La mayor garantía para los pobladores mayas está en la palabra oral y no en la escrita. El honor de un trato apalabrado todavía posee un papel relevante en las relaciones sociales de los pueblos mayas, pues ha sido la manera principal en como se ha consignado la memoria y se ha transmitido el conocimiento y la tradición.
Maya K’ajlay
Hace cuatro años en una conversación sobre los proyectos de energías renovables en Yucatán, un ex-comisario ejidal de un pueblo cercano a la costa del norte de la península comentó lo siguiente:
“Bueno… según nos pintaron de que puedes tener tu ganado, puedes tener tu henequenal, puedes tener tu sembrado como agricultor y no afectaría. Pues eso nos dijeron. Ahora, como no lo hemos vivido no puedo decir, pero yo lo único que puedo decir, que creo que esto el gobernador del Estado debe tener conocimiento a estas cosas, lo que esta empresa está haciendo, porque si él… este gobierno, sabiéndolo que nos va a afectar no creo que den los permisos… ¿ya me entendió? Porque esto son varias dependencias, se solicitan los permisos para la tierra… para trabajar a estos que van a poner”.[1]
En 2014, el ex-comisario firmó el contrato de renta por 30 años con la empresa eólica. En retrospectiva podríamos preguntarnos ¿por qué aceptó considerando los contratos abusivos e injustos que proponían estas empresas? Por lo visto, una de las cosas evidentes fue la confianza en las palabras de los representantes de la empresa eólica y en el criterio de la figura del Estado. En ese momento, el gobernador era el priísta Rolando Zapata Bello, quien en la Encuesta Nacional Gobernadores. Primer Semestre, 2013 realizado por el Gabinete de Comunicación Estratégica, resultó ser visto como un gobernador medianamente ideal y con la valoración de 7.5 (de 10) en la apreciación de sí estar cumpliendo con su deber como gobernador.[2] La percepción no tan negativa sobre el gobernador permitiría comprender la confianza que se le tuvo frente a la llegada de mega-proyectos, como los impulsados por la pasada política energética federal en colaboración con el gobierno estatal. Sin embargo, ahora al tener “la película completa” conocemos el destino de dicha reforma energética, así como todos los conflictos que la rodean y rodearon posteriormente a estos años.
El testimonio del ex-comisario es representativo de las numerosas opiniones que se encontraron alrededor de los procesos de la Reforma Energética en la península y que seguimos escuchando con el andar del proyecto Tren Maya. En su momento, otros comentaron: “¡qué más podemos decir si ellos son los que saben!”, “si ellos dicen que está bien, ha de ser porque es así”, o cuando ya se encontraban en medio del conflicto y ante la pregunta inquisidora “¿entonces, por qué aceptaron?”, la respuesta era “¿qué íbamos a saber nosotros?” acompañada del encogimiento de hombros, del ladeo de la cabeza, del alzamiento de las cejas y de la flexión de los brazos con las palmas hacia arriba. La confianza iba aparejada con el quién es el que sabe y el que no sabe, es decir, con aquel que poseía el conocimiento verídico o validado del desarrollo y del progreso. Igualmente, en medio del conflicto podíamos encontrarnos con personas locales que decían haber intuido los detalles “raros” y los aspectos “poco claros”, pero no dijeron nada en el momento por la sencilla razón del generalizado abucheo: “si yo decía algo, se me iban a venir encima”.
El escenario actual opera bajo una misma lógica. Los números altos de aprobación del proyecto Tren Maya en Yucatán –a reservas de sus deficiencias metodológicas, así como sesgos– se explica por la dinámica que hemos esbozado, porque dicha lógica no se basa en cuál partido político esté en el poder, sino, en la figura misma del Estado. Para esclarecer mejor, describimos otro escenario. El año pasado en un pueblo del noroeste yucateco se reunieron líderes ejidales, algunos ejidatarios y pobladores, y los representantes del FONATUR, INAH, Tren Maya y de la Procuraduría Agraria; entre varios puntos, se tocó el tema de la Consulta Indígena, la cual –según la afirmación del representante del FONATUR–, seguía en proceso. Uno de los pobladores interrumpió cuestionando que la gente de dicho pueblo no había participado en dicha Consulta pues no se informó de la manera adecuada. El representante de FONATUR replicó aduciendo que se pegaron anuncios en el palacio de la localidad y que si no participaron era por falta de interés. Enseguida, un ejidatario expresó lo siguiente, “yo sí lo vi, pero no sabía de qué se trataba. Pero si usted dice que ya se hizo y se sigue haciendo esa Consulta, adelante, no haga caso de lo que diga esta persona” … algunos más asintieron, otros más con el gesto de resignación. Claramente, para el ejidatario la voz del representante estatal tenía mayor veracidad que la de su propio vecino. La falta de validez de las palabras de sus mismos vecinos podría condensarse en la recurrente expresión que se escucha en medio de las reuniones públicas frente a funcionarios del Estado: “Ba’ax a wojel, paal” (¿qué vas a saber, niño?) o “Ba’ax a wojel, tech” (¿qué vas a saber?). Habría distintos elementos a considerar para explicar esta frase, pero aquí quisiéramos resaltar aquellas relacionadas a los discursos dominantes y a la desigualdad de fondo. En estos escenarios descritos se articulan exclusiones e inclusiones.
La exclusión más notoria es la que provoca el discurso validado por el saber relacionado al desarrollo, el cual excluye otras palabras y voces. La verdad se funda en el Estado que tiene las soluciones a los problemas nacionales, y en sus respectivos representantes que se detentan como los dominadores de la técnica, de los materiales instrumentales del conocimiento y quienes conocen los laberintos administrativos/burocráticos; además, de ser aquellos quienes poseen las redes de relaciones necesarias para concretar acciones de infraestructura. Esto no es nuevo. Desde mediados de los años treinta, la federación llegaba con el esquema prefabricado para administrar las tierras del noroeste yucateco. En la península sólo se tenían que seguir las reglas y los tiempos burocráticos para administrar esos espacios, y así hacerlos productivos.
Esta relación desigual se manifiesta en lo que el filósofo Michel Foucault denomina como doctrina. En este caso, la doctrina sería la aceptación de la condición de un saber que poseen unos y otros no que, a su vez, va definiendo a los grupos, en los que también se les prohíbe manifestar ideas ajenas a la doctrina bajo el riesgo del abucheo. Las declaraciones aceptables son las que están dentro de la doctrina y sólo pueden ser pronunciadas por las personas reconocidas dentro del grupo, así que, las palabras fuera de éstos pueden ser cuestionadas y rechazadas.[3] Al considerar estos discursos de esta forma, podríamos comprender mejor por qué algunos individuos de la localidad prefieren callar o no volver a renegar para no ser abucheados, o ser rechazados para secundar el discurso del funcionario del Estado. La persona de la localidad debe mostrarse conforme, mediante su voz, con la doctrina de que el funcionario del Estado es el que sabe y conoce la verdad, y, en consecuencia, al ser parte del pueblo debe comportarse de acuerdo a su posición dentro de aquellos que no la saben o la ignoran. En otras palabras, alguien de la misma localidad no puede usurpar el lado que ha sido designado a los representantes del Estado. Si persistiera en esa actitud sería como una herejía y, por tanto, sería censurado.
Las relaciones entre el poder, la palabra y el conocimiento son de gran importancia para entender los conflictos antecedidos por una confianza. En la península, la palabra del funcionario llega a tener mayor peso no sólo por su posición y el contexto en el que se presenta, sino también por la forma. La mayor garantía para los pobladores mayas está en la palabra oral y no en la escrita, la vía que históricamente ha tenido mayor significado cultural. El honor de un trato apalabrado todavía posee un papel relevante en las relaciones sociales de los pueblos mayas, como en otros pueblos originarios, pues ha sido la manera principal en cómo se ha consignado la memoria y se ha transmitido el conocimiento y la tradición. Pero como bien sabemos, las grandes transformaciones sociales y culturales siempre se han originado desde las herejías.
[1] Ex-comisario ejidal de Sinanché, Yucatán, 71 años. 28 de febrero de 2018
[2] https://www.gabinete.mx/images/estudios/2013/encuesta_nacional_2013.pdf
[3] Michel Foucault (2020). El orden del discurso. México: Editorial Planeta/Austral
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