29 agosto, 2022
El llamado síndrome blanco, una rara y letal enfermedad, está matando el Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM) en el Caribe, el segundo más importante del planeta. Nuevos hallazgos científicos determinaron que entre más cercanos estén los corales a construcciones y urbanización, peor es el daño
Texto: Ricardo Hernández
Fotos: Cortesía de Lorenzo Álvarez Filip
QUINTANA ROO.- Cuatro años han pasado desde el primer avistamiento del síndrome blanco, una rara enfermedad que está arrasando con los corales del Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), el segundo más importante del planeta, y aún no se sabe qué lo originó; si lo causa un virus o si se trata de una bacteria, sin embargo, Lorenzo Álvarez Filip, investigador del Instituto de Limnología y Ciencias del Mar de la UNAM, ha dado por fin con algunos hallazgos que brindan algo de certeza. Y también de esperanza.
Fue en mayo de 2018 cuando un grupo de buzos avistaron unas pocas y pequeñas manchas blancas que salpicaban los corales de los arrecifes de Puerto Morelos, en el Caribe mexicano. Luego de tomar muestras, estudiarlas, de varios intercambios epistolares con investigadores de México y Estados Unidos, supieron que se trataba de una enfermedad insólita en México que decidieron llamar síndrome blanco, la cual acaba con el tejido de estos animales, lo desprende hasta dejarlos desnudos, en el puro esqueleto, provocando su muerte en cuestión de semanas.
A dos años del primer avistamiento, las manchas crecieron y se propagaron tanto y por todas direcciones que ya habían acabado con la vida del 20 por ciento de los corales del Sistema Arrecifal Mesoamericano –un hábitat para más de 100 mil especies, atractivo turístico que genera millones de dólares al año–, de acuerdo con el último reporte existente, elaborado por Lorenzo Álvarez.
El síndrome ha afectado especialmente a 25 de las 48 especies de coral registradas en el Caribe, con efectos desproporcionados observados en un solo grupo morfofuncional compuesto de especies masivas con tamaños medianos a grandes, esqueletos densos, bajas tasas de crecimiento y también de reproducción sexual. Las especies laberinto, cerebro, pilar y cuerno de alce han sacado la peor parte, al punto de acercarse a la extinción local. Y esto es dramático, dice Lorenzo, porque son precisamente estos los responsables de la formación de la estructura de los arrecifes
Tras muchas expediciones, cientos de horas de estudio en gabinete, en campo y el laboratorio; gracias al financiamiento público y también a la producción científica de otros colegas, Lorenzo ha podido dar con algunas pistas que ayudan a entender la enfermedad de coral más letal de la historia y que ha vertido en un artículo científico publicado en junio pasado en la revista Communications biology, titulado “La enfermedad de pérdida de tejido de corales duros diezmó las poblaciones de corales del Caribe y remodeló la funcionalidad de los arrecifes”.
En entrevista, Lorenzo arranca explicando que ya hay cierto consenso entre la comunidad científica para renombrar el fenómeno que ahora llaman Enfermedad de Pérdida de Tejido de Corales Duros.
“Me parece que es más exacto síndrome blanco, pero pasaba que se confundía con el blanqueamiento de coral [cuando se estresan y pierden sus colores y tejido] y ahora lo llamamos así también para homologar su nombre a como se dice en Estados Unidos”, comenta.
Lorenzo también reconoce que aún queda pendiente por responder una pregunta fundamental: ¿qué lo causa, un virus o una bacteria?
“Aún no se sabe. Y es bien difícil obtener una respuesta. Puede ser una bacteria. Siempre lo explicamos así, muy sencillo: viven en los arrecifes unas microalgas, que son los que dan los nutrientes a los corales. Estos hacen simbiosis. Pero no solo viven las microalgas, sino cientos de miles de bacterias asociadas a los corales. Entonces, saber cuál de todas estas es la causa resulta muy complicado. Se necesita un análisis molecular, microscópico, de análisis genético”, dice Lorenzo.
“Hay otras hipótesis, que indican que puede ser más bien por virus. Encontraron que hay tipos de virus que solo están presentes en estas algas que viven asociadas al coral. Parece que ese virus está afectando a la microalga y esta se desestabiliza y, a su vez, desestabiliza al coral, que con eso es más propenso a que otras bacterias le lleguen. Te lo cuento así muy sencillo, pero es una de varias hipótesis, para que veas lo complejo que es saberlo”, añade.
Lo que sí pudo constatar Lorenzo es que los arrecifes de coral son igualmente afectados en toda la región, aunque están peor ahí donde el desarrollo urbano es mayor. También comprobó que los arrecifes están “achaparrándose” por la pérdida capacidad de generar calcio, es decir, están perdiendo estructura, lo cual modificará, en décadas y de forma dramática, su funcionalidad. Y ahora sabe que el patógeno causante de la enfermedad se transmite por el agua, por vectores y quizá por sedimentos.
El primer punto es, acaso, el más trascendente: las especies de coral están igualmente afectadas sin importar la profundidad a la que se encuentran, la zona arrecifal, su complejidad estructural, si hay más o menos viento, si es mayor o menor la temperatura del agua.
“Esto es tal vez el resultado más importante, en el sentido de que una de las preguntas que teníamos era saber qué factores propician que los corales se enfermen más o menos que otros. Estos factores de profundidad, de si les pega el oleaje, el sol, si están dentro de áreas naturales protegidas o no; medimos muchas cosas y nada fue tan importante, es decir, todos los sitios de corales estaban igual de afectados sin importar si eran sitios profundos o someros, si estaban del lado o de otro de una isla”, dice.
El único factor predominante de la virulencia apunta al hombre y sus actividades, pues entre más cercanos están al desarrollo urbano, ahí donde hay más edificaciones en la costa, puertos para embarcaciones, mayor población y turistas, los corales se encuentran en peores condiciones, algo que parecía obvio, que se infería, pero que no se había demostrado.
“Los que están más enfermos son los que se encuentran en esta parte de la zona norte de Quintana Roo, donde se encuentran los grandes polos de desarrollo”.
Lorenzo desde su laboratorio, ubicado en Puerto Morelos, colindante tanto a Playa del Carmen como Cancún.
“No solo es el desarrollo de hoteles, sino de toda la urbanización”, precisa.
La alta transmisión, concluyó también el especialista, tiene que ver con la capacidad del o los patógenos para ser transportados en columnas de agua.
“A escala de colonias de corales es casi demostrado que se contagia por el agua. Es como nosotros con el Covid, que se transmite por el aire. Aunque también hay vectores, un pez lo puede llevar de un lado a otro. También se ha asociado que el virus o bacteria puede estar no solo en el coral, sino en los sedimentos, que pueden estar funcionando como reservorios, pero esto último aún no está muy claro”, dice.
“Pero lo que de plano no está claro es a escala regional. ¿Cómo llega de una isla a otra? ¿Cómo llega de Cozumel a Cuba? Mira, sabemos que de Florida llegó a México, pero la corriente va en sentido contrario. No es como que el patógeno haya ‘nadado’ tantos kilómetros a contracorriente. Tiene que haber otras explicaciones, como el agua de lastre de los barcos de carga, cruceros, pero esa parte no queda muy demostrado. Lo que es un hecho es que sigue proliferando”, añade, refiriéndose al reporte, hace dos semanas, del primer avistamiento de la enfermedad en Bonaire, una pequeña isla al norte de Venezuela, bastión de los mejores arrecifes de todo el Mar Caribe.
“Esto ya es una catástrofe”, advierte.
Lorenzo también demostró que la capacidad de producir carbonato de calcio de los arrecifes disminuyó un 30 por ciento, algo que le parece catastrófico, pues en algunas décadas más adelante esto provocará cambios significativos al hábitat de decenas de miles de especies.
“Un arrecife es básicamente carbonato de calcio. Y el arrecife, al ir creciendo, va acumulando más carbonato y construyendo más arrecife. Nos preguntamos cuánto carbonato dejó de producirse por la mortandad de corales y los resultados dan que, comparando datos de antes y después de la enfermedad, hubo una disminución del 30 por ciento en la capacidad de acumular carbonato. Y eso ya se perdió para siempre. Eso tendrá efectos muy serios en la función y capacidad de brindar servicios ecosistémicos”.
Al haber menos carbonato de calcio disminuirá también la generación de sedimentos, ya que parte de la arena blanca que vemos en el Caribe proviene de los arrecifes; lo mismo en cuanto a la complejidad del arrecife.
“Y con menos arrecife hay menos barrera contra huracanes. Desde el punto de vista de organismos en el arrecife, hay muchos arrecifes que crecen hasta estar cerca de la superficie. Si van perdiendo estructura y se van cada vez más aplanando, ya no van a poder estar ahí, como los corales cuerno de alce, que está acostumbrado a crecer hasta llegar a pocos metros de la superficie”, dice.
Esto le parece particularmente preocupante, considerando que los niveles de calcificación ya eran de por sí menores en el SAM en comparación con otras partes del mundo.
“En 2018 estaba publicando, antes de que hubiera síndrome blanco, un artículo que hablaba de que el Caribe mexicano se había degradado muchísimo en las últimas décadas. No es que estuvieran bien los arrecifes y llegó el síndrome blanco a afectarlos. La historia es más triste que eso”, dice.
Por si no fuera suficiente, la muerte masiva de corales está afectando también su reproducción sexual, que sucede cuando las colonias de corales liberan miles de gametos al mar (como si fueran espermatozoides y óvulos). En esta “orgía”, dos gametos de la misma especie deberán encontrarse en el mar y formar un pólipo, que se desarrollará hasta formar un nuevo coral.
“El problema son los corales que se están perdiendo. Imagínatelo con ese ejemplo que pones de la orgía. Si hay 20 personas juntas, hay muchas probabilidades de que formes parte de esta, pero si aquí estás tú y la siguiente persona está a 4 kilómetros, dime tú cuál orgía, dime si la vas a encontrar, y si la encuentras, de dónde sacan a las otras 20 personas. Lo digo pensando en el pilar coral, que está a punto de la extinción, que hay uno en un sitio y no hay otro sino hasta mucha distancia. La probabilidad de que se encuentren los gametos es ya bajísima”.
Como ya se apuntó, las 25 especies de coral más afectados por la enfermedad son las más importantes por su capacidad de formar estructuras, mientras que los otros, que son los más resilientes, los que han sobrevivido, contribuyen muy mediocremente a la formación de arrecifes y no cumplen funciones geoecológicas relevantes.
“Es como en la selva. Tienes árboles grandes y también arbustos. Puede que en unas décadas tengamos arrecifes con más de esas ‘especies maleza’ que de las que más nos importan”, advierte Lorenzo.
Queda, sin embargo, algo de esperanza. Se ha documentado que los corales, aun enfermos, pueden desovar, expulsar gametos durante la temporada de reproducción sexual. Y también se han visto “corales cerebros bebés”: las especies más afectadas resistiéndose a desaparecer, lo cual da indicios de la posibilidad de una restauración natural.
“Hemos visto reclutas, estos bebés de coral cerebro. Ahí vienen nuevas generaciones”, dice.
Pero de nada servirá, afirma categóricamente, si se continúa el desarrollo urbano como hasta ahora, si las aguas residuales siguen vertiéndose a los ríos subterráneos que luego desembocan en el mar; si no caminamos hacia la sustentabilidad y si no se combate al cambio climático.
“Yo soy un ferviente creyente de eso. Cuando queremos resolver un problema, tenemos que entender que lo causa, y el problema se tiene que resolver resolviendo la causa, no simplemente reponiendo lo que perdimos. Hay un problema de fondo, y este problema, en el Caribe mexicano, se llama desarrollo costero urbano. Ya lo hemos probado”.
En octubre de 2020 Delta tocó tierra en el municipio de Puerto Morelos. Se trató del huracán más fuerte de los últimos 15 años. En tierra dejó inundaciones y postes de luz y árboles caídos. Y en mar, daños mayores en cuatro sitios arrecifales, moderado en tres y menores en cuatro más. A las pocas horas del paso del fenómeno hidrometeorológico, 23 brigadistas –la mayoría voluntarios y un becario del programa federal Jóvenes Construyendo el Futuro– salieron al mar en cinco embarcaciones para dar respuesta inmediata a los daños.
El equipo iba comandado por María del Carmen García Rivas, directora del Parque Nacional Arrecife de Puerto Morelos, bióloga experimentada en atención a estos ecosistemas. Con palas, cinceles, guantes, cepillos de alambre, bultos de cemento y demás aparatos consiguieron atender más de mil colonias de corales y repararon más de 7 mil fragmentos, para lo que gastaron 29 mil 080.44 pesos.
Ni bien habían terminado cuando otro huracán, Zeta, tocó tierra en Quintana Roo y nuevamente salieron al mar a arreglar lo que pudieron.
“La intervención de los brigadistas fue oportuna, sin embargo, se identificó la necesidad de incrementar el número de personas (brigadistas ya capacitados y/o personas para capacitar) quienes coadyuven en la atención temprana de otras unidades arrecifales en posibles eventos posteriores”, se lee en el informe oficial, consultado por el medio.
Desde entonces, María del Carmen no ha descansado hasta contar con lo indispensable para responder ante las emergencias.
Para tener con qué reforestar, María del Carmen impulsó este año la instalación de un cuarto vivero de corales.
Al amanecer del 28 de marzo de 2022, María del Carmen y personal del CRIAP se embarcaron en búsqueda de fragmentos de Acropora palmata (coral cuerno de alce), una de las especies más afectadas por el síndrome blanco y que resulta relevante porque son formadoras de arrecifes; dan la estructura en donde otras especies de coral pueden crecer.
Con 300 fragmentos recolectados y ahora con el apoyo de algunos brigadistas voluntarios y a bordo de la embarcación de Ezequiel Sanchez, un líder pesquero defensor del mar y sus recursos, trasladaron hasta el arrecife Radio Pirata-Ceiba la estructura de lo que sería el nuevo vivero. Luego de cuatro largas horas de buceo, la estructura quedó instalada y los fragmentos sembrados.
“Ahora ya tenemos algunos reclutas (corales juveniles, por decirlo de alguna manera) para poder sembrarlos donde se se necesite”, cuenta María del Carmen en entrevista.
Este vivero se suma a otros tres existentes en sitios dispersos dentro del Parque Nacional que han proveído los corales para restaurar los arrecifes maltratados.
Pero tener viveros no es suficiente. Hace falta, como lo evidencia María del Carmen en cada reporte oficial que ha redactado, brigadistas capacitados para realizar las tareas de reforestación.
Es viernes 5 de agosto del 2022, en una de las playas más visitadas de Puerto Morelos, y la lancha que un joven pescador ha ofrecido para la misión se llena de 11 voluntarios enfundados en trajes de neopreno que llevan aletas, visores y tanques de oxígeno. Tres son urbanistas –funcionarios públicos en el Ayuntamiento de Puerto Morelos–, uno es asistente de arte de una productora local, otro es fotógrafo, una más es emprendedora y el resto son biólogos marinos. A la cabeza, María del Carmen. Siempre María del Carmen.
Es el octavo taller de capacitación de brigadistas, quienes serán los que den los primeros auxilios a los arrecifes de coral tras el paso de un eventual huracán en Puerto Morelos y que podrán participar en actividades de reforestación cuando se necesite. Y es la última sesión del taller, la cual se da luego de varias clases teóricas y dos salidas al mar.
La embarcación avanza unos 200 metros, hasta donde se encuentra en el fondo una pieza de concreto sobre la que los buzos colocarán algunos esqueletos de coral como práctica.
—Chicos, recuerden, antes de pegar los corales con cemento, tienen que limpiar el área con los cepillos de alambre —da instrucciones Kai Creamer, una buza experimentada encargada de las capacitaciones—. Les voy a mostrar algo, no más para que lo tengan en cuenta y a ver si lo quieren practicar. Es algo como de rompecabezas. Primero hacemos el hoyo en la base, luego lo hacemos en el coral, luego los tenemos que unir con una varilla. Puedes intentar poner el coral encima de la laja y luego pasar la varilla por arriba, a ver si le atinas. Es muy difícil. Se los juro (risas). Puedes intentar también poner la varilla en la laja. levantar el coral con las manos con mucho cuidado y bajar el coral sobre la varilla. O puedes meter la varilla al coral, que traspase un poquito por abajo y ya con eso le atinas a la base.
—¿Y cuál es la mejor? —pregunta uno de los voluntarios.
—Aquí no hay reglas. Cada quien se acomoda como mejor pueda.
Luego María del Carmen explica, usando las aletas, cómo pegar fragmentos grandes de corales.
—Digamos que aquí tenemos una colonia muy grande de cuerno de alce que se rompió. Y quedó así —dice tirando una aleta por aquí y otras por allá —pues vamos por los fragmentos, los juntamos, ponemos unos boca abajo que sirvan de base y luego le pegamos los demás arriba, paraditos, que son los que van a seguir creciendo. Y nos queda una flor bonita.
La lancha es seguida por otro grupo de siete personas, llamadas “los snorkel”. “Son los que se llevan la chinga”, reconoce Kai. Los snorkel son los que trasladan, desde la lancha hasta donde está el buzo sumergido, cualquier cosa que se necesite: el taladro para perforar, las bolsas con cemento para pegar los fragmentos, los cinchos con los que los aseguran…
Todos los buzos, con excepción de Aysha Peña, socia fundadora de Unidos por la Madre Naturaleza, quien se ha encargado de vincular a las instituciones (Conanp y Criap) con los voluntarios, se avientan por fin al mar, mientras que dos snorkel, Cynthia García y Alberto Reyes, suben a la lancha. Y empieza la faena.
Aysha informa que lo urgente es tener listo el cemento, pues es con eso con lo que pegan los fragmentos. El problema es que Cynthia, en su vida, había hecho una mezcla. Entonces decide improvisar: coloca el polvo sobre una recipiente y vierte una cubeta de agua.
—Nooo, ya le echaste muchísima agua. Va a quedar super aguado —señala Aysha.
Y entonces Mario se avienta una y dos veces al mar para extraer arena del fondo para intentar darle consistencia. Como no funciona y aquello parece licuado de chocolate, ahora Cynhtia es la que se sumerge. Tampoco.
—Capi, ¿será que nos pueda llevar a la orilla para pedirle cemento a esa obra de allá? —pregunta Aysha.
Y el capi prende el motor y acelera. Ya en la orilla, Cynthia va a pedir cemento a los albañiles que trabajan en una construcción a unos pocos metros.
—Preguntan los buzos que si ya está listo el cemento —dice uno de los snorkel que ha perseguido a la lancha para saber qué pasa.
Aysha, un tanto impaciente, corre y en menos de un minuto regresa con una bandeja de cemento, que vierte, mezcla y deja listo. Cynthia y Mario ahora hacen bolitas de cemento que ponen en bolsas de plástico que los demás snorkel sumergen y entregan a los buzos que no dejan de maniobrar.
—Esto es muy orgánico, es como un equipo, cada parte tiene que funcionar —les dice Aysha, cándida, en una lección que ambos toman de la mejor manera y sin arredrarse.
El trabajo dura más de tres horas. Los buzos y snorkels salen contentos. Pudieron instalar los fragmentos. La práctica resultó exitosa al final de cuentas.
—Alce la mano quién está cansado —pide Kai ya de vuelta en la orilla. Y la mayoría lo reconoce —. Y eso no es nada. Imagínense cuando es huracán, cuando hay marea y una ola pasa y luego otra y luego otra y tú estás intentando pegar un coral. Lo digo porque necesito que se preparen, que naden mucho, que practiquen, porque los vamos a necesitar.
De acuerdo con el Sistema Meteorológico Nacional, este año en el Caribe se esperan hasta 21 ciclones tropicales, de los que tres podrían evolucionar hasta huracanes e impactar a Quintana Roo.
María del Carmen estima que se requiere cerca de un millón de pesos al año para restaurar corales, tras huracanes y el síndrome blanco, mismos que no se tienen.
“Nos hace falta mucho. Apenas hemos restaurado el 1 por ciento de los corales dañados”, dice María del Carmen.
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