La marcha que conmemora el 2 de octubre fue un evento de generaciones distintas. Los jóvenes sacaron a colación a Díaz Ordaz y al PRI de los sesenta. Los viejos reclamaron por Ayotzinapa y llamaron a actuar contra el cambio climático.
Texto: José Ignacio De Alba
Fotos: Daniel Lobato y María Ruiz
Los papeles de la marcha estaban invertidos, la preocupación por el pasado corrió a cargo de los jóvenes y el reclamo por el futuro, a cargo de los viejos. Dos generaciones que no conciliaron ni el tono, ni las consignas, ni siquiera en los significados sobre el 2 de octubre.
Los muchachos se manifestaron con un discurso como si estuvieran en los sesenta, en un esquema de confrontación abierta. En cambio los viejos, vestidos con playeras blancas, hablaban de conceptos como “democracia”, “paz” y “cambio climático”.
Guillermo Velázquez fue uno de los estudiantes reprimidos en 1968, el hombre se queja un poco de los asistentes a la marcha: “éstos no van a resolver nada arrojando la piedra y escondiendo la mano”.
Velázquez lleva una pancarta y de cuando en cuando regaña a los jóvenes que llevan el rostro cubierto: “quítese eso de la cara, muchacho”. Asegura que su generación no se ocultó para dar batalla al régimen.
“¿Tienes esperanza de que algo cambie con Andrés Manuel?”, se le pregunta a Velázquez, a lo que responde: “sí, es un gobierno que encarna ideales de justicia, algo por lo que hemos luchado desde hace años”.
La marcha fue el choque de dos visiones sobre el 2 de octubre. De los creen que la llegada del nuevo gobierno es consecuencia de ese movimiento, y hay condiciones para modificar las injusticias, y de los que consideran que nada ha cambiado.
María Nieves, una chica de 19 años proveniente de la Universidad Autónoma Metropolitana, responde que Andrés Manuel “es lo mismo del pasado”.
–¿Qué significa el 68 para ti?, se le pregunta a un joven encapuchado que se rehúsa a dar su nombre.
–La oportunidad de combate a un Estado opresor.
–¿El Estado te ha reprimido?
–Sí, allá atrás intentaron agarrarme–, responde sin ganas de platicar.
Al final de la manifestación se reportaron dos detenidos por parte de la policía, y también hubo heridos menores a causa de los golpes. Una mujer fue atendida porque le incendiaron el cabello.
No todo fue blanco o negro en la manifestación, Carlos López de 25 años, perteneciente al grupo estudiantil de izquierda Relevo XXI de la UNAM, preparó con sus compañeros una pancarta que dice “luchemos para ser la última generación que nazca en el neoliberalismo”.
El chico explica en entrevista que ya no luchan contra el Estado, sino ahora lo hacen contra las medios y empresas que buscan desestabilizar a un gobierno.
Cuando se le pregunta a Carlos López si está a favor de la violencia en la manifestación, vuelve a citar al golpe blando: “lo que quieren es desestabilizar a un movimiento legítimo”.
Desde Tlatelolco los vendedores ambulantes hicieron su abasto, ellos entendieron que la oferta de la venta debía ser amplia: había llaveros de Andrés Manuel López Obrador, paliacates, Che´s Guevara, libros, banderas y jicaletas.
Los estudiantes de las normales rurales marcharon en paz, fue uno de los únicos grupos que manifestó al unísono el reclamo de “¡justicia!”. En el Zócalo atendieron las actividades del Comité 68. Formados, escucharon a la banda musical de la organización indígena Tosepan Titaniske.
En el estrado, el Comité 68 y diferentes organizaciones tomaron el micrófono.
La marcha por el 2 de octubre también fue una protesta contra la impunidad acumulada de medio siglo.
María Herrera, en el templete, reclamó por la desaparición de sus cuatro hijos durante la guerra contra el narcotráfico y la falta de justicia en su caso; un grupo de feministas aseguró desde el estrado que el padre del patriarcado es el capitalismo; también estuvieron los ejidatarios de Atenco reclamando tierras y castigo a sus represores.
La polifonía de voces no mereció la atención de la mayoría de los medios que estuvo más atenta a las tropelías que a los mensajes de los organizadores.
“Hoy, todo está pendiente. Está todo por hacerse, hay condiciones para comenzar a cambiar al país. Tenemos que cambiarlo con nuestro esfuerzo, tenemos que cambiarlo con nuestro trabajo y para eso hay que organizarnos. Y en este trabajo de construcción tenemos que caber todos, así como estamos en esta plaza: estudiantes de todas las instituciones de educación pública y privada del país, tenemos que caber todos, porque para todos hay lugar”.
Félix Hernández Gamundi, Comité 68.
Gamundi aseguró que un primer paso debería ser renovar al “amafiado” poder judicial.
Desde antes de la manifestación la ciudad parecía lista para los enfrentamientos. Los edificios históricos fueron tapiados para que no fueran dañados por los manifestantes. Hubo negocios sobre Eje Central que no abrieron, otros pusieron protecciones y un letrero petitorio: “por favor no lo rompas, es una pequeña empresa familiar y su sustento depende de este negocio”.
El “Cinturón de Paz” estuvo compuesto por funcionarios y trabajadores de diferentes alcaldías de la Ciudad de México, según explicó Genaro Olivares de Xochimilco. Pero hubo también quien aseguró que dentro de las brigadas había voluntarios.
El cordón humano, ideado por la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, buscaba evitar las confrontaciones en la manifestación. Al final los grupos de jóvenes encapuchados abusaron de ellos: hubo casos en que fueron golpeados y se les pintó con aerosol. Muchos de los cordones humanos se quitaron la playera y huyeron para no ser agredidos.
La idea Sheinbaum era dejar fuera a los cuerpos policiacos, pero la realidad es que hubo decenas de policías vestidos de civiles entre los manifestantes en la marcha. El grupo de granaderos -que formalmente no existe- tuvo intervenciones marginales (sin gases lacrimógenos).
El grupo más activo para atender incidentes o calmar los ánimos de los enjundiosos fue Marabunta, una iniciativa ciudadana de paz que lleva años trabajando en la Ciudad de México atendiendo desde derrumbes de sismos, hasta 2 de octubres.
El director de la organización, Miguel Barrera, denunció en un comunicado que la policía capitalina cometió “abusos” en contra de manifestantes, incluso aseguró que elementos policiacos robaron pertenencias a un par de sus integrantes. Barrera pidió una disculpa pública por parte de la jefa de gobierno.
En la marcha hubo bombas molotov y enfrentamientos con la policía, entre las calles Isabel la Católica y 5 de Mayo la taquería Tlaquepaque se mantuvo abierta durante las hostilidades. No fue hasta que en una rebatinga, entre chorros de agua, extintores y fuego, que los taqueros defendieron el carnoso trompo cerrando el changarro. Aquí puede caer el Estado, el capitalismo o el patriarcado, pero jamás el trompo.
En algún momento un grupo de encapuchados rompió los vidrios de un puesto de periódicos. Otro de los contingentes “duros” pasó después y arremetió contra los cristales, ya rotos, en el piso. La violencia tendía a lo absurdo. “¿Qué van a lograr con esto?”, se le pregunta a uno de los iracundos: “Sembrar la lucha contra el Estado, con miles de pequeñas acciones como ésta se puede derrocar al Estado”.
Paradójicamente, un vendedor de periódico, cuyo negocio sobrevivió a los embates, cree que el origen de las acciones de los jóvenes con el rostro cubierto obedece a lo más añejo de la estructura del Estado mexicano: “seguro les pagó el PRI”.
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