos ayuda a otras. Cuando yo estaba chavita y vi las fotos de las que fueron al Movimiento Zapatista me inspiré, dije “se puede, se puede hacer”. Y nació en mí una inspiración de decir “eso se puede”.

Y otra cosa es reivindicar a la tropa, a las chavas que se han rifado en la nota diaria, en el trabajo día a día. Es difícil llegar, llegar y sostenerte. Lo padre de las chicas que están en la exposición es que se han rifado bien fuerte para abrirse camino, chavas que un día tocaron una puerta de un departamento de 12 hombres, el departamento de los lobos. Así como nos tocó a nosotras hacerlo.

Y a mí lo que me decía Natalia Toledo ahora que fui a Medellín es “hay que descansar”. Sí puedes hacer algo muy fuerte o muy duro, pero hay que darse tiempo para descansar y sanarte. Yo lo tomé como una sentencia sobre mis hombros, porque me dijo “esto no va a cambiar, llevo casi 40 años en esto, es una carrera de largo, de resistencia”.

Fotografía: Leslie Pérez Maldonado.

Leslie Pérez Maldonado, 28 años
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–¿Cuándo te cayó el veinte que eras fotógrafa mujer?

Viví en una burbuja mucho tiempo, tenía el apoyo de las compañeras que ya estaban trabajando hasta que me fui al operativo de la detención de “El Ojos”. en Tláhuac, porque no había nadie en el periódico. Yo estaba cerca y fui y escribí al jefe y le dije “ya traigo el material”, y me dijo “¿y quién te dijo que fueras? si ni siquiera va un hombre contigo para acompañarte, ¿como por qué te fuiste a parar ahí?”. Me enojé muchísimo, me cayó como balde de agua fría. Le dije “a mí no me contrataron por tener ovarios, sino porque sé hacer un trabajo”, y le dije que renunciaba. En ese momento me di cuenta de la gravedad del machismo…

–¿Cómo ha sido para ti trabajar en un contexto machista?

–Te mandan a lo soft, lo bonito, lo que no es peligroso. Cuando propones un tema, se lo dan a un hombre fotógrafo. Más allá de una forma de protegerte, es una forma de limitar el alcance de tu trabajo. Es una lucha constante por mostrar un trabajo.

Es también enfrentarte al acoso y decir “no, no pueden acosarnos”. Antes no era posible decirlo porque eras la loca, la neurótica, la histérica, incluso nos cuentan las compañeras, las regañaban. En sus redacciones las boletinaban por escandalosas. Ellas nos dijeron que lo permitieron, se quedaron calladas, se acostumbraron a soportar este tipo de tratos, de violencias en su área de trabajo, pero hubo un momento en que dijeron ya no, y aprendieron a defenderse, a levantar la voz, a no permitirlo. Y hoy saben que incluso prefiero que me corran a quedarme callada.

–Defenderte a un costo muy alto.

–Sí. Una compañera que ya es mamá me contó que la acosaban y trataban mal en el trabajo y ella prefirió renunciar. Ella dijo “yo soy el sustento de mi hija, pero también soy su ejemplo. Prefiero buscarme la vida de otras maneras a que ella aprenda de mí a quedarse callada, a aguantar violencias”.

–¿Qué ha significado para ti el camino ya andado de las fotógrafas que te antecedieron?

–Es saber que se puede, tan se puede que ellas ya la hicieron y es una vara muy alta, un estándar muy alto de hacer un trabajo de la misma o mejor calidad de las que ya lo hicieron. Nos hemos inspirado en ellas, veía el trabajo de Elsa Medina, el de Mónica (González), muchas fotógrafas que son una referencia.

Este trabajo es un compromiso con uno mismo, pero también con quienes abrieron este camino para que una llegara a este oficio. Sin el trabajo que ellas hicieron hoy nosotras estaríamos en cero, empezando esa lucha que ellas ya caminaron por nosotras.

–¿Qué sigue?

-Conocernos, reconocernos entre nosotras y buscar mantener estos espacios para mostrar la capacidad que tenemos para desarrollar el oficio y profesión más allá del género. Cuando ya no sea importante mencionar el género de quien toma una fotografía, habremos avanzado.


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“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.

Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.